Joaquín Badajoz: ojos de fiordo para saciar la sed





Luchadores de sumo caminan bajo los cerezos en flor 
del templo Yasukuni de Tokio


La gota de sangre al salpicar
es bulbo de tulipán, tinta que vuela.
Tiñe con su óxido de carnaval
la espuela, la navaja, el dios solar, 
la arena de aquella playa 
en Formentera, donde el tiempo
después del sexo expira, 
es redoble de tambores, 
respiración espesa.
Dos luchadores marchan, 
aunque están detenidos.
Paseando bajos los cerezos
inadvertidamente
con la paz del que regresa
cansado del combate.
Como amantes sudados,
la brisa al acariciar sus cuerpos
enciende una sutil hoguera de salitre, 
es fuelle, aliento, copla,
torneando porcelanas, 
es lengua, seda, imperio, 
sobre un pendón de fuego
lluvia dorada. 
Se sobreponen fechas
cuando el hombre viaja
como una lanza erguida, 
la ruta es el milagro
donde confluyen todos
los hombres que fueron, 
y los que transcurrieron
antes que ellos. 
La confusión del viaje
estriba en que el destino
suplanta los caminos.
Un viaje es siempre el tiempo
al que aún no has llegado.
Pero vistos así, estatuas,
petrificados corceles, 
esquivando la embestida marina
que se tuerce en espuma,
el dulce olor de fruta
que tienta inalcanzable, 
sobre sus cabezas, 
son veloces Aquiles sorprendidos. 
Como amantes, de pavor
han dado rienda al miedo,
cedido o conquistado, 
la gloria y el terreno. 
Como no son amantes,
van lastimosamente ajenos
a la belleza, demasiado
ensimismados para notar
que la tortuga va tejiendo 
un portentoso altar 
de cerezos en flor bajo al nieve.





Teorema del caos
 
Duele arrancarse una mujer del pecho
una vez ha hundido su lengua de mantarraya
deslizándose en tu garganta.
Te llama fruta fresca, mango de la tentación,
hombre suyo.
Cuando te acaricia su dedo de ballesta
es arpón que destroza la carne
si tiras espantado de su pelo.
No es violencia ese impulso de comerle la boca,
dibujar con tus labios sus lóbulos vírgenes
donde ninguna aguja ha roto la carne,
lamer su cuello largo hasta el nacimiento
del cabello, donde respiras mejor su olor:
ave del paraíso, maga descomunal, varona.
Una mujer así llega puntual para quedarse.
No es Mantis. No viene a matar esta niña dulce
que se sube descalza sobre tus empeines
(una arena finísima le viste los muslos,
las ijadas, las grupas de hembra rebelde).
Hasta le pone un nombre a esa memoria
de haberla perseguido: la llama nostalgia ajena
…y te da un vuelco el corazón.
La ves danzar entre adolescentes
macerando las uvas para el vino,
el tibio licor con que la desposarás
en otra vida o en esta si te quedara tiempo,
si los dioses cruzan sus dedos necios,
la amarás sobre otros arrecifes,
tejiéndole este midsommar una corona
de flores silvestres,
y un vestido de novia de rocío o de nieve.
Esta mujer pone su huevo en ti,
te hace su nido.
Sientes crecer una energía antigua de tu tórax:
susurros de cuando los hombres se reproducían
mirándose fijamente a los ojos.
Ahora el vientre restalla y no sangras.
Encinto, es decir, desceñido,
eres el pájaro de truenos, el alfanje
que corta la hebra por el centro.
Fue fugaz, apenas un rapto dibujando tus cejas,
verte reflejado en unos ojos de larimar
mientras tu rostro surge suave de su mano.
Saber que el nudo en tu garganta tiene un nombre:
¿será eso a lo que los antiguos llamaban Roma
en su escritura de espejo?
 
Sientes la flecha tibia…
la rodeas con el puño disfrutando el ardor.
Estoy quemando las hojas de este otoño,
y es como amputarse un brazo.
La flecha está en ti, encarnada,
hierro que el musgo vuelve roca.
Antes de que ella apareciera era fácil
seguir las rutas de la seda,
mudarte a otros ojos, dar golpes de nudillos
contra puertas olvidadas, sacudir aldabas:
el fuego noble apagará otro fuego,
hasta dejarte entumecido.
Hasta que sientas un espacio vacío
en el que cabe un puño
donde hubo alguna vez un corazón tan grande
que se te salía por los ojos.
Dicen que la han visto en tus pupilas palpitar.
Que por esas cavernas tuyas pasan siglos,
y quien te mira
corre el riesgo de sonreírle a una mujer,
ver esas tardes secretas
en las que una lengua de sol
le endurece los pechos
o un río de deseo humedece sus piernas,
imágenes que han quedado en tus pupilas,
como el golpe del homicida, dicen.
Tú la miras con tus ojos de niño,
de niño caprichoso,
y echas a andar, decides,
quedarte en venganza
para siempre uno dentro del otro.




