Pedro Sánchez Sanz: rumiando un rubor en el pecho





CAZA MAYOR

El monte ofrece mullida atalaya para escuchar el cielo limpio, la ordenada noche. Se intuyen dibujadas constelaciones, fulgor aromado que corona la atenta espera ante un paisaje negro de misterio. El aguardiente aleja la humedad de la hora, el miedo atávico a esta infinitud que nos hace pequeños, y queda el corazón herido en el orgullo de creernos dueños de una heredad y de un destino.

Arriba, el futuro sigue su curso. Aquí en tierra salvaje dos puntos de luz se deslizan entre las jaras; un zorro audaz, una oveja perdida, o el lobo paralizante de nuestros temores emboscado en las zarzas. Nos esquiva el azar, aterido nos deja el pálpito de la caza. Aceptando la suerte de los perdedores, nos retiramos con las estrellas como mudos y burlones testigos.

Entre lindes de piedra, altas copas y primeros trinos, regresamos rumiando un rubor en el pecho, íntimo regocijo de unión y pertenencia; tomillo, estanque, piel, huella, vacío. Va clareando el alba y a lo lejos el caserío aguarda nuestra llegada, con el arma inútil, las manos vacías, los ojos plenos.





LIMBO

Tiene el musgo su hogar de terciopelo entre plantas adolescentes, tejas lamidas por las sombras, antenas elevando súplicas y chimeneas que esperan calladas.

Hay un peluche al sol que cuelga como infancia ajusticiada, de mirada inexpresiva, como un reproche clavado en el tiempo, no el tiempo de manecillas y calendario, sino el tiempo burbuja, el tiempo cortina de niebla, el tiempo dentro del tiempo.

Banderas de lugares ignorados, enseñas de ejércitos ridículos, las ropas batidas por el viento de Levante, imágenes en negativo del pudor en estertores de fuga imposible.

El rumor del silencio en medio de la ciudad, limbo habitado por un temblor, un vacío sin forma, tan sólo atravesado por algún vencejo audaz que presta su grito al muñeco triste y nos devuelve al tiempo cruel de todos los relojes.





FLOR DE LA GUERRA

Bajo la herrumbre del conflicto, entre torva ceniza, germina en silencio la flor nocturna. Delicadeza que adorna los escombros, flor abierta a la luna en el momento en que las bengalas encienden la noche para los morteros.

La pequeña flor libera su néctar, perfumando la ruina, un grito que rasga el aire dejando su huella en el lodazal de la trinchera.

Ofrenda de color, símbolo y aroma para las manos que ya no acarician, leve belleza inútil que será razón para un mundo nuevo.




ELEGÍACA

Ante la muerte, ¿por qué elegisteis el llanto, la sorda unción del lamento como ropaje, el rincón más oscuro de las manos para darle cobijo al desaliento?

Quizá mejor sería ordenar los cajones, hacer trizas el primer recibí y el pagaré que aguarda vuestra sangre.

Quizá mejor sería calafatear las grietas del barco y subir a la gavia a otear las estelas de los monstruos marinos que arañan la superficie, espuma que dura lo que un destello.

Ante la muerte, envolved el silencio en papel estrellado y depositadlo en el vértice más íntimo de las entrañas.

Ante la muerte, afilad un lápiz y escribid cien mil veces vuestro nombre.




ARQUEOLOGÍA INDUSTRIAL

El paisaje se dolía de aquellas ruinas. Los restos de la fábrica se alzaban como el esqueleto de un dinosaurio en un museo al aire libre. Era ya imposible recuperar su esplendor, como es imposible resucitar la pasión amorosa que nos sacudió a los dieciséis años. Su maquinaria hizo funcionar el mundo, lubricó los sueños, construyó las piezas que encajaban entre la inocencia y la pérdida. Productos de una arquitectura efímera.

Ahora sólo queda el polvo del humo, el óxido y la herrumbre de vigas y poleas que alzaban el conjunto erigiendo un templo majestuoso. Quedan como un recuerdo que se resiste a diluirse en el alcohol, arquitectura de un mundo perdido con el corazón parado entre las costillas. Restos que son testimonio de un pasado vertiginoso, de un presente improductivo, de un futuro incierto que se construirá sobre sus propias ruinas.




TIERRA DE NADIE

La ciudad se extiende, como una niebla que dejara un rastro de asfalto, de hormigón y ladrillos. Toda ciudad tiene límites, dibujados en altos edificios, bien hostiles bien anodinos bien enfermos, con ventanas que son bocas que respiran con dificultad, puertas que son ojos de miopía y bostezo. Al otro lado, más allá, la frontera señalada por un tren que pasa cada vez que se apagan las luces, como el recuerdo persistente de un amor perdido en la soledad de los hoteles.

Entre el ladrillo vertical y el hierro acelerado una franja de tiempo detenido, abonada por la herrumbre, adornada por escombros, salpicada de amapolas desubicadas, colonizada por insectos laboriosos. Es tierra de nadie, un valle desolado, un ring después del combate, una isla rodeada de canales subterráneos.

Ahí es posible encontrarse, en los cuatro puntos cardinales señalados por los elementos: el agua encontró albergue dentro del neumático incrustado en el terreno, el viento aviva el pequeño fuego que luce entre dos piedras. Sin aviso pasa el tren y deja una estela olorosa de desasosiego. Y entonces recuerdo que en la cultura japonesa se contemplan cinco elementos: el agua, la tierra, el aire, el fuego… y el vacío.





(Estos poemas fueron seleccionados por el autor de su libro Refugio en el vuelo, Chamán ediciones, 2019)




Pedro Sánchez Sanz  (Sevilla, 1970) Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Sevilla. Reside en Jerez de la Frontera, donde se dedica a la docencia.
Ha publicado una colección de relatos, Huidas imposibles (2011) y varios volúmenes de poesía, los últimos, Abisales (2015), Razón de las islas (2017) y Refugio en el vuelo(2019).
Ha recibido diversos premios por su producción literaria, entre ellos el Premio Internacional Platero de Relato, del Club del Libro en Español en la O.N.U. (Ginebra, Suiza) y el Premio Internacional de Poesía Rilke. Ha traducido y publicado una antología del poeta británico Edward Lucie-Smith, Hacia el silencio (2016) y una selección de poetas portugueses, Voces de Portugal (2017). Entre 2018 y 2019 ha traducido y publicado los libros de poesía Éter, de Sandra Santos, Terca marea, de Manuel Neto dos Santos e Hilo de plata y ceniza, de Isabel de Sá, así como numerosas traducciones de poemas en revistas literarias, tanto impresas como digitales.
Miembro del consejo editorial de la revista de poesía CAL, también codirige Juego de Espejos, colección de cuadernos de traducción poética.

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