Rafael Antonio R. Diez: voz antigua que nadie escucha



Mito 

De pronto apareces
como mito violeta.
Con esa risa tuya de algas y de mar,
como nube feliz y juguetona.
Miras 
y me veo en tus ojos.
Es momento de rendir el rostro a la llovizna,
sin el temor del relámpago.


Espuma
Animal de seda y fuego oscuro.
Ausente, 
como la espuma de antes,
aguardas el naufragio y la isla imaginada.


Perla

Perla viva,
ríes y es como la espuma.
Simulas lo feliz de mis momentos
y encuentro,
por fin,
un desatino.
Y rio.
Yo, 
el silente, el que observa.
Fantasía nocturna.


El beso 

Ese espacio efímero del beso,
ventana al cosmos otro de tu alma duende.
Maravilla del incauto,
alivio del que vence,
muerte del no iniciado.


Espejos

Espejos en gris,
como nubes de noviembre,
devuelven atentos 
su realidad truncada.
Y tan adentro,
desde su tranquila ventana de piélago,
confiesan en calma
 la  incesante marea y su violencia.


La habitación

Pentágono sutil de estas paredes,
de espejos inconclusos pero ciertos
un silencio de antes ya sin suerte,
un constante no hallarte y no ver 
Solo la lluvia, 
la noche,
y esa piel húmeda de los jardines.


Eclipse

Los pasos de agua
y los cuerpos desnudos,
tendidos al borde del eclipse,
en ese mundo lacio de tus mansas hambres.
 Ávidos palpan, 
con cuidado sutil, como riendo;
y reclaman tu voz  y tus palabras.
Emerge, por un instante, su recompensa:
encanto tangible, 
signo persistente de ese ambiguo narrador oculto.



Silencio

Amante impresionista.
Prendido al pecho de una mujer,
mitiga el terror cósmico de la nada.


Acomodo

¿Y qué si existe el sueño roto, el desarraigo,
la torpeza?
¿Y qué  si esta luz que encanta será inútil
en el próximo segundo?
Aun circulo,
como espejo que devuelve, desposeído de todo.
Y no me explico,
aun,
qué  será lo que de mí se espera.


La voz

A veces,
con hambre de colores, 
te busco.
Pero solo voz en el laberinto.
No está el hilo.
Siempre la forma del otro lado del muro.
Deseo tangente.


Inercias

Ajeno hoy a imaginarte, 
no te evado.
Y recurro a ti sin la vergüenza,
en esa inercia amable de pensarte.
Mi nada y tú.


Ausencias

¿Dónde quedan entonces el placer y la ternura?
¿La paz y el patio, la tierra de la muerte?
Ausencias transparentes y sordas.
Y el sol.


Quedamente

En esa otra casa de todas las puertas, 
anda algo de ti, 
observa algo de mí.
Y es tu danza rara, 
tu susurro de maga, 
el soplo que todo lo mece.
Bailas,
y tus manos.


Estos sitios

¿Qué haré yo con estos sitios,
vastos y vacíos,
que son allí, mi amor, donde no estás?
Y son tan fríos,
y es tan lejos, 
que solo pido a Dios
llegar a tientas, mi amor,
hasta otro beso.


Entre las caras

Allí,
la niña rubia en su esquina de hielo
mira extrañamente el tiempo que transcurre.
Con dos besos rotos en la mano,
ajena a la nostalgia y la caricia,
se descubre a sí misma entre las caras.


Signo

Hastío de la llama, 
condena del deseo.
¿Qué es?
Desde tanto, 
señal del peligro y el comienzo,
curva y luz, además.
Atenta,
permanece entre la música.
Voz antigua que nadie escucha.
Inmensa, infalible.


Sin título

¿Quién ve la gota de lágrima 
en la piel del antílope?
¿Acaso quiere la espuma ser siempre cresta de ola?
¿Acaso puede no serlo?


Ilusiones

Es así,
todo se impregna  y se olvida.
El murmullo del tiempo, su historia repetida,
las máscaras de hoy, 
la idea del miedo y de la vida.
Y estos vacíos limpios de mirar y verlo todo.
La ausencia  y el derroche, 
 la hora que decide.
Después el otro,
 los otros, lo incierto.
Nada que objetar, todo en su momento,
la ilusión de la ola y el pez, su magia, 
su guarida.


Paréntesis

A veces, 
extenuado, 
cedo mi espacio al silencio.
Pero no hay paz ni recompensa.
Apenas un paréntesis inútil de mi tiempo.


Pesadilla occidental

Y de pronto noto, 
en el estupor del consumo,
que tengo cuatro almohadas
y una sola cabeza.


Nosotros

Todos.
Todos somos nosotros.
No hay enemigo del otro lado.
Todos somos lo mismo, nosotros.
Además,
tampoco hay otro lado.
Cualquier lugar es aquí, frente a Dios.


Epitafio.

Es algo de no saber, la culpa estará difusa.
Son historias de antes de la paz.
De aquel, el extraviado, el que anduvo y retornó del criadero.
Con algunos versos, recordando, mientras reía.
A nadie nunca le firmó más nada,
y no fue más.


(Poemas pertenecientes al libro inédito Entre las caras)

Rafael Antonio Rodriguez Diez (La Habana, Cuba, 197). Reside actualmente en la ciudad de Marco Island, Florida, USA. Su primer poemario Entre las caras está en proceso de edición. De formación universitaria humanista, licenciado en Economía por la Universidad de La Habana, actualmente se gana la vida como especialista en control de plagas lo cual es una forma de matar la desidia y escribir de la vida en unos cuadernos que siempre lleva consigo.

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