Michel Mendoza: Para una (otra) antología sobre Kozer
Notas para una (otra) antología sobre Kozer
Fue bajo el influjo de la lectura del volumen La voracidad grafómana, que me sentí impulsado a proyectar alguna vez un libro-homenaje de trabajos de distintos autores nacidos en la isla en torno a ese mito que conforman en el espacio insular y latinoamericano la obra y la figura de José Kozer.
Concuerdo con Eduardo Milán cuando afirma en su ensayo “Un origen que no sea de oro” que, del mismo modo que “hay (una) sintaxis hay una mitología–Kozer Pero no una mitología fuera del tiempo, encaramada en abstracciones seudorreales: la mitología de José Kozer tiene una evidente raíz cotidiana. Es una mitología de lo menor: una mitología–zapatero, una mitología–costurera, una mitología a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento: una mitología de fabbro, de hacedor.”. A través del tiempo y al calor de lecturas diversas, yo había llegado a la conclusión de que esa suerte de mitología–Kozer, e inclusive la erección, no exenta de polémica, de la figura de Kozer mismo en una especie de mito, no había encontrado en la isla, pese a esporádicos esfuerzos, una presencia editorial como la que merecía.
A Kozer como mito también se refirieron Lorenzo García Vega, Jorge Luis Arcos, y muchos otros. De hecho, en su reseña de Ogi no mato, “Kozer, con un mito por explicar”, reseña que me proponía incluir en mi libro, Lorenzo García Vega transcribe un correo de Jorge Luis Arcos que amerita ser citado in extenso:
“Desde la isla Kozer es un triunfador: se fue de Cuba un muchacho de la Víbora a los veinte años, se escapó entonces, vivió en Nueva York (para un joven poeta cubano que vive en Alamar, por ejemplo, Juan Carlos Flores, eso es como antes París para Casal), ahora vive en Miami, tu Playa Albina y todos los días escribe un poema, como la baba que secreta el caracol, un rastro, una defecación incesante de un poeta judío (otro exotismo para un cubano), de padre judío polaco y madre judía checa askenasis (es el colmo del exotismo, la Moscovia cubana), que traduce del inglés poemas japoneses (regresa Casal), que escribe poemas zen, que publica libro tras libro, vive como poeta (otro colmo para la mitología cubana), casi un Borges insular, pues después del Dios Lezama, qué mejor fuga que encontrar otra mitología Kozer.”
Al escoger únicamente autores cubanos para construir una arca de esa mitología Kozer a la que se refiere Arcos, no me impulsaba ninguna forma de pueril pasión nacionalista; tampoco ningún intento de desmentir el ninguneo de su obra por parte de un crítico Roberto González Echevarría en su ensayo “Oye mi son: el canon cubano”. Quería, eso sí, textos de distintos géneros que expresaran los diversos modos distintos de relación que, con respecto al mito y la mitología Kozer, o a sus orígenes, habían ido apareciendo entre autores de distintas generaciones, políticas estéticas o ideologías literarias o políticas. Era otra forma de dirimir la relación entre el mito Kozer y el archivo por hacer.
De hecho, para mi asombro, en el zigzagueante camino de esa pesquisa recibí, y sigo recibiendo, por una u otra vía, textos que han ido conformando un mosaico complejo y fascinante del lugar de la obra entre los autores cubanos. Fue así que encontré textos que iban, por ejemplo, desde una carta inédita de Lydia Cabrera a Gastón Baquero (carta que, generosamente, me hizo llegar por mail Prats Sariol), fechada el 13 de abril de 1976, en la que le pide que conozca y reciba al “poeta Kozer”, pues a través de él le envía unos libros (carta), un guion para un ensayo fílmico que se filmará en el oriente de Cuba, pasando por una serie de partituras para orquesta del joven compositor Luis Alberto Mariño, poemas, ensayos, artículos, capítulos de novela de unos cuarenta autores de la isla entre los que están Enrique Saínz, Lorenzo García Vega, Jorge Luis Arcos, Soleida Ríos, Gustavo Pérez Firmat, Víctor Fowler, Reina María Rodríguez, Antonio José Ponte, Rafael Rojas, Damaris Calderón, Ricardo Alberto Pérez, Gerardo Fernández Fe, Pablo de Cuba, Gilberto Padilla, Legna Rodríguez, por solo mencionar unos pocos.
Pero, ¿qué podrían tener en común, estas valoraciones provenientes de autores y libros a veces tan diversos? Diría que buscaba que todas se basaran en la búsqueda de un conocimiento sin vulgaridad, y de una complicidad sin complacencias. Se trataría, en suma, de compilar esos ejercicios de admiración que reflejaran los distintos avatares o actitudes frente a una obra que no cesa de crecer, de extenderse como uno de los territorios más vastos y fascinantes de la literatura hispanoamericana contemporánea. Palimpsesto interminable, especie de monstruosidad en reescritura perpetua y cosmográfica, la obra de Kozer es, como he comentado alguna vez con Ubaldo León, la del dragón de los dragones, y el mismo Kozer un leviatán, un magnífico animal parlante devorando (y excretando) el plancton de la letra, un autor cuyo sombra se extiende, creo, mucho más de lo que pudiera pensarse a simple vista.