Víctor Rodríguez Núñez: el abismo se despeña en el mulo
[te escucho desnudar a contraluz]
un día salgo sin abrir la puerta
el cuervo no lo advierte
y el caballo nevado
que remolca la carreta de estiércol
con su vaho me borra
como tizne se pierde
en una vertical del horizonte
plantada entre las lilas
su olor late en el pecho
reniega de sí mismo
enrojece los arces
me quedo mudo afuera
te escucho desnudar a contraluz
no soy lo que seré ni lo que fui
fermento de experiencia
duro eclipse
pero tú me señalas
entre la insatisfecha multitud
me empujas hasta el tálamo
entre muros con un raro equilibrio
sacas a lucir pechos
no entrados en razón
tus caderas socavan
hasta que la tierra cae en mi boca
los despiertos deliran
al laúd de la muerte
los dormidos han muerto y lo disfrutan
esperen o no la resurrección
a estas alturas nadie
debe esquivar la nada
como en el caso de la amante oculta
basta con no invocar su agrete nombre
tienes que desearlo
con todos los enroques de tu ánima
con todas las abejas de tu cuerpo
y si uno te traiciona
si una te da la espalda
un término un instante
no lo conseguirás
a la muerte sólo espanta el deseo
la ciudad descarnada se espabila
sin que canten los gallos
los sepultureros en overoles azules
emergen del vacío
reinan desidia y cal
los claveles robados
y la edad se desnuda
sin sombra ni vergüenza
unos huesos musgosos sobre sacos de yute
de alguna forma
se busca una tumba
anima la certeza de encontrarla
desiertos de una vez el pasado el futuro
y el presente la niebla
donde no se distinguen
los desechos que acabo de sacar
a la casa se vuelve por la puerta cerrada
la vieja metáfora de la luz
es un clavo torcido que no logra
sostener estos fustes contra el cielo
la sombra se desune
no estructura
con su aliento de pino calcinado
la muerte no es lo opuesto de la vida
[¿cómo voy a bajar los ocho soles?]
para Yang Lian
sin la destreza del arquero Yi
¿cómo voy a bajar los ocho soles?
el bronce se suaviza con el vino
la muerte es efímera
inestable la gloria
¿por qué transpiro en estos caracteres?
si cada noche me intimida el sueño
¿cómo voy a empuñar la espada de Gongsun?
algo que no es esperma no es pabilo
alimenta la vela cara al sur
el deseo no olvida
que ni la cruz del esternón alumbra
nadie sabe tu nombre
perfecto e indistinto
callado e impasible
eres como un adverbio
alzas la voz y vuelves al resguardo
con la lengua arañada
no te alejas de todo
creces a ras de cielo
pierdes la fe ganas sinceridad
no compites con nadie ni contigo
y retas la armonía
la vergüenza de los cuatro contrarios
pretendes ser el rústico viejo de Shaoling
pero los pinceles no te obedecen
los trazos se evaporan
tu gorro no es de plumas de faisán
sino de lana simple
no hay dragón que vencer
sino la indiferencia de las ranas
chapoteando también en la afonía
con tu cucharita raspas el caldero
aunque no quede nada que llevarse a la boca
solo sacarle brillo buscar una salida
en la otra cara donde pegó el fuego
la torre se erige de una simiente
la postura de una fe triangular
el ocio es el caudal que dilapidas
hace mucho debieras ser mendigo
y no desprecies a la borgiana luna
sus rayos en cascada
su aroma que ya no da para menos
el tanino ovalado
confusa claridad
es un eco que se debe añejar
no desprecies siquiera al enemigo
en una copa te tiende otra celada
blandes un sable que no tiene filo
y enfundas en la herida
cimbra como un relámpago
sin tempestad en el pecho nocturno
como la luna eres un reflejo
corteza que se muda
en la ceniza se borran los pasos
se cava el destino
no tengo claridad pero me apoyo
en lo insignificante
el báculo de la transmutación
aunque me turbe el hielo
me serenen las vides desgreñadas
vigoroso por la debilidad
esta es mi voluntad no hay otra cosa
el abismo se despeña en el mulo
[entre las bayas no está la certeza]
para Alfredo Zaldívar
entre el destino y la aguja imantada
corre un río de mieles procelosas
sus relumbres sus manchas de inocencia
hacen saltar desnudo
ahogarse en certidumbre
limalla en el ojo del remolino
al bracear a la orilla
se reasume la condición de cera
dábale arroz a la zorra el abad
hasta que se sació
y en vez de echarse en una de las lozas
pulidas por la fe
se abalanzó al altar
decapitó los cirios pensativos
hizo votos por la mala cosecha
volver a sentir hambre
no me cegarán los cuatro sabores
de la sombra en Cayama
yo me defiendo con tu ambigüedad
no me quemarán la lengua los cuatro colores
que la condensación saca al laúd
este es el ritmo de tu desazón
no me perfumarán los cuatro arpegios
del vino de Medana
así yo apuro el vacío en tu boca
entre las bayas no está la certeza
tampoco entre los signos
que se dejan leer en un instante
cuando alguien te mira con tus ojos
formas el reino par
demasiado animal para ser fuente
callejón inundado sin salida
solo vale la pena lo innombrable
y no alcanza la fe
en la libreta de abastecimiento
producto liberado
junto a la sed crecida en el brocal
la visión abrasiva
compartes lo que no puedo saber
me filtro en tus entrañas
llega el hecho sin dígito sin muesca
por saberse impalpable
polvo como la lágrima de Rudolf
¿acaso eres el fiel
en la romana de lo desconocido?
¿has fijado el momento la leyenda
lo que hará con tu cuerpo esa mujer
el blanco de esta lanza?
un ábaco no explica
los bordes de las pilas bautismales
el clavel de los vientos
las caídas en suerte
la cifra del olvido y la resurrección
dábale arroz a la zorra el abad
lo que tiende el delirio
en los cordeles de esta octava irreal
ya no podrán mancharlo con ingenio
la resina de mango la gracia de gorrión
al devenir impares en la suma
por fin el azulejo regresa a la ventana
el sauce con raíces hasta el sol
lo resguarda en su encaje
la corriente no le da de beber
pero lo explica con su turbulencia
[afueras o la marmota se harta de crepúsculo]
(fragmento)
[…] el aire se desploma a sí mismo se dicta
hasta la hormiga sabe que rima con fatiga
en la espalda del fuego ¿quién escribe?
el azar es mi acierto
como el pato de cabeza en el agua
la sed es la corriente el hambre la adherencia
el pato indaga en la dura fluidez
y su plumaje umbrío
hace brillar todo el ser congelado
la forma es ideológica
con la contemplación el mundo cambia
Víctor Rodríguez Núñez (La Habana, Cuba, 1955) ha publicado dieciséis libros de poesía, casi todos premiados y reeditados, siendo los más recientes desde un granero rojo (Premio Alfons el Magnànim, Hiperión, 2013), despegue (Premio Fundación Loewe, Visor, 2016) y el cuaderno de la rata almizclera (Buenos Aires Poetry, 2017). Han aparecido antologías de su obra en diez países de lengua española, y en traducción al alemán, árabe, chino, francés, hebreo, inglés, macedonio, serbio y sueco. Es además periodista, crítico, traductor y profesor de literatura hispanoamericana en Kenyon College, Estados Unidos. Los tres poemas seleccionados provienen de enseguida [o la gota de sangre en el nivel] (RIL-Ærea, 2018), y el fragmento, de reversos (Visor, 2011).