Carlos Lechuga: Herido de sombras

El chino Pérez se levanta cada mañana en su apartamento en Innsbruck, Austria; y antes de tomarse su sorbito de café recita algún pedacito de los discursos de Fidel. Lo hace para sí, como si fuera un ritual, ya que, desde hace muchos años, muchos, está solo. El chino Pérez tiene 58 años, pero parece que tiene 76, su melena está llena de canas y su swing se ha empercudido. El chino Pérez es uno de los mejores directores de cine de Cuba, pero nadie sabe esto. Algunos por ignorancia y otros porque no es conveniente. En el año 92, cansado de que no lo reconocieran y de todo lo demás, no aguantó más y partió. A pesar de que aquí en la isla le hicieron la vida un yogurt, El chino Pérez es Fidelista. Es rojo. Y sabe que si el Che estuviera vivo se descargarían y se harían socios. Y sin embargo, el chino no puede escuchar hablar de Cuba, ni del cine cubano. Es como si le faltara el aire y estuviese sentado en un hormiguero. De “esto”, de lo que ha pasado con el país, no piensa. Por lo menos lo intenta. Es la manera que ha encontrado para seguir. Es más, las dos veces que ha estado de visita en la isla, no ha salido de la casa de su madre para nada. Se ha quedado en la cama o en la sala y no se ha acercado ni siquiera al portal. Nada más escuchar los comentarios y los temas de los vecinos que pasan por la casa lo ponen mal. En Cuba no quiere saber nada de Cuba y allá en el culo del mundo donde vive, en Innsbruck, tampoco quiere saber nada de Cuba. Pero tiene que seguir viniendo, o intentarlo, porque tiene a su madre acá, muy viejita. Como a todos, al chino le cuesta ser consecuente consigo mismo, y a veces, se enreda en discusiones tontas con las amigas de su vieja. En estas conversaciones hay algo triste, porque en todo momento, el chino trata de informarle a la gente las cosas que él hizo, sus cortos, sus guiones… Allá, en su nuevo paradero, El chino Pérez es débil y a veces en la madrugada, con un traguito de ron y un tabaco seco, se pone en YouTube a buscar video de Los Zafiros, Elena Burke, El maleconazo, chistes de Pánfilo y Chequera; y así se ha topado par de veces con “Santa y Andrés” y se la ha echado. Que me lo dijo él mismo. Como también me dijo, por correo, que es muy duro no sentirse bien en ninguna parte.

¿Cómo llegué al chino? Hace par de años estaba de profesor en la escuela de cine de San Antonio de Los Baños y en un momento libre me metí en la videoteca a husmear y buscar cosas raras. Las muchachitas de la videoteca son socias mías y me dejan hacer ahí lo que me da la gana. En fin, buscando por la Y, me encuentro un título muy curioso, que enseguida me llamó la atención: “Ynexperiencia” así, con Y. Agarro el DVD, lo abro y veo que tiene un papelito que explica que la copia está muy mala porque el telecine no había sido hecho a conciencia. Me voy a mi habitación y me pongo a ver la misteriosa película. Era un corto en blanco y rojo de 16 minutos, en ruso, sin subtítulos. La primera imagen era una gran estepa, inmensa, desolada. De repente, un soldado con un solo brazo aparecía en la pantalla, el hombre se veía desesperado, agitado, y entonces, de la nada, nos mira, y nos retiene la mirada. Al fondo, en el cielo, comienza a aparecer un objeto redondo. Que se acerca y se acerca. Las palabras no logran describir lo sublime de una situación tan aparentemente sencilla. Era un plano que erizaba. No quiero seguir contándoles. Da igual. El corto estaba bueno. Muy bueno. Y era algo completamente distinto a lo que se hizo y se estaba haciendo en este país.

En la mañana empecé a averiguar entre los fundadores de la escuela por este tipo, el nombre que había leído en los créditos finales del corto: El chino Pérez. Y todo el mundo me daba de largo, olvídate de ese, ese es un loco, ese está muy dañado, ni busques a ese. Ese es un gusano, un marigüanero, una “loca”. Todo me parecía muy raro, pero nada, las cosas de la vida. Volví a mis clases, a mis guiones, y olvidé todo.

