Aníbal Cristobo: vibrar de las algas en el río
Hija del pastizal
Y yo que sólo vivo: seca
entre aquellos cardales, orientándome
con unos pocos gritos
o por el hipnotismo de los frutos; sin
tocar el vacío del pantano.
Saltando: saco esas fotos que son del cielo.
Pateo piedras pequeñas.
Hija del pastizal – mi oído
es el de otra, quiere escuchar: el
vibrar de las algas en el río; los
corredores del viento. Por qué
tendría que quererte? Me visto
con tu imagen, digo
las palabras difíciles mucho mejor
que vos; no escribo.-
Hija del pastizal (galactic version)
Una vez
quise ser una foto alfa de tu perfil, del
titanio
de alguna nube muerta en aquel cielo
curvo, tu mano calma al
comando de la nave. Algo
apuntó hacia el radar con el rozar
de un brazo, mío. Que
espejeaba el panel. Que llegaba
junto a los meteoritos, me dijiste, “perdiéndose
en esa noche eterna”. Dejé el
compartimiento, las cápsulas
de agua, tu sonrisa alienígena
de mártir del espacio. Seguí diciendo, nombrando
coordenadas
en el pasillo blanco, sola.-
Hija del pastizal (backpacker version)
A veces miro y está nevando sobre un parque
industrial, sobre el perro que custodia un hotel
bombardeado, sobre las plantaciones de arroz
controladas por puestos de vigilancia que se suceden
del otro lado de la ventanilla
del autobús: y si puedo patear
debajo del asiento, y pateo, siempre espero encontrarte
dentro de mi mochila. Esa soy yo, leyendo
cómo irme, cómo fotografiarme
tomando este café con leche en otro highlight
de la carretera, en otro de mis hits
secretos. Una nota
en el diario dice: “dentro de poco
voy a llegar a un lugar igual a
éste, pero mucho
mejor; y mucho más lejano”.-
Hija del Pastizal (Post-loving version)
Esta es tu edición corregida
y mejorada; y aquí es donde se omite
que nunca controlaste un punto: ése
donde el agua caliente no fuera una tortura
o nos congelara. Lo que son mi frases, las imitabas
acentuando la sílaba
final: «todo lo que te pido
es un maremoto con mi nombre» – como si fueras tu doble
francés. Digo que a lo mejor soñabas
un error de tipeo, una conexión
descontinuada que explicara mi ausencia en
tu autobiografía. Ahora estamos cerca
de lanzarte, y todavía
te veo como en los entretiempos: gesticulando, indicándome
cómo dar vuelta el resultado, remontar la derrota.
Hija del pastizal (vulcanic version)
Había desayunado en el
hostal, antes
de la explosión –mientras grababa
el video del muesli, la lonely
planet, la sonrisa de Scott mirando el mapa; recordando:
“un sherpa, el cargador
del móvil, volver a formatear las zonas conflictivas, el polartec”. El ruido
despejó la región como la gravedad cero
lo haría. Los perros y las cacerolas cruzaron el espacio.
Desde otro sitió, pensé: “está bien, a lo mejor
todavía consigo ser fotografiada
y etiquetada a tiempo, con los cables
pegados por el magma,
al fondo del barranco”.-
Hija del pastizal (hipersomnia)
Nuestra vida conjunta sólo falla
cuando estamos despiertos: me hablás
de amor, y una fisura –apenas
un relámpago en la placa de rayos
equis- te detiene
a la altura del quinto metacarpo, justo
tras el acantilado de tu cama. Afeitado, me explicás el procedimiento
como si detallaras un menú. Tenés las credenciales
listas, lo que hiciste por mí; el diagnóstico
en el bolsillo izquierdo de la bata –al salir
de la ducha.
Los parpados pesados, otra
vez
no puedo responderte:
dejo que me confundas con las llaves del coche.
Debe ser oficial: los cortes
en el brazo, mirando a cámara, dentro
de la pecera. Las zonas conflictivas resaltadas en rojo.
Cada noche imagino que me acuesto con vos –como un
faquir- te recuerdo
en un punto distinto de mi espalda.-
Hija del pastizal (roulotte)
Otra versión
de lo que pudo haber sucedido es:
que a lo mejor sí necesito un abogado, un enorme campo
antimagnético -para no ser
un lote recién salido de la cámara
frigorífica, cada mañana, transportada
como un peso muerto
por el interior de la roulotte, a los
bandazos
contra la mesa de jugar al bridge, el bar portátil
donde los vasos telegrafían cada temblor; o contra
el almanaque de ciervos en el lago
detenido en el último febrero. A veces
me veo reflejada en una serie, antes de la publicidad del
detergente, o me duermo -pensando en los mapaches
que se esconden entre las latas y abajo de la casa. Trazadas
en el aire,
estas debieran ser las líneas de protección, el estornudo
que activará la alarma.-
(Estos poemas pertenecen a varios libros y han sido seleccionados por su autor para esta publicación).
Aníbal Cristobo (Buenos Aires, 1971) es poeta, traductor y editor. Entre 1996 y 2001 vivió en Rio de Janeiro, donde publicó los libros Teste da Iguana (7Letras, 1996), jet-lag (Moby Dick, 2002), Miniaturas Kinéticas (Cosac & Naify, 2005) y Minha vida como bactéria (2014). En Argentina obtuvo en 2001 el subsidio de la Fundación Antorchas para la publicación de su libro Krill (2002). También publicó Krakatoa (2013) y Una premonición queer (2015). Desde 2002 vive en Barcelona, donde creó la editorial Kriller71, en la que ha publicado entre otros a Gonçalo M. Tavarez, Ben Lerner, Frank O’Hara, Kenneth Koch y Joseph Brodsky. Ha traducido un gran número de poetas brasileños al castellano para diversas revistas y publicaciones. La ruta de la tos (Ay del seis, 2018) es su primer libro publicado en España.