Salvador Luis: Voz de un aliado


Son más de las diez y media y todavía no envuelves el cuerpo con las sábanas. ¿Qué estás  esperando, Martín? En cualquier momento podría llegar tu amante. Él le tiene fobia a todo esto, no lo olvides. Podría desvanecerse si es que entra en la alcoba y descubre el cadáver sobre el piso del baño. Tal vez no pueda dormir tranquilo por varios meses. Te podría abandonar. Debes actuar de inmediato para que no se lleve la peor parte, después de todo, quien ideó este lastimoso rito de expiación fuiste tú.

Todavía hay tiempo suficiente para arrojar el cuerpo al terreno baldío y regresar al apartamento sin ser sorprendido por nadie. La señora del tercer piso hiberna apenas suenan las ocho, así que no tienes por qué inquietarte por vecinas impertinentes. Además, está a tu favor la lluvia que cae en estos momentos. Ella obliga a los conductores a manejar con mayor precaución. Tu amante no es precisamente un hombre que abuse de las vías rápidas ni de los riesgos, sin ser dadivosos podríamos estimar su llegada una media hora más tarde de lo usual. No temas, Martín, recuerda lo que decía tu padre cuando eras más joven: «Los hombres no saben lo que es el miedo.» Discúlpame por sonar tan sardónico, pero en vista de las actuales circunstancias reciclar los pobres estereotipos de tu padre no nos vendría mal. Debes enfrentar los deslices con temple, querido Martín.

De acuerdo, ambos sabemos que estás un poco turbado y que las flaquezas te causan agobio. Sé que cada nueva vez te cuesta más cometer estas atrocidades, pero olvídate de la pesadumbre por un rato y mira a tu alrededor. Ese cadáver te puede acarrear una infinidad de problemas si es que no lo sacas del baño inmediatamente. Y en estos momentos no me refiero a tu amante, quien obviamente sería uno de los mayores perjudicados; yo más bien estaba pensando en los vecinos, en el podólogo, en Sammy y en Lucio, y por supuesto en tus arrendatarios. ¿Te imaginas si se enterasen de la clase de vida que llevas? Abandonarían en el acto la casa. Es obvio, ellos tienen hijos regordetes y mascotas que mueven la cola, son demasiado tradicionales para tu tipo de vida. Por más fastidio que te cause el reclutamiento y traslado de cadáveres, tendrás que sobreponerte y continuar como si nada hubiese sucedido. Es eso o confesarle la verdad al resto de seres humanos. En su debido momento tuviste la oportunidad de ser otra persona, de vivir sin tanta algarabía, le hubieses hecho caso a tu padre cuando te ofreció ayuda, querido Martín. Ahora, desdichadamente, estás muy mayor como para reordenar tu vida. La próxima semana cumples medio siglo, pequeño. No lo olvides.

Y pensar que hasta hace un par de años aún gozabas de un físico relativamente envidiable. En los bares de la costa nunca faltaban los enamoradizos que competían por tocar tus brazos. Siempre los tuviste perfectamente nutridos; ellos y ese cabello castaño fueron tus mayores orgullos por mucho tiempo, a pesar de que el segundo fuera levemente artificial, ya sabes, por el servicio del tinte y esas cosas. En realidad, las máquinas del gimnasio también ayudaban a mantener tu cuerpo en armonía, pero en el fondo esas son pequeñeces que no tienen la menor importancia, Martín, ya que«todo vale cuando se trata de alimentar el espíritu.» ¿No es cierto? ¿No fue esa la frase que acuñaste de adolescente cuando fumabas marihuana a escondidas? Te he escuchado repetírsela a todos y a cada uno de los que han acariciado tus pectorales, excepto a este último, al amante que ojalá se demore más de lo acostumbrado. Nunca he sabido por qué no se lo dices también a él, se lo ve tan decente y afable. Perdóname, Martín, pero este nuevo muchacho es mucho más estético que el contador con el que andabas meses atrás. No te puedes imaginar cuánto repudiaba a ese tipo, codearse con él era realmente denigrante. En cambio con el nuevo todo es distinto. Es alto como tú, no desproporcionado, y sus ojos azules brillan de una manera muy singular. ¿Sabes a quién me recuerda? Al noruego que pasó por el puerto cuando trabajabas en aduanas. ¿Cómo se llamaba?… Bueno, él sí que era todo un espectáculo, y tenía unos pómulos tan llamativos como los de tu nuevo amante. ¿No te parece?

