Norge Espinosa: El ars amatoria de Odette Alonso

OLD MUSIC ISLAND:  EL ARS AMATORIA DE ODETTE ALONSO 

Norge Espinosa Mendoza

Quien se acerque a la literatura cubana contemporánea sin demasiado conocimiento de su historia podría creer, ingenuamente, que la nutrida presencia de mujeres que aparecen hoy en su catálogo ha sido cosa de toda la vida. Y no es que haya faltado la presencia femenina en las letras de la Isla, sino que hoy pueden enumerarse abundantemente, mucho más de lo que sucedía en los tiempos en que la condesa de Merlin, Luisa Pérez de Zambrana, Dulce María Loynaz, Fina García-Marruz o Carilda Oliver Labra daban a conocer sus primeros libros. La irrupción, a partir de los años 90 del pasado siglo, de un generoso caudal de narradoras ha logrado recomponer mucho de ese panorama. Las mujeres escritoras cubanas no solo lograron hacerse ver, sino que, además, poco a poco, han ido recuperando esa tradición letrada, han ido en pos de los referentes que también en el periodismo, la crónica, la crítica de arte y otras expresiones, las tuvieron como nombres de relevancia. La falta de estudios de género, el recelo ante el feminismo, el machismo acendrado de varios momentos en el devenir de la cultura y la historia de Cuba operaron como muros de contención que han ido cediendo ante el empuje de estas mujeres, sin las cuales hoy no puede pensarse a cabalidad un mapa verbal de ese país donde la palabra, como pilar alternativo de la realidad, sigue siendo un espejo poderoso.

La luna era distinta hace un segundo

te iluminaba

entraba por la hendija como un sorbo.

Moriremos de amor amiga mía

presiento que un tropel desciende de las cumbres

siento su oleada tibia presionando mi espalda.

Moriremos de amor

todos los vientos llegan como una manotada

y yo cubro tu cuerpo lo incorporo

quiero aliviarme en ti.

Hace un segundo la luna era distinta

y no había ese susto en tu mirada.

Algo nos viene encima

ese sordo rumor es un presagio.

Cierra los ojos pronto amiga mía.

Es el amor que llega.

Digo espejo y no se puede pensar en una superficie lisa ni inmaculada. La literatura cubana, como la cultura y la historia de la Isla, se ha resquebrajado una y otra vez. Silencios, exilios, insilios, ha cubierto de manchas y rajaduras ese espejo, en el que sin embargo cada fragmento dice su verdad y colabora y conspira para que tengamos una imagen múltiple de la Nación. La poesía cubana es una pieza crucial en ese reflejo, y aunque no esté hoy viviendo los días de glorias ya pasadas, sigue siendo un hilo sin el cual no podría replantearse el ir y venir entre esas astillas que son, a su modo, islas dentro de la Isla. En la década del 80, una nueva generación de artistas y poetas se lanzó al ruedo, y desestabilizó con su irreverencia, sus demandas y sus hambres de otras posibilidades no solo el aquietado paisaje verbal del país. Entre esos jóvenes, desde Santiago de Cuba, llegaba Odette Alonso. No solo se escribía buena y nueva literatura en La Habana: de pronto el mapa del país se multiplicó en lo que el periodista y poeta Bladimir Zamora llamaba gozosamente “panteones literarios”, y en Santa Clara, Matanzas, Camagüey, Pinar del Río o Santiago aquellos imberbes y recién llegados estremecían a funcionarios y a quien quisiera leerlos y oírlos con páginas rabiosas, retadoras e inquietantes, que hablaban de la utopía, pero también de la dificultad que ese mismo concepto imponía a quienes trataban de alcanzarla. Un nuevo repertorio de deseos se incorporaba, a pesar de los recelos, a la imagen mayor del país. Pensar en todo ello, a treinta años de aquella maniobra de cambio, trae su ola de nostalgia. Pero también nos permite revisar lo que cada uno pudo aportar desde entonces.

Con Odette Alonso las cosas siempre han estado claras. Desde el principio ella tuvo el gusto por la palabra transparente, libre de ornamentos. Versos cortos, rápidos, en pos de una metáfora que no disimulara su verdad. Así es ella en la vida, una de las mujeres más auténticas que conozco, y su poesía viene a unirse a su mano como a su rostro, a manera de un espejo fiel de quien ha escrito ya poemarios y libros de narrativa. Cuando optó por radicarse en México, a inicios de los 90, nos condenó a una suerte de melancolía, la de no tenerla bajo el sol implacable de Cuba. Nos ha curado de todo ello con sus libros y sus retornos. Palabra del que vuelve, se llamó el primer cuaderno de versos que marcó su retorno, en la colección Pinos Nuevos, publicado en 1996, y con un hermoso dibujo de portada del poeta Sigfredo Ariel. Ahí estaba uno de esos poemas suyos que recuerdo de vez en vez, por su eficacia y por lo que reclamaba en nuestras letras, “Los amantes de Pompeya”:

