Gustavo Melara: un murciélago cruza el olvido



PONIENTE (A CONTRAPELO)

Con sus ojos de cielo recibe esa espuma
argentina, para, y todo el llanto en un grito:
moneda gris que quiere ser mariposa,
es mar, se extiende en la frente de la niña-palíndromo.
El llanto vuelve a sujetarse de los labios,
se trepa por las paredes de cal,
azuza (poniente) los oídos de la madre.
Azulona niquelada, se viste su traje de noche,
llama con fuerza en el cristal, Ana la reconoce: levedad momentánea,
se deja arrastrar por la luz, le toca la frente: “Niña, soy
yo, las sombras inflamadas de la noche,
anagrama de la nada, vengo a quedarme, vestida
de franela, hasta que nos desentendamos. Des-
piertas cuando la clara infusión entra por
este mismo ojo. Te inicias con este rito de hielo”.
La niña observa con su mirada de palabra,
reconoce (se puede creer) el rostro del padre
y emprende el llanto de tortuga.




LECTURA

Rejuvenece en el asfalto: mira a todos lados.
Cubierto de musgo amarillo, escucha:
“…Comme je descendais des fleuves impassibles…”
Arroja la batuta, se cuelga del badajo
y vibra con él.




AURORA EBRIA

La respuesta aparece con delantal
blanco, se olvida
entre nosotros hasta puntualizar la memoria,
melancólicamente encastilla recuerdos:
callada, se vuelve sonrisa abierta,
contando finales prolijos que
han madurado durante soledades
de luna baja, románica,
semejantes a la lozanía de las estrellas.
El jardín proteico
sin imponerse en su verde;
el ribazo sin limitar su arabesco en lirios;
martín pescador de reflejos, camufla:
a lo lejos, las casas –sueños recelosos-
de cal y hormigón dan a la mañana una nota ligera
y lanzan canto y aromas sigilosos de cocinas.
El delantal, rezumando a madre,
Se seca en sus silencios
de luna rota: resuelta,
plancha los dobladillos de su memoria.




KALAVINKA

Pagoda de luz, Kalavinka, juego de armas blancas,
rompes el sueño ligero de la rosa,
lo trasladas por el vano: inundas al lirón con
una bocanada de fe, y la mañana, la mañana,
se detiene en tu pecho poblado de azahar.
En la sábana sinuosa, tuya, hacia fuera, se recoge
sombra de volcán sostenida por la imaginación.
En lo más profundo de tu caza
(araña invisible)
alcanzas a provocar un aliento
o una continuidad ubérrima
de playas negras, lisa en la sombra
de tu tarde -gaviota perdida entre las malvas.
Vas sosteniendo tu canto polifónico,
las sutilezas de tu tejido blanco, poderosa visión
del maestro y su oído hacia dentro
compuesto de armonía de violín (Opus 61).
Se detiene el carro de tu deseo, lo detienes,
las notas alcanzan ese primer movimiento, momento
hacia la diapasón que asciende, epifanía de castillo que
se dibuja nítido y se sube al ánima.


ROMANCE DEL ABUELO

En el salón se pasea,
anda desnudo en el tiempo;
melancolía de cirio,
música que escucha lejos.
De esperar se cansó el piano,
el violín traza esperpentos;
y los discos ya no giran
en vueltas que van al cielo.
Y la sonata querida,
con la que prendió algún cuerpo,
la trescientos treinta y uno
del más perfecto maestro,
con una sonrisa asoma,
se pierde en el salón muerto.

Hay unos días, algunos,
cuando visitan los nietos
que la sala se ilumina
y se deslíe el silencio.
Hace alarde de su trazo,
se suceden los recuerdos;
la triste melancolía
se hace melodía en vuelo.
Nos habla desde la música,
la que dura más que el tiempo;
se detiene en albas, ríos,
fugaces divertimentos;
el sonido del violín
suspendido está en el sueño.

Iba tocando sin prisas,
se le escapaban recuerdos,
y la azul melancolía
era melodía en vuelo.
A distancia su violín
era perfecto instrumento;
en el piano se escuchaban
rumores de los maestros.
Quería contarnos todo,
cantarnos todo el recuerdo:
ya se iba haciendo la noche,
quedaría el pueblo lejos,
y el leve rumor del piano
se lo llevaría el sueño.

La noche caía sola
en la tarde del abuelo.
El claro temblor de su voz
se fundía en el recuerdo.
A la sombra de los años
Lázaro seguía muerto;
había resucitado
para continuar muriendo
ese atardecer de luces
y unos oídos atentos.
Melancolía de cirios,
música que escucha lejos.





EL CIRROCUMULO CONSIENTE (VIÑETAS)
a mis hermanos Oscar, Agustín y Helen


El cirrocúmulo consiente la mirada del chonte perchado
en la luz del caimito y su mañana.
Los ojos abiertos, y a veces meditando,
los pasos de mis hermanos se componen
de almendros y capulines, de alguna maraña
de puntualidades suspendidas frente al volcán,
de los helechos que aguantaban algún penalti.

El mango consiente el brillo del almendro
y el vuelo del murciélago en la brisa de encaje.
Diciembre se olvida en su luz que sube desde la raíz.
Mercurio juega pelota, consigue colgarse
de los vuelcos del viento y anota.
Callado, el nido de sinsontes canta
sin desafinar. La silueta se graba y se revela
en el ahora, en el todavía y
en la mañana de una foto.

Confundido entre la noche, guiado por gotas
de farolas, las manos atrapaban luz,
las sombras acortaban distancias. De repente
unos zumbidos se entregaron en bala rompiendo el sereno:
el Tío más Tío se vislumbraba Mosquetero,
colín desenvainado, herido de temor entre pecho y ojos.
Un murciélago cruza el olvido.

Cruza el agua y la entiendo clavecín, viaja (la menor)
del ahora al ahorita al ahora mismo.
Irrumpe en el cielo y sus cirrocúmulos
y va perfumando con estelas
de alcanfor sus vuelos de Nueva York a París,
comprobando el latido de los días,
aprobando el silencio de lo que sabemos y que nos hermana,
hermanando las distancias,
hermanándonos por teléfono (a los cuatro)
o en la suerte de una visita.


José Gustavo Melara (Usulután, El Salvador, 1969) reside en Estados Unidos desde 1983. Hizo sus estudios secundarios y postsecundarios en Nueva York, Colorado y Cincinnati. Actualmente reside en Boulder, Colorado, donde, desde 1995, es profesor de lengua española y filosofía & letras en Front Range Community College. Sus poemas se han publicado en varias revistas literarias y ha participado en congresos de poesía por todo los Estados Unidos. Además ha dirigido talleres de traducción y sus traducciones de poetas como Walt Whitman y Wallace Stevens han sido publicadas en revistas en México y otros países. En sus pupilas una luna a punto de madurar es su primer poemario publicado.

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