Sarah Martín: hoyo que te expulsa y te reclama

BOMBA DE RACIMO

Me he tapado los oídos de modo
que ya no escucho lo que pienso
lo que no se pronuncia
no es
mas se oye
lo que no se oye
existe
mas silenciado.

La onda expansiva aterra.

Después
no hace falta taparse los oídos
basta con cerrar los ojos
discretamente
somos especialistas en tal reserva
sin parpadeo
lo hacemos con nuestros ojos
y con los ojos de los demás.

De niña
las manos gigantescas en la cara
los ojos las orejas la boca
guiaban el juicio
como el sobresalto.

Lo recuerdo
y siento el gusto de la palabra dios
lanzando bombas de racimo.


GENEALOGÍA

Como hija de un suicidio cíclico
de suicidas cíclicas del bucle de mí
palabra de una misma descripción
de igual tinte de idéntica mezcla
en el itinerario fatal de la trampa
en la ciudad móvil donde un día
se produce el hallazgo o la tenue
iluminación de conocer el final
como en esos juegos bobos
una esfera con un agujero donde
ronda una pequeña bola metálica
pronto se precipita
así entras en la gatera del futuro acontecido
en la ciudad móvil con este acero liviano
sin asiento
hoyo que te expulsa y te reclama
torpe a bandazos con la voluntad disminuida
rebotas en la acinesia el abandono
la irrefutable prueba que confronta
coraje y declive
matemática y retroceso y perseveras
en el confín del desequilibrio
en la lisura
en el cuerpo que te refiere y te difiere
tan aturdida con cada tumbo
en la ciudad móvil en cuyo movimiento
ni siquiera reparas
salvo si dices aquí
y otros idiomas resuenan
sin origen.


QUEHACER

Que permaneció en un muro
que no arde
que ensuciaba la comodidad
la entereza
que convocaba la palabra cárcava
tan vertical
que sobresaltaba el yeso
que se deshacía
que la arenisca dibujó un síntoma
que desatendiste
que preferimos no escuchar no molestar
nunca
que ni aun enfermos va con nosotros
la urgencia
que vamos a sortearlo cuando esté encima.

Como tener hijos y soñar con otros
como sobrevivir a ese duelo.


DEBILIDAD

Es silenciosa la trama
no se escucha
no insistimos.

El don de hablar otro idioma
exige años verticales años centinela
vida sin nombre
ser sin mención.

Para poder tumbarse en el juicio
cabe tensar el acero asumir la blancura
alear descartar domar
la rabia bascular el trance
la parálisis adviene imperceptible
sin crujido
como un cuerpo extraño en la boca
al que la lengua vuelve
aunque no quiera
aunque no quiera sobre todo
sin saber de dónde
corta daña reclama aguja
entre una lista de penalidades
carencia o pérdida víctima o heroína
trágica.

Entonces se restablece el sol
el pudor esta distancia terca
cada sílaba dispara plateada
la culpa como un resorte raudo
la fanfarria de la irreversibilidad
la cutre desolación del pasacalles
en la nada porque no hay orilla
en el todo porque nada lo circunda.

Flojos inconsistentes desfallecidos
se arrastran sin antídoto los cuerpos
sin deseo sin convicción
con la perversión de la espera
y su deber velado.

Sombras
responsablemente
silenciosas.


PHINEAS GAGE

La barra que atraviesa la cabeza
blanca la cabeza desollando el cielo
blanca la barra dividiendo nívea la extensión.

Para el duelo ramita de aloe
para el desierto agolpado en la faringe
cacao y sándalo humedad fósil.

Para la gota evaporada para la afasia
para la borradura del signo
para la serpiente
para la piel

ahorcada.

Acércate.

Convulsiona.

El día en que Phineas Gage
agujereada la cabeza
despegó los párpados
el sol fulguraba radiante
sin decir doloroso
sal kosher
estancado el aire líquido
inmutable estampa.

El día en que crápula
Phineas Gage se levantó
encontró dormido el dedo gordo de su pie derecho
deambuló execrable y diligente
hasta sentir el peso más veraz
rota la soga del infinito lastre.

La noche que amanecía Phineas Gage
crecía la madreselva y el musgo
inundaba la mañana
rocío de angustia.
¿Importa pensar en el estado de cosas?

La barra que atraviesa el origen
blanca la reflexión cristalizando entropías
blanca la vigilancia hasta la nitidez
copos cimentando el delirio
político la prisión.

Toda cruzada beatifica voluntades.

Ay del esqueleto derrengado
ay del aristócrata abatido
cumbre de ruina helada
calzada con jeringas de morfina.

La conciencia carece de extremo.
No va más.
Pájaros anidan en el verbo perder
fueron cornejas indias
se miraron en los escombros
futuras
comprendieron la noción de vidrio
el vuelo suavizaron mientras.

Basal el limbo ha aterrizado estéril
aceitunas con su caudal lúgubre
o el erial carmesí de tu infancia
el obituario de la mesa camilla
y el brasero del candor amordazado.

Tienes una barra de hierro
y un trozo de lenguaje
ahora
casi la definición
de ácido sulfúrico.

Sarah Martín (Valencia, 1978) es Doctora en Filología Hispánica, Licenciada en Filología Hispánica y en Filología Francesa por la Universidad de Valencia, y Licenciada en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Ha obtenido becas de investigación de organismos públicos y privados como especialista en literatura latinoamericana contemporánea (Ministerio de Educación, Fundación Caja Madrid). Además, cuenta con una larga trayectoria como editora y traductora. Entre sus traducciones, cabe destacar El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha y El libro de la hospitalidad de Edmond Jabès (Trotta Editorial). Actualmente, trabaja como docente e investigadora en la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad Europea de Madrid.

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