Autorretrato abrazando una bestia fabulosa
(de un dibujo de Lorca) 



Como alfarero hundo el pulgar en la arcilla
que es tu cintura de arena,
amaso un pan de sol
rotando el torno insisto
en moldear con mis dedos
las formas que se fugan, 
nada en ti cambio, todo tiene un sentido,
sigo en tu cuerpo la ruta y la huella de dios.
Tu cuerpo entre mis manos
suena, palo de lluvia, madera susurrante,
acerco mi oído al mar
que es tu espalda,  
pez volador, centaura, tienes el lomo largo 
de felino, te lamo y ronroneas, ruges, 
muerdo tus labios.  
El placer es saliva,
reflejo involuntario, mordida,
hay una fragua atizada por una despedida, 
eres el viento que erotiza 
en el instante en que escapa.


Bruño con hierba la arcilla de tus muslos,
sirgando en seco, un día
me sembraré en ti, 
donde esta grieta un árbol crecerá
con sus pájaros de origami, 
su aurora boreal sobre tu nuca
y una hoguera, un lago volcánico 
donde los pulgares en pinza
todos estos milenios 
de tanto frotar con paciencia de gota
han creado su ergonómica rienda.


Con falsa paciencia quiero mostrarte el arte
del domador de potros,
susurrar en tu oído: soy el viento,
una brizna de sol te lame el lóbulo, 
ensarta monedas de fuego, duraznos asados,
quema las maduras hojas del otoño.


Beber la porcelana de tu oreja,
por esa delicada vasija 
ojalá se desborde tu cuerpo.
Me gusta cuando gimes de deseo,
me gusta cuando escapa un alarido,
y hay una bestia bella
entre mis sábanas, y no es cama
ni habitación, sino vacío,
galaxia, vía láctea, pradera americana.


Tiemblas como una niña enfebrecida,
de tanta fiebre deliras,
hablas en una lengua de ángeles.


No he podido hundirme en ti 
nueve noches seguidas,
Mnemósine, lamo tu piel de regaliz y olvido. 
Te recuerdo por tu olor,
la miel que he perseguido
a través de las tundras,
de las ruinas, en una orilla del Hudson
atracan los veleros, 
y hay hombres a los que se les desbordan
los ríos por los ojos,
son hombres bellos y azules,
pero te empeñas en los abismos,
buscas hundir tu pelvis
dejarte peinar por los vientos oscuros.
Un ave solar despega en los atardeceres,
va a anidar, estalla en terciopelo, 
y navegan tus ojos de piedras encendidas,
tus ojos como lámparas lanzadas al río.
He llegado olfateando tu rastro,
ávido por morder tu cuello largo,
por curar tus heridas.


Sin dejar el pedal, giro el torno 
rechinan los metales
y se transforma en torso,
en mayólica, pezón de esmaltes,
quiero que me amamantes,
la loba que eres,
me inspirará a fundar ciudades,
reproducir tus pechos
en las cúpulas de las catedrales.


Presiono la carne-arcilla te desnudo, 
que es desatar el pánico,
una colmena de avispas 
en vendaval se arremolina. 
Las manos en medias lunas
esculpen un río humano,
tan tibia que te me desbordas 
entre las piernas.
En el principio hubo un dios,
lo sé porque sigo el rastro de sus dedos.
Donde hundió su pulgar celeste 
soplo mi aliento, susurro un salmo.


Quiero ser el amante paciente, 
en su nido de estopa,
pero el deseo es volátil, 
enciende urgencias.
Y en cada rapto quebramos los cuerpos, 
y el mundo hecho pedazos 
en su granada elemental estalla.
Y regresamos uno al otro, 
aprendiendo el arte de la restauración,
no para ocultar las grietas,
como el Adán de Tulio Lombardo,
que miramos una tarde cualquiera,
de invierno metropolitano.
Quiero sanar en ti, que salgan de ella
aves de fuego, oasis y montañas, 
que sean heridas fecundas, 
para curarlas con el fuego de mis labios, 
aliviarte el dolor con mi lengua. 
Cada grieta tuya sello con un hilo de oro.

Hell’s Kitchen in the summertime


Llega un momento en que es necesario abandonar 
las ropas usada que ya tienen la forma 
de nuestro cuerpo y olvidar los caminos que 
nos llevan siempre a los mismos lugares. 
Es el momento de la travesía. Y, si no osamos 
emprenderla, nos habremos quedado para 
siempre al margen de nosotros mismos.
 
Fernando Pessoa


Aquellos que alcanzan a ver la danza alucinante
nos miran con asombro.  
Manhattan gira en el dedal de la costurera de los vientos
con todas sus villas y rascacielos. 
Granada a punto de estallar, 
aldea, pueblo que escapa como arena
entre los puños.
Todo lo que ves a tu alrededor es reflejo.
Rotando en su sitio, quieto vendaval,
en Manhattan el viaje viene siempre a ti.


