Legna Rodríguez Iglesias: Hasta Feldafing no paro

extrañar En la hierba hay una plancha que me agarra por los pies y cuando la miro mis ojos no le resultan precisamente familiares. Labios pintados, berro en el borde. Limpiar el berro me da trabajo. Pérdidas. Esta es la primera vez que veo un lápiz de cejas. Si hay que sembrar algo, quiero sembrar un lápiz, para mis cejas, que tienen sed de belleza. Estoy sembrando dos lápices. Todo está quieto, quieto. Corro de un teléfono a otro como una mujer de cuerda. No me extraño si al doblar la esquina una mujer me agarra por los pies: tienes la cuerda mal puesta. En un teléfono olvidé mi rímel. Y ahora lo echo de menos. Que deje ciertas cosas olvidadas no quiere decir que esas cosas me sobran. Estoy dejando ciertas cosas olvidadas desde antes del amor y de la paciencia. Y ahora las echo de menos. Caigo al vacío. En el fondo no hay nada. Es un fondo. Por eso no hay nada. Trato de sacarle al fondo toda la información que necesito, hasta que el fondo me agarra por los pies y el fondo me mira de frente buscando comparación. Está bien que me compare pero que no me confunda. la familia Cada vez que conozco a un maricón intento no encariñarme pero me encariño. Y cuando más encariñada estoy, el maricón se va. Ya. Se fue. Por eso cada vez que conozco a uno le digo yo sé cómo tú te llamas. A ver, cómo yo me llamo. Ojosquetevieronir, así es como tú te llamas. A mí se me han ido como mil maricones. Y los que me faltan. Esos irán llegando. Ojosquetevieronir, así es como se llaman todos. ¿Para dónde se van? No me importa. Se van para Barcelona, se van para Montparnasse, se van para Tokio, se van para Feldafing. No me importa. Cada vez que un maricón se va yo compro una gaveta. Ahora las gavetas no se sienten deprimidas, he estado colocándolas una al lado de otra. A los maricones yo no los extraño. Les guardo rencor. dinero llama dinero Ninguna de las seis gavetas se abre. A las seis hay que forzarlas para abrirlas. Son las dieciocho horas con cincuenta y tres minutos cuando empiezo a abrir la segunda gaveta. En ninguna de las gavetas hay escondido dinero. Recuerdo haber escondido un hermoso billete de a cien pero tal vez fuera en la gaveta del refrigerador. A esta gaveta también hay que forzarla. Las seis gavetas que mencioné antes están colocadas bajo mi cama, pegadas a la base del colchón, por eso es difícil abrirlas. Yo juraría que en una de las gavetas hay escondido dinero. Y no cualquier dinero sino dinero lavado. Ese era mi negocio hasta que empecé a escribir y me di cuenta de que escribiendo podía lograr ciertas cosas. Lo primero que empecé a escribir fueron dos palabras diarias, y además siempre las mismas. Pero por dos palabras no sueltan prenda. El dinero llega a uno a partir de ciento y pico de palabras, más o menos. Ese es mi negocio, escribir. Uno tiene que tener bien claro cuáles son las buenas palabras, las regulares, las malas. También plancho, cocino y limpio. Eso quiere decir que voy a una casa que está sucia, la limpio, hago el almuerzo, y plancho la ropa que esta acumulada. Un dólar al día y me voy. Caigo al vacío. ¿Mi meta? Cambiar las gavetas. el amor Un bulterrier dice jau. Un cerdo dice oing. Una gallina dice cló. Una olla, cuando explota, dice priprá. Un teléfono dice rín. Una puerta dice tún. Un cepillo dice chás. Sea de dientes, de cabello, o de zapato, el cepillo sabe lo que dice. Una vaca dice mú. Una ambulancia dice ío. Una cámara fotográfica dice tac. Un pedo dice trácata. Un grillo dice crí. Y así, sucesivamente, cualquiera dice algo. Entre una boca y otra, sigo olvidando lo principal. Por suerte no tengo bulterrier, ni cerdo, ni gallina, ni olla, ni teléfono, ni puerta, ni cepillo, ni vaca, ni ambulancia, ni cámara fotográfica. Las tres últimas cosas son los tesoros que guardo para mí. Meto el grillo en una gaveta. Le doy un poco de berro. Berro fresco. Verde berro. Acto seguido lo mato con un spray de salbutamol. Como no estoy segura de que haya muerto, le arranco