Carlos Lechuga: Con Colina

(Una foto de Omar Sanz. @lenguajedemudos)



(Por Carlos Lechuga)

Estamos en un caluroso jueves de julio, en La Habana. Llego sudado y Colina, como si estuviera preparando una escena, me da órdenes: abre esa ventana, corre la silla, siéntate ahí. No nos conocemos mucho. No somos amigos. ¿Pero quién en Cuba no conoce a Enrique Colina? Tras 32 años educándonos e invitándonos a amar el cine desde su programa 24 por segundo; hasta sus más antológicas películas como “Jau”, “Vecinos”, “Estética” … ya todos lo sentimos muy cercano. Mi objetivo no es otro que hablar un poco de cine. Es una pasión que nos une y nos hace un poquito mejor la vida.

Nos tomamos un café y empezamos por el principio. Enrique Colina nace en La Habana, un 27 de abril de 1944. Desde niño vive solo con su madre ya que su padre murió y el resto de sus familiares se había ido del país. En sus propias palabras se define como un blanquito del Vedado, clase media baja, que vivía en 14 y Línea.

De pequeño era fan del cine de barrio, que había a dos cuadras de su casa, que se llamaba el cine Ámbar. Allí iba dos veces a la semana. Las matinées generalmente iban al cine Trianón o al Rodi o al Yara o al 23 y 12, pero entre semana era al Ámbar. Ahí veía mucho cine del oeste y de acción norteamericano. Luego, poco a poco, vio de todo: dramas, películas de los años 30, El ciudadano Kane…

Fue creciendo y para cuando tenía unos 15 años ya había abierto su espectro: ya veía cine de arte, italiano, francés, las rusas de Eisenstein.

Luego se va a estudiar a la Escuela de Letras. Y toda la gente que estaba con él en la Escuela de Letras iban a la Cinemateca a ver los ciclos, conocer nuevos directores…

En un momento se decide y escribe par de críticas para el periódico El Mundo y es cuando lo llaman para trabajar en el ICAIC. Trabajando en el Centro de Información del instituto de cine, lo invitan al programa “24 x segundo”, junto a Daniel Díaz Torres, para que hablen de las películas que se estaban estrenado. Las compañeras que se ocupaban del programa no quieren seguir haciéndolo, y viendo que él se desenvolvía bien, le piden que continúe. Y a partir de ese momento “24 x segundo” cae bajo su control y se convierte en su escuela nacional de cine.

Para Colina “24 x segundo” es como una universidad. Y desde temprano, se da cuenta, le queda claro, que ese aprendizaje tiene que compartirlo con la gente. Y la verdad, que lo compartió a pecho abierto. De una manera sencilla, interesante, muy criolla y al mismo tiempo metiéndose en las complejidades del lenguaje cinematográfico. Tantos cubanos aprendieron con él. Tanta gente empezó a ver las películas con otros ojos, más maduros, gracias a lo que nos hacía ver.

(El único Enrique Colina en acción)

En paralelo al programa, y aparte de su labor como maestro en escuelas y universidades de todo el mundo, Enrique Colina va haciendo su obra. Su obra, que más allá del humor y los valores estéticos que logra, se convierte en una crónica de primera mano de todo un país.

Le pregunto de “Jau”, “Vecinos”, “Estética”, “Yo también te haré llorar”. Quiero saber cuál prefiere. Y me dice: Me cuesta mucho trabajo porque me gustan por distintas razones, y los veo y pienso que los cortos no son malos, yo pienso que tienen criterio estético, tienen una tendencia, un estilo definido y una propuesta conceptual. Tienen una impronta de autor que está asociada a la ironía, a una visión crítica un poco amarguita. Hay una variedad de cosas que me gustan en unos y en otros. No sé, hay algunos en que me gusta la cosa del protagonismo de un personaje como el del perro, a mí me gusta la historia del perro, y la del león también. Ambos encarnan valores humanos y ansían preferiblemente la libertad al inmovilismo y a la seguridad de la domesticación. Asumen la precariedad material de vivir sin el amparo del dueño, pero preservando su autonomía.

Me cuenta que le gusta encarnar en personajes definidos y alegóricos el tema crítico-social que aborda. Por ejemplo, en el corto “Chapucerías”, el chapucero lo personifico con el Mr. Hyde, del filme Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. La estructura narrativa que utilicé era el montaje que hacían los personajes realizadores del corto con la filmación de un programa de la TV cubana, “Escriba y Lea”, en el que a los miembros del panel se les presentaba la incógnita de un personaje al que debían identificar con las preguntas que hacían al animador.

