Ramón Serrano Balasch: Daniela (Fragmento)

LA CENA EN PUERTO LIMÓN

Suelen decir las gentes de taberna que la curiosidad es sana, y es cierto. Lo dicen también científicos; sin ella los homínidos seguirían sobre o colgados de los árboles, o enterrados a sus pies, junto a las raíces. El hecho de que en lunes, día de fiesta en la pizzería Vent de Mar, en plena temporada, primera semana de junio, los Renay aceptaran mi invitación a una cena en Puerto Limón, clara competencia, es un decir, frente al mar del Canadell, no podía tener otra explicación que la curiosidad por saber cómo y quién era esa Musa que yo, puede que a su parecer, me había sacado de la manga. Con el añadido ligeramente perverso, además, por parte de Elina, de que era chilena. En ocasiones la curiosidad nos mata, pero no cabe duda alguna que sin ella el hombre seguiría en las cavernas.

En honor a la verdad hay que convenir que Daniela es mucha Daniela, con lo pequeña que es de estatura, pero su talante vivaz, su sonrisa seductora, sus movimientos y gestos de ritmo ágil y en absoluto estudiados –le salen así– me daban a mí la seguridad de que saldría bien parada del examen. ¡Huy! Si Daniela hubiera descubierto o sospechado que aquella mi invitación era una prueba de nota, su recelo habría dado al traste con la cita. Toni, sirve tú a esa mesa, le habría espetado a su compañero. Pero no, y es que no era así. En especial por parte de Renay, que unas faldas, aunque minis, siempre son unas faldas, unas rodillas bonitas… bueno para qué seguir… Recuerdo que tras la previa presentación, la entrega de la carta del menú, etcétera, le pregunto a Renay, ¿Qué te parece? Su respuesta fue de manual: Tiene de todo en su mínima expresión. Recuerdo ahora que un largo tiempo después ella exclamaría ante mi insistencia constante de verla, de estar a su lado, sin más, solo por respirar su imagen y su perfil, yo soy un pájaro libre. Cuando me puse en contacto con su mamá, Marcia Patricia, me explicó enseguida que Daniela era una patiperra. ¿No conoces el término? ¡Que va! Se trata de esa gente, en especial joven, que va de un lado para otro, que no tiene casa fija, que anda por el mundo para verlo y conocerlo… Aquí en Chile eso se da mucho. Trotamundos los llamamos aquí. O algo similar… no exactamente un clochard francés… quizás en catalán un rodamón. No se trata de los que duermen bajo un puente –eso era antes–, ahora lo hacen en la entradilla de un cajero de la Caixa, o en el acceso a un portal, o zaguán, cuya puerta está cerrada y bien cerrada. Elina miraba, más bien observaba a Daniela más que con detenimiento, con ojos sorpresivos… ¿Qué veía Ramón en aquella chiquita? ¿Qué clase de anzuelo había mordido una persona tan capaz como el amigo poeta? No, no podía entenderlo. Daniela apuntó el pedido de la cena… no recuerdo demasiado que encargué… la comida no era lo que más me interesaba. Quería saber qué opinaban mis mejores amigos de Calella sobre el hallazgo de una Musa… De pronto, Renay, como si despertara, pregunta:

–¿Y vives aquí?

–No. Vivo en Palafrugell… Voy y vengo cada día en la bicicleta –y señala la bici varada en la barandilla metálica.

–Será duro el viaje diario… sobre todo el regreso de madrugada…

–Una se acostumbra… sobretodo si después del trabajo me tomo unas copas aquí abajo, en la playa… bueno, una piña colada…

–¿Cuantos años tienes, Daniela? –le pregunta Renay directamente.

Responde rápido.

–Casi veintisiete.

Esa respuesta haría historia. Hubo un tiempo que al hablar de Daniela la llamaban, o la llamaba yo también, casi veintisiete. ¿Cómo está la casi veintisiete?

Y agregó de su propia cosecha:

–Y un novio de casi dos semanas –lo dijo sin mirarnos, ni a Renay ni a mí. Puede que fuese una respuesta para Elina.

