Bibiana Bernal: a veces los pájaros y la noche mienten
Huida
A dónde ir
cuando no se habita ningún sitio.
De nada sirve desplazarse,
abrir y cerrar lugares,
si no cabemos por exceso de existencia.
Hacia dónde dirigir la torpeza de los pasos,
el temblor de las manos distraídas
y la mirada que estaba perdida
antes de abrir los ojos.
Cuál ruta elegir
si no hay preferencia por ningún abismo.
Qué tiempo urdir
ahora que todo se ha deshilvanado.
Dónde no buscarse, dónde, dónde.
El olvido
Irse de la casa o del cuerpo,
sin previo aviso,
para no alertar a los fantasmas.
Con los pies desnudos,
para que el miedo no se transforme en puerta
al escuchar los propios pasos.
Irse con el viento que ignora los retornos,
con los pájaros que no aprendieron la lluvia,
sin nostalgia para no volver grávida la memoria
como los días de invierno.
Irse de la casa, del cuerpo,
para que las manos llenas de adioses,
agiten el olvido.
Ella sin tiempo
El rostro de la abuela
es un desierto
asomado a la ventana.
Una mirada agrietada
que me despide sin aliento.
Un adiós que se quiebra
antes de pronunciarse.
Mi rostro, que se aleja,
es el suyo,
sin la devastación del tiempo.
Credo
Creo en el hombre,
exilado todopoderoso,
buscador del cielo
creador del infierno.
Creo en el engaño,
su único argumento.
Concebido por obra
y gracia del relámpago,
nació de la mentira virgen,
padeció bajo el poder del instinto
y fue despojado de la sutileza.
Creo en el hombre,
en su efímera entrega,
en su amor tejido con espuma,
en sus palabras de perpetuo aire,
en sus promesas de niebla,
en su tiempo sin memoria,
en la debilidad de su carne
y en su soledad eterna, amén.
Cuerpo a la intemperie
Se volvió sombra entre las manos.
No era a quien aguardaba.
Lo desnudó como buscando a otro,
quizá oculto entre la ropa.
Un cuerpo a la intemperie
de sus ojos que no lo ven.
Indagarlo o dejarlo esperando,
fijaría la misma ausencia en su mirada.
Sin poder inventar un nosotros,
se fue con su desierto y lo dejó allí,
deseando que lo convirtiera en río.
Su nombre es el silencio
La lluvia bautiza la soledad.
Le ha dado tantos nombres,
que para saludarla elegimos el silencio.
Callamos durante el invierno.
Naufragamos con el canto del agua
sobre los techos.
Poco a poco
amordazamos todas las voces del agua,
para dar un solo nombre
a todas las formas de la soledad.
Llueve
En la ventana
la calle y la habitación se hacen una.
No hay adentro ni afuera.
La puerta quedó del lado de la lluvia.
Alguien
quedó a la intemperie de sí mismo.
El canto de la palabra pájaro
Cada noche,
el canto del mismo pájaro.
O son varios
que se han prestado la voz.
A veces los pájaros y la noche mienten,
y cuando ninguno de los dos gorjea,
lo hacemos por ellos
o tarareamos un blues.
Acaso es uno y como yo,
que a diario me presto los pasos
y me detengo y escucho y sigo,
repite en el mismo horario la misma canción.
Quizá hay un ave, un canto y una mujer
diferentes cada día,
y solo la oscuridad se repite.
¿Cómo saber al mismo tiempo de los pájaros,
la noche y el canto?
Si apenas caminamos
anochecemos
sin avanzar
más allá de nosotros.
Tantas noches así y nada puede decirse.
Tanto yo y tanto él y todo para no decir nada
y solo imitar el canto de la palabra pájaro.
Bibiana Bernal. Escritora, editora y gestora cultural. Parte de su poesía ha sido traducida al griego, italiano, inglés, francés, portugués y rumano. Directora de la Fundación Pundarika y la editorial Cuadernos Negros. Autora de dos libros de poesía y de varias antologías de cuento y minificción. Premio de Poesía Comfenalco, 2003. Medalla al Mérito Literario Municipio de Calarcá, 2010. Premio de Poesía Gobernación del Quindío, 2016. Finalista del Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura, 2017. Reconocimiento “Escritora del año” Encuentro Nacional de Escritores, Calarcá, 2019.
