Denise León: La poesía o el tren de las pérdidas


A Ramiro Clemente, que me regaló la imagen del tren


Primera nota: La poesía es un ojo


Cada infancia tiene su propia música. La mía fue extrañamente silenciosa. Supongo que porque no había palabras para decir la única cosa de la hubiera valido la pena hablar.  Cada siesta los animales ejecutaban sus rituales y yo los miraba debajo de la mesa, debajo de la silla. Me pulverizaba los ojos frente al televisor, repitiendo de memoria los nombres largos de los personajes de las telenovelas que después grababa con un cuchillo en el respaldo de mi cama. ¿Cómo se dice el fogonazo cegador de la furia? ¿La extrañeza suspendida de los árboles en el jardín? ¿La pileta? ¿El agua? 

Tenemos que lidiar con el peso de las cosas. Quiero que las palabras digan ese peso, que digan el aire suspendido de las tardes, el caldo lento en el que nos vamos haciendo.  La televisión es para gente tonta, dice mi madre y esconde los cables, esconde las antenas. Entonces probamos con agujas de tejer, probamos con tenedores clavados en la parte de atrás del aparato. Queremos la plenitud y sólo obtenemos algo más secundario y más penoso: un audífono con un cable muy corto que me obliga a inclinarme, a pasarme las tardes abrazada al mueble, abrazada a mi voluntad, a mi deseo. Qué difícil después erguirse, recuperar la verticalidad, la materia del cuerpo.


Segunda nota: volverse forastero


La poesía suele aparecer ante el lector como un producto acabado. Para los poetas, sin embargo, este producto acabado no es más que una fotografía provisoria de un proceso lleno de opacidades, de temblores. No hay sentido de continente, de totalidad. Sólo un puñado de postales  y objetos diversos, disímiles, como el equipaje armado ante la inminencia de una partida súbita, imprevista. 

Hace unos pocos días escuché en Perú un trabajo de Laura De María sobre un escritor cordobés, Flavio Lopresti. Allí ella trabajaba con una idea que me pareció magnífico y que vino a parar a estas notas: es la idea de forastería. Fíjense que digo forastería y no exilio. Aquí nadie se va, ni se sube al avión, al barco o al tren. La forastería sería más bien un modo de estar afuera estando adentro, un deslizamiento donde no importa el lugar de origen, donde el movimiento no tiene que ver con lo territorial. ¿Qué quiero decir con esto? Escribo mis Poemas de Estambul en ladino, en judeo español y despiertan cierta curiosidad, cierta intriga. Y quien los comenta advierte con lucidez que “klaramente el ladino de estos poemas no es el ke se avla aktualmente en las komunidades sefaradis del Mediterraneo; se nota en el la influensa del espanyol avlado en Arjentina, lo ke es natural, siendo ke la autora nasio i se eduko en este paiz”. El ladino de mis poemas tiene un acento peculiar que difícilmente pueda encontrar un correlato geográfico específico, sencillamente porque es una lengua inventada, una lengua que no es de ninguna parte y que por eso tiene también algo de deliberado, de artificial, y de imposible. Una lengua que no tiene sombra, como el agua.

Si la provincia suele asociarse a lo fijo, a lo estrecho, al estancamiento de las costumbres y el color local (recordemos  sencillamente la polémica entre Arguedas y Cortazar) creo que la idea de la forastería ayuda a pensar las cosas no como un modo de ser sino como un modo de estar.


Tercera nota: el método


El método poético consistirá entonces en trabajar con los restos del banquete, con las sobras, con las hebras de la nostalgia que siguen de alguna manera actuando, prolongándose en la lengua cotidiana, en la música precisa de algunas palabras. La idea de este “lenguaje antiguo” como huella y resto es en sí misma, según creo, poética. Es importante reconocer que cuando trabajo con los textos, la lengua impone sus límites y sus posibilidades. Cada palabra, cada expresión que elijo y recuerdo es el símbolo silencioso de algo mucho más profundo y más antiguo; y comenzar a relacionarme con ese universo me va conduciendo al futuro de su realidad escrita. Y si la casa natal, está físicamente inscripta en el sujeto con sus espacios de calidez y de sombra, con sus escondites solitarios y sus lugares de sociabilidad – como quería Bachelard – mi casa tiene que ver con estas cosas. 

Mis poemas son un intento de mantenerse fiel a esta dicción, a su timbre privado y, tal vez, al propósito de refractar en vez de reflejar la vida a través del prisma del corazón individual. Son un pobre resto de algo grandioso, y también un homenaje que sólo es posible desde la modificación y la pérdida. Sólo podemos conservar aquello que modificamos hasta sentirlo como propio.


Cuarta nota: el tren de las pérdidas


Trabajamos con un amigo artista plástico en un proyecto común hace varios meses. Una tarde, exasperado, me llama y me dice que se siente abrumado, que es como si se hubiera subido a un tren ya en marcha ( yo soy la máquina del tren), y que ese tren lo lleva en un recorrido donde cada etapa significa una pérdida. Que él logra hacer pie en una rama, agarrarse de algo y que yo podo el árbol, corto las ramas, lo dejo sin asidero. Lo escucho sorprendida. Y en la medida en que sus palabras van cayendo lentamente sobre mí, mediadas por la distancia y la tecnología, siento que ha logrado una imagen certera: mi poesía es ese tren. El tren de las pérdidas.





Denise León nació en Tucumán, Argentina en 1974. Es docente e investigadora del CONICET. Ha publicado Poemas de Estambul (Alción, 2008), El trayecto de la herida (Alción, 2011), El saco de Douglas (Paradiso, 2011), Templo de pescadores (Alción, 2013), Sala de espera (elCRUCEcartonero, 2013) y Poemas de Middlebury (Huesos de Jibia, 2014). Participó en distintos festivales internacionales de poesía como el de Rosario (2009), Córdoba (2014), Mendoza (2014), Festival Federal de la Palabra (2015), Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires (2015) y Festival de las Américas en Nueva York. Poemas suyos han sido incluidos en las antologías Por mi boka (Lumen, 2013) y Penúltimos. 33 poetas de Argentina 1965-1985 (UNAM 2015), y traducidos al inglés y al portugués. Entre otras distinciones, ha obtenido el Segundo Premio del Fondo Nacional de las Artes, la Beca Fulbrigth/ CONICET y la beca del DAAD.

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