A partir de fines de la década del 80, entre las rupturas que esa generación de nuevos creadores trajo consigo, se contaba la de dar espacio en las letras y la cultura nacional a otros deseos, a otras expresiones del deseo, que por años habían sido silenciadas. El homoerotismo, que tenía en nuestra tradición antecedentes notables, desapareció condenado bajo las actitudes homofóbicas que desgraciadamente la Revolución subrayó. La disidencia sexual se igualó a la disidencia política, y ello fue fatal para autores como Lezama, Calvert Casey, Reinaldo Arenas o Virgilio Piñera. Pero también para autores más jóvenes, y para las mujeres que desde el efímero grupo El Puente, entre otros puntos de partida, apostaban por un reflejo menos manso de sus propias voluntades. Las voces más hombrunas del poder hicieron desaparecer a esos homosexuales. A las lesbianas les fue un tanto peor: se impuso un modelo de lo femenino dentro un canon rígido de funciones sociales: mujer, madre, obrera, guerrillera, bajo el emblema de una Federación presidido por la imagen de una mujer sin rostro, con niño en brazos, y metralleta al hombro. Lo que no entrase en ese diseño, no sería visibilizado. Mucho ha costado dilatar esa estrechez, hacer aire respirable entre las paredes de una idea que no asumía otros modelos de ser, o de desear.

En las letras cubanas de hoy, junto a nombres tan importantes como el de Reina María Rodríguez o Marilyn Bobes, no pueden dejar de mencionarse autoras que también han hecho lo suyo para hablar sin ambages de sus deseos. Lina de Feria, Magali Alabau, Damaris Calderón, Ana Lidia Vega Serova, han dado voz a la mujer lesbiana en sus páginas. Ellas reconectan sus voces con otras que vienen desde la República, nombres fundacionales como el de la recientemente rescatada Ofelia Rodríguez Acosta o esa mujer incalificable que fue la gran etnóloga Lydia Cabrera. No es imposible ya tender esa cuerda que unifique extremos en esa órbita para recuperar identidades extrañas, queers, en las letras cubanas, aunque los estudios académicos y otros espacios de poder prefieran no hacer demasiado caso a esas presencias, sin las cuales, en varios casos, la literatura nacional sería muy distinta. En ese proceso de recuperación, arqueología, reescritura del legado y proyección del mismo hacia el día de hoy y el futuro, aún andamos.

Con Old Music Island, Odette Alonso añade un capítulo a esa trayectoria. Podría recomendar este libro, jugando con su título, como el cancionero apropiado para acompañar una nueva ars amatoria. Algo hay en estos poemas breves que buscan la canción, que apelan a un ritmo que quiere ser cantado, y que poseen esa transparencia que los letristas experimentados aconsejan a la hora de poner palabras a la música. O viceversa. Old Music Island tiene su propia cadencia, y nos lleva, siempre con el eco de alguna melodía, a conocer los pasos sucesivos de una relación que esta vez, por suerte, no termina en el drama ni en la agonía que tantos han impuesto al deseo homoerótico. Los poemas son pasajes, estancias, acontecimientos. La búsqueda de la cercanía entre un cuerpo y otro es la obsesión que los hilvana. La poesía, que cuando es real no necesita de demasiado cortinaje, se encuentra ahí, justo en el despojamiento de cualquier maniobra edulcoradora o que pretenda disimular lo que se quiere.  

Parte, como digo, de esa oleada de los años 80, Odette tuvo su himno de batalla en aquel momento. En las páginas de la revista El Caimán Barbudo apareció su poema “Careful with that axe Eugene”, que tomaba como punto de partida un tema de Pink Floyd y nos advertía de los riesgos que podían traer ciertos atrevimientos. Nos aprendimos ese poema, en una suerte de antología sentimental en la que los miembros de esa avanzada teníamos nuestra carta de presentación. Al tono premonitorio de ese poema que sigo releyendo con gusto, Odette Alonso añade ahora la ansiedad de quien se descubre nuevamente bajo el influjo del amor, y se deja llevar por él. Puede parecer cursi, pero me agrada decir que este es un libro feliz, en el que la autora no se niega el gusto en el detalle que nos revela la sicología del amante, y no solo su cuerpo. La música ha sido siempre cómplice del cortejo, y Old Music Island parte de ahí para que la acompañemos (y las acompañemos). “Es un reto la tibieza de tu cuerpo”, dice la autora. Esa frase abre la puerta al lector para compartir la calidez de lo que este libro, verso por verso, nos revela.

