Sigfredo Ariel, escribir desde mi oscuridad
Por Yoandy Cabrera
En 1985 se publicó Usted es la culpable, una antología de poetas de la generación de los ochenta que es hoy un referente obligado para todo aquel que quiera acercarse a la poesía cubana de finales del siglo XX. Los textos iban encabezados por una ficha de autor y una fotografía. Algunas imágenes de estas han trascendido junto con los mejores poemas que allí aparecen. Junto a la hermosísima foto de Reina María, la de Novás y otros, aparece Sigfredo Ariel como último y más joven poeta del volumen. Retratos que parecen premeditados, poses estudiadas con la expresa intención de que todo luzca natural, lápidas que el tiempo trató con benevolencia y nos devuelven con nostalgia (hasta para los que estábamos por nacer o recién traídos al mundo) una isla que se ha devorado una y otra vez.
Han pasado más de dos décadas y Sigfredo Ariel las ha vivido, ha escrito, aunque se sigue pareciendo mucho físicamente al joven con camisa de la antología. Muchos de los amigos ya no están; aquellos que compartían con él el verso y la conversación en el Two Brothers Bar siguen, de modo insólito, manteniendo un diálogo que promete perdurar más allá de toda distancia y de las diferencias. Eso podríamos aprender de ellos. Si bien la diversidad estética, temática y de intereses entre los nuevos escritores cubanos es innegable, esta se debiera convertir en motivo de entendimiento armónico y no de separación.
Combato con la frialdad que provoca hacer una entrevista por correo electrónico, con iniciar las preguntas sin que nada se quiebre, sin provocar mucho ruido, algo casi imposible. Busco dos líneas de esa misma verdad que pretendemos también cuando se indaga en la poesía; generar el instinto y el misterio de la palabra que nos hace descubrir verdades que desconocíamos de nosotros mismos. Por eso, con temor a la primera frase, como quien pretende atravesar la mañana con el verbo más dócil, lanzo la primera interrogación.
YCO: ¿Qué ha permanecido y cuáles son los cambios sustanciales de aquel joven poeta fotografiado en Usted es la culpable (1985)?
SA: Del muchacho fotografiado queda poco, algún rasgo físico, si acaso. No lo conocí demasiado bien, andaba él muy ocupado en trances sentimentales para ser coherente o “dejarse definir”. Creo que de lo que pensaba y escribía aquel joven poeta dura la sensación de sentirse extraño en cualquier lugar, salvo ciertas zonas de La Habana; también el apego a las canciones cubanas, al filin, al jazz, a Eric Satie y en general a casi toda la música, al cine; la admiración por ciertos autores, la amistad de personas que conocí en esos días y la atención a los asuntos del país, al ser y estar aquí o allá. Los cambios que he experimentado son por lo menos dos: el procurar a nivel consciente que mi escritura comunique con mayor urgencia, y la desilusión acerca de la efectividad de las fábulas. Esto quiere decir: prescindir en lo posible de lo que sea puro ornamento y la resignación ante la imposibilidad de hallar moralejas. Escribo ahora con menos inseguridad, pero con la misma incertidumbre.
YCO: ¿Cómo recuerdas los años de la Casa del Joven Creador, a la que tan ligado estuviste, y qué influencia tuvo este ambiente en tu obra?
SA: Fue una esperanza de tener una casa donde entraran y salieran los semejantes. Y lo fue. La mayor influencia que tuvo aquella época la ejerció en mi vida personal, a partir de entonces me sentí menos raro y menos solitario. Nos pasó a muchos. La cercanía que allí tuvimos los jóvenes de entonces, se mantiene todavía. También la atmósfera creativa y desprejuiciada que logramos en Radio Ciudad de La Habana trovadores, pintores, periodistas y poetas sirvió para ser quienes somos hoy. La decadencia de la Casa fue dolorosa, su cierre fue un golpe artero para la gente de mi edad. Significó que muchas cosas cambiaban como, en efecto, cambiaron. Que el viejo caserón se haya convertido en un local para turistas es un símbolo terrible.
YCO: Más allá de los lauros, considero que el más estricto juez que puede tener un creador es él mismo. Bajo este presupuesto, ¿cómo sientes el desarrollo de tu obra poética, a partir de premios como el David (1986), el Nicolás Guillén (2002) y el UNEAC de poesía (2005)?
