Pedro Poitevin: en los pulmones del poeta muerto





LAS VENTANAS DE MI CASA

Las ventanas de mi casa
me ofrecen la luz del mundo
refractada, en lo profundo,
sobre lo poco que pasa.
Un instante se retrasa
cuando, en el filo del día,
me asomo a la celosía
de la ventana al oeste
y la bóveda celeste
brilla y luego se vacía.

Hay una ventana al norte
en el cuarto más pequeño
a la que voy cuando sueño
que he perdido el pasaporte.
Y descubro, sin que importe,
una imagen que perdura:
la quijotesca figura
de un viajero que no viaja
porque su norte es la caja
en que hallará sepultura.

Las ventanas de mi casa
refractan la luz del mundo
sobre el interior profundo
de lo que pasa y no pasa.
Y como la sombra escasa
que caminando proyecto,
mi pensamiento es efecto
de los ángulos distintos
de la luz en los recintos
que deambula el intelecto.

Hay un trío de ventanas
junto a las cuales me siento
a documentar el lento
devenir de las mañanas.
Me pregunto si mis canas
son ese reflejo leve
que detecto en el relieve
del callejón bajo el arce.
No sólo el olvido esparce
polen, flores, hojas, nieve.




RETRATO DE NARCISO CON SU MÓVIL

Narciso ensimismado en la pantalla
desliza un dedo cual velero al viento
sobre el acaecer del pensamiento
gregario que una red neural detalla.

Y cuando por azar su yema encalla
en el borde liviano del momento,
la brisa tibia cede al somnoliento
crepúsculo lunar sobre la playa.

La pantalla en los ojos de Narciso
también está buscando su reflejo
en otra dispersión de paraíso.

Su designio se pierde en el perplejo
devenir de lo leve en lo impreciso.
El lago es el espejo de un espejo.




EN EL JARDÍN

El cielo entre los hilos de los arces
absorbe los colores del otoño.
A veces viene el viento a desprender 
un puño de hojas secas que dibujan 
trayectorias distintas rumbo al suelo.

El ritmo de los pasos del prodigio
lo marca la hojarasca con crujidos
que se asemejan a susurros de asma.

Las copas de los arces son los bronquios
de un pulmón que envejece con el día,
y pienso en mis parientes Arce vivos
y en los pulmones del poeta muerto,

aun cuando no muy lejos tengo a mi hijo,
quien con ese su eslalon, esas fintas,
me lanza en direcciones encontradas,
y luego, un par de pasos frente a mí,
hace que el pie derecho apenas roce
la parte superior de la pelota,

y —vuelta de hoja— gira sin perder 
el equilibrio, exhala, planta el pie
derecho, y con la suela del zapato 
izquierdo, arrastra suave su primera
roulette en el estilo de Zidane.

Él y yo celebramos, pero escucho 
el ronquido del asma, casi mudo,
y sé que llega el tiempo del silbato.

Me rindo, por supuesto, y que perdonen
mis parientes —los vivos y los muertos—
que ya no piense en ellos de momento,
pero los altos arces de mi casa,
las hojas amarillas en el suelo,
y mi retoño futbolista y yo
estamos ocupados respirando.




PARATODOS

Todas las generalizaciones universales
caben en una sola hoja.

Es una hoja como cualquier otra,
pero en ella caben
absolutamente todas
las generalizaciones universales,
como por ejemplo,
todas las hojas del mundo caben
en una generalización universa
l.

Uno detiene la mirada en aquellas
que engendran paradojas,
pero no consigue detectar los pliegues:
todo es uniforme
en esa hoja en la que no hay cursivas.

El universo de la hoja contiene
todos los mundos
en los que siempre existe la hoja
pero ni tú ni yo existimos.




Pedro Poitevin (Friburgo, 1973) es doctor en Lógica Matemática y profesor en Salem State University, en Massachusetts, EUA. Sus poemas en inglés y español han aparecido en Rattle, River Styx, y la Revista de Poesía de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Su primer libro de poemas, titulado Perplejidades, fue publicado por Cooperativa La Joplin en México, D.F., en el 2015.  https://twitter.com/poitevin  

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