El olvido
Irse de la casa o del cuerpo,
sin previo aviso,
para no alertar a los fantasmas.
Con los pies desnudos,
para que el miedo no se transforme en puerta
al escuchar los propios pasos.
Irse con el viento que ignora los retornos,
con los pájaros que no aprendieron la lluvia,
sin nostalgia para no volver grávida la memoria
como los días de invierno.
Irse de la casa, del cuerpo,
para que las manos llenas de adioses,
agiten el olvido.
Ella sin tiempo
El rostro de la abuela
es un desierto
asomado a la ventana.
Una mirada agrietada
que me despide sin aliento.
Un adiós que se quiebra
antes de pronunciarse.
Mi rostro, que se aleja,
es el suyo,
sin la devastación del tiempo.
Credo
Creo en el hombre,
exilado todopoderoso,
buscador del cielo
creador del infierno.
Creo en el engaño,
su único argumento.
Concebido por obra
y gracia del relámpago,
nació de la mentira virgen,
padeció bajo el poder del instinto
y fue despojado de la sutileza.
Creo en el hombre,
en su efímera entrega,
en su amor tejido con espuma,
en sus palabras de perpetuo aire,
en sus promesas de niebla,
en su tiempo sin memoria,
en la debilidad de su carne
y en su soledad eterna, amén.
Cuerpo a la intemperie
Se volvió sombra entre las manos.
No era a quien aguardaba.
Lo desnudó como buscando a otro,
quizá oculto entre la ropa.
Un cuerpo a la intemperie
de sus ojos que no lo ven.
Indagarlo o dejarlo esperando,
fijaría la misma ausencia en su mirada.
Sin poder inventar un nosotros,
se fue con su desierto y lo dejó allí,
deseando que lo convirtiera en río.
Su nombre es el silencio
La lluvia bautiza la soledad.
Le ha dado tantos nombres,
que para saludarla elegimos el silencio.
Callamos durante el invierno.
Naufragamos con el canto del agua
sobre los techos.
Poco a poco
amordazamos todas las voces del agua,
para dar un solo nombre
a todas las formas de la soledad.
Llueve
En la ventana
la calle y la habitación se hacen una.
No hay adentro ni afuera.
La puerta quedó del lado de la lluvia.
Alguien
quedó a la intemperie de sí mismo.
El canto de la palabra pájaro
Cada noche,
el canto del mismo pájaro.
O son varios
que se han prestado la voz.
A veces los pájaros y la noche mienten,
y cuando ninguno de los dos gorjea,
lo hacemos por ellos
o tarareamos un blues.
Acaso es uno y como yo,
que a diario me presto los pasos
y me detengo y escucho y sigo,
repite en el mismo horario la misma canción.
Quizá hay un ave, un canto y una mujer
diferentes cada día,
y solo la oscuridad se repite.
¿Cómo saber al mismo tiempo de los pájaros,
la noche y el canto?
Si apenas caminamos
anochecemos
sin avanzar
más allá de nosotros.
Tantas noches así y nada puede decirse.
Tanto yo y tanto él y todo para no decir nada
y solo imitar el canto de la palabra pájaro.
Bibiana Bernal. Escritora, editora y gestora cultural. Parte de su poesía ha sido traducida al griego, italiano, inglés, francés, portugués y rumano. Directora de la Fundación Pundarika y la editorial Cuadernos Negros. Autora de dos libros de poesía y de varias antologías de cuento y minificción. Premio de Poesía Comfenalco, 2003. Medalla al Mérito Literario Municipio de Calarcá, 2010. Premio de Poesía Gobernación del Quindío, 2016. Finalista del Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura, 2017. Reconocimiento “Escritora del año” Encuentro Nacional de Escritores, Calarcá, 2019.