Octavio Armand: Cero, no ser, diría Shakespeare
Por: Johan Gotera y para DDC
A Reina María
¿Dionisio o Apolo?
Apolo, siempre y cuando no falte el vino. Contemplación y éxtasis. En las seis caras del dado ruedan en plural y singular las seis personas del verbo. Todas conjugan el azar boca abajo o boca arriba. No puede faltar, en el tú, el yo. Dionisio y Apolo son un diálogo. Como luz y sombra. O allá y aquí.
¿Lezama o Guillén?
En la pregunta anterior la disyuntiva obligaba a optar entre dioses. En esta la disyuntiva es falsa, pues hay un dios a la izquierda y un ministril a la derecha. Me quedo con el dios, por supuesto.
Aquí soy izquierdista, zurdo, siniestro: Lezama.
¿Sancho o Don Quijote?
Apuesto, con Kafka, que Sancho es el autor de El Quijote. Sancho puede soñar con el Quijote pero el Quijote no logra soñar ni despertar con Sancho. La realidad crea ilusiones; las ilusiones crean realidades que algunos llaman locuras. Alonso Quijano, o Quesada, o Quijana, se sueña Quijote pero
despierta Quijano, o Quesada, o Quijana. Sancho se sueña otro a través de don Quijote, pero despierta Sancho. Es la noche que sueña al día, para revivirlo algo menos terrestre, menos prensil. Digamos que ensancha a la noche en el día. Que es capaz de soñar despierto y despertar en un sueño.
¿República o Revolución?
El interregno: Cuba en el exilio y el desembarco; Cuba en la manigua: Martí en su Diario de campaña, cargas al machete de Gómez o Moncada, Maceo bajo los mangos de Baraguá; los jóvenes en la clandestinidad, el ataque a Palacio, los rebeldes en la Sierra; el camino hacia el 20 de mayo y el 1 de enero. La lucha contra la tiranía, contra el poder, detenida a tiempo, antes de convertirse en tiranía y poder. Ser ciudadano de esa Cuba que está a punto de ser, que aún no es. La que una y otra vez los nonatos abortamos.
¿Pulpo o Caracol?
El pulpo por los tres corazones; el caracol porque es un solo corazón, duro y enrollado. El pulpo por los tentáculos; el caracol por las espirales. Uno porque se esconde en chorros de tinta; el otro, porque desaparece en el rumor del mar, la oscura y retorcida profundidad del vacío. Uno porque se asusta del tú y el otro porque se cansa del yo. El pulpo porque es blando; el caracol porque endurece hasta a su sombra. El pulpo porque calla y no aprende a hablar; el caracol porque tampoco es un loro: suena para enseñarnos el hechizo de una sílaba. El pulpo porque con él podemos contar hasta ocho; el caracol porque nos arrastra del cero al infinito. Uno porque nos abraza por fuera; el otro porque nos abraza por dentro. El pulpo porque sabe crear un poco de noche; el caracol porque la lleva encerrada en su caja fuerte. El caracol porque sí y el pulpo también. Etc.
¿Severo Sarduy o Reinaldo Arenas?
La SS cubana, capaz del tatuaje y la máscara, del disfraz y el travestismo, pero absolutamente ajena al uniforme. El Cristo en La Habana o en la rue Jacob, sin cruz ni clavos.
¿Cuba o la noche?
«La noche me enamora más que el día pero mi corazón nunca se sacia.» La letra del polo margariteño me permite responder por las veinticuatro horas, por la luz y la oscuridad. Como Martí, tengo esas dos patrias: Cuba y la noche. Inseparables, diría, porque Cuba es una isla rodeada de noche por todas partes. He llegado a pensar que en realidad son una sola. Haber vivido en Cuba desde Nueva York, o desde Caracas, o desde Kamchatka, sentir lo cercano en la lejanía, es como adivinar las formas en un sueño. Cuba es una sombra; la iluminamos por un instante con el cocuyo de un recuerdo o la añoranza de un sabor, pero vuelve a sumirse en la vastedad del desamparo, del exilio. Es la tierra de los desterrados. El sueño del espacio propio en un tiempo ajeno o del tiempo propio en el espacio ajeno. Una guerra civil entre historia y geografía. Un paisaje que se reduce a su propio punto de fuga.