Ese noruego te lo hizo una vez sobre una mesa. Era un verdadero animal, ni siquiera se quitó los pantalones. Pero esencialmente era esa falta de modales lo que más te atraía de él, aún más que sus pómulos. Fue una verdadera lástima que tuviera que regresar a su país. Te conozco y sé perfectamente que te hubiera encantado continuar viviendo aquel desenfreno por un par de años más, ¿no es cierto? Pero ahora las cosas son distintas, juegas a la vida de otra forma. En la actualidad hay que cuidarse del sobrepeso y frotarse la crema humectante a diario para paliar las arrugas. Ahora, más que en el pasado, hay que procurar ser discreto y muy mimador con los amantes, pues solo los mimos y la discreción aseguran una relación sólida. Y claro está, el dinero, eso jamás será prescindible. Sin esos papeles impregnados de gérmenes no se puede vivir en este mundo atroz. Pero no te agobies por él, Martín. Mientras los inquilinos continúen pagando el arriendo con puntualidad, todo caminará sin problemas. Además, siempre tendrás la herencia que te dejó Abigail. Qué lindo gesto tuvo tu pobre hermana; yo nunca comprendí cómo nos dejó tan pronto. Definitivamente, es muy cierto eso que dicen en las telenovelas, que nadie es dueño de su destino ni de su corazón. Abigail no te heredó millones, pero siendo juiciosos se puede vivir plácidamente de aquellas inversiones y propiedades. Tú eres muy hábil con los números, estoy ciento por ciento seguro de que sabrías qué hacer en caso se presentara alguna emergencia, inquilinos morosos o algo por el estilo, y tuvieras que tocar parte de ese dinero.

Hablando de herencias, ¿pensaste en lo que te dije hace unos días? Sé que fui un poco latoso, pero sabes muy bien que no sé comportarme de otra forma, querido; la falta de pelos en la lengua es la que no me lo permite. Bueno, te hacía la pregunta porque no me parece correcto que lo sigas aplazando, Martín. Recuerda: nadie es dueño de su destino. Mientras más rápido arregles esos documentos, más tiempo habrá para relajarse. Deberías hablar con Lucio, como él es tan relacionado seguramente conoce a la persona idónea para el trabajo. Dile que te recomiende a alguien, siempre es mejor así. Ya sabes cómo son algunos abogados, a veces se aprovechan hasta de su propia sangre. Francamente, yo no entiendo a esa clase de profesional, se memorizan cuatro leyes y dos palabras en latín y se creen con el derecho de mirarte por sobre el hombro.

Perdón, querido, discúlpame por haberme desviado del tema. Bueno, en resumen, y con esto te prometo que ya no hablo más acerca del asunto, busca un abogado confiable de una vez y redacta el documento con su ayuda. Sabes muy bien que no te digo estas cosas con mala voluntad, Martín; yo te estimo más que nadie, simple y llanamente te lo sugiero porque siempre es mejor estar preparado para una desgracia. Como eres muy obediente estoy seguro de que comenzarás los trámites ipso facto. Por supuesto, yo también conozco algo de latín, pero a diferencia de los estudiantes de derecho lo aprendí leyendo los clásicos y no en esos libros voluminosos que se memorizan ellos. Ut longo tempore duret amor, dijo el poeta.

