Goya Gutiérrez: donde habita el jilguero aquel que siempre canta

(Foto: Cortesía de la autora)

 

WIM WENDERS

Cielo sobre Berlín (1987)

Bruma y alas, nubes sobre los edificios.

Belleza desde las Alturas, blanco y negro.

Observar, presenciar, oír pensamientos ajenos,

escribir el transcurso vital, el morir,

comprender el vacío, la desnudez de los vencidos,

la lucha del que arriesga su ser más íntimo,

los recuerdos latentes de la devastadora

destrucción, las ruinas del ayer.

Reconocer los grafitis dibujados en el muro

que sus cuerpos

celestes atraviesan una y otra vez.

Hacer balance, remontarse al principio de todos

los principios,

y no poder curar ni evitar el sufrimiento,

y estar ahí al lado del suicida,

y no poder acariciar su corazón, detener su

urgente torbellino.

Y estar tan cerca de esa piel, de ese cuerpo

perfecto

de mujer jovencísima, sutil acróbata, y oír

su soledad, y ver los últimos destellos

de su elevado sueño,

la puerta de la habitación de sus deseos

de par en par.

El ángel maduro sacrifica sus alas,

se desprende de la levedad,

deja en los cables del cielo su albura,

la disidencia lo humaniza y lo hace grave,

y cae contra el suelo,

pisa suavemente la lluvia, la luz y su arcoíris,

vierte su compasión sobre el herido

y alquitranado asfalto:

probar el color de la tierra, el sabor de su riesgo,

respirar, sentir el humano fluir,

saberse huérfano y mortal, caminar, caminar,

encontrar

finalmente ese amor, amar, amar y ser amado.

 

 

FEDERICO GARCÍA LORCA

Yerma (1934)

Esa mujer que sueña con caños de agua fresca

que salen de las fuentes,

con cántaros de leche obtenidos

de rosados pezones,

con lechales naciendo de la res o la oveja,

la que como tantas no ha sido destinada ni a amor

ni a pasión de hombre elegido,

sí, a emparedar como cuerpos sus secretos,

aparte del encaje de bolillos,

las telas o la lana,

solo le queda la misión de ser madre,

parir hijos.

Ella siente cómo el zumbido de una abeja

dibuja en el aire la palabra yerma,

pero tapa sus ojos, tapa sus oídos

porque cree que su hombre

no insiste, no quiere voluptuosamente

vaciar con fortaleza su brebaje,

para que ella grane,

y lucha con desespero, se devana la mente,

sigue ritos paganos que entre sus piernas traigan

ríos y manantiales,

pero solo ve pozos, charcos de agua estancada,

y el vientre sigue seco, y su cabeza hierve

pues nacida en la férrea casta de la honradez

rechaza los consejos de la Vieja

que sabe de los partos

y varones baldíos, del que no tiene el riego,

el vigor que la tierra precisa.

De nada sirven rezos y Romería en donde

otras casadas en lo oscuro del margen

hallan su concepción,

ella no tiene cura, está predestinada por su mismo

nombre,

se perderá en el negro designio de su sangre

vertiendo con locura la del por siempre

asignado a ella, la del no hijo.

 

 

El universo, como el más exquisito orfebre,

ha grabado sus signos sobre sus criaturas:

la luz cuajada sobre las pinceladas rayadas

de la cebra,

la luz enardecida en las beligerantes ondas

del tigre,

luz protectora en el colorido caparazón

de los insectos,

luz arcoíris en el alado plumaje

de las aves,

luz visionaria en los misteriosos óculos y vitrales

de las mariposas,

luz clorofila en la nervadura

de las plantas desbordadas

hacia su pigmentada gestación en flor y en fruto,

la luz velada sobre los peces irisados,

luz abisal sobre los traicioneros faros

de las quimeras del abismo,

luz refulgente en el denso latido de una estrella.

Y frente a toda esa viva pintura deslumbrante

la mirada encendida de la primera mujer,

del primer hombre

traduciendo lo cósmico en escenario primigenio

del símbolo,

en palabra cautiva que despierta, balbuceo

que empieza a liberarse,

en palabra que encarna al pensamiento,

que nos divide y une,

que hace pronunciarse al amor y a la belleza,

que apacienta al silencio.

