Jorge García de la Fe: a golpetazos por la vida
Límites
Hasta aquí mi discurrir kantiano de la razones prácticas
por las cuales debemos negociar un acuerdo de mutua conveniencia:
un entramado de palabras que no soy yo.
¿Qué quieres saber de este hombre
que todavía anda despeñándose de sí mismo,
de este suicida en el balcón de la noche?
Tengo miedo, tengo mucho miedo;
estuve cincuenta años en la Cuba de Fidel Castro;
ya no confío ni en el esquizoanálisis.
Es nuestro primer date en este bar de Chicago
que se llama Lucky Horsehoe
donde Ethan, un fabuloso stripper de Ohio,
imprime movimientos pendulares a su enfundado falo.
Ahora me preguntas si soy top o bottom.
Yo nunca me postulé el placer en términos tan excluyentes;
aprendí a ser un poco más democrático,
a tener otro perspectivismo sexual bajo la dictadura del proletariado:
cinco minutos arriba, cinco minutos abajo;
pero también maizales, cañaverales y hasta cementerios;
algo así como morir y resucitar
en brazos de mancebos analfabetos de celulares.
Ahora mismo,
frente al envenenante azul de tus ojos,
voy reconociendo pedazos de mi cadáver,
sobreponiéndome al holocausto.
Me atrevería a construir un mito que te deje alucinado,
pero me temo que eres demasiado racional
para una seducción tan caribeña.
Doy por sentado
que someterás mis palabras a una minuciosa deconstrucción,
que también exigirás una solidez,
una dureza que últimamente sólo convoco
a fuerza de ciertas píldoras take by mouth
Es obvio que vas camino a descartarme,
pero te perderás una irrepetible experiencia existencial
“si no tocas mi soledad desamparada con la punta de tu seno”*
Estamos –frente a frente–
en este bar de Estados Unidos de América,
un escenario cualquiera de la aldea global
que nos conectó vía Internet.
A través de este diálogo,
se supone que nos transparentemos,
pero tú apelas a Hamlet y yo a Segismundo:
la duda renacentista frente al desengaño barroco.
Sin embargo,
ambos fuimos traídos acá por el mismo alacrán que picó a Freud;
y desde que llegamos,
nos estamos olfateando como perros apurados
que equivocaron sus traseros a la salida de una fiesta.
La teoría de las almas gemelas de Platón
es demasiado anacrónica al discurso postmoderno.
De todas maneras,
me seguiré lanzando hacia ti
–de instante en instante–
como si no me pusieras límites,
porque la felicidad no es un fin en sí misma,
y a veces puede
anticiparse a un orgasmo.
*Carilda Oliver, Me desordeno, amor, me desordeno.
Alcibíades
En medio de mi estupefacción,
busco palabras
para refrenar los jugos añejos que has revuelto
desde que apareciste en la clase que enseño:
la inocente insolencia que exhibes,
el susto de sentirme delatado ante tus prendas.
Hirviendo estoy en vicios,
brotes que no me avergüenzan.
Tienes el poder suspenderme en el aire sin remedio,
desbordas el tiesto.
Flores hablo, flores escupo, flores desesperadas te rodean.
Se refugian en la carnalidad de tus dedos desenfundados,
viriles, curtidos a golpetazos por la vida.
¿Quién sabe cuántos años me costó armar todas tus partes?
Esconde de mis dientes –por favor–
esa piel que no sabe en cual fruta aparecérseme,
Esconde de mis vista –por favor–
esa negra caída de ojos en que no puedo permitirme caer.
Esconde de mis oídos –por favor–
esa voz grave y dulce que me vibra en los órganos internos
cuando te pido que leas un párrafo.
Nunca he tenido tanto miedo
a desencajarme de pronto,
estoy aterrorizado de tanta insubordinación interna.
Me la paso echándote de más si no vienes,
y si vienes, todo menos que llegue el minuto
en que tus pies alados
salgan a besar las envidiadas calles de nuevo.
En cada encuentro
sin que te des cuenta
te robo un gesto y me lo cuelgo al corazón.
Me humillaría gustosamente
en los trapos que ciñen el estuche de tu tórax,
en las telas que te ajustan los muslos.
Alcibíades te llamaré
porque no quiero morir de pronunciar tu nombre.
Sí, Alcibíades te llamaré.
Mientras tanto,
no te abstengas de venir
a traer todo el arsenal
a la clase que enseño.
Botellas
Al fin viejo Jotávich
se arrancó el último pelo de la barba.
Hay muchas botellas a lo largo de mi vida,
algunas están vacías,
otras rezuman mieles o purgantes.