SA: En mi poesía hay un hilo que insiste en volver sobre ciertos asuntos, esto me lo han hecho notar personas generosas y he terminado creyéndolo, tal vez porque me conviene. Ese hilo a veces se enreda, se anuda o queda suelto, hasta que empata con otro pedazo del mismo cordel. Así lo veo. A veces puedo comprender mejor lo que he escrito que en otras ocasiones (fíjate que subrayo comprender, que no es para mí lo mismo que entender), aunque hay páginas mías que francamente detesto, las más pretenciosas o que se propusieron “experimentar”. Los textos “de circunstancia”, por llamarlos de algún modo, poseen vida limitada, y yo he escrito más de uno, qué le vamos a hacer. Algunos poemas se han defendido del tiempo de manera siempre sorprendente para mí, pues casi nunca son los que en su momento consideré mejores. Me alegra haber escrito algunos textos de amor, a esos les reprocho menos, quizás porque les exigí lo mínimo: apenas haber dicho la verdad.
No le doy valor a los premios, aunque he ganado varios. A la poesía eso le importa un pito y, digan lo que digan, a la gente también. Todo premio levanta suspicacias sobre ti. Sirven para salir un día en los periódicos y para aliviar en algo la interminable penuria económica. El reunir una selección de mis trabajos ahora me sobrecoge, pero pienso que, como no sería considerado pedirle ese favor a un amigo, terminaré haciéndolo. No voy a mentir diciendo que no sé que soy un poeta leído, eso me alegra en la misma medida en que me asusta, porque uno se siente acechado.
YCO: Si consideramos la crítica como modo de creación, podemos decir que desarrollas tu labor artística en distintas líneas como la poesía, las artes plásticas y la crítica musical (recuerdo ahora mismo tus artículos en Cubaliteraria y la nota al disco de Freddy). ¿Cómo es la convivencia de estas variantes en ti?
SA: No soy crítico, me faltan herramientas y el despego necesario. Me da gusto compartir lo que escucho y la forma en que lo capto, nada más. Los audífonos me han resultado siempre inútiles. Paso la vida poniéndoles discos a los demás, por eso hago radio todavía y he producido los pocos CDs que me han encomendado. En algunos párrafos de los artículos sobre música creo he podido transmitir determinada emoción, es todo lo que quiero lograr en ese sentido. En cuanto a la plástica, siempre he dibujado por encargo. No me satisface mucho lo que hago, aunque sé que soy capaz de hacer viñetas con cierta gracia.
YCO: ¿Trabajas por impulsos y pulsaciones internas o decides previamente si tu obra debe materializarse por la plástica o por el verso?
SA: Escribo cuando siento un “tono”, una frase suelta, que casi siempre es la primera del texto. Luego viene el desarrollo de la idea, que es difícil de enderezar, porque intenta explicar casi siempre cosas que casi nunca he comprendido del todo. Por eso he repetido que escribo para explicarme, para ayudarme a pensar. Lucho con el idioma español para que no parezca recalentado. Corto y re-escribo mucho. Aunque quisiera que fuera de otra forma, la poesía que escribo sale de mi oscuridad buscando un boquete, un pedazo de claridad. En el dibujo apenas sé qué hago, pues mi figuración es limitadísima.
YCO: La realidad tiene un papel fundamental en tu poesía. Sin embargo, el mundo circundante es visto desde un prisma muy personal, ¿tiene que ver esta filtración de lo real con una cosmovisión específica del mundo que intentas trasmitir?
SA: Mis poemas siempre pretenden narrar, no soy un poeta que canta. Antes me asombraba cuando alguien me decía que no comprendía un texto mío, porque desde el inicio pensé que hablaba de cosas más bien cotidianas, incluyendo cuestiones que yo suponía de la memoria colectiva. Pasó mucho tiempo para que me diera cuenta de que no era así. Intento cada vez más ser sencillo en la poesía, antes creía que lo era, ahora me esfuerzo en serlo. No me es posible vigilar la escritura para que algo salga “muy personal”, pero me halaga que lo consideres de ese modo.
YCO: En la última lectura de poesía creo que no leíste ningún poema de Born in Santa Clara, poemario doblemente laureado, sino que priorizaste textos de otras etapas de creación. ¿Qué significado le das en el plano personal a este último cuaderno publicado que, además, acaba de merecer el Premio de la Crítica?
SA: Es un libro que ha tenido buena fortuna. Es una continuación (o consecuencia) de Escrito en Playa Amarilla, pero no le pude imprimir el impulso de aquel, que me parece el más libre de los que he publicado. Me gustaría asociarlos y de paso borrar el orden geométrico que tiene Born in Santa Clara. Leyla Leyva es quien ha hablado del libro con mayor franqueza. Estoy muy de acuerdo con los reparos que le hace. Por lo general, el último que publico es al que menos quiero, hasta que se me pasa. Sin embargo, algunas de sus páginas se parecen a como quiero seguir escribiendo.
YCO: Recuerdo haberte escuchado confesar que “La luz, bróder, la luz” fue un poema que escribiste para completar Algunos pocos conocidos bajo las exigencias del editor José Rodríguez Feo. ¿Te sucedió esto o algo semejante con Born in Santa Clara?