Hablamos un poco de lo inútil que es definir su obra como documental o ficción, ya que todo va mucho más allá y los limites se diluyen. Me comenta: Todo lo que yo hago tiene ficción, lleva una preparación, cada documental tiene un guion y está construido sobre la base de una estructura narrativa ficcionada. Hay muchas escenas, muchas situaciones filmadas de manera espontánea pero casi todas están montadas, es decir yo hago “Vecinos» y voy y veo qué imagen hay ahí, y veo que haya alguien que bote la basura y cojo y saco un cachorro de tigre del zoológico y lo pongo en un balcón, porque estoy hablando de gente que tiene animales…

Además me cuenta que generalmente hace una escaleta de todas las cosas que tiene que filmar. “Jau” es la realidad vista a través de los ojos de un perro, hay entrevistas, imágenes de documentales, etc… pero el personaje protagónico es un perro. Y en “El rey de la selva” es la estatua de un león que ha visto el decursar de los años en el Paseo del Prado, que nos cuenta lo que él ha visto como ser escultórico, inmóvil y pasivo durante más de sesenta años. Yo tengo imágenes que son auténticas, como lo que pasa en esa calle, pero la mayoría son cosas que yo he visto y que reconstruyo. También hago e incorporo entrevistas reales y ficciono lo que en ellas me han relatado. Por ejemplo, un perro que orina a un cartero: filmo al perro como si estuviera acechándolo desde arriba y al cartero que mira con desconfianza hacia arriba. Y estas reconstrucciones tienen sus consecuencias, a veces no muy perfumadas, porque me encuentro con una persona un año después de la filmación del tigre en el balcón y me dice que el tigre se orinó en el ascensor y el mal olor permanece. Como ves, tengo puntos y contrapuntos, y esos puntos o contrapuntos están ficcionados.

Nos tomamos otro café y lo veo mirar para la calle con cierta nostalgia.

En los ochenta solo hice un documental titulado, “Yo también te haré llorar”, donde los entrevistados: zapateros, relojeros, gastronómicos, taxistas, etc…, se quejan del mal servicio que reciben unos de los otros. En él hice entrar por la puerta de una gran tienda en la calle Galiano a un rebaño de carneros para ilustrar lo que denunciaba una entrevistada acerca de la pasiva resignación de la gente a ser maltratada y no ser capaz de protestar. Por esta ilustración el documental fue censurado.

Concretamente, documentales son aquellos que he realizado a partir de los ’90, pero que no se han exhibido aquí, algunos a causa de ese malsano espíritu censor que prevalece en nuestros medios. Puedo citarte: “Los bolos y una eterna amistad…”, sobre la memoria que guardamos los cubanos de la presencia soviética en Cuba; “La Vaca de Mármol”, sobre la campeona vaca lechera, Ubre Blanca; “Cuba, oferta especial: todo Incluido…”, sobre el cubano y el turista extranjero; “La huella de España en Cuba”; “La Habana de los años ‘50”.

Trato de que Colina me cuente un poco de “Entre ciclones”, su largo de ficción. Pero Colina tiene temas pendientes, de política cultural, de la ley de cine, de los jóvenes; y se desvía. No me responde lo que quiero. Trato de encaminarlo y finalmente me habla de la película. Le pregunto si le gusta “Entre ciclones”, su propia película. Y me dice que no, que él es una persona muy insatisfecha e insegura con las cosas que hace. Colina busca la luz con la mirada y me dice que cuando pasa la barrera autocrítica, muchas veces le cuesta desgarramientos internos porque el mismo tiene que sobreponerse a insuficiencias que él ve que son insalvables. Sus conocimientos de cine son sobre la práctica del análisis, me recalca. Y no del análisis de un doctor, lo suyo es más humilde, parte de lo profundo que él ha podido ser en el análisis de una puesta en escena determinada.

Un poco en broma le digo que se lleva recio. Se lleva recio porque él es su critico más duro. Serio, me dice, bueno, te estoy diciendo lo que me gusta y lo que no.

Luego quiero volver a la idea esta de sus características personales, y es cuando me dice que tiene una visión un poco amarga de la vida, pero al mismo tiempo cree que a la gente, la fragilidad de la gente hay que respetarla. Y hay que compartir lo que uno sepa. Me dice: Todo lo que tú hagas: sea una elaboración de ficción, sea un trabajo documental, sea lo que sea, lo que tú escribas va a tener la impronta de tu personalidad, si tú eres de una manera, por ejemplo, yo creo que la visión amarga, irónica y crítica no se despega de tu manera de ser, y hay una cierta amargura en el reconocimiento de nuestra futilidad, si tú quieres, del ser humano y de nuestro carácter efímero, eso yo no lo puedo alejar de mi manera de ser. Pero al mismo tiempo en las relaciones humanas considero que no se debe abusar de esa fragilidad y que uno tiene que respetar a los demás, y si tengo algo más que el otro, y sobre todo en todo este ámbito intelectual, eso se debe compartir. Tengo también una inclinación a la rebeldía, pero no a la rebeldía desafiante sino a la rebeldía que tiene una razón para defender algo. Lo primero para mí es mi dignidad como persona, es decir, a mí hay que respetarme. Y la manera de respetarme es que yo tengo criterio, y ese criterio, aunque esté equivocado, hay que oírlo.

FIN





Carlos Lechuga. La Habana 1983. Director, guionista, script doctor, ghostwriter y muy cinéfilo. Estudiante de la FAMCA del ISA y de la EICTV. Ha dirigido hasta ahora varios cortos y dos largos. Ha trabajado con cineastas como Humberto Solas, Juan Carlos Tabío, Iciar Bollain. Sus obras han estado en varios festivales internacionales como Toronto, Rotterdam, San Sebastian y en museos como el Moma.

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