Camilo Venegas Yero: como el último tren de la noche
SEXTETO NACIONAL
1. ORIENTE
En Moa el sol es lo primero que se pierde.
Pero antes, hay que soportar una lluvia con sabor a vinagre
y una tarde donde sucumben hasta las flores más resistentes.
Siempre he querido volver a Moa.
Siempre he deseado caminar otra vez por aquellas lagunas de tierra oxidada
y hundir los pies descalzos en el polvo que ya no será níquel
(que ningún barco de aspas internas cargará por las planicies de Kazajstán,
para de ahí levantarlo con el fuego efímero de una Soyuz).
Aquel río que se despeña entre enero y marzo de 1987,
aún desemboca en una mina donde los fantasmas dicen ser de Lousiana.
Heráclito no fue del todo exacto,
ese cauce sigue siendo el mismo, sus aguas no cambian,
su corriente no varía entre los diluvios y la seca,
permanece intacta;
como la hermosa bailarina que se levantó el vestido para mí
mientras hundía las piernas en la bahía de Nipe.
Siempre he querido volver a Moa,
pero ya no lo encuentro en los mapas;
se ha podrido en mis recuerdos,
como los brazos de aquella muchacha que decía ser Ochún
y se untaba la miel de la marea entre sus pechos desnudos.
2. CAMAGÜEY
Tuve una novia que vivía en Florida.
Cada vez que contaba algo de su pueblo
parecía referirse a un lugar inmenso con las calles llenas de luces.
Jamás habló de tener hijos.
En una libreta llevaba apuntados los personajes que iba a representar
y el nombre de los países por los que viajaría
(la lista incluía horarios de trenes, el punto exacto para los trasbordos
y los lugares donde podría pernoctar sin riesgo alguno).
Cuando lloraba citaba textos de Tennessee Williams,
solía reírse entre versos de Moliere.
Siempre nos vimos en La Habana,
nos besábamos en las más oscuras posadas y en las humedades del Country Club.
Cuando por fin pasé por Florida ella se había ido para Daytona Beach.
La ciudad estaba sin luz y en uno de sus bares, sentados alrededor de una mecha,
dos borrachos contaban esta historia con una ranchera de fondo:
“Ella vende ropa de uso en un trailer abandonado”.
“Lo que estudió aquí no sirve para levantar cabeza”.
“El marido maneja una rastra y en uno de esos viajes se perdió”.
“Los padres dicen que ya no les manda nada”.
“Tiene cinco hijos y cuatro intentos suicidas”.
3. LAS VILLAS
El primer amor es una mentira necesaria.
Es una mercancía
con la que tendremos que lucrar por el resto de nuestras vidas.
Ni siquiera precisa de nombre,
no hace falta decir cuándo y dónde se acabó el misterio.
Lo que importa son las circunstancias en las que sucedieron las cosas,
el sabor de su saliva,
el olor que tuvo su cuerpo cuando empezó a sudar,
el color de su piel entera y desnuda,
el tormento, toda la lujuria.
Por eso Juana, Nancy, Matilde, Mercedes y Betsy,
perdonen lo que se ha inventado,
absuelvan ese entresijo donde ustedes siempre salen a relucir.
4. MATANZAS
Este poema se perdió a finales de agosto.
Llegamos a Matanzas en el último tren de la noche
y nadie nos esperaba.
En la calle Medio,
José Jacinto repetía de memoria un par de estrofas de Gastón
(quien a su vez tarareaba
cancioncillas de los tiempos de Shakespeare).
La luna llena nos siguió por el filo de los muros de piedra húmeda
y se perdió en ellos cuando ya no hizo falta.
Creo que en el poema
se veían pasar estos peces que ahora pongo a pelear en tu regazo.
Murieron mientras el gallo de Gastón cantaba debajo del agua,
atado de una pata al báculo de José Jacinto.
He buscado este poema por todas partes y no aparece,
se perdió como el último tren de la noche.
Sus vagones llenos de luz ahora sólo pasan por la palma de tus manos,
mientras repaso en un itinerario nuestro viaje de bodas:
la soledad de la primera noche.
5. LA HABANA
No tengo recuerdos claros de La Habana,
a fin de cuentas fue muy poco el tiempo que pasé allí.
Una mujer, un par de calles oscuras,
una bicicleta china cuesta arriba
y una casa con ventanas a los vidrios de otras ventanas
que daban a los vidrios de la mía.
La Habana,
como ese pájaro que rompe frutas en la mañana,
es un ave de paso,
algo que puede desaparecer de vista con facilidad.
La Habana es un viaje que jamás se llevó a cabo,
un punto inexplicable en un mapa que apareció dentro de una botella.
La Habana nunca existió: invéntala tú cuando vuelvas, niña mía.
6. PINAR DEL RÍO
Cada noche que atravesamos el arrozal, camino del rancho de tu abuela,
nos acompañaba la sombra de un árbol que de día nunca vimos.
Entonces el porvenir era una palabra que no nos hacía falta.
Por lo regular,
era suficiente con leer a Faulkner y dormir la siesta en la casa de tabaco.
Estuvimos allí cerca de un mes.
A la luz de las chismosas nos contaron las historias de las crecidas del río,
de la mambisa que pasaba al galope por la neblina
y del ciclón que un día de noviembre cambió las cosas de lugar.
Con los dedos llenos de saliva medimos la dirección del viento
y averiguamos el camino a seguir por una bandada de pájaros.
Siempre nos bastó con el sustento de aquellas personas.
Una vega en el fin de Isabel Rubio
era el lugar más lejano del mundo que queríamos conocer.
Ni siquiera el mar nos hacía falta.
Camilo Venegas Yero (Paradero de Camarones, 1967) es escritor y comunicador. Estudió teatro en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán, en La Habana. En Cuba, fue editor de las revistas El Caimán Barbudo y La Gaceta de Cuba. Luego dirigió el Fondo Editorial Casa, de Casa de las Américas.Desde el año 2000 reside en Santo Domingo, República Dominicana, donde ha sido editor y colaborador de periódicos y revistas (El Caribe, Pasiones, Hoy, Diario Libre, Estilos y Listín Diario). Además, ha laborado en compañías y agencias internacionales como consultor en comunicaciones estratégicas.En 2002, uno de los números de Pasiones, la revista cultural de la cual era editor en el diario El Caribe, recibió el Award of Excellence que otorga la Society for News Design, de Estados Unidos. Como editor, ha coordinado la publicación de anuarios y volúmenes conmemorativos de importantes instituciones y corporaciones.Entre sus libros publicados se encuentran Las canciones se olvidan (1992), Los trenes no vuelven (1994), Itinerario (2003), Irlanda está después del puente(premio Internacional Casa de Teatro 2004), Afuera (2007), ¿Por qué decimos adiós cuando pasan los trenes? (2012) y Prueba de vida (2017).
En 2015 mereció el Premio Caonabo de Oro, el más importante reconocimiento que otorga la Asociación Dominicana de Periodistas y Escritores (ADPE). Es socio fundador de Ediciones El Fogonero, una firma que ofrece asesoría en estrategias de comunicación y producción de contenidos.
Está casado con Diana Sarlabous Sosa desde 2012.