Mario Pera: el pozo dentro del cual se esfuma la vida




El taxidermista 


Había un cuerpo que solía llamarme: 
ciego pescador de expresiones. 
Alacrán, 
siempre dispuesto a incrustar su estilete. 


Cada nueva piel, 
cada nueva carne que brota de fecundos huesos, 
alimenta en mí un prurito devastador 
al crear formas perfectas 
extremadamente apetecibles de 
perennizar. 


El arte, 
materia de mi adoración y angustia, 
es el oscuro traje de lo que se define a sí mismo 
como el pozo dentro del cual se esfuma la vida; 
es el último brillo 
que emana del filo de mi navaja 
antes de inocular 
la muerte. 


Es en aquel febril momento, 
mientras la sangre de mi obra ve mutilado su fluir, 
que se inyecta en mis iris: 
el delirio del suicida
y reverdece 
aquella antigua manía.


Entonces, 
ríos blanquecinos con olor a formol 
invaden mis venas, 
y la inquietante frialdad y aplomo 
que requiere mi oficio, 
me sumerge nuevamente en la obsesión 
por eternizar cada enigmática figura, 
que entre mis manos, 
reclama una nueva existencia. 


Gota por gota, 
se filtra presurosa la sal de Boro 
por las rendijas de mi tórax, 
discurriendo ligera 
como un raudal que a su paso muerde 
la orilla de mi sangre. 
Y se desata así la bestia, 
y ruge el animal descontrolado 
al elevar en su puño el escalpelo 
para luego hacerlo danzar desnudo 
entre la carne y las entrañas, 
bajo la lánguida luz cómplice 
de una inmisericorde lámpara. 


Mi labor halla así su motivo: 
cada emigrante vestido debe restaurar su pulso; 
debe 
retornar ficticiamente a la vida.
Hace algunos años, 
había un conjunto de letras, 
una tendencia a pintar y a observar ciertos cuadros 
que solían describir cabalmente 
la impavidez de mi oficio: 
el por qué desde hace tanto 
mi raza es estéril. 

(Salzburgo)




Roma (S·P·Q·R·)

