Ricardo Alberto Pérez: pasajes que la realidad inventa





A la manera de John Ashbery 

Me pregunta por las hortalizas,
sí la carne es magra
como este tiempo
en que nuestras palabras
se entrecruzan 
a través de una rara emoción.
Es solo un esqueleto
mucho hidrogeno 
que consigue borrar
la interferencia de la luz
la mirada torpe de los excluidos.
Su carne se asienta
sobre mi deseo
equilibrio,
introduce la tensión
tan agradable
como un cítrico 
permite 
que se transfiera 
al recuerdo
en  proceso de transporte,
es el panal
después de la castración,
consigo que los agujeros
me comuniquen
con lo inesperado,   
una seña 
vago vapor
genera inconformidad,
el ojo grande del caballo
retenido desde la infancia
ahora se inmiscuye
me fuerza
a obséquiale
una sonrisa tipo mandarina.
El labio al limite
conjugando polvo
con el leve movimiento
de una rama,
entonces se vuelve
vano lo que me tensaba
y en las muñecas
me advierto un óxido
recurrente,
la señal de subir el ángulo
ponerlo contra
su propia naturaleza
para que escurra
aquello que me permita proseguir. 
¿Por qué el día intenta
barrer la imagen ?
Si la imagen está
en el día,
multiplicándose
dentro y fuera del mosquero
sin herir pero raspando,
un descubierto que se congela,
no revienta en el arco
ni en la parte más blanda,
deja la quemadura 
y sopla más adelante
recolecta las pausas
para soltarlas
sobre las bandadas.
Me hago el esguince
lejos de los músculos
en ese término sigilo 
donde cantó su humedad
el temor disfrazado,
terco
imitando una danza 
que solo rocé con la pestaña.
 Así no nos percatamos 
de lo extraordinario
mientras lo estamos viviendo,
pasa un bicho inconexo
y siembra con desgano
la memoria.




El miedo 

en las fronteras
o a la hora de dormir
nos dirige.
Una línea de luz, el manchón
de la sombra, 
contenido
modifica el impulso,
vibra o tiembla
sin orificios,
no practica la higiene
ni tampoco lo contrario.
Dos caras
dos voces
cuando pasa el recolector
a retirarlo.
Se instala sin señales,
no silba,
sabe degradar sonidos
y los transforma
en una especie de susto.


( No admite adjetivos )


Una menuda circunferencia de fuego
se traslada en el interior nuestro,
provoca ruido,
sutil deshace 
o deshilacha
algún tipo de ilusión.
Tenaz la fuerza 
que no permite la quietud;
esa cabeza pequeña 
es una cuña
que meto entre la angustia
y la imposición de proseguir.
Quiero  quedarme
e inventar 
una patineta, 
transformarme 
en algo alternativo
como drones,
o dejar que silbe
sobre mí 
una carne compacta
y cínica .
Tiras el cuerpo,
recoges la mueca,
se gesta el boceto
de la tardanza,
un ápice de sueño
me desorienta.
Entre tejidos 
desprendo la lengua
de una línea pegajosa y tibia,
me brilla el ojo
y alguien puede pensar
que he visto la nuez 
en su afán de evitarme .
Tengo en su fondo
un repunte,
aquello que me saca
de lo rancio  y 
boca a boca me convida
a leer los cuentos
de Robert Walser.
A la hora de dormir
o en la frontera
cierro los ojos,
intento perder las referencias,
que el trabajo de mis pulmones
no pertenezca
a una latitud localizada,
que pueda entender
lo que me dicen
como se entiende
a un ave
mientras declina sobre las aguas.
No dejarse tocar
ni siquiera por la intención
o por la duda,
solo de mirarte
los estas interrogando profundamente,
pasas a ser
el rastro de la culebra
que no logran descifrar
bajo ningún tipo de instrucción
o hechizo.
Todo lo que te salva
puede ser clasificado 
como higiene,
un acto que descrema
y dibuja
esa zona imantada 
en la que pocos coincidimos.
Las salamandras me alegran
desde su tácita sinceridad,
confirman el ardor
de la palabra,
la agilidad del que comprende
su lugar y acoteja los fluidos
hasta en el último centímetro. 
Existe la equidad
pero no el equilibrio,
este fenómeno escinde 
y dispara las mitades 
a millón 
(en sentidos opuestos) .
Por ello trago
toda insinuación 
dejo que esa energía aliada
la procese 
y surjan pasajes
que son fuerzas 
en las que parasito
para luego despegar 
con el preciado forraje
de unas cuantas metáforas.
Hay una última 
que vibra circular,
atmósfera,
detona en los puntos precisos
que me hacen, deshacen.
Ardua jornada imaginar
sus zonas rugosas,
vedadas, tan solo un segundo
antes del desprendimiento. 




Paisajes de semen.

En un punto
entre el espejo y los cuerpos:
peces. Lombrices, huesos,
pajas, ramas, ojos, almacenes,
naves, bocas,
texturas,
allanamiento, espátulas.

Hacinadas voces
recolectan el herpe
para tatuar la manzana.
Toma valor
como si memoria
y  vida in progres 
lo fueran evaluando en
cada circunstancia,
aparición brusca  o tersa
se acoteja a un tempo. 
Cilindro con boquetes, luz, empates,
costurones recios,
plomo, paja, barro.




Ceniza

regenerar, generar 
corteza, difumina los bronquios
y el esfínter;
mide temperatura 
antes del estampido: 
suero que acoteja
la austeridad 
en los remaches, espesa intención.
Fósiles, conexiones, velocidades diferentes.
Paisajes que contaminan al paisaje,
lo vitaminan: A B C D E;
golpe de alfabeto 
sobre su monotonía,
campanas terracotas invertidas
como fosos
en los que despierta un raro aliento
mezclado con hollín.




Flowers ilesas no quedan…

Está en los escombros hermoso,
guiado por el deseo
de golpear su anillo,
bendecirlo: Plaf.
La mano en un piano circular
profundo,
concierta la melodía. 
Flor antídoto ruge
ante hielo antídoto:
el orificio  también se contamina
la temperatura alebresta
sube esa cresta
metiendo mis ojos en su juego.
En el rojo
te vuelves violeta, meandro…
brillo, simetría,
estocada.
Luz,  
abstracciones 
intensidades que terminan
pareciendo nubes, pájaros,
o simplemente leche para procrear. 
Luz, 
hablamos de un continente mórbido 
sobre el rojo,
blanqueamiento;
la boca tragará en V
los laterales del paisaje,
el centro, fístula.  
Disgregas materico
y verte en libertad 
prepara la moledora 
para un nuevo placer ;
en lo liso Ok
en lo ríspido Ok.
Materia que morirá en instantes,
déjala avezada,
obesa en el sitio
del ojo donde no llega
la demolición;
distintos elementos emergen 
para darte rostro;
la macana del polen 
se divierte con el salpicado.
Manchas (lirismos)
pasajes que la realidad inventa
para tu refugio, claustro.
      
    


 
 
 Ricardo Alberto Pérez nació en Arroyo Naranjo en 1963. Sus libros de poemas más recientes son ¿Para qué el cine? (Unión, La Habana, 2011) y Vengan a ver las palomas de Varsovia (Letras Cubanas, La Habana, 2013). Publicó una antología personal, Los tuberculosos y otros poemas (Torre de Letras, La Habana, 2008). Ha traducido a Paulo Leminski y otros poetas brasileños. Es integrante del grupo literario Diáspora.















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