Toda esa historia a la que estaba asistiendo había comenzado por la simple mención de Isla Negra, de la casa museo de Pablo Neruda, de los objetos nerudianos que Daniela había acariciado sobre el piso y techos de madera, como en un barco… siempre con su Matilde (mi leona de pies pequeñitos).

Han borrado tu rostro sobre la tierra

pero no podrán borrar la tierra sobre tu espíritu

La luz marina, el albatros incansable,

los metales y los peces ensamblados por el viento,

el volcán rugiente,

el estruendo sobre las rocas de Chile…(2)

 

Hubo un tiempo que Carol escuchaba atenta y con ilusión los versos de Pablo Neruda en nuestras reuniones domésticas de casa Copérnico. El primer vinilo, editado por Casa de las Américas, en La Habana, me lo trajo un amigo cineasta con la voz del propio Pablo. Un amigo, poco tiempo después suicidado. Eran tiempos muy difíciles. Sobre la calavera de Elvira, una vela con olor a fósforo, o ácido sulfúrico, la voz de Pablo resonaba por las paredes de la casa, pintadas de verde esperanza, aguardando la caída del Dictador. Carol aprendió a escuchar versos, en cierta manera, en tierras mexicanas… pues allí no disponía de Mediterráneo que mirar. Su Costa Brava era única. Ni Acapulco, ni Puerto Vallarta, ni –seguro– la bahía de Veracruz.

Mirando el mar

fuimos envejeciendo.

Al principio

Carol bajaba con los niños

a primera hora de su vida.

El Canadell fue el paseo de la existencia

durante años de peligros.

Ellos crecieron

nosotros envejecimos

mirando el Mediterráneo.

Después los ojos de Carol se cansaron.

Recordaba esos versos de La premura del tiempo que escribiría corregidos después. Los pienso, los pongo en una servilleta de bar o restaurant, y los guardo en el baúl de los versos a reconducir un día… Carol, en México, sin Mediterráneo a sus pies, era gente perdida entre rocas, pinares y nieblas. Serrat, dicen, compuso el Nací en el Mediterráneo en Can Batlle. Carol no lo sabía porque estaba en México en aquel entonces. Pero se aprendió la canción en un santiamén, que yo había adquirido en algún super. México, ya entonces, era para los gachupines un país difícil. Me ponían toda clase de trampas para sacarme una buena mordida. En especial cuando descubrían que era el Director-gerente de una editorial de matriz española. Una madrugada, saliendo de casa de unos amigos sobre las dos, que para el DF eso puede significar las tres o las cuatro de la madrugada, me pillaron dos tamarindos (policía del DF) orinando en el alcorque que se abre sobre la banqueta del tronco del árbol, me pidieron la documentación y mostré mi permiso de residencia y trabajo, el FM2. Mira, Anastasio, le dice un guardia al otro, aquí tenemos un representante de la cultura de la madre patria ensuciando la vía pública mexicana… Medio mojándome la bragueta, medio abochornado, se me querían llevar a la delegación (comisaría), en donde a buen seguro habría que despertar al delegado, que se pondría de mala hostia y me encerraría hasta la mañana siguiente. Así que opté por liberarme de aquella tenaza úrica y pregunté cuánto. Doscientos pesos me costó la meada. Y así. Por doquier, una multa de tráfico, un despiste de calle, un semáforo en ámbar… o pagabas o se te llevaban la matrícula del coche desatornillándola, y a la delegación a recuperarla previo pago. Todo eso me venía a la cabeza en tanto Renay y Elina seguían una no sé si muy interesante conversación con Daniela. Pocos días después yo debía regresar a Barcelona. Me tocaba una tercera inyección en el ojo de la degeneración macular. Aprovecharía para pasar con mi hija mi cumpleaños, el 22 de junio. Cumplía nada menos que 81 tacos. Por algo se empeñaban todos en llamarme una y otra vez, el abuelo. ¡No! ¡No! En todo caso anciano. Del Consejo de Ancianos de la tribu… bromeaba.