Unos meses después tuve una cita con una muchacha en el café de 19 y 24 y después de media hora de conversación la muchacha me empezó a hablar de un enamorado que tuvo, cuando ella estudiaba en Austria, que era un hombre bisexual, enfermo, que llevaba muy adentro a Cuba. Pero que, como muchos de esa generación, no podía ser feliz, lo intentaba, pero le dolía, Cuba le dolía. Yo ni sé por qué coño la chiquita esa me estaba hablando de un ex, ya yo sabía que ella no se iba a ir a la cama conmigo, y para no ser rudo le escuché la muelita bizca esa. Pero, como una bala, me atravesó cuando me dijo: El chino Pérez es un personaje, pero es de las personas más infelices que he visto en mi vida. En ese momento le caí arriba a la chiquita y la acribillé a preguntas. La cosa acabó en que me dio el correo electrónico del bárbaro, un correo electrónico bien loco: llorarsinperdon456@hotmail.com. Después el mismo Pérez me contó que escuchando a Los zafiros y recordando el número de casa donde nació dio con el puñetero correo. Un correo que solo usaba para sus cosas familiares y nada más. El chino Pérez ya no hacía cine ni nadie del pasado le escribía. No le escribía ninguno de los cineastas cubanos, ni ninguno de los entusiastas compañeros de estudios, de esos de la comunidad eictveana.

En el año 92 había llegado a España con un poco de plata, muy poca, y cuatro laticas de película de 16 mm donde estaban sus dos únicas obras. “Ynexperiencia” y “Chicharrón con dulce de guayaba”. “Chicharrón con dulce de guayaba” al final se llenó de moho y no queda copia alguna. Un total de 30 personas la vieron en su momento. Y lo único que queda es el guión técnico de rodaje, lleno de garabatos. Jorge Molina fue uno de los afortunados en ver “Chicharrón con dulce de guayaba” y me dijo que era una mierda; pero para Molina todo es una mierda.

Puede parecer raro y hasta exagerado, pero sí, con tan solo un corto, este hombre era un inmenso. Un inmenso como Guillén Landrían. Y cuando alguien es grande, la gente trata de apagarlo. Y el chino se dejó apagar. Yo no estoy en su pellejo, ni quiero juzgarlo, pero debió quedarse un poco más acá, luchar, tratar… Hacer algo en video. No sé. Era otra época también.

Luego de dormir en el sofá de una tía abuela y trabajar en disimiles cosas: de portero, de taxista, en la cocina de la famosa residencia estudiantil… un día conoce a un muchacho austriaco, fotógrafo, llamado Karl Haimel y enamorado se va tras él a Viena. Karl le prometió el cielo y las estrellas. Ahora si iba a poder hacer películas. Volvería a estar 24 por 24 pensando y haciendo cine. Pero aquello no terminó nada bien y sin un peso no le quedó otra que volver a trabajar en lo que fuera. Y así, poco a poco se fue poniendo viejo y la vida lo fue empujando a un lugar tan raro como Innsbruck.

El chino me cuenta, que una de las noches, cuando aún estaba en Madrid, trabajando en la residencia de estudiantes, estaba muy fumado y tuvo una visión. Dalí, Buñuel y Lorca, en una bicicleta para tres, pasaron frente a él y le sacaron la lengua. Iban borrachos, felices. Con los ojos aguados por el frio, el chino les gritó: “Chicharrón con dulce de guayaba”. Esa noche, a pesar del frio y la soledad, fue feliz.