SA: Tuve la suerte de que Rodríguez Feo editara Algunos pocos conocidos. Me hizo cambiar el orden de los trabajos varias veces y hasta el título, que salió de un poema que luego quedó fuera del libro y que nunca publiqué. Mientras lo pasaba en limpio en casa de Raysa White, separado de la persona que amaba en aquel momento, se me ocurrió “La luz, bróder…” que escribí de un tirón y a él le pareció apropiado para “cerrar” el conjunto. En realidad, le gustó mucho, se lo leía a sus amigos por teléfono y yo moría de vergüenza. No te imaginas la seguridad que me dio eso. Luego escribí algunos poemas con la intención expresa de que le gustaran a Pepe. Yo tenía veintitrés años y una idea de la poesía bastante confusa. Esos textos fueron a dar a El enorme verano, donde metí otros, sacados de cuadernos inéditos, algo que él desaprobó, pero hacía ocho o nueve años que yo no publicaba y lamentablemente ya no le prestaba mucha atención a sus consejos.
Al principio Born in Santa Clara era un grupo de poemas en los que pretendí reconstruir mis últimos tiempos en esa ciudad, explicarme el apremio que sentí de largarme de aquel sitio y también encontrarme con quien había sido antes de cumplir los veinte años. Un día probé unir ese grupo con otros textos dispersos con los cuales de algún modo guardaban relación. Al inicio puse el titulado “Menta” que, como yo, andaba medio errante por ahí. Todo fue muy rápido, pues no tenía computadora para trabajar y si ganaba el concurso me entregaban una flamante, esa es la verdad.
YCO: Saber que realizaste el prólogo a la antología La casa se mueve (2000) me permite hacerte una última pregunta: ¿Qué crees de la poesía cubana actual y de las más nuevas generaciones de poetas que están surgiendo? ¿Qué les recomendarías?
SA: Me gusta sobre todo la poesía que hacen los poetas de mi promoción, estén donde estén, porque el sino de la gente de mi edad es bastante peregrino. Pero quién duda que nos hemos pasado veinte años mirando y descifrando a Cuba, cada quien a su manera, hurgando en nosotros mismos y mostrándonos a la gente “con la honradez posible”. Ahí están los poemas, los libros, los blogs. Creo que mi mayor vanidad es sentirme orgulloso de pertenecer a ese conjunto de escritores, que de alguna manera hemos seguido conectados en lo invisible y que nos complementamos en las diferencias. No hablo, por supuesto, de tendencias ideo-estéticas ni de grupos determinados en los cuales, con perdón, no creo ni me interesan.
Hay una poesía nueva armándose, no solo en La Habana, sino en varias ciudades, de un vigor tremendo. Los muchachos y muchachas que no han cumplido aún treinta (y sobre todo los que van camino de sus treinta y cinco) tienen muy buenos poetas que no se parecen entre ellos.
Aunque tal vez nadie apreciaría un consejo mío, porque no tengo manera ni figura de patriarca, opino que deben hacerse visibles entre ellos, quiero decir, conocerse, hacerse amigos.
[Esta entrevista ha salido antes publicada en El jardín de Academos, Cubaliteraria y La Habana Elegante.]
Yoandy Cabrera (Pinar del Río, Cuba, 1982). Profesor asistente de lengua, literatura y cultura en Rockford University. Doctor en Estudios Hispánicos por la Universidad de Texas A&M. Máster en Filología Clásica por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Filología Hispánica por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España. Ha enseñado lenguas y literaturas clásicas y modernas en Cuba, España y los Estados Unidos. Fue profesor de la Universidad de La Habana y del Colegio San Gerónimo de esta misma ciudad. Ha publicado artículos y ensayos en diversas revistas académicas sobre recepción clásica, así como sobre poesía y teatro. Es, además, editor y traductor.
Sigfredo Ariel. Santa Clara, Cuba, 1962. Ha trabajado en la imprenta del Ministerio de Cultura y en diversas estaciones de radio y televisión de Cuba. Premio David en Poesía en 1986 con Algunos pocos conocidos. Cursó estudios en el Instituto Nacional de Arte. Es autor de Los peces & la vida tropical, El cielo imaginario, El enorme verano, Las primera itálicas, Hotel Central, Manos de obra (Premio Nicolás Guillén, 2002), Escrito en Playa Amarilla, Born in Santa Clara y Objeto social, y las antologías de su obra: La luz, bróder, la luz (La Habana, 2010), El arte perdido de la conversación (Monte Ávila, Caracas, 2010) y Ahora mismo un puente (Madrid, 2011). Poemas suyos han sido traducidos a varios idiomas y aparecen en muestras y antologías de la poesía cubana contemporánea. Ha recibido en dos oportunidades el Premio Nacional de Poesía de Cuba «Julián del Casal» (1997-2004) y el Premio Nacional de la Crítica (2002-2006).