la cabeza suavemente y se acabó. as de oro y seis de espada Una muerta me acompaña. Cuídate de los túneles, respeta los laberintos, respeta el campo. Al campo ni muerta. A los laberintos primero muerta. En los túneles no se me perdió nada. ¿Qué hacía la muerta? Escribir. Respeta el campo. No comas guayabas, no comas nísperos, no comas pomarrosas, no comas chirimoyas, no comas flores, no comas excrementos. No pidas lo que mereces. Victoria. La traición afecta. Triunfo, victoria, dinero. Y sabiduría. Protección. Protégela para que la estrella brille como tiene que brillar. Esa estrella tiene que brillar. Esa estrella va muy lenta. Va. Pero lenta. Levántate el pelo. La traición afecta. Una muerta te acompaña. La muerta escribe triunfo. Ponle una copa con una vela, toda la noche. ¿En la gaveta? Bueno, búscala en la gaveta. Y acuérdate: no pidas lo que mereces. se le sale Sobre la mesa un búcaro de mal gusto hay. De mal murano. Las malas hojas al fondo caen junto al mal palo que ahí está cada vez que vengo. Por un terraplén voy y vengo. De una cuadra el terraplén. A ver a la familia. En la esquina se pela arroz. Van pelándolo y van comiéndoselo. Botó el búcaro la familia del búcaro muy cansada. Maíz en la mesa queda. Uno o dos granos. La mazorca entera nunca. La mazorca entera desapareció hace tiempo. Hace una eternidad. Desde afuera saludo. Entra, para que almuerces. Yo no almuerzo. Entra, para que descanses. Yo no descanso. Entra, para que tomes agua. Si tomo agua caigo al vacío. Entro. Almuerzo. Descanso. Tomo agua. ¿No hay ninguna gaveta por aquí? Sí hay gavetas, pero están lle- nas de niños. A los niños les gusta leer y dormir y ver las nubes. Son raros como tú. Asómate. Me asomo. Caigo al vacío. Dos de los niños son maricones. Me doy cuenta por el modo en que dejan la mano caer. Con los dedos hacia alante. Ojosquetevieronir, así se llaman los niños. Granos yo tuve en mi infancia. Cientos, miles y millones. Miles de granos inquietos que sangre siempre soltaron. La familia suelta prenda, me deja en paz. La familia no se escoge. El arroz sí. La familia no. El arroz sí. porque Si digo vulvadolor en vez de quitadolor nadie me cree. Si digo quitadolor hago referencia a cosas, hechos, emociones, en los que yo tampoco creo. Si digo vulvaparaquétequiero en vez de piernasparaquélasquiero una sola persona me cree, alguien que me acompaña en la salud y en la taza, en el llano y en el cuello, en la pobreza y en la tristeza. Aunque al decir vulva ya sé para qué la quiero. Si digo vulvamarga en vez de tragoamargo retiro lo dicho. Si digo vulvatraviesa en vez de campotraviesa, hay una casa después de un campo a la que llego. Los maricones y yo siempre quisimos vivir en una casa como esta. Cuatro cuartos. Una pareja y un aire acondicionado por cuarto. Una portátil en el salón principal para escribir quien quiera escribir. Ningún adorno. Mucho espacio. Los maricones y yo siempre quisimos vivir en una casa espaciosa. Vamos a caminar por la casa. Siempre se habla de la casa como si no hubiera casas paralelas a la casa. Se habla de la mujer, del hombre, de lo que alimenta y de lo que atrofia, se habla del amor, de los amigos, se habla de una casa en medio de la noche donde titila un ovario y duele. Lo que duele es el cuello, que se contrae, se desgarra. Los maricones no tienen cuello, ni ovario. A los maricones les duele otra cosa. Por eso todos se van. Huyendo del dolor. Bajo la noche plena de estrellas. Entonces vulva estrellada en vez de anís estrellado. feldafing Dejó un libro en la acera y los insectos empezaron a comerse el libro, empezaron a cargar con las páginas hacia el hogar. Los insectos comen palabras. Nadie llora. Nadie tiene neumonía. Los bulterriers no tienen garrapatas de caballo. Los pollos no tienen moquillo. Es triste pensar que en cualquier momento una garrapata puede metérsete en el ano, o en el prepucio, o en la vulvita. Es triste pensar que en cualquier momento los pulmones se te paralizarán. Pa-ra-li-za-rán. Una