En fin. Nada. Para no alargar la cosa. Las cosas de la vida son de pinga. En Innsbruck hay un festivalito de cine, un festivalucho, que por mucho tiempo ha llevado cine cubano. Eduardo del Llano y Daniel Díaz Torres estuvieron allí. Y antes de partir, hablaron con la madre del chino, y lo buscaron. Aunque el muy condenado no quería aparecer, pero le insistieron, mucho y pudieron verlo. Se tomaron unos tragos en una taberna. Se comieron una pizza mala juntos. Antes de morir, Daniel me contó, que como por arte de magia, cuando la noche fue avanzando, El chino Pérez desapareció y más nunca supieron de él. Eduardo me cuenta, que el chino tenía las manos llenas de ampollas explotadas y que cada vez que agarraba un pedazo de pizza, el trataba de agarrar un trozo de pizza que estuvieran bien lejos de donde el chino tocó.

La cosa es que, para no alargar el cuento, me invitan al festival de Innsbruck con mi película “Pétalos”. Ya llevábamos un par de correos y me pareció que había algo divino en esto, la vida nos estaba uniendo por algo. Le escribo, le cuento, le digo que quiero verlo. Saber bien su historia. Llenar las lagunas. Saber bien qué le pasó acá. Y el chino me responde que claro, que el sábado me busca en mi hotel y paseamos por la iglesia, el puente, y a lo mejor si hace buen tiempo, nos subimos al teleférico y podemos desde la montaña ver todo Innsbruck.

Me monto en el avión embullado, me quedo en Munich y me mandan un carro que me atraviesa por una estepa llena de iglesias y fabricas… en el camino recuerdo “Ynexperiencia”, la estepa, el soldado…

Llego a Innsbruck y es fin de semana de fiestas y todo está cerrado. Me como unos espaguetis en un árabe y me acuesto a dormir temprano y cagado. Cagado, porque frente al hotel había un cartel escrito en español: Latinoamericanos regresen a casa.

En la mañana del sábado, nervioso, bajo media hora antes al lobby para esperarlo. Pero pasan los minutos y nada. Ni a la hora acordada, ni media hora después, una hora… Nada del chino. Me pongo a caminar por los alrededores. Hace mucho frío. Algunas familias van rumbo a la iglesia. Yo me siento solo. Me paro en el medio del puente y veo pasar el agua del rio, helada, bajo mis pies. Se me aprieta el corazón. ¿Qué hace un cubano en este pueblo de mierda? ¿Qué hace El chino Pérez aquí? ¿Qué ha hecho este tiempo? Una eternidad. Triste, lloroso, regreso al hotel. Subo a la habitación y sin lavarme las manos me bajo el pantalón y me hago una paja seca. La pinga la tengo reseca, chiquitica. Me mojo la mano y me masturbo. El rabo no se me para. Pero lloro. Lloro como hacía mucho tiempo no lloraba. Y pienso en las mulatas cubanas, en una amante que tuve, una amante de la CUJAE. ¿Algún austriaco sabrá lo que es la CUJAE? “Chicharrón con dulce de guayaba”. “Chicharrón con dulce de guayaba”. “Chicharrón con dulce de guayaba”. “Chicharrón con dulce de guayaba”. Me digo. Y luego pienso: total, es una peliculita perdida más. En la noche tengo que presentar en el cine mi película “Pétalos”. Película que, a pesar del título, me parecía dura, buena, sentida. En el público había unas 30 personas. En el minuto 10, veo a un encapuchado, con pinta de pordiosero, que se levanta y se va. Creo que es él. En la oscuridad no puedo verlo bien. Da igual, en internet no hay ni una foto de él de todas maneras. Corro. Lo sigo. Tiene que ser él. Salgo al lobby del cine. No hay nadie. Salgo a la calle. Nieva. No hay nadie. Regreso y la chica que vende las entradas me habla en un idioma que no entiendo y me entrega un papelito. Agarro el papelito y leo en un perfecto español: Traidor.

FIN




Carlos Lechuga. La Habana 1983. Director, guionista, script doctor, ghostwriter y muy cinéfilo. Estudiante de la FAMCA del ISA y de la EICTV. Ha dirigido hasta ahora varios cortos y dos largos. Ha trabajado con cineastas como Humberto Solas, Juan Carlos Tabío, Iciar Bollain. Sus obras han estado en varios festivales internacionales como Toronto, Rotterdam, San Sebastian y en museos como el Moma.

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