¿Patria o muerte?
En los cementerios nadie se plantea esta terrible disyuntiva. Nadie se hace esta pregunta. La patria tantas veces se nos ha convertido en muerte, en cuestión de matar o morir, que quizá nos convenga reclamar nuestro derecho a la vivienda en un campo santo. Exigir una tumba a cambio de himnos y juramentos a la bandera, o dedicarnos de una buena vez al arte funerario. Épica de sepultureros, la nuestra. Nunca dejaremos de matar a nuestros muertos. Por eso nunca los dejamos morir. Quiero una patria del hoy, del presente, del indicativo. Una patria sin tantos vivos en la tarima ni tantos muertos en la ignorancia y la enfermedad, en el exilio o la cárcel.
¿Dentro o fuera?
La historia cubana es una cinta de Moebio: se puede estar dentro por fuera y fuera por dentro.
¿Ser o saber?
Elige lo que eres, no lo que sabes. Eres más de lo que sabes. Eres la suma siempre inexacta de lo que sabes y lo que ignoras, de lo que recuerdas y lo que olvidas. La tensión entre esas dos vertientes te permite el asombro. Asombrarse y asombrar, co-nacer al conocer, son encrucijadas, no vías paralelas.
¿Lo bello o lo feo?
En la generalizada fealdad que nos acecha, lo bello es excepción. Una isla a pique en un mar picado. Acaso como castigo por el pecado nada original de nacer para no ser, los dioses van convirtiendo todo en espejo. Los sistemas políticos que nos complacen como un bolero, mintiéndonos más; la calle que desemboca en callejones sin salida, fauces de león y colmillos de caimán; la tercera epístola a los corintios, no de Pablo sino nuestra, letra muerta de un espíritu enterrado; la propaganda y las consignas que son el canto gregoriano de nuestros días, todo parece estar azogado para multiplicarnos en desconcierto y zozobra. Si nadie se ahoga es porque a nadie lo seduce su propia imagen. Pero la solución está en camino. Pronto estrenaremos el narcisismo de la fealdad. Para eso contamos con medios de comunicación, universidades y museos.
¿Tenochtitlan o Atenas?
Como americano siento que son ruinas siamesas. El ADN de nuestra cultura se remonta a ambas, aunque —lamentablemente— vivamos la orfandad de una de ellas. Nuestro diálogo tiene sus raíces en Atenas; nuestro monólogo en Tenochtitlan. La escritura es de aquella orilla; las plumas —águila o quetzal—, de esta. Con Sócrates, la verdad y la belleza razonadas: con Nezahualcóyotl, las corazonadas y las dudas que nos sobrecogen. Sospechar, por ejemplo, que no es verdad que vivimos, y no por ello perder los bríos para lo fiero o lo delicado.
¿Nueva York o Guantánamo?
Nueva York es una gran aldea; Guantánamo, una pequeña megalópolis. En Nueva York conocí los intersticios de la arquitectura monumental, cielos geométricos entre rascacielos también geométricos, mucho mejor que los contabilizados pisos del Empire State o de las Torres Gemelas; las estalagmitas de Guantánamo me dan otro sentido de la verticalidad: la iglesia del Parque Martí es una campanada que cae en el cielo y lo llena de infinitos círculos concéntricos, como una piedrezuela que riza las tranquilas aguas del Guaso; los postes del cableado eléctrico son enormes cruces, en cada uno se crucifica a la noche en una estrella que es un bombillo.
En el recuerdo, todavía, siento que en una orilla del Puente Negro pisaba la vida y en la otra podía dar traspiés en la muerte; que recorrerlo es un desafío mucho mayor que atravesar el Puente de Brooklyn. Había un más acá y un más allá en pocos metros. También, entre los travesaños de madera había travesaños de abismo. Aunque se tratara de un pequeño horizonte improvisado para cruzar el río sin mojarse, sentía —y siento todavía— el vértigo de aquel eje horizontal con más intensidad que la levitación provocada por los intersticios de los rascacielos neoyorquinos.
