Nestor E. Rodríguez: los matices de un barro ancestral
Elogio de la llave
Cómo se juega la llave su esplendor metálico,
la dentada caricia vacilante
frente a la vecindad esférica del pomo.
El primer miedo
Miedo pánico llamaron
a esa primera permanencia a la deriva
que de los metales reventó la calma:
miedo pánico, el primer miedo.
Lullwater Park
Danza la ardilla, grácil,
frente a las dunas del patio.
En su metódica premura
se afinca nuestra equivalencia:
nostalgia del lugar.
Abandonar la casa
Abandonar la casa,
sus oquedades íntimas,
sus vacíos de tiempo
densos y numerosos.
Vuelvo la mirada
para no perder la marca
de mi desasimiento
-hoy son otros los terrores-.
Dejar la casa,
renegar de su cadencia,
ese páramo de gestos
aprendidos y sin embargo
tan insólitos al amparo
de cada floración.
Izamal, México
Lengua rota la que amarra
los ejes de esta comarca
y el amarillo encendido
de sus agrimensuras.
Asimilar la eclosión
de esa ruta accidentada
que se interpone al paisaje
como un espejismo
invita al desasosiego.
Y sin embargo asientes,
regalas de tu fijeza
el don multiplicado.
Ruinas de San Francisco
Allá donde el techo regio
complicaba las cornisas
un ocaso de palomas
encandila la tarde.
Volutas, frisos, balaustradas,
todo va cediendo -no sin lucha-
ante el embate yodado del mar.
El salitre lava la piedra con eficacia,
como queriendo devolver a la tierra
su chatura primigenia.
Solo estas aves
conservan impasibles
su porte señorial
y cimentan con el fracaso
de su aleteo lo que alguna vez
fue arco, entablamento,
bóveda, arquitrabe.
El servidor de misterios
Al atrapar un gorrión
hallé mi propio peso,
la rotundidad de mi peso
engulléndome
en una espiral de asombro.
Ya no vendrás a Albión
Ya no vendrás a Albión,
en donde el limo
se adhiere a la piedra
con una gracia macabra.
Esas catedrales
nada te dirán,
ni las calles
imaginadas con esmero.
La opacidad es aquí
materia cotidiana,
se cuela por las hendijas
en millares de partículas
hasta cubrirlo todo.
También los cuerpos
arrastran sin saberlo
los matices de un barro ancestral.
Pero, contra toda esperanza
de reconquista,
hay destellos de claridad
despabilando la grisura
de los campos.
Liquen y piedra
La piedra calla.
Sabe que en el empeño del liquen
se esconde un drama atroz.
No está claro
si rehúsa esa cercanía
o bien la propicia
en una imperceptible danza.
Trivium
Por años he regado una planta
abandonada por alguien
al despedirse.
La he visto crecer,
orientar sus hojas
en dirección de la luz.
Ese impulso ha doblado su tallo.
Dependiendo del ángulo
desde el cual se mire,
en ocasiones adquiere
la forma de un signo de interrogación.
Otras veces es el dibujo
de una encrucijada
de tres caminos.
Ambas figuras hallan
en la planta la posibilidad
de una historia que las redima.
A veces una pregunta
anuncia caminos que se cruzan,
fragmentos de algo
que pide acontecer.
Herencia
Camino
con los zapatos de mi hijo,
con paso acelerado
recorro las calles
que ambos transitamos
sin pensar en los itinerarios de la prisa.
Los zapatos que el niño deja
son su manera de empezar
a criarme como al infante
que él un día fue
y que ahora se difumina
en la severidad
de su nueva piel de hombre.
Declaración
Esto no es una ciudad, es un osario.
Y en medio de esta huesera
acecho y me sorprendo
de mi cuota de costumbre,
un esqueleto que sortea
ejércitos de párvulos.
Horizonte de sucesos
En el vértice del fulgor
el oro que flamea
y no parece invocar
con este lance nada,
ni una mueca rotunda
ni un sobresalto.
Néstor E. Rodríguez (República Dominicana, 1971). Sus poemas han sido publicados en revistas y suplementos literarios de América latina, así como en diversas antologías del continente, entre ellas la Antología de la poesía latinoamericana del siglo XXI (Siglo XXI, 1997) y El decir y el vértigo: panorama de la poesía hispanoamericana reciente (Filodecaballos, 2005). Es autor de Animal pedestre (San Juan: Terranova, 2004), El desasido (México: El Billar de Lucrecia, 2009), Limo (Rio de Janeiro: OrganoGrama, 2018) y Poesía reunida (Santo Domingo: Zemí, 2018).