Alex Heny: Rita







Las redes están repletas de gente muerta.

Soy una voz autorizada en este tema: a mi edad uno conoce mucha gente muerta. Algunos ni siquiera sé dónde están enterrados, pero los veo atrapados en la vida virtual. A cada rato me los tropiezo porque los muertos, les digo, se acumulan.

Mi generación llegó adulta a la edad de Internet. Después le han seguido dos generaciones más. Torrentes de personas con cuentas de correo electrónico, adictos al mensaje, activos en varias redes sociales, y todos nos vamos a morir. Llegará el momento en que, en las redes, como acá afuera, habrá más muertos que vivos; será un cementerio decorado con selfies, memes, fotos de cenas y viajes, escombro entre el que los vivos se abrirán camino sin saber que están pisando osamentas.

Rita y yo fuimos novios a la edad en que la gente se divorcia. Nos conocimos cuando las redes estaban en pañales. Teníamos teléfonos celulares, pero por esa época eran solo teléfonos. También teníamos correos electrónicos, pero aún encerrados en las computadoras.

Compartíamos la pasión por los Marlboros lights, la buena mesa y un sexo mediocre. Pero Rita era buena compañía. Si lo sabría yo que, cuando la conocí, estaba escapando, en contra de mi voluntad, de una relación que fue sexo mayúsculo y mala compañía. Tóxica, le llamarían en estos tiempos de nuevos términos.

Sin estados que actualizar ni posts que revisar, veíamos películas, leíamos libros y compartíamos extensos y mullidos silencios.

Me gustaba hacerla reír; cuando reía, con el jadeo ronco de una cajetilla al día, volvía a ser una muchacha que no conocí. El rostro patricio, parte de la madre, mujer hermosa de abolengo terrateniente, y de la expresión adusta del padre, alto ejecutivo de la gran industria, se le suavizaba con mis chistes malos.

Nos dimos buena vida, la Rita y yo.

Nos atragantamos en un buffet de mariscos en el Quinta Real Zacatecas, y con pizza de langosta en Isla Mujeres.

Vimos en Xelha, a la luz de las antorchas, a los mayas jugar el Pitz, el ullamalitzli azteca, una versión para turistas del macabro juego ritual con pelotas de caucho y sin sacrificios humanos.

En Tulum admiramos a los voladores de Papantla, nos deshidratamos en Chichén-Itza y en un pueblo de Yucatán comimos frijoles negros y cochinita pibil, que así llaman al fricasé de cerdo los mexicanos.

Manejamos a diez kilómetros por hora en una nube de mariposas monarca, y orinamos a la vista de un cenote.

Paseamos los bosques de la Sierra Madre en primavera y estrenamos un restaurante de argentinos donde el postre era helado de vainilla con nueces y whiskey.

Vimos jineteras aburridas bailar en el Azúcar y a descomunales europeas enseñar las tetas en la playa, para delicia de los meseros que les servían tequilas y gaseosas.

En el mercado de Cancún engullimos libras de pescado frito con salsa verde picante, y lo trasegamos con cubetas de cerveza helada. Cenamos osobuco, desayunamos mirando delfines, y tomamos el café expreso más caro que haya bebido hasta que, décadas después, vi el que les venden a turistas esnobs en la plaza San Marcos, en Venecia.

Nos dimos buena vida y un día nos separamos, la Rita y yo.

No fue fácil ni agradable, pero esa no es la historia que cuento. Quedamos amigos. Eso es lo que importa.

Varios tropezones después recibí la noticia, recién llegado yo a Nueva York: Rita estaba enferma. “Llámala”, me conminó una amiga común.

La risa ronca y la voz triste. Me dijo algo acerca de la vida y lo inexorable, y ya no le pregunté más. La amiga me escribió un correo cuando Rita murió. Cáncer, me dijo, y no sé por qué entró en detalles: ya era suficiente mi tristeza.

A cada rato pienso en ella, como en las cosas buenas. Y resultó que esta mañana, diez años sin Rita, cuando me senté frente a la computadora tenía un solo mensaje:

Rita te ha enviado una solicitud de amistad.

Porque, como les decía, las redes están repletas de gente muerta.






Alex Heny (Ciudad de La Habana, 1964), es un hombre de familia y ciencia que escribe por pasión. Colabora habitualmente con portales de temas cubanos, Cubaencuentro y Neo Club Press, y desde hace cinco años escribe Un blog opinionero: http://havaneroenny.blogspot.com/. Monólogo para una señora de buenas tetas es su primer libro de relatos, y tiene una segunda selección en preparación. Ha vivido en Cuba, Europa, México, y desde hace siete años reside en Long Island, Nueva York.

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