En palabra escondida, quizás hasta robada

que serena, espera ser hallada

en el secreto cofre de la memoria,

para con otras enhebrarla

al inspirado hilo de seda

prendido al cuello del papel en blanco.

 

 

III

El silencio es inmenso como oración

secreta e interior

habitando la ausencia en una catedral

asilvestrada de paredes como tirabuzones líquidos

que se hubieran cuajado sobre roca

que lentamente, a través de los siglos

el viento mueve, esparce y desordena:

Y se labraron y se siguen labrando,

circundando un espacio recóndito

a cuyo centro llega

triunfante desde el ojo de la Naturaleza

un haz de luz que ciega de belleza.

Y así compensa, así redime al hambre monstruosa

de la arena dorada,

o a la desangelada e inhóspita arena cenicienta

de otros muchos desiertos.

 

 

Homenaje a las víctimas de la Pandemia

Abril de 2020

I

Abriremos los ojos como las alas

de una mariposa

para volar a ras del mundo, incendiar de color

los caminos que no pudimos recorrer

en los tiempos aciagos, en espacios rendidos

a la invisibilidad de un enemigo

hiriéndonos en nuestras calmas o agitadas vidas,

en nuestra confiada carne, detrás de la

espuma impasible

del almendro, en medio de un rojo corazón

de primavera, en la jaula de alambre, plata u oro,

pendiente de una flecha que puede ser mortal.

 

Abriremos los ojos volando hacia otras tierras

y trincheras

en donde también se debate contra otras miserias,

bajo un techo de paja, sin balcones,

sin edredones suaves,

en una lucha eterna y olvidada.

Escucharemos los antiguos proverbios,

rescataremos versos

del poeta que proyectaban sombras premonitorias

ocultas en metáforas, que entonces solo parecían

hipérboles.

Meceremos la cuna de aquellos, de aquellas

que en cuerpo y alma se enfrentan,

ponen delante de nosotros

sus preciadas vidas, su arma vital a ebullición.

Dan una lección profunda al que gobierna

sobre los bienes que se han de empoderar.

Quizás ante una guerra palpable,

que como la muerte atañe a todos los nacidos,

procuraremos que se realice el ideal

de una globalizada paz.

Quizás valoraremos las esencias en el desván

de la memoria

de nuestra vieja infancia, el olor de la hogaza

al calor

del humilde rincón, donde prendía sobre la leña

el fuego

al candor del vino negro azucarado sobre

un pan amasado por nuestra misma madre.

 

Abriremos los ojos, y nos desprenderemos

del temor

a perdernos en ese laberinto en donde acecha

el monstruo de todas las penurias,

para ver los senderos que llevan a las fuentes

donde habita el jilguero aquel

que siempre canta

venturosas canciones de cuentos ancestrales.

 

 

GOYA GUTIÉRREZ (Cabolafuente – Zaragoza – 1954). Reside en Castelldefels (Barcelona). Es poeta y escritora. Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Central de Barcelona UB. Ha sido profesora titular de instituto impartiendo la asignatura de Lengua y Literatura castellanas. Es coeditora y directora de la revista literaria Alga desde el 2003 www.castelldefels.org/alga editada en formato impreso en papel y digital.

Ha publicado las plaquettes Regresar, (Barcelona,1995) y Desde la oscuridad/From the darkness (Barcelona, 2014), y los poemarios De mares y espumas, (Barcelona, 2001), La mirada y el viaje, (Barcelona, 2004), El cantar de las amantes, (Barcelona, 2006), Ánforas, (Madrid, 2009), Hacia lo abierto, (Barcelona, 2011), Grietas de luz, (México-Madrid, 2015), Y a pesar de la niebla (Barcelona, 2018) y Lugares que amar (Barcelona 2022). La novela Seres circulares, (Ebook, 2019)

La revista Ínsula 832 de Abril de 2016, consideró como uno de los mejores libros recomendados publicados en el 2015 al libro de poemas Grietas de luz (Vaso-Roto).

Sus poemas, narraciones y comentarios críticos han sido publicados en numerosas revistas. Su obra poética ha sido incluida en más de una treintena de antologías impresas en papel y en formato digital. Ha participado como invitada en diversos Festivales de Poesía nacionales e internacionales. Poemas suyos han sido traducidos al catalán, rumano, italiano, inglés y portugués.  www.goya-gutierrez-lanero.com

Compartir esta entrada