Regresé de can Fanga después de mi cumple. Fui corriendo a Puerto Limón. El Capi, que era el encargado, me dice: Daniela ha tenido un accidente con la bici… Está en cama… magullada la espalda, nada grave. La llamo por teléfono… Veo que está en su consciencia… Se queja… Llamo a Teddy, de Barcelona, y le doy el teléfono de Daniela… Dile que eres mi amigo y que la animas a que se recupere. Daniela flipaba. Pero no me riñó. En el fondo se sintió acompañada y agradecida. El accidente me pondría las cosas de cara. Le he tomado miedo a la bici. Ahí está, muerta de risa en casa. ¿Y cómo vas y vienes? Compañeros me llevan por la noche, a la hora que les va bien. A mediodía, en Sarfa. Eso duró escaso tiempo. Yo vivo a menos de cien metros de Puerto Limón. Tengo habitación libre, de dos camas, amplia. Te puedes venir a dormir como si fuera tu casa. Se quedó pensativa… ¿Tú crees? Está aquí, a cinco minutos si llegan… caminando. El accidente de la bici te lo aconseja… hasta que pierdas el miedo a subirte de nuevo. A escasos cien metros… Daniela, no te lo pienses. Volvió a mirar a algún punto fijo del aire… Eso me gustaba de Daniela. Una mujer que piensa… que toma decisiones meditadas… Mañana –insistí– voy a Palafrugell. Si quieres te aguardo en la Plaça Nova, tomamos un café, y nos venimos a Calella en taxi. Tengo un taxista amigo con el que hay un trato… Así hicimos, y cuando llegamos a casa Pinsmar, entramos por el paseo y salimos por la pineda… ¡Huy! Qué casa más bonita… dijo en el Puerto Limón. Después, a media tarde, tomando mi Verdejo, me expresó de nuevo sus dudas. No sé… Tengo que pensarlo. ¿Y mi novio? Si no vives con él. Duerme en Palamós, en casa de sus padres… ¿No es así? Vente ya esta noche… ¡Ay, no! No llevo ropa para cambiarme. La falda está sucia y los pantalones en casa. Se queda pensativa unos instantes. Añade: Y las gotas para mis lentillas…

A la mañana siguiente, antes de que Ania (Tía Chocolate) marchara para su restaurante le dije: Mira a ver si convences a Daniela para que venga a casa. Claro, responde rauda. Seguro que vendrá. Es muy simpática y agradable. Yo la convenzo. Esta tarde, a mi hora de descanso, le diré que venga a tomar café. Y así se hizo. Aproveché entonces para invitarla a comer al día siguiente; antes de las dos, claro, para que ella pudiese llegar al trabajo sobre las tres, tres y media. ¿Fue de improviso? ¿Fue fortuito? ¿Fue un complot entre Ania y yo? Bien, podría haber sido todo eso, pero sobretodo, y lo veía, eran las enormes ganas que Daniela sentía de venir a casa, pero que su prudencia (un anciano de casi 82) le aconsejaba no correr. Pero –y lo intuía– aquella iba a ser la comida que cambiaría mi vida. Y así fue.

Hay testimonio gráfico de aquella comida. Yo todavía tenía un teléfono móvil sencillo, sin internet, aunque con buenas fotos. Pero preferí usar mi Nikon 60 para dejar en papel constancia del almuerzo a tres: Daniela, Ania y yo. Llegó por la terraza ascendiendo por las escaleras de la pineda, vestida de visita, sonriente, ilusionada por el evento… Miré su perfil; el mar, algo lejano desde ahí, resplandecía azul y casi estático, las begonias, grandis, doblet y semper florens, saludaron a la invitada. Igual hicieron las máscaras mexicanas que cuelgan de la pared del salón comedor, máscaras de mojiganga o de carnaval, compradas en el mercadillo del DF. El verano de 2014 iba a comenzar. Haré el traslado el día uno. Estábamos a 29, precisamente San Daniel, profeta. Pero ella lo ignoraba. No celebran las onomásticas en Chile. O no las celebran algunos. Aquella terraza, aquellas noches, aquellas conversaciones truncadas. Aquellas begonias, aquellas grandes flores de un solo día del hibiscus… Iría a Puerto Limón a tomar una copa a la tarde siguiente y el Toni le dice a Daniela, está ahí fuera el chaval amigo tuyo. No le sentó bien el chiste y se lo dijo. ¿Y qué te han dicho cuando has anunciado que te venías aquí?, le pregunté. Pensó un instante; dudó de si debía decidió: Me soltaron que te me querías follar. No es… afirmé con rotundidad. Pero de todos modos me pregunto: ¿Qué coño les importa aunque así fuera? Y me levanté para ir al baño.

