Miguel Ángel Curiel: un manto de hojas suspendido

 

 

.UN SONIDO DE CONCHAS A LO LEJOS.

Todo quema,

la piedra más que el hierro,

la arena sobre todo,

el hueso apenas

y la luz que otros días te dejó ver el mundo

lo oculta.

Tu sombra parece una tela

difícil de arrancarle a la tierra.

(…)

            

.UN SONIDO DE CONCHAS A LO LEJOS.

Por la puerta abierta de esta casa entra el aire –nunca la cierres– ese nunca que juega con aquellos árboles –crecen para sí y yo hablo con la puerta o como la puerta y no sé nunca qué digo; es por donde viene todo. No es un camino, pero se lo parece, ninguna ruta aunque atraviesa el cielo, lo veo en los juncos a los que ha abandonado el agua y ellos guardan más cielo –alguien arrancó algo seco– Me puse a caminar, era sólo arena caliente, una gran extensión hoyada, salía humo de un árbol que hay muy abajo, o de un ojo anegado, y en cada hoyo podía haber una piedra o una palabra, una pluma o basura, cuencos vacíos; la luz hace su trabajo que es quemar la voz del que dice todo esto, y la sombra de casi nada, o el dibujo que dejó una vez un rayo en tu mano. No tenía la distancia –el ojo es simple– sabe guardar el espacio, cada noche se cierra y se limpia y ve ausencia, en el se purga el sol. Muy atrás -no llamo años a lo que es evidente- podría ir hacia muy lejos, pero no sé cómo; no hay una línea, ni siquiera una palabra. Más bien son las distancias atravesadas por un camino que desde el cielo es una grieta cosida con hierba y con luz.  En el agua las palabras parecen hundirse, en el amor desparecer, en la luz apagarse, en la oscuridad brillar. El humo se las lleva al cielo. Las luces del suelo se cubren de hojas. Insertadas en los bordes del camino parecen los ojos del sol; bajo las hojas en la niebla, no iluminan esta memoria oscura, y si nevara –y lo hace algún día– ya nada, ni siquiera estoy y de alguna manera lo veo; pero el calor de las luces derrite la nieve, y entre las hojas trabadas –como de estas palabras que se pudren– sale humo. Lo que el cielo no va a decir nunca para ti es sagrado. La luz que llevan los arroyos, parecen desangrarse y no sé lo que dicen. Si tuviera que decir algo nuevo intentaría entender esto -ya sin acudir a imágenes- Aún parece perseguir el agua, la escucha, no oye nada que tenga el valor de ser repetido –como aquellas imágenes que se deshacían en palabras y luego había que volver a entender– era la humedad que se seca para dejar de ser, y estos árboles enfilados, antiguos, nada cambia dentro de los ojos, y lo que está más adentro aún menos, nada se acumula en ellos, quizás el primer día que estuve aquí, nada llega de ello y si no ha cambiado mucho el lugar es por esperar, y esas yerbas que ella arranca del agua y las otras yerbas que no arranca, muy despacio para no levantar el cieno.

(Nunca)

 

Me dijeron dónde había un lugar de baño,

seguí esas palabras.

-cierra los ojos

y sigue-

Año a año

las sigues

hasta ese lugar,

los lugares que se guardan

entre dos personas que se arrasan

y cuentan los árboles

junto al agua.

Ahora

casi puedo guiar el aire.

(Aire)

 

‘El hueco

que dejan

las palabras

a la

extinción…

El aire

gira así,

es perfecto el círculo de hojas y arena.

No estoy en ti

como creías,

arrastrar años y toda su luz,

como las nubes cargadas de hierba cortada

dejando caer los tallos más ligeros.

Algo deja siempre

quien intenta

llevárselo todo.

(…)

 

Las noches

mueren

y yo

vivo.

Las noches

seguirán

vivas

como estas conchas llenas de agua

y yo

vivo.

(Noches)

 

La muerte es una yerba, si la arrancas sientes tu fuerza, de raíz sale y la tiras al agua. Si la cortas o las quemas les das la vida.

Durante mucho tiempo el aire se detuvo, siglos sin aire, días vacíos, largos como autopsias

de ángeles.

De golpe vino

y lo

movió todo.

No lo esperaba.

Todos los poemas

tienen aire.

El aire

más quieto.

Las palabras del poema

se quiebren

después

de cien años

ante este árbol

ya

seco.

(Aire I)

 

No te oigo/no me oyes

-de ello imagino la comunión de ciertas palabras-

Me hablas desde un cristal que empañas

para que no te vea.

Oigo las luces

y tú

las oyes

-para oírlas no hay que verlas-

y tras

muchos días

no se olvida el lugar de las luces

regalos oscuros

donde cabes.

(Einzelhaft)

 

Túu,

tú.

Todo es hierba.

Un camino he hecho,

tú,

tú.

no leas este poema,

nunca lo leas

en ti

como en la concha

el cielo cruje.