Camille,
¿estás segura que tras deshojar cinco tréboles,
il Colosseo revivirá su antigua esencia letal?
He advertido,
que soñaremos con extender nuestros brazos
entre la inmensa multitud que exige:
¡panem et circenses!,
y que luego rozaremos
las copas de los árboles cercanos
hasta rasgar nuestras manos asidas
por todas las almas que en la arena perecieron.
Considero,
aunque quizás resulte que únicamente te expongo aquí
un cruel anhelo mío,
que los antiguos arcos del Ponte Sant’Angelo conservan
la forma perfecta de las caderas de una mujer.
Hace dos noches
mientras tus parpados se cerraban
y ponían fin a tu existencia diaria,
escuché el quejido tosco de los cascos de un caballo,
no era un equino cualquiera observé era
misteriosamente
la encarnación y mejor gloria de la cuadriga,
un habitante desconsolado del vecchio Palatino
que ante mí acudió
a suplicar borrase de sus herraduras
cualquier rastro de sangre de antiguas batallas.
J’adore ma belle Camille,
despertar besado por el pico de una paloma hambrienta,
transitar por la Piazza del Popolo
con ambos brazos liados y
los dientes contritos
rezando:
¡sacro popolo romano!,
¡voglio esser il tuo più caro figlio!;
pues ésta es,
la ciudad parida de la traición de Amulio;
la ciudad que vive de lamer
la sangre envenenada del granEneas.
Henos aquí entonces mon adorée,
sin un cuarto de denario en el bolsillo
sin historia, norte, cultura o nación
que nos reclame hijos suyos,
no siendo sino bastardos en desamparo
que exigen –o imploran–
ser reconocidos como miembros de la romana estirpe.
A capite ad calcem
alios ego vidi ventos; alias prospexi animo procellas
beatus ille quem vivere in locus amoenus et carpe diem.
Docta ignorantia
reductio ad absurdum
maior sum quam qui mancipium sim corporis mei.
¡Romanus!,
Deus vult
alea iacta est…
morituri te salutant.
Gigni de nihilo nihil
 in nihilum nil posse reverti.
He podido observar,
que de cada ciento cuarenta y dos visitantes,
uno mordisquea levemente el Obelisco Flamineo.
He ahí pues,
el génesis de su inexorable destrucción.
Caminamos ma belle Camille, caminamos
mientras vemos pasar el invierno
entre las grietas de nuestros pechos
con un poco de pasto seco, vino y fango en las botas,
convalecientes de una extraña enfermedad
que ataca únicamente
a los peregrinos romanofílicos como nosotros.
¿Recuerdas que días atrás viajábamos hacia esta ciudad
enredados entre los bosques y la luna?
Mis manos eran plumas que escribían el otoño de tu cuerpo,
y tus labios
dos preciosas rayas de cebra pintadas en tu rostro.
Y fue aquel pordiosero tuerto
quien labró muy quieto,
en el lodazal de nuestra mente,
una frase abandonada al simbolismo:
tutti siamo morti,
pronti per cambiare il corpo
ed esser battezati dal fuoco.
L’ingresso all’inferno non è nella porta seguente,
ma è scolpito negli occhi del gufo.
La nuestra, Camille,
es una historia tempestuosa de amistades predilectas;
de un amor no consumado y mantenido
como una conserva
en una lata de atún podrido.
Pese a todo,
nuestras suelas han devorado juntas, muy unidas,
cada pedazo de la Via del Babuino;
y llegaremos,
sólo hasta donde tú lances los dados.
Pero no me mientas, Camille,
fuiste tú quien dejó de vigilar la Kerkoporta
allá en Constantinopoli,
¿y así planeas ser la guardiana de los sueños de la cristiandad?,
¿la dueña perpetua de las llaves de la Basilica di San Pietro?
Cuán lejano se vislumbra tu deseo si es así,
pues aunque tu sollozo ablande nuestra sentencia
tus lágrimas no hacen sino
ensanchar el cauce ya casi marchito del Tíber;
entonces,
déjalas huir por la ventana
ya que son lluvia que riega un terreno estéril.
No obstante,
tampoco rías con menos esperanza,
ya que tarde
más allá del minuto sesenta,
recogeremos las cruces en las que has sido clavada
y las rocas con las que comenzaron a lapidarte
y las convertiremos todas
en muebles de cocina.
El Viejo Mundo no te condena,
es solo que cada tanto
tu nombre confunde la confianza
con la que los nuevos etruscos te admiran
y pierdes los papeles,
tornándote en una niña que gruñe amargamente
cuando no tiene entre sus manos
su preciado juguete.
No temas, mon amour,
que esto discurrirá lento
como aprender a declamar el mejor poema,
y es que en el fondo, lo sabemos bien,
todos quieren ser como tú o como yo,
brioso Carro de Helios
que se lleva consigo la claridad
y devuelve el ocaso al horizonte.
¿Dejaremos entonces que Roma viva siquiera un segundo sin nosotros?
Belle Camille,
¿permitiremos que la historia nos juzgue como unos malos hijos,
fracaso de una educación inapropiada de estilo luxemburgués?
Lo sabemos bien
puesto que es lección ya aprendida:
ambos somos el cometa que arremete contra la galaxia
y causa el pánico silente en los humanos.
Escucha, mon aimée,
llegan a nosotros aires de antaño,
es el murmullo de los magnos gladiadores
que rezan al filo de sus espadas
mientras sus escudos palpitan,
señal clara de que nos esperan
para iniciar la eterna Munera.
En el Coliseo
aún se vislumbra cómo las galeras ondulan sus maderos;
renace así la naumaquia,
se desatan los nudos del infierno y
despiertan, finalmente,
los demonios de Nerón.
Camille, ¿mi corazón bastará para ser templo de tu amor?
Ne me mentez pas, s’il te plaît.
¿Roma y los romanos serán los inequívocos elementos
cuya grácil conjugación
traerá como resultado
que el territorio baldío que es tu pecho
se deje irrigar copiosamente por la lluvia que,
en acompasado desfile,
resbala de mis angustiados iris?
Estoy seguro,
Roma hallará en sí la fortaleza
para ser la manzana que me ofrezcas a morder
y consolidar, así,
la máxima traición.
El triunfo de la mala vida
ha dado como divino corolario,
que todos los caminos
conduzcan a Roma.
Roma quadrata
ma péniblement belle Camille,
nostra Cittá Eterna.