Mi tarea de exilio consistió en reducir lo enorme y conservar en buena dimensión lo pequeño. Hacer horizontal la tremenda verticalidad de Nueva York y darle aguja de catedral a la horizontalidad guantanamera. Por eso cuando cayeron las Torres Gemelas sentí que un trozo de cielo se desplomaba hacia los lados y se perdía en la vastedad que antes cabía perfectamente, como un paisaje enmarcado, entre las pirámides del siglo XX. En Nueva York subo hacia abajo; en Guantánamo caigo hacia arriba.
¿Voz o escritura?
La escritura es voz visible, legible. Puede haber voz sin escritura, no escritura sin voz. El jeroglífico suena; el grafiti, también. Aun el lenguaje de los sordomudos es voz visible, escritura en señas. Cuando al fin se descifre el disco de Festo, esa piedra hablará, cantará. Las pirámides son una escritura del desierto. En sus pasillos enterrados suena el desierto. Aprende a ser pirámide y cada grano de arena será una sílaba.
¿’Yo’ o ‘nadie’?
Pregúntaselo a Ulises.
¿Antes o después?
Mientras. Pero solo mientras no mientas.
Ensayo y luciérnaga.
Recuerdo un bombillo más asombroso que el de Edison, aunque de menor voltaje: la botella prendida con electricidad de cocuyo. Una invención taína del guajiro cubano. La botella de cerveza vacía se volvía a llenar de espuma con cocuyos, se la tapaba como a la güira fiestera que en su salón redondo recibía semillas o municiones, y lograbas el milagro: una maraca de luces para amortiguar la noche. El ensayo, para mí, se debe más al vuelo del cocuyo que a la fijeza del bombillo que aspira a ser mediodía, sol a plomo. El vuelo libre, penetrando en la vastedad de la noche; o el vuelo que al buscar la noche tropieza con el vidrio impenetrable. La luz intermitente, zigzagueante, súbita en sus encendidos y apagones, que no pretende destruir a la oscuridad sino enaltecerla, prestándole, aquí abajo, improvisadas constelaciones. Azar humilde de luces verdes que nos permiten cruzar la noche como una calle. Hojas que en vez de caer, flotan su otoño. O lo suben.
¿Seppuku o LSD?
Si quieres ser pulcro, el LSD; no así si quieres sepulcro. El seppuku es oriental y visceral; el LSD, occidental y mental. Con uno te das la espada; con otro, la espalda. Abrir el cuerpo de un tajo, calientes las vísceras y el chorro de sangre, es como la salida del sol; el LSD es un ocaso químico.
¿Ética o estética?
Lo bueno, el bien, suele tener dos raíces: la verdad y la belleza. La vida también. El organismo –biológico o cultural– es diploide. Hasta la fecundación in vitro requiere el par XX y XY. Cuando el juego de cromosomas sufre mutaciones, las consecuencias pueden ser desastrosas. Una aberración estética, como la que caricaturiza al arte conceptual, por ejemplo, puede degenerar en estítica.
¿Darío o Whitman?
«Aquí, junto al mar latino,/ digo la verdad.» Son los primeros versos de un poema cuyo título, «Eheu», pertenece a Darío y a Horacio. Una exclamación horaciana de Darío. La fugacidad del tiempo sentida y vuelta a sentir por dos poetas frente a un mismo espacio pero con unos dos mil años de por medio. Darío reivindica su raíz latina. Siente muy viva, en solidez de roca, y en las milenarias tradiciones del aceite y el vino, esa raíz que le permite compartir un título con Horacio; y que le permite además, al exclamar con él sin necesidad de traducir ni el vocablo ni la emoción, unirse al coro de la vasta cultura heredada, celebrada. Aquí siente su antigüedad en la claridad latina, como la siente, aun más antigua, por griega, en «Friso», magnífico altar barroco que levanta para dioses y mitos paganos.
