Noni Benegas: cómo revitaliza el lenguaje





CASI UN NOCTURNO

La culpa es un argumento
para sentirse vivo, el miedo 
otro;
la defensa, cualquier defensa 
improvisada ante una amenaza, 
otro;
ser más inteligente que alguien 
(y que lo digan) 
otro;
recordar cómo habíamos preparado todo
para escribir sin culpa
en vez de haraganear, 
el mejor, quizás, 
a fin de no pegar ojo
y sentir la vida pasar. 
Preocuparse por los amigos lejanos
que no llaman y se ignora si aún viven
otro,
pero el argumento máximo
para sentirse vivo es sentir
que se está perdiendo el tiempo.
Cualquier aliciente, 
droga o apósito que cure 
del “malheur de vivre” 
es, en definitiva, un 
propulsor de la culpa
del hecho de estar vivo 
sin estarlo lo suficiente.
Pensar que a nadie le importa
y no hay ninguna amistad 
que se interese,
nos hace proclives 
a experimentar la culpa
que a su vez permite
experimentar la sensación 
de estar vivos,
y me niego a hablar en singular
porque no se si yo, 
fuera del lenguaje,
estoy viva
en particular. 

Es la hora en que los lobos 
salen a aullar a la naturaleza 
inhóspita; 
apenas percibo los dedos de mis pies
que arañan el borde de la cama
y se frotan entre si,
como palillos sobre lejanos tambores; 
su percusión reverbera
en mi cuerpo con oídos encerados 
de momia
pero más vivo,
que el reloj de Clarice 
palpitando en la madrugada.


Nada tiene sentido,
¿lo tendría si viviera contigo,
X, H o J de mi pasado, presente, o futuro?
Y aquí, 
sin perro ni gato 
ni reloj alrededor
sobrevivo;
pero aún así,
si pierdo el tiempo en esta comprobación,
la calculadora mental 
barrunta la falta
y me condena 
con ese argumento lúcido
a experimentar la culpa que me hace sentir viva 
de mala manera.


Al amigo que nos da de comer
para reforzar su vitalidad
mientras alimenta la nuestra,
le replico, en esta incertidumbre 
de existir, con simpatía 
pero sin té, 
porque quita el sueño 
y te hace pensar,
lo cual impide 
vivir 
como algo natural.


Vivir es natural
como este ligero frescor
en la espalda,
y la leve molestia
del edredón demasiado cálido
que hace que te quites y pongas
-sucesivamente-
las palabras de la vida
con sus dudas y recovecos:
vivo, viviente, sobreviviente.


De a poco nace 
el apetito;
sigo viviendo
a medida que despierto
y volteo sobre la cama
-izquierda, derecha-
con ganas de que venga el día
y pueda “ficar bonito”.


Empiezo a entender
la enumeración de oficios en St John Perse;
tiene que haber sido
de madrugada,
mendrugos de hombre
desparramados en el versículo
cuya suma: uno más uno
hacen el poema. 
Ya estoy de pie,
mientras ruedan
fuera de mis oídos algodonados,
ruedas de neumáticos
como olas en la vereda,
tras el cristal cerrado
tras mi vida con la cortina
echada, ya de pie
y ya retórica.


¿No has pensado tener hijos
amiga ?
no podrás dormir de noche
por sus gritos,
pero una parte tuya sí podrá hacerlo
a causa de esto…,
aunque no es argumento
la vida ajena
para perder el sueño
o recuperarlo,
hay bordes entre nosotros,
límites dentados como entre
estampillas.


Apago,
y enciendo,
y sigue el frescor en la espalda
como si después de tanto buscar
fuera ese el lado oscuro de la luna,
que los pies investigan
al fondo de las galaxias
por los agujeros negros,
-túneles bajo el edredón-
hacia el borde de la cama,
y entre encender y apagar
hay una fotogénesis de la noche
que aparece
a voluntad.
Clic, clac
René Daumal
clic, clac
Lota Macedo
clic, clac
Oscar Manesi
clic, clac
A. Pizarnik
clic, clac
yo, tú, él
blasfemia
error.  