palabra con más de tres sílabas es considerada larga. Inmediatamente. Tres sílabas son lo mínimo. A un bulterrier, por ejemplo, uno no puede ponerle Paralizarán. A un bulterrier, por ejemplo, uno puede ponerle Feldafing. Nadie quiere terminar. Finalizar tarea. Nadie quiere ahogarse ni caer al vacío. Una verdadera cadena alimenticia. Con varios eslabones. Fuertes. Una cadena larga como las palabras largas. No como la palabra amor. A un bulterrier, por ejemplo, uno puede ponerle Amor. los hematomas Son tan vivos y joviales que satisface introducirla por el oído derecho. Léase oído donde debería leerse oreja, por ser oído sonoramente algo más justo, más apretado. Los hematomas del vientre son más joviales aún. Los hematomas de la cabeza son tan vivos que todavía no puedo hablar de los hematomas del muslo, primero un vientre después un muslo. Satisface introducirla por la boca y después por el oído y tomarla por el mango y después introducirla. Léase mango donde debería leerse tronco por ser mango una fruta. Satisface la fruta. Recuerdo haber escondido, en la tercera gaveta, una fruta, y en la cuarta una cuchara. En la cuchara de acero una fruta viva, jovial. Lenta satisfacción. Por debajo de la puerta un recibo de pago. Aguas de Feldafing. Póliza, período, fecha. Promedio mensual. Total a pagar: ocho. Lo que nos une es la energía. trémulo Teléfono sonando y salgo a la calle. Espero que en cualquier momento una plancha me agarre por los pies. Berro en el borde de mis labios blancos, sin pintar, y quemados, por el frío, leve, pero frío. Miro en varias direcciones porque al prestar atención me doy cuenta de que no es un teléfono sino varios. No sé si las direcciones en que miro son las correctas. Tampoco sé por qué me lo tomo tan a pecho. Veo un teléfono a lo lejos y avanzo hacia él, en ese avanzar hay simpatía, deseo, trato de caminar sensualmente. Me beso la mano y luego la soplo para que el beso llegue a los labios del teléfono. Si el teléfono me mira a los ojos yo lo miraré a sus ojos. En ese mirar de frente habrá compatibilidad. Mientras contesto el teléfono, el poste al que está pegado el teléfo- no me agarra por los pies. Sabía que era para mí cuando salí a la calle. Los maricones me están llamando. Todos los maricones al mismo tiempo. ¿Quién habla? ¿Ojosquetevieronir? Todos quieren mandarme una carta de invitación. Todos quieren que me pase una temporada con ellos. Limpiando con creolina, con salfumán, con quitamanchas y detergentes azules que contienen suavizantes. Recuerdo haber escondido un paquete de detergente xedex, 2 en 1, incluido suavizante. Recuerdo haber escrito esa palabra cien veces, hermoso palíndromo, y haber ganado, con mi escritura, un dólar. Todos quieren verme sentada frente a un monitor BENQ de veinticuatro pulgadas. Un poema por cabeza y ya. ¿Pero dónde están ustedes? En Feldafing, dónde va a ser. mazo de berro Pero sin mis gavetas no voy. Hoja por hoja y tallo por tallo. Sin mis gavetas no voy ni a Feldafing. En cada gaveta caben seis mazos. Seis gavetas por seis mazos, treinta y seis mazos de berro. Hoja por hoja aunque me dé trabajo. La llave del fregadero no se puede apretar, se puede abrir hasta el final pero no cerrar hasta el final, a diferencia de las gavetas que se pueden cerrar pero no abrir. Para meter los mazos de berro no hay que abrirlas completamente. Meter los mazos es fácil, lo difícil es lavarlos. Hoja por hoja y tallo por tallo, una hora echando agua. Una hora perdida. Pérdidas. De vez en cuando me como un berro. Que se queda en el borde. De la boca sin pintar. Sin maquillar. Huelo a berro. Igual que si me hubiera revolcado entre la hierba. Lo mismo que si hubiera caído al vacío. Duele un poco. Mi cuello. Mis cuellos. Estoy con un cuello aquí y otro en Feldafing. No me extraño si al llegar al aeropuerto, un oficial de la aduana me detiene: esas gavetas no salen de aquí. Estas gavetas no pesan casi. Esas gavetas no salen de aquí. Solo hay berro en mis gavetas. Esas gavetas no salen de