Junto al mar latino dice la verdad. Seguramente la dice también junto al Egeo. ¿Por qué? Tremendos, los primeros versos de «Eheu» entrañan una confesión de doble filo. ¿No nos dice acaso que allá —su aquí del poema— dice la verdad que acá —junto al mar Caribe, digamos—, no puede o no quiere decir? Apoyado en una roca de aquella costa distante y en cuatro letras de una lengua pétrea, fosilizada, Darío dice la verdad. Esa verdad tan suya, tan erizada en su carne viva, es antigua, cosa de ruina y lengua muerta. La puede compartir con los muertos en quienes cree y quienes son capaces de comprenderla. Y de comprenderlo. ¿Qué nos deja a nosotros? ¿Acaso no merecemos la verdad?
Whitman no tiene que callar su verdad; puede decirla en su propia orilla, frente al Puente de Brooklyn o en cualquier calle de Manhattan. Se para firme en el presente, en lo inmediato, y lo abraza en su totalidad, sólido en su crudeza y su belleza, conjugándolo con su yo nada exento de contradicciones. Puede hacerlo porque no está rodeado de mentiras y promesas engañosas. Cree en su país, en su declaración de independencia, su constitución, en la gente que lo rodea. Puede creer en su América, moderna, democrática, pujante, y en sí mismo. Cree en América como Horacio creyó en Roma. Darío no podía. A pesar de su «Oda a Roosevelt», para cuadrarse en nuestra América tenía que apoyarse en Roma, Atenas, Corinto, Troya y el León Español.
¿San Agustín o Rousseau?
Confío más en el «Dios hazme casto, pero todavía no» del africano que en las bambalinas del ginebrino. Firmo contratos con Agustín, no con Jean Jacques.
¿Historia o poesía?
¿La poesía es la historia del tiempo? ¿Del instante en la eternidad? No me hago ilusiones acerca de la historia, ni del tiempo, ni de la poesía. Pero si acaso el tiempo tiene futuro, o tuvo pasado, ese pasado y ese futuro serán descubiertos por la poesía. El descubrimiento no necesariamente se deberá a un poeta o a un poema. Podrá deberse a la poesía de la prosa, de las matemáticas, del azar. Hay poesía en la intuición del futuro y del pasado, del tú que todos somos, hemos sido, seremos.
¿Pasillo o ventana?
La ventana es un pasillo que linda con el infinito, con la noche, con el vacío. Muestra las tentaciones de la vida y la muerte.
¿Son con todo o Son de ausencia?
Ni Son con todo ni Sóngoro cosongo: Son de ausencia.
¿’Tú’ o ‘yo’?
Tú eres el yo del poema si lo escribes: yo soy el tú del poema si lo leo. O al revés.
¿Martí o Zequeira?
Liturgias de ausencia, lecciones de desaparición: el suicidio de Martí y la locura de Zequeira. El Diario de campaña de Martí es prosa hechizada. Prosa de acuarelista y de taquígrafo, electrocardiograma del paisaje y del propio Martí como epicentro del paisaje estremecido. Es la naturaleza como manigua, como escenario de la épica criolla. El asombro de un cronista del siglo XVI con las urgencias de quien, en el paisaje, como catedral, quiere levantar una república.
Zequeira desaparecía al tocarse. Tocado —en el doble sentido de la palabra— desaparecía. Su invisibilidad siempre ha apartado mis párpados para el paisaje invisible, abriéndolos desde la repetida lejanía del exilio como si la distancia fuera una ventana.
Los versos sencillos de Martí y las décimas de Zequeira son compases muy cubanos. Contradanzas, danzones, sones de la página en blanco criolla. Las retorcidas y disparatadas décimas de Zequeira, olmos que no solo dan peras, sino también manzanas, zaguanes, caimitos, o colmillos de jabalí, me parecen más acordes con el caracol cubano que a mí me ha tocado habitar, armando sus espirales como un rompecabezas de piezas que faltan. Más acordes con mi distorsionada experiencia, y aunque resulte disonante, más sencillas, esas graciosas sonoridades de lo invisible, que los versos sencillos del Apóstol.
