Marian Raméntol: tan solo con la sangre de mi sangre

(Foto: Blanca del Rey)

 

REVENTAR SOBRE EL INFINITO Y SER MÁS MÚSICA, MÁS LÁGRIMA

Para pensarme en tus alas

debería morir con el corazón alto

y los secretos cosidos a la carne.

Debería morir enrojecida,

abierta a la luz de la espuma,

derramada en esa faringe que,

por saciar mi océano de celuloide,

se quema en el crepúsculo recogido en mi boca.

Morir gravemente entre las piedras,

con el borrador de mi pecho

doliendo entre la salvia, la tarde

y el escalofrío de mis labios.

Debería morirme

en la holgura de la soledad,

con los siglos más tristes

y los besos rechonchos.

Sería propio reventar sobre el infinito

y ser más música, más lágrima,

plomo líquido, pena cristalina

quebrando el aire,

debiera ser tortura caliente sobre el mar 

que se cae hacia dentro

y nos seca el llanto.

Debería morir tranquila,

en un final cualquiera

sin luces habitables,

tan solo con la sangre de mi sangre

detonándome los ojos.

 

 

MI NOMBRE APUNTA AL TACTO DE LA SOMBRA

Mi nombre rebota en los muros,

reconoce comas y acentos

que perfilan caras, vientres, ojos,

manos disueltas en la sangre de un mar

que me abraza y devora.

Mi nombre está solo,

apunta al tacto de la sombra, se balancea

sobre el tembleque de una frase hipodérmica

que trepa crepúsculos hasta asirme el pecho

y esputa aire vivo sobre un paisaje de agua,

un paisaje clonado en cada muerte, en cada nube,

en cada túnel sin palabras,

en cada entierro de muñecas sucias

y cementerios de cartón.

A mi nombre

lo amortaja un poema ensangrentado

de nocturnidad.

 

 

SUSPENDIDO SOBRE LA LID DE UNA ESTROFA

Como una flauta sonreída

crece la voz de un minuto solitario,

sin otra pretensión que confesarse

archipiélago en el atlas incorpóreo de un poema.

Las tildes escuchan en los patios

el son de las liras bajo la piel,

sus consejos ceñidos a los ojos

navegando por mareas adolescentes

que penetran en el agua, la rompen, la cicatrizan,

surcan el ocre del dolor

y vuelven ociosas

a la hemorragia de la composición.

Aparece entonces el lector grave

sobre la lid de una estrofa,

y cierra bajo un cristal despótico

el frío precoz en la nuez, el plan

de un perfume, el ligero tembleque de un rayo

que enhebra el paisaje intruso del papel herido,

y pasa página el lector,

el niño, la cigarra

y la lluvia escondida en el maxilar del aire.

 

 

LA SONRISA PARTIDA DE LOS PERROS

La luz de una bombilla

es como un péndulo en la conciencia

de una ciudad hecha de pedazos.

Señala con su semen

montones de ladrillos en fuga

y tanta tragedia cerámica

que se derrama en los portales.

Los días par, sus bocas de adobe

chulean el cinto de una pared para golpear el aire,

los impar, lo hacen con los vértices

del azul que en su infinita culpa,

vuelve a dormir sobre la sospecha del ocaso.

Se duelen los muros

en la sonrisa partida de los perros,

inquilinos de honor en esta sombra muerta,

en este tiovivo de abismos y pétalos,

lesión abdominal en calles desangradas,

expiración estelar en la periferia de la piel

y peces feroces a la deriva del paisaje.

Sufre la axila del frío en la nuca

como lo hacen tus ojos descalzos

al verme perdida.

 

 

CUANDO NOS SABEMOS SOLOS EN LA PERIFERIA DE UN BESO

La vida tiene un olor especial

cuando promete suicidios,

se fuma los poemas

que alguien olvida en el lavabo,

con la fuga del carmín

en el dramatismo de un espejo

y la boca manchada de malas intenciones.

El bajo vientre sabe a sangre,

como la perspectiva de mi nuca,

el rencor de un campanario, el desorden de un mapa

coleccionista de horizontes,

la ruina de los verdes en en el funeral de un libro,

o como los ojos autistas de Dios.

Todo sabe a sangre

y a peores intenciones

cuando nos sabemos solos

en la periferia de un beso.

Y ME MIRAN MIS MUERTOS, GENEROSOS

Vengo de un día en retroceso,

de su saliva triste.

Vocalizo la mansedumbre de un paisaje infinito

y le ayudo a parir nubes triunfantes,

costuras de dolor indivisible

y algún que otro réquiem para la sorpresa.

 

Sé que llevo una fronda en los ojos,

su crepúsculo parece una estampida crujiente

sobrevolando incendios que me cierran

sobre el abdomen herido de la luna.

Pero mi sangre no se rinde,

se reagrupa en las arterias,

amanece articulada

para enhebrar mejor mis costillas,

para hacerme innumerable,

palmeral negruzco que gotea,

aguja que acecha el antebrazo de la tarde, 

púlsar precoz a la deriva del mundo,

pez desvestido sosteniendo el agua.

Y me miran mis muertos, generosos,

con la carne en salazón, me besan  y huyen conmigo

hacia el enjuto mar que nos respira y nos absuelve.

 

 

Todos los poemas pertenecen al libro “Salvoconductos hacia las primaveras” editado por LN Ediciones en 2022 en formato de libre descarga.

 

Marian Raméntol (Barcelona, 1966). Poeta, traductora y directora de la revista cultural La Náusea. Miembro del grupo musical O.D.I con el que ha editado vídeo-libros y diversos álbumes además de bandas sonoras de cortometrajes. Ha trabajado con músicos experimentales en múltiples recitales y performances. Ha traducido a poetas contemporáneos italianos al catalán y al castellano. Ha publicado diecisiete poemarios y ha sido incluida en dieciséis antologías. Ha sido premiada en diversos concursos nacionales e internacionales, y su obra ha sido ampliamente difundida en revistas especializadas donde ha publicado poesía, ensayo y artículos de opinión. Ha sido traducida al inglés, alemán, italiano, rumano, armenio, portugués, búlgaro y estonio, y ha prologado varios libros de poesía. Su actividad en el ámbito artístico y poético le ha llevado a formar parte de festivales (tanto poéticos como de cinematografía), exposiciones, recitales y diferentes actos patrocinados por ayuntamientos, editoriales y otras entidades culturales.

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