aquí. Mis gavetas pesan menos de treinta kilogramos. Esas gavetas no salen de aquí, y esos mazos de berro tampoco. me duele Pero sin mis gavetas no voy. Desde afuera miro la familia, el búcaro, la mesa donde he comido, la silla en que me he sentado, las paredes de madera, el polvo sobre los muebles, el almanaque de 1999 colgado en la pared frente a la mesa, atrasadísimo. No me extraño si se me cae la cuerda y empiezo a llorar. Ayer, al colgar el primer teléfono, lloré. Al colgar el segundo teléfono, estornudé. Ya por el quinto teléfono la cuerda no me dio más y tuve que llenarme la nariz, las sienes y la nuca, de VapoRub. No mentol chino. Ojalá. Para encontrar el VapoRub tuve que abrir las gavetas y para abrirlas tuve que forzarlas. Por suerte encontré un VapoRub que me va a durar toda la vida. Ciento setenta gramos de VapoRub. Analgésico total. Y para poder llenarme las sienes de VapoRub tuve que ajustarme bien la cuerda porque una de las sienes se me había ido para el estómago. Por eso el estómago me dolía. Todo me dolía. Caí al vacío. Del vacío me sacó una grúa. El hombre que manejaba la grúa era maricón. Muy joven. Me di cuenta por el modo en que dejó la mano caer. Con los dedos hacia alante. Yo sé lo que a ti te duele. Yo sé cómo tú te llamas. A ver, cómo yo me llamo. Ojosquetevieronir, así es como tú te llamas. reposo Un poco de carne blanca no le hace daño a nadie. Yo como hierbas, flores, tubérculos. Carne ni muerta. El hombre que reparte la carne me mira los hematomas. Los cuenta. Deja la mano caer con los dedos hacia alante y sigue de largo, a buscar más carne. Un pollo dice pío. Labios pintados, carne en el borde. La barriga se me hincha. Recuerdo haber retenido líquidos alguna vez en la vida. Por culpa de una garrapata que me picó en el teléfono. Cuando hablaba por teléfono con alguien. Y estoy segura de que se hizo un hematoma, y luego empecé a retener líquidos, y luego maté a la garrapata, suavemente, con mi cuchara. Después guardé la cuchara en la primera gaveta. A veces cambio la cuchara de gaveta para que nadie me robe la cuchara. No me extrañaré si un día me roban la cuchara porque es una cuchara inoxidable. El hombre que reparte la carne me pasa por al lado y me da un golpe para ver si se me hace un hematoma, y se me hace un hematoma, claro. Ahí mismo se disculpa y yo lo disculpo, claro. El avión aterriza en Feldafing sin que nos demos cuenta. Recuerdo haber roto un búcaro de murano, y haber recibido, por romperlo, muchos golpes. Un búcaro que fue a parar a un terraplén. Subo y bajo por la eléctrica escalera durante quince minutos. Estoy divirtiéndome tanto. No me extraño si al salir del aeropuerto se me olvida todo.

(Del libro No sabe/No contesta, Editorial La Palma, Colección G, España, 2015)





Legna Rodríguez Iglesias (Camagüey, Cuba, 1984) Obtuvo el Premio Iberoamericano de Cuentos Julio Cortázar, 2011, y es ganadora del Premio Casa de Las Américas, teatro, 2016, con la obra Si esto es una tragedia yo soy una bicicleta. Es autora de varios libros como Hilo+Hilo, poesía, Editorial Bokeh, Leiden, 2015; Las analfabetas, novela, Editorial Bokeh, Leiden, 2015; No sabe/no contesta, cuento, Ediciones La Palma, España, 2015; Mayonesa bien brillante, novela, Hypermedia Ediciones, 2016; Dame Spray, poesía, Hypermedia Ediciones, 2016; Chicle(ahora es cuando), poesía, edición bilingüe de la Editorial Letras Cubanas, 2016; Todo sobre papá, poesía para niños, Ediciones Aguadulce, 2016; Transtucé, Editorial Casa vacía, EEUU, 2017; La mujer que compró el mundo, cuento, Editorial Los libros de la mujer rota, Chile, 2017. En el año 2016 mereció el Paz Prize, otorgado por The National Poetry Series, con Miami Century Fox, 51 sonetos, Akashic Books, 2017. La Editorial Alfaguara publicó Mi novia preferida fue un bulldog francés, Narrativa Hispánica, España, 2017. Es mamá de un bebé demasiado precioso y tenía la misma cantidad de tatuajes que de años, ahora ya no.

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