(2) De mi poemario Crónica de las ánforas halladas.

https://www.amazon.es/Daniela-Ramon-Serrano-Balasch/dp/9198467646

Ramón Serrano Balasch. Nacido en Barcelona en 1933, reside en esta ciudad a caballo de Calella de Palafrugell, Costa Brava. Escribe desde sus catorce años. En 1953 publica su primer cuento «Un viaje en autostop» en la revista literaria Rumbo. En 1956 inicia una revista mensual de Artes y Letras titulada LA BALLENA ALEGRE, que vio seis números y fue cerrada por marxista y existencialista por el Movimiento Nacional franquista. En 1961 es redactor de la revista económica francesa Le Marché Commune Européen. En 1963 funda, con varios socios, el Instituto de Estudios Afroasiáticos, que con el anagrama RYACE organiza la participación en la Feria de Barcelona de países de Àfrica y Asia. En 1969 es nombrado el primer director de DOPESA, editorial periodística sobre temas de actualidad. Tras otros problemas con el franquismo marcha a México como director de Editorial Labor Mexicana de donde regresa para dirigir la editorial EUROS del diario barcelonés La Vanguardia, y de allí a Madrid para dirigir los libros de Cambio 16. Tras unos años como agente literario funda la editorial con capital familiar FLOR DEL VIENTO EDICIONES, de libros de no ficción, en donde permanece 18 años hasta su jubilación a los 79 años. Ha publicado ocho poemarios y seis novelas, más cuatro libros de no ficción. Ganó, en 1991, el Premio de novela Ateneo de Sevilla con su libro Gentes de la Soledad, sobre el mundo tuareg de Argelia. Está en posesión del Premio a la Lealtad Republicana 1999, que otorga ls Asociación Manuel Azaña.


Ha publicado: Los poemarios: Grito para la niebla. (Helios, Madrid 1971), Su Excelencia Monsivais bien pudo escribir la historia de Cadaqués. (Helios, Madrid 1976), Los poemas de amor de Renan de la Malpassée. (Ediciones Edinford, Málaga 1992), Sub way. El metro de Barcelona. (Seuba Ediciones, Barcelona 1994), Donde el río de la noche lleva. (1961-1996). (Seuba Ediciones, Barcelona 1996), Poemas republicanos. (Editorial Azacanes (2 eds.), Olías del Rey, Toledo, 2000), El libro de Thaïs. (Editorial Azacanes, Olías del Rey, Toledo, 2004), La premura del tiempo. Inédito, 2013, Los Libros de Daniela. Inédito, 2014-2016 y las novelas: El secreto de Saladeures. (Muchnik Editores, Barcelona 1990), Gentes de la soledad. (Editorial Planeta (3 eds.), Barcelona 1991). (Premio Ateneo de Sevilla de Novela), La batalla de la calle Atenas. (Muchnik Editores, Barcelona 1993), La santa. (Muchnik Editores, Barcelona 1997), Mi madre bolitas de paraguas. (Editorial Azacanes, Olías del Rey (Toledo) 2008), así como en No ficción: Afroasia, el tercer mundo. (Sayma Ediciones y Publicaciones, Barcelona 1963), Atrapado en la larga noche. Inédito, 1987. (Memorias), Fogons de Barcelona. (Parsifal Edicions, Barcelona 1991), Ramón Serrano et altri. Dietario de posguerra. (Editorial Anagrama, Barcelona 1998), 89 republicanos y el rey. (Plaza & Janés Editores, Barcelona 1998). (Premio a la Lealtad Republicana), Ramón Serrano y Rai Ferrer. Alejandro Lerroux. (Ediciones B, Barcelona 2003) y Encuentros republicanos. (Editorial Planeta, Barcelona 2007)

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