(Tú)

 

PRONTO se acaba

pero no se termina,

es como la hierba,

quien pasa sobre ella nunca lo sabe.

el agua que no puede abrazar nada

se abraza.

La tierra no habla,

intermitente tartamudea

en otras voces muertas.

Estamos juntos cociéndonos,

el aire se vacía y el cielo si sólo fuera una palabra         

que pesa menos.

¿Cuándo comienza a envejecer un árbol?

ahora caen las hojas,

es sencillo, se caen

y quieres entrar en ellas,

que pesen más

y te aligeren,

pesarlas en todas las circunstancias.

(…)

 

SE oye el grillo

y buscarlo es inútil.

Para que buscarlo si se le oye.

A qué se asemeja,

a qué no.

Ni siquiera teme o imagina,

apenas vive lo que es eterno,

y su chirrido azul no sustituye al habla.

Muy cerca del agua

ya está todo limpio.

Una imagen de ti es todo esto

y lo reúno.

Brilla el lado oscuro de la luna

como la nieve aquí gracias a la ausencia.

La casa

¿cómo es?

Las casas duran,

tienen a las estrellas encima.

Apenas he visto un plano de raíces quemadas.

La ilusión es el horizonte,

crece hacia dentro.

-no quiero imaginar-

Mejor verlo y no tener tanto espacio.

(…)

 

El sol calienta estas aguas de día,

es de noche.

Si fuera

siempre de noche,

así,

aún más lentamente,

sin miedo

a que nunca llueva.

Lo más quieto todavía.

Es una luz pobre, pero suficiente para ver la luz, y en ella extendida eres eso que no ves también, extendido o lleno, y si no te ves estás en ello, en algún lugar de ello el único dibujo de dios.

(Gefühle)

 

Mi poema se abre

y este se cierra

detrás

de un surco abierto con palabras de amor a nadie,

y

ese surco

es

el poema que se cierra

del que sale tu hierba.

Se anegó

de mí.

Ella el día,

pero no la veo,

sólo el día,

quizás sea ella,

pero ya no pesa,

no se apoya en tierra alguna,

y si el día es ella,

debería

en la ligera superficie del cielo

un manto de hojas suspendido

sobre el que poder pasar.

(Surco)

 

Vuelven

a casa,

esa es mi casa

sin puerta.

(Casa)

 

Como susurrantes bajo la tierra, La sombra del cielo le come los pies.

Somos

cardos

secos

en los cauces de aire

de los ríos.

Se empobrece la tierra de sus enemigos.

-de allí a allí una lejanía sólo-

Algún pájaro que prosigue el tiempo

que pone el agua y la luz.

Mira este poema

de lejos.

Casi

no puedes leerlo,

casi

no lo es,

pero la hierba

y entre la hierba.

Ya está más bajo el sol.

Hace años

que no lo veo.

En el agua me hace daño leer.

De alguna manera calienta

y deja que me acerque al origen.

La suma de recuerdos

degrada la memoria.

Tu lo decías:

se llenan los lagos para ocultar,

los pensamientos vagos

del amanecer.

Nada hiriente

a pesar de la luz.

Aún no sabe hablar,

te espera un poco porque no sabe esperar.

Lo suficiente dices tú

como un alma redonda

que no lo sabe.

(…)

 

 

 

Miguel Ángel Curiel, Korbach Valdeck, Alemania, 31 de marzo de 1966, poeta español, de una familia originaria de Jaraíz de la Vera (Cáceres). En el año 2000 gana el accésit del premio Adonais con el libro El VERANO. Desde entonces su obra poética se aparta definitivamente de las tendencias poéticas más dominantes y vigentes en nuestro país, hasta desarrollar una voz original e inusual en la poesía española actual. Miguel Ángel Curiel ha sido becario de la Academia de España en Roma (Beca Valle Inclán para escritores) entre los años 2009 y 2010. Es durante ese periodo en el que comienza a escribir su libro LUMINARIAS, diarios poéticos en construcción. Entre sus libros destacan EL AGUA, (poesía 2002-2012) Finalista del premio nacional de poesía 2013. ASTILLAS, Calambur, Madrid, 2015. El NADADOR, 2016, finalista del premio nacional de poesía 2018. JARAÍZ, 2018, finalista del premio nacional de la crítica 2019.

Miguel Ángel Curiel ha sido becario de la Academia de España en Roma (Beca Valle Inclán para escritores) entre los años 2009 y 2010. Es durante ese periodo en el que escribe el libro de fragmentos, Amargord, Madrid, 2012, y el libro de poemas Hacer hielo. Como grabador ha realizado exposiciones de linóleos y aguafuertes en la Galería Arcana de Vilagarcia de Arosa y en la Academia de España en Roma. Ilustro el libro Helor de Luis Luna, y junto con la artista valenciana Esperanza Vives el libro Diciembre. Miguel Ángel Curiel, otros libros de Miguel Ángel Curiel son: Un libro difícil, Por efecto de las aguas, Los sumergidos. En 2014 aparece Trabajos de purificación, Cuenca: Editorial Olcades.

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