Mil veces he ocultado esta isla 
mirando de perfil, 
doblada en cuatro, en ocho, 
en dieciséis, veinte barriadas, geometría concreta
de las emigraciones,
la llevo Judenstern zurcida al bolsillo,
isla tatuaje, delfín opaco,
cierro un ojo y la oculto con el dedo.
Cómo puede recorrerse un cuerpo de memoria,
palpar sus rutas, sus callejones ciegos,
puertas, ventanas, balaustradas, esquinas húmedas,
que huelen y saben a entrepierna,
el lunar en la aureola, los puentes
atravesados en estampidas por mitos y elefantes,
la lengua como brújula
en su norte magnético,
hundida en el horno de los metales.


Reducida a su hueso la ciudad,
he desechado todo lo que se desvanece,
esas vidas efímeras
flotando como sombras, pirañas urbanas
que nunca dan la cara, 
sin ellas esta villa 
sería un templo para adorar la modernidad.


A veces me he tragado a Manhattan 
diluida en su whisky, esnifada,
como una píldora bajo la lengua. 
A veces la niebla la desaparece,
la hunde en su agujero blanco,
y del otro lado del East o del Hudson,
según el lugar del que se mire,
solo queda un abismo.


Es pequeña y cálida Manhattan, 
aldea primordial.
Cuando en las madrugadas 
legiones de ratas brotan junto al humo de las alcantarillas,
viajo a la Europa medieval,
y en ese nudo de tiempos paralelos
dejo que todos los seres que he sido 
me posean, vengan a mi. 


Uno quiere pensar que la habitan centauros,
pero como todo infierno grande
aquí los impostores con sonrisas de lego
construyen empalagosas versiones de la mediocridad. 
Todos vienen a follarse a la gran ramera
If I can make it there, I’m gonna make it anywhere,
It’s up to you, New York, New York.

y los muerde en el cuello una serpiente de agua.
Esta isla sobrevive a todos sus amantes,
los olvida y los absorbe como una mantis hembra, 
mientras simula dejarse poseer. 
Y por eso es perfecta, ellos no la merecen.
Es el hombre, no Manhattan, ciudad de seres 
que odian envejecer. 


En la villa letrada el humo de la yerba inflama,
hace repiquetear teclas con vertiginosa percusión.
Donde el dedo vuela la mente se embota,
levita la única neurona en círculos 
nadando claustrofóbica como un pez peleador. 


En la cocina del Infierno, especialmente en el verano,
los espejismos invocan una ciudad sobre otra,
Fata Morgana, Manhattan se llamaba el navío del holandés errante.
Un suburbio se cuece entre los subterráneos,
un río majestuoso corre
bajo esta cordillera elemental.


En Manhattan una mujer detuvo el tiempo
una vez para mí. 
En sus ojos pensé beber el agua de la eternidad,
y aún hoy a veces salgo al camino y la espero.
Ojos de fiordo para saciar la sed,
escarchar los tórridos veranos.
En la veranda tome la criatura entre mis manos,
era una fruta líquida,
derritiéndose como lava.
Mujer que sabe moler el trigo de oro, 
sembrar la espiga de fuego,
sombra felina que me mira afiebrada 
por entre las cúpulas de las catedrales.
Vine Manhattan a dejarme poseer por ti.
Por ese portón dorado entraban los muertos
con laureles e inciensos
dos horas antes de morir.
Amo los torsos largos de las mujeres bálticas, 
sus cuellos de gacela.
Las pieles con ese fulgor dorado
de hogazas sacadas del horno solar.


Habitante de la ciudad letrada,
a unos metros del Nuyorican Poets Café, 
en la Losaida aburguesada, 
tuve el primer orgasmo envasado al vacío,
las venas de acero, secreto con chirimías,
revelan las rutas de una casa dentro de otra,
y así hasta llegar a la primera hoguera
el vientre de un pez,
huevo Fabergué de las ciudades, este es el borgeano aleph,
dentro de esta cáscara de encaje
hay una gallina anidando sobre un árbol 
y una flauta de alabastro en la raíz,
bajo la luz de carburo de las bujías
mi padre se enroca y engurruña la nariz.
De madrugada entre ambulancias y patrullas,
sirena y torreta, jadeos de persecuciones,
almidono en lavanderías chinas 
mi omóplato, hueso de la postura vertical.


Es verano en la cocina del infierno,
tirito entre las húmedas sábanas.
Uno espera que las ciudades 
igual que las mujeres,
despierten algún día enamoradas. 









Joaquín Badajoz. Escritor cubanoamericano. Miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE), de la National Association of Hispanic Journalists (NAHJ), de la American Comparative Literature Association (ACLA) y de la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese (AATSP). Miembro de los consejos editoriales de Glosas (ANLE), RANLE (Revista de la ANLE) y OtroLunes (Madrid/Berlín). Ha publicado ensayos, reseñas, crítica de arte, poesía y narrativa en revistas y antologías de EE.UU., España, Francia, México, Panamá, Polonia y Cuba. Coautor de Enciclopedia del Español en Estados Unidos (2008), Hablando bien se entiende la gente (2010) y Diccionario de Americanismos (2010). Es columnista de El Nuevo Herald (EE.UU.) y editor de portada de Yahoo! Su poemario Passar Páxaros (Hypermedia, 2014) fue un éxito de ventas que incluye textos poéticos escritos entre 1994 y 2004.

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