Begoña Abad: tentar la piel de lo más bello





Mi abuelo no salió de su pueblo.
El pueblo tenía cuatro casas,
cuatro calles, cuatro caminos,
cuatro vecinos, cuatro perros.
No había en él ni obispos, ni ministros,
ni putas, ni altos cargos,
no había empresas, ni banca, ni iglesia había.
En realidad no salió nunca de su molino.
Ya es casualidad que por aquel lugar,
remoto y olvidado,
acertara a pasar la vida.
Mi abuelo hablaba poco, pero sabía mucho,
todo lo aprendió mirando la muela
que, implacable, con el mismo eterno movimiento,
machacaba siempre el grano, hasta hacerlo polvo.

***


Escribir sobre la belleza, escribir un poema bello
sobre un cuerpo deforme, desde un cuerpo envejecido,
para un pez que nació con alas o para un pájaro azul y ciego.
Buscar las palabras que lleguen a un oído que no escucha
a unos ojos que ven al revés, para unos brazos retorcidos
o unas manos sin dedos.
Describir la belleza, sin embargo, de un modo limpio,
más allá de la descompuesta figura, 
del hedor de la miseria,
de la falta de respuesta a esa injusticia.
Tentar la piel de lo más bello
que siempre está más allá de la torpeza,
del grito que no sé entender,
de la ausencia de lágrimas en tu dolor.
Dedicar las horas precisas para que seas bello y escribirlo
para no olvidarlo nunca.


***


No me gusta la poesía, me aburre, no la entiendo. 
Pero cada día, mientras intentas escapar
del miedo a perder el trabajo, o a que lo pierdan tus hijos,
te preguntas si otro mundo es posible
mientras riegas el único geranio obrero,
das de comer al gato callejero, 
besas esa foto porque, aunque se fue, 
sigue haciéndote compañía. 
No sabes que la poesía eres tú. 
No sabes que tú eres un poema vivo.


***


Cuando la ola sabe que es mar
no necesita crecerse por encima de él,
ni necesita mover toda la arena de la playa,
le basta con batir en el instante
y retirarse después a formar parte
del todo al que pertenece.
Cuando la luciérnaga sabe que es luz
no necesita crecer por encima del sol,
ni necesita alumbrar toda la oscuridad,
se instala en mitad de un todo
que no alcanza a ver y alumbra
mientras dura la noche.
Ambas, la ola y la luciérnaga,
viven el gozo y la plenitud
como si fueran eternas.
Porque lo son.


Begoña Abad (Villanasur Río de Oca (Burgos), 1952) Empezó a escribir en el Bachillerato. A la publicación de su primer poemario, Begoña en ciernes (Col. Planeta Clandestino, Ed. 4 de agosto, 2006), le han seguido La medida de mi madre (Olifante, 2008), Cómo aprender a volar (Olifante, 2012), Musarañas azules en Babilonia (Col. Pliegos de la Palabra, Ed. Babilonia, 2013), Palabras de amor para esta guerra (Baile del Sol, 2013), A la izquierda del padre (Ed. La Baragaña, 2014), Estoy poeta (o diferentes maneras de estar sobre la Tierra) (Pregunta, 2015), El hijo muerto (Ed. Babilonia, 2016), la antología Diez años de sol y edad (2006-2016) (Pregunta, 2016, que incluye el poemario inédito Hebras) y El techo de los árboles (Pregunta, 2018). También ha publicado un libro de relatos, Cuentos detrás de la puerta (Pregunta, 2013).

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