Verónica Durán: cuántos cráneos le adornaron
A R A U C A R I A A R A U C A N A
Araucaria era gigante su hechura de roca y tan sola sobresalía —deidad desfondada—, que el mar quiso lamer con belfos de tifón partir su encanto y arrastrarle hacia su fauna.
Araucaria habló —monarca entre cautelas—, araos cardaban su vértigo lanzando avisos de estirpe. Cierto aire a estantigua forestaba
y granujas le increparon:
<< ¿Quién puso esta imagen en el rincón de las fascinaciones? ¿Qué fábula ahumando zureos de una tempestad? >>
Con úlcera y escoria
fogatas para el asedio
se enceraron territorios y nombraron sucesores.
Era excelsa la avidez
un cascote como hollejo sobre huerta esquilmada.
Araucana se contuvo adujada en su estrella aunque el filo persistiese.
No sabían los agravios que al sesgo
ella adivinó:
<< La maldad es un frasquito
que babea e inocula
costillares por milenios.
Sanguja. Luego rabia.
Cristal de su propia actitud.
Envicia /no transforma /se insinúa confidencia:
¿arma con súperpoderes?
Y no hay coz que se interrogue
solo un blanco
blanco blanco. >>
Los embustes se siguieron y afeitaron tan injustos que Araucaria dejó pensar:
que otra vida oscurecía:
otra plata hacia el exilio.
Sin colores que entender, sin más ubre que ternura —pastora de su silencio—, fue olvidada y por entonces, polen
de
su enigma.
Conífera remota va soñando entre volcanes
ahora que el presente se libera
y descubre
cuántos cráneos le adornaron.
Verónica Durán González (1983) Autodidacta multidisciplinar. Cuida de una familia numerosa de gatas junto a su padre. Ha autoeditado dos poemarios: Páh, Blanca Foresta y Corazonar. Actualmente compagina sus estudios de moda con la escritura de su primer disco.