En ese sentido, el libro exige al lector que recorra sus páginas de manera progresiva, como una bitácora que lo conduce hasta ese poema final, en el que estalla la música presagiada por el título, y arribamos de manera definitiva a esa isla del humo, pájaros y melodías que también puede ser el amor. Para quienes conocemos su escritura, acá está la confirmación de que Odette sabe economizar las palabras, tensar una idea, cerrar siempre con éxito sus declaraciones. Lo que en otros casos podría ser sequedad o afán de sentencia, acá es el punto justo donde su palabra se detiene para que imaginemos todo el conjunto. Ella sabe que el lector necesita su propio espacio dentro del poema. Incluso, cuando se trate de un poema de amor que pareciera cerrarse sobre dos cuerpos. La palabra tiene su propio deseo: estar en la palabra del poeta nos arroja a otros abismos siempre tentadores.

En el fondo, soy un sentimental. Los años transcurridos me dejan ver lo que fue y no de nosotros, esos poetas de los 80, como un álbum de lugares, abrazos, despedidas, silencios y reencuentros. Hace 23 años visité México por vez primera, y Odette estaba acá, con la franqueza y la sonrisa de siempre. Vivía entonces en la calle Reforma, en una casa donde creo no le dejaban recibir visitas. Agradecer es un gesto que nos hermana, y ahora es el momento de devolverle palabras en agradecimiento por esa acogida de aquel 1995. Vuelvo a México para reencontrarme con ella, y me alegra enormemente verla enamorada y con un libro nuevo en las manos. Old Music Island es la mejor carta que ella podría escribir sobre el instante en que ahora está su vida, y ya regresará a Cuba con este poemario. Y me encantaría oírle leer estos versos ante quienes la conocemos y los nuevos, esos otros imberbes que acaso se creen inventando un gesto que nosotros hicimos ya mucho bajo el aire de ese país. Como lo hicieron otros, que nos antecedieron. Lo que queda, al fin y al cabo, es la autenticidad con la que nos inclinamos ante el papel, en la hora más nuestra de la madrugada. Oímos la vieja música de la Isla para volver a ella. El viaje puede hacerse a través del cuerpo que amamos. Eso nos dice este libro. La isla es aquello que podemos abrazar.

Como regalo final, quiero irme con Odette de nuevo a Santiago de Cuba, esa ciudad irrepetible. Mucho antes de que todos nosotros naciéramos, vivió allí uno de los más raros poetas de Cuba. Tan raro era, que escribió algunos de sus mejores poemas en prosa, y bajo un seudónimo femenino. José Manuel Poveda, santiaguero como Odette, usó ese disfraz para hablar del amor lésbico, en páginas que nos dicen que este asunto estaba desde hacía ya mucho en las letras cubanas. A su manera, Odette Alonso dialoga con Poveda, sin necesidad hoy ya de máscaras, para confirmarle que lo que él imaginaba es ahora un espejo de deseo puro. Con este poema breve de José Manuel Poveda, escrito allá donde resuena esa vieja música, quiero invitarles a leer luego lo que Odette Alonso nos confiesa, nos canta a su manera.

Los cuerpos

Junto con su hermana, nacida a la misma hora, del mismo vientre y sobre el mismo lecho, se dispuso a dormir Dadá esa noche. Crisé y Dadá estaban las dos solas, y quisieron protegerse; había frío, y quisieron abrigarse. Las dos estaban pensativas, cada una acerca del que amaba, y pensaban las dos muy abrazadas, sin decirse nada.

Cada una pensaba en su adorado; pero eran tales sus deseos y sus pensamientos, sus ansias y sus ensoñaciones, que las dos se abrazaron con más fuerza, se besaron en los labios y se estrecharon voluptuosamente, como si soñaran, sin decirse nada.

Luego Crisé y Dadá, sin separarse, sollozaron las dos juntas, con sus ojos cerrados, con sus brazos entrelazados, y se durmieron sollozando en silencio, sin que ninguna de las dos intentara preguntarle a la otra quién se había interpuesto entre ambas.

Eso escribió José Manuel Poveda bajo el nombre de Alma Rubens. Quien quiera saber qué era ese misterio que se interpuso entre las hermanas de su poema, que busque en Old Music Island la respuesta. Creánme que no lo lamentarán. Y ahora, que suene la orquesta.

Norge Espinosa (Santa Clara, 1971). Dramaturgo, director teatral y poeta. Graduado de la Escuela Nacional de Teatro en 1992. Fundador del Teatro de los Elementos. Ha sido especialista de Literatura y Artes Escénicas de la Asociación Hermanos Saíz y jefe de redacción de la revista Tablas. En 1989 obtuvo el Premio de Poesía El Caimán Barbudo con su primer cuaderno: Las breves tribulaciones (Ediciones Capiro 1993). Actualmente es asesor de Teatro El Público y trabaja con compañías cubanas y extranjeras.

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