Botellas que me flotan en el pozo del alma,
botellas sopladas para bautizos, bodas y borracheras,
botellas para vivir del aire,
botellas para viajar,
botellas para jugar a las prendas,
botellas para tener un sexo más consistente,
botellas para embotellar el destino de un país.
Mi padre ponía yugos a las botellas,
eran sus bueyes para arar la tierra.
Yo era una botella aún sin surco,
un designio inescrutable y mudo
que se insinuaba
entre las palmas de un atardecer en Cuba.
Mi madre vestía botellas con trapitos de pobreza campesina,
eran sus muñecas.
Un día me nombró desde el fondo de sus ovarios;
por ese entonces yo no tenía corazón,
corazón de botella tenía,
un hueco de cristal sin fondo
donde cabía toda la soledad del mundo.
Estaba yo –desde el ojo de un buey–
mirando las manos de mi padre.
Estaba yo –envuelto en trapitos–
mecido por los brazos de mi madre,
oyendo el tic tac de su corazón.
Al fin viejo Jotávich
se arrancó el último pelo de la barba.
Hay muchas botellas a lo largo de mi vida:
la del biberón, las de los refrescos Materva y Jupiña,
las de los rones Coronilla y Yucayo,
la botella de alcohol que se echó por encima la vecina
para darse candela porque el marido la dejó,
la botella de mierda que arrojaron
a la casa de aquella familia que se iba cuando el Mariel,
la botella vacía que arrojaron los balseros del noventa y cuatro
tras celebrar la huida en alta mar.
Al fin el viejo Jotávich
se arrancó el último pelo de la barba.
Hay muchas botellas a lo largo de mi vida,
es un montón burujón puñado de botellas por todas partes
que no lo brinca un chivo.
Recuerdo ahora la botella de ron barato
–con mensaje aún por revelar–
que arrojamos al malecón de La Habana
aquella noche loca del setenta y cinco.
Entonces
los niños cubanos sufrían aquellos muñequitos tediosos
en que el niño Volka –como un aladinito ruso–
se encontraba una botella nadando en las aguas del Moskova;
de ella salía el viejo Jotávich,
quien se arrancaba un pelo de la barba
y todo se resolvía.
Yo aún sigo irresoluto
bebiéndome esta botella de whiskey
que no tiraré al río Chicago
por si las moscas.
Hay muchas botellas a lo largo de mi vida,
especialmente la que lanzamos al malecón de La Habana
aquella noche loca del setenta y cinco
cuyo mensaje está aún por revelar.
Al fin viejo Jotávich
se arrancó el último pelo de la barba.
Jorge García de la Fe nació en Cárdenas, Cuba el 25 de septiembre de 1954. Estudió una Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad de la Habana entre 1974 y 1981 y un Master en Literaturas y Culturas Latinoamericanas en Northeastern Illinois University entre 2011 y 2012. Fue profesor de Literaturas Hispánicas en el Instituto Superior pedagógico “Juan Marinello” de Matanzas entre 1981 y 1996. Trabajó como Metodólogo de Arte en la Casa de Cultura “Guanajayabo” de Máximo Gómez entre 1996 y 2002 y como profesor de Redacción y Estilo en la Universidad “Camilo Cienfuegos” de Matanzas entre 2002 y 2007. Emigró a Estados Unidos en 2007. Reside en Chicago, donde se ha desempeñado como profesor de Español y GED en el Instituto Cervantes, Centro Romero y Enlace-Chicago. Es poeta, ensayista y ex-editor de la revista Contratiempo. Ha publicado sus poemas y ensayos en: Revista Matanzas (Cuba), Ventana Abierta (Santa Barbara, California), El Canto del Ahuehuete (León, Guanajuato), Contratiempo (Chicago), Diálogo (DePaul University) y Vorágine (Colombia) y Verbo Desnudo (Chile). Su poemario Chicago es mi batey forma parte de la antología En la 18 a la 1, publicado por ediciones Vocesueltas en septiembre de 2010. Textos suyos también forman parte de las antologías poéticas Susurros, para disipar las sombras (Erato, 2012), Rapsodia de los sentidos (Erato, 2013) y Ciudad Cien (Erato, 2014). En 2015 publicó el poemario Aunque la nieve caiga de repente (Lobo Estepario Pandora Press). También es uno de los autores antologados en Todo parecía, antología de temas gays y lésbicos publicada por Ediciones La Mirada (Nuevo México, 2015). Acaba de publicar el sonetario homoerótico Camino de imposesión (Ediciones La Mirada-El Béisman, 2019) Actualmente trabaja como profesor de Español y Literatura Hispanoamericana en City Colleges de Chicago y San Agustín College.