(Roma)

(Poemas seleccionados por el autor de Preparaciones anatómicas (2009))


***




Oración del clochard moribundo


Tres manchas de mierda
develan mi rostro mejor que cualquier fotografía
al menos ese soy yo, digo
un adorador egocéntrico
la lepra en el culo de mi familia
el rosario de mi madre
que arde bajo mi almohada


y todas las cruces
resbalan de mi cogote desorientadas
mientras oigo caer sus oraciones en saco roto
y en mi sueño más calmo
veo que Lima arde, mi familia arde
este poema entre tus manos
arde
mis huesos se ampollan
y mi sangre adelgaza hasta convertirse
en cuerdas muy delgadas que me ahorcan.


Siempre fui un mal hijo
soy agnóstico y me masturbo, pero
mi sangre jamás nutrió
el ideal de otro cuerpo.


Un buitre viejo me observa
y canta un estribillo alegre
donde se yergue el árbol de Judas
yo también soy un traidor, respondo
vendí mi nombre y mi voz
la enclaustré eternamente
en el llanto de mi madre.


Por primera vez
suda frente a la Cruz
un hombre que ya ha muerto.



Brecht entre clavellinas

I
Sentado y con las manos sucias
pensó que era un viejo estúpido
una más de aquellas lozas de mármol de la plaza
que pudieron ser talladas con mejor arte para lograr un David
una Venus
u otra diosa de senos sutiles
y nalgas abultadas
pero en algún momento su destino sufrió un desvío
su divinidad tropezó en el pico del cincel
y con cada crujido su piel fue burilada
como un tótem incapaz de profanar su propio culto.
Aquel revés se hizo indeleble
y con el paso del tiempo tuvo que conformarse con ser
un bloque más de la plazuela o
el ignorado detalle
donde cagan las palomas.


II
Sentado
observó el asfixiar del día en el ocaso
y deseó guardar sus dudas
en la felicidad de otros
en la ruma de palabras que año a año
nombró como algo importante, casi urgente
el eterno espiral de preguntas
que talló en la memoria de su boca
la matutina barbarie de una frase:
Tú que me diste la palabra
ahora solo estorbas mi lengua
cada vez que la invocas.



(Poemas de Ruido Blanco (2011))





Mario Pera (Lima-Perú). Abogado por la Universidad de Lima y diseñador gráfico. Director de la revista web Vallejo & Co. y de la editorial del mismo nombre. Obtuvo el Premio Ilustre Municipalidad de Cuenca en el Festival de la Lira (2013). Ha publicado en poesía Preparaciones anatómicas (2009), Ruido Blanco (2011; 2015 y 2016), The Most Natural Thing. New American Poetry (junto a David Keplinger, 2016) e Y habrá fuego cayendo a nuestro alrededor (2018); en antología De este lado del cielo. Nueva antología de la poesía peruana (2018); y en ensayo Fare l’America or learn to live in it? Italian immigration in Peru (2012) y Comunicaciones marcianas. Revista Amauta, a 90 años de la vanguardia peruana (junto a Roger Santiváñez, 2019).

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