Los romanos sí que sabían expresarse. Claro que su cultura, en muchos aspectos, era un calco de la griega. Aun así yo diría que no se les puede quitar ningún mérito a los patricios, nadie edifica imperios todos los días, ¿no, crees? Los griegos también eran dignos de celebración. ¿Cuánto darías por un viaje en el tiempo al año 500 a. de. J. C., Martín? Yo lo daría todo; daría todo por siquiera meter el dedo meñique en el ombligo de un heleno. A veces me dan ganas de fijar una cita con uno de esos psiquiatras poco ortodoxos para que me practique una regresión completa por medio de la hipnosis, ¿sabes? Tal vez resulte enterándome de que en alguna vida pasada fui maestro de despertar sexual y que ayudé a algún efebo a iniciarse en las artes corporales. ¿Te lo imaginas, Martín? ¿Yo pisando un ágora? Si la vida fuera como en los sueños, ¿no?

Bueno, querido, ya casi son las once de la noche. No puedes seguir prolongado el traslado de aquel cadáver por más tiempo. Es ahora o nunca, Martín. Envuelve el cuerpo con las sábanas y llévalo al lugar que acordamos. ¿Sabes qué podrías hacer? Podrías vestirte con ese atuendo que usaste en la fiesta de disfraces el año pasado. Póntelo sobre la ropa que llevas hoy y después, luego de arrojar el cadáver, deposítalo en algún contenedor de basura que encuentres por ahí. ¡Vaya, cómo no se me ocurrió antes! Pudiste disfrazarte de policía desde la primera vez. De todos modos, no olvides pasar por la botica y comprar alguna gragea para la sinusitis. Asegúrate de causarle una impresión inolvidable al farmacéutico por si fuera necesario contar con una coartada. Y recuerda que debes regresar por la calle que da al parque, ese camino es mucho menos transitado.

Sé que es un dolor de cabeza esto de cuidarse tanto, Martín, pero por lo pronto no tienes otra opción. Últimamente he tratado de encontrar una fórmula que te permita disfrutar de ambos placeres a la vez, ya sabes, del amante y de esto. El remedio no es sencillo, sin embargo la otra noche, cuando arrojaste al anterior, tuve un sueño diferente. Sé que te va a sonar descabellado, pero si lo piensas por un momento, te darás cuenta de que no es tan mala idea después de todo, modestia aparte, desde luego. Vamos a ver qué te parece, querido, se trata de lo siguiente. No sé si recuerdas aquel drama que leíste alguna vez en tus ratos de ocio, el que escribió ese hombre llamado Goethe. Dime una cosa, Martín, ¿estarías dispuesto a hacer lo mismo que su protagonista? No olvides que si llegas a un acuerdo definitivo, te podrías olvidar del doctor en leyes y del documento y del resto de tus preocupaciones. ¿Qué opinas? Dale vueltas a mi propuesta esta noche. Piensa que podrías empalagarte con ambos dulces y por el tiempo que tú mismo escojas, siempre y cuando te animes, lógicamente. Como eres muy sensato sé que vas a poner manos a la obra a primera hora. Lo único que tendrías que perder sería tu alma, y en estos momentos desperdiciarla es lo de menos teniendo en cuenta su reducido valor. En realidad, esa es la mejor parte de todo este asunto, Martín, ¿no te parece? Ese tal Mefistófeles sería el mayor afectado. Prométeme que vas a pensarlo y a ponerlo en marcha en las próximas horas, querido… Memento mori.




(Del libro de relatos Otras cavidades (Elektrik Generation, 2017) ).




Salvador Luis (Lima, 1978) estudió dirección de cine y un doctorado en Romance Studies (University of Miami). Es autor de Miscelánea o el libro geminiano (2006), Zeppelin (2009), Prontuario de los pies y de los zapatos (2012), Shogun inflamable (2015), Otras cavidades (2017), Piezas (2018) y Tres baladas (2019, en coautoría con Juan Manuel Candal y Ramiro Sanchiz). También ha preparado diversas antologías de cuento iberoamericano, entre ellas Asamblea portátil (2009), La condición pornográfica (2011) o Kafkaville (2015), y la colección de ensayos Salón de anomalías. Diez lecturas críticas acerca de la obra de Mario Bellatin (2013). Actualmente, se desempeña como catedrático de cine y literatura. Sitio web: www.salvadorluis.net

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