José Carlos Cataño: tras el paso de las altas mareas
¿QUÉ fuiste en otra vida?, me preguntó el azar.
Si fui sombra nunca vi luz,
Si fui sueño no desperté,
Por no saber si me buscaban
Las palabras en el borde del mundo.
Hallado tan solo por el secreto
De las cosas incomprensibles.
Soy la gran corriente marina
Que desbarata el azar de haber sido.
A VECES el tiempo se borra,
Como nubes que ya no saben
Si continuar haciendo caso al viento
O seguir desangrando hacia poniente.
La vida a veces reverbera,
Con un golpe rotundo,
Como si fuera a ocurrir algo.
Con frecuencia no entiendo al mundo,
Si alienta algo digno de comprenderse.
Si es llano y, sin más, insignificante
Como sangre sin sombra.
COMO estandarte roto me persigues
Detrás de cada paso
Que logra dar mi sombra.
¿Serás harapo, muerte de mi vida,
Deshilachado y consistente,
Ansia nunca saciada,
Del todo completa y entero olvido.
ACUMULO cadáveres
Debajo de mi lengua, con el cuidado
Del sonámbulo que nunca quebranta
El perfil de sus sueños.
Nada recuerdo,
Sin manos, los ojos fijos en el techo.
El mar una pausa en la marcha.
Las olas llamas sobre el horizonte,
En la última ausencia de aire
SOY sombra en blanco
Nube que te anunció:
La noche es tu rostro desconocido
Ya puedes cerrar los ojos.
DIRÍA que en invierno las estrellas
Te miran mientras giran
Con grandes ojos mudos.
En los grandes lagos boreales,
Las imágenes de tu vida,
Como mariposa clavada al vuelo
Y tu rostro por fin completo.
GRACIAS, señor,
Por disponer paisajes
Que esquivan el tiempo que hemos vivido.
Para no dejarnos en la quietud.
Nada ha sido vida, de verdad, nada.
Nada ha brotado para madurar
En una tierra propia.
El cielo de esta tarde
Es suficiente.
HAY que partir hacia otro lado.
No sirve quedarse mirando
Las cuevas excavadas
En los eriales.
Mira el halo de luz,
La maresía de las olas
Al romper con la nada de costumbre.
Hay que cambiar de ángulo de visión,
Con los ojos sedientos.
Las cuevas saqueadas, los nichos
En los barrancos,
Tras el paso de las altas mareas.
Una furia sostiene el horizonte
Que aguarda tu respiro.
LLUEVE, dios, como tú sabes para borrar todos los rastros y abandonarnos en la niebla.
Así dejados nos llevas también las gotas que traga la tierra, mientras las gaviotas huyen de la costa y caen hambrientas en los patios de luces, y son feroces sus gritos.
Niebla y viento, el mundo rueda con aspas de matanzas y olvidos.
Otra vez septiembre, otra vez la herida.
Y otra costa todavía más lejana
Y esta otra vida que se disuelve sobre aquella otra que ya no existe.
Ya no hay adioses. Ya no hay bienvenida.
Llovemos, y nos lleva la niebla.
José Carlos Cataño (La Laguna, Islas Canarias, 30 de agosto de 1954) es poeta, narrador y ensayista. Comenzó estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife y más tarde se licenció en Filología Románica por la Universidad de Barcelona. Vivió por corto tiempo en Marruecos, Israel y Martinica, regresando posteriormente a Barcelona donde reside actualmente.
Es colaborador habitual en diversas publicaciones internacionales, tales como, Atlántica Internacional de las Artes, Ártics, Clarín, Gaceta del FCE, Ínsula y Letras Libres.
Ha llevado a cabo una intensa labor en aras de la difusión de la cultura canaria, presentando escritores y artistas a través de instituciones culturales de la Generalitat de Catalunya y de la Fundación La Caixa.
En 1974 obtuvo el Premio de Edición Benito Pérez Armas de Novela con El exterminio de la luz. Es autor, entre otras obras, de Jules Rock en 1973, Disparos en el paraíso en 1982, Muerte sinahí en 1986,
El cónsul del mar del Norte en 1990, A las islas vacías en 1997, En tregua en 2001, El amor lejano–Poesía reunida, 1975-2005- en 2006 y Desdende en 2007.