Sin patria pero sin amo…
Hace unas cuantas semanas, cuando era joven, le ponía una g a esta frase para sacudirla con brío de punto g. Era un punto g cubanísimo, muy irreverente, por supuesto, pero que en algo compensaba la desazón del destierro. Sin patria pero con esa g de frecuencia polígama intercalada entre la preposición de carencia y el yugo del amo negado, dinamizaba el inaceptable sustantivo y lo ejercía a todo dar como verbo. Cuento de nunca acabar este amo de amar sin amo pero con g. ¿Quieres que te lo cuente otra vez?
¿La ola o la piedra?
Surf en la piedra y tallas en la ola. Lo efímero duradero. El abrazo de la ola y la piedra. La rima del encuentro. La espuma.
¿Espiral o ceniza?
La respuesta: fumar. Hacia arriba, escritura del fuego: espirales de humo; apenas un poco más resistente al viento, hacia abajo, escultura del mismo fuego: ceniza. La ascensión y la caída: adioses. Catedrales de humo y torres de ceniza: espejos. Al aspirar, el vacío es nuestro; al espirar, somos del vacío. Respirar es acostumbrarse al vacío. Cero, no ser, diría Shakespeare.
¿El viento o la piel?
El viento para sentir la piel. La piel para sentir el viento. Piel menos mía.
¿Mármol u olvido?
La escritura es una forma de olvido. El mármol también. Saldamos con mármol la deuda con los padres de la patria para no tener que seguir su ejemplo, para que la vida ciudadana nunca se transforme en el verdadero mármol que merecen. Les cantamos himnos, acuñamos nuestras monedas con sus perfiles, les dedicamos calles, avenidas, plazas, museos, hacemos cualquier cosa para negarlos con una redundancia implacable. Exorcizada la culpa, si acaso se llegara a sentir, queda el pulido del mármol y el brillo de las monedas, no el ejemplo, que por lo visto resulta fastidioso y de escaso provecho. El mármol útil no es una roca metamórfica caliza o dolomítica, sino tejido vivo, funcional, con axones y dendritas.
¿Profeta o protesta?
En ambos términos, como si se tratase de matrioshkas, está el poeta. Por algo será ¿no?
¿Conocer o conacer?
Para el tipo de saber que a mí me interesa, se trata de sinónimos.
¿Mapa o tesoro?
El mapa hasta llegar al tesoro; luego el tesoro, para enterrarlo en el mapa.
¿Tirano Aguirre o Rey de España?
La carta del Tirano Aguirre a Felipe II fue nuestra primera acta de independencia. El caso amerita reflexión. Algo tiene de parábola y mucho de profecía. La independencia, como de forma tan descarnada lo revela la voluntad de Aguirre, fue apenas la sustitución de una tiranía por otra. Lograda a medias la república, muchos han querido ser reyes. Lamentablemente para ellos solo han llegado a tiranos; afortunadamente para nosotros, ninguno ha tenido la talla —escalofriante, soberbia— de Aguirre, el Peregrino.
¿Verdadero o falso?
Los políticos suelen mentir hasta con verdades; a veces los artistas no engañan ni con mentiras.
¿Amo o esclavo?
¿Amo de mi silencio y esclavo de mi palabra, para evadir la respuesta con Séneca? Desvincularse de los supuestos quizá sea una manera de colocarse al margen del poder, o de ejercerlo como sustantivo, no como verbo: soy amo de amar. Conjugar en la escasa libertad que nos queda al amo sin esclavo y al esclavo sin amo. Anularse en ambos, abrazándolos.
Caracas, 18 de junio de 2013, publicado en http://www.diariodecuba.com/cultura/1371847071_3878.html
(Crédito: Letra Muerta)
Octavio Armand (Guantánamo, 1946), poeta y ensayista cubano radicado en Caracas. Vivió en Nueva York por varios años y luego en 1990 se radicó en Venezuela. Fue director-fundador de la revista Escandalar y entre sus publicaciones se encuentran Horizonte no es siempre lejanía (1970), Entre testigos (1974), Piel menos mía (1976), Cosas pasan (1977), Cómo escribir con erizo (1979), Biografía para feacios (1980), Superficies (1980), El pez volador (1997), Refractions (1994), Clinamen (2013), Estética invertebrada (2014), Concierto para delinquir (2016) y Horizontes de juguete (2016).