Y una asociación es como poner un vagón en una vía
para echarlo a andar,
así la noche con el clic 
rueda
como el reloj de Clarice;
el reloj es la cámara que filma
el tiempo que pasa.
¡Qué animal tan grande
en la oscuridad!
No conozco mis límites,
enciendo
para la vergüenza de vivir
de esa mano autónoma
afuera de mi filmando
sobre papel, con lápiz,
el paripé del poeta que escribe
como una toma de película
en la cual no estoy yo;
sólo el frescor
me devuelve mis límites
y el empeine del pie derecho
cuando moldea la pantorrilla de la pierna izquierda.
Qué asco vivir
cuando tienes ganas de ir al baño
pero es sólo un avión que atraviesa
la oquedad de tu vientre como el golfo de México
antes de desencadenarse 
una tormenta, 
sin perder de vista
que estar vivo
es una manera de estar 
acosado
por las funciones terrestres.
Cuerpo a la deriva,
pero hay demasiada luz 
para decirlo
falla la noche y es 
retórico.
Retórico es un retor luminoso
de carbunclos de otra época.
La oscuridad –y ahora todo 
es una espalda-
desordena el mundo a la vez 
que lo ordena;
quisiera tener hambre
o pis para reincorporarme
y no este frescor sin límites.


Me mintió
y ahora paga su mentira
con la desaparición del objeto
de su mentira.
La única razón 
de estar vivo
es poder dictarme estas cosas
al oído.


La noche es un campo
de fosfenos y alambradas
que empieza a partir
del lóbulo frontal.
Mientras la boca 
siga derramando
ésta liquidez de arriba
creeré en el alma,
clic, clac,
y aprieto el interruptor 
de mi cuarto en París
en otra lámpara
en Madrid,
y sé que existo
por este tacto
clic, clac,
en la madrugada.
Me quiero enrrollar en el edredón
con forma de cohete interespacial
para surcar el frescor de las galaxias,
no esta luz colorada
de la tierra
sino el polvo de estrellas,
precipitado súbitamente azul.


Cómo relativiza
el lenguaje…
De a poco me recupero 
y cobro noción de lo real, 
respiro para mi lóbulo,
para que sea de noche otra vez;
no tengo intimidad
más que conmigo misma,
y a veces estoy tan lejos
que no me reconozco,
pero me hablan y miran
y ahí me encuentro,
aunque a veces estoy tan cerca
que me eximo de conocerme.
Por la mañana recuperaré 
mi identidad
como quien mete los dedos de los pies
dentro de la cápsula del edredón
para que formen un todo,
para que completen el todo.

Al traidor/ra
No te reconozco 
como persona,
no estás en mi camino
o tal vez sí, una máscara más.
Esto que sé ahora
no sé si lo sabré luego 
cuando diversas capas de mi
se superpongan
y en la cápsula espacial
de mi edredón conmigo
sobrevuele el cosmos.
Yo no soy yo
pero mi equilibrio es tan delicado
que yo puedo ser yo,
y algunos vuelven a intentarlo 
(psico) 
por el placer de reconocerse a si mismos.


(Este poema inédito fue enviado especialmente por la autora para La Libélula vaga)





Noni Benegas, nacida en Buenos Aires y residente en España desde 1977, es autora de siete libros de poesía, cuyos mejores poemas han sido recogidos en El ángel de lo súbito, Ed. Fondo de Cultura Económica, (Madrid, 2014). Burning Cartography, Ed. Host, (Austin TX, 2007 y 2011) los selecciona en inglés, y Animaux Sacrés, Ed. Al Manar (Séte 2013) en francés.  Ha obtenido los premios Platero, de la ONU en Ginebra; Nacional Miguel Hernández, Vila de Martorell, Rubén Darío de la Ciudad de Palma, en Mallorca, Esquío, en Galicia, etc.  Es autora de la influyente antología de poetas españolas contemporáneas Ellas tienen la Palabra, Ed. Hiperión (Madrid, 2008, 4ta. edición) cuyo ensayo introductorio ha sido reeditado por Ed. Fondo de Cultura Económica en 2017 con el mismo titulo. Acaba de aparecer Ellas resisten, Ed. Huerga&Fierro, (Madrid 2019) que reúne sus textos sobre mujeres escritoras y artistas. 

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