Rosa Silverio: más loca que una cabra

(Foto: Emmanuel Bretón)

 

 

Más loca que una cabra

 

Vivo entre cuatro paredes blancas

abrazada a mi camisa de fuerza

perdida en las inexplicables cavidades de mi mente

asida al Prozac, al Trileptal, al Seroquel

huyendo de todos los demonios del pasado

intentando crear una estética desde el caos

rehaciendo con mis manos la poesía

resucitando cada día en la palabra

Yo soy Yo fui Yo seré

Yo intento descifrar la cosmogonía del mundo

desenmascarar al dios inventado por el hombre

crear una nueva teoría de mí misma

desentenderme, desmadejarme

encontrar una filosofía

aferrarme a una teoría de la ciencia

pero mi voz es agua y se dirige río abajo

mi voz no entiende de cálculos matemáticos

ni de física cuántica, ni del big bang

ni de todo aquello que no quepa en mi poética

Mi voz sólo habita en la locura

y en la locura estoy yo y está la nada

yo desafiando los accidentes cósmicos

dudando de cualquier revelación antropológica

La humanidad no tiene explicación alguna

Yo soy el testimonio de un enigma

yo soy la sombra de la que habló Platón

y esta habitación es mi caverna

Yo en primera persona gramatical del singular

Yo la evasión, la rueda, el estallido

yo este encierro voluntario

yo seis metros bajo tierra

yo pegada al suelo con cemento de viejo zapatero

rota y desmembrada

descosida

enferma

paranóica

borderline

más loca que una cabra.

 

 

¿Quién es la peor?

 

Quién es la peor

me pregunto mirando mis manos manchadas

y mi tintero vacío

Quién me ha clasificado y me ha sepultado cuando aún respiro

Quién ha osado despellejarme y falsificar mi escritura

¿Quién pretende poder conmigo?

Acaso no sabéis que no soy moneda de cambio

y que mi huerto no fue cultivado por ladrones ni usureros

Yo misma he sembrado cada fruto

cada semilla que ha germinado ha sido

por el trabajo persistente de mis manos

y hoy que me despojo de carnes prestadas

de falsas evidencias y de maldiciones vetustas

exijo que se presente ante mí el que haya cortado mi trenza

el que me haya quemado, quien me haya tachado de infame

Y aquí delante, en este tribunal que antes me ha juzgado

que rinda cuentas, que asuma sus responsabilidades

que unja mis pies con el mejor aceite

que me borre el título de la peor de todas

y guarde la piedra para siempre.

 

Lo locura

 

Este animal que llevo dentro

que abre sus fauces

me muerde

se alimenta de mí

me enflaquece, me drena

ejerce su poder cuando le da la gana

y actúa como un dios sin consultarme

Este animal que llevo dentro

y que me rasga las paredes de la casa

desordena todas mis habitaciones

ha roto todos los floreros

ha triturado todos mis poemas

y se ha apropiado sin permiso de mi lecho

Este animal que llevo dentro

al que no puedo combatir con ningún arma

esta fiera que intento sacarme cada día

que es mi amante, mi sal y mi verdugo

en pocos años, estoy segura, terminará devorándome

y condenándome a la muerte.

 

 

El riesgo de bajar

 

El riesgo de bajar puede ser caro

en especial para una loca

abandonar el búnker nunca es seguro

una se puede romper en el descenso

Nunca se sabe lo que te espera abajo

-el ancho mar, la tierra fértil,

la mano del hombre que se ama-

Pero aquí arriba no se apuesta nada

todo está blindado y el disparo no penetra

una no se entera de la guerra

del cambio climático

de las protestas en Egipto

del conflicto en Palestina

Una no se entera de los muertos

del amigo que se arroja de un cuarto piso

de la hermana a punto de parir

del esposo que no puede más con la carga

Aquí todo está seguro

y sólo hace falta el número del psiquiatra

a veces un libro de poesía

y en la hora exacta, la pastilla que toca

Qué importa el origen del mundo y la filosofía

qué importa la metafísica y todas las artes

En este búnker se puede estar desnuda

se puede no saber nada

se puede ser el ignorante más grande de la tierra

Anochece y la escalera se torna tenebrosa

miro hacia abajo y no me atrevo

Soy una gran cobarde, ahora todos lo saben

pero no estoy dispuesta a pagar el precio de bajar

es demasiado alto

y no me lo permito.

 

 

Cuando una voz muere

 

Cuando una voz muere

otra resucita

 

Un grajo sobrevuela mi casa

la rata se ha escondido en la cocina

el cuchillo ha cortado el amor en dos pedazos

y el monstruo se ha comido el más apetitoso

 

Siempre, cuando una voz muere

otra resucita

 

Una bayeta, el detergente, el agua oscura del fregadero

la suciedad que se limpia, el secreto que se oculta

la violencia que enferma

 

En este hogar siempre ha sido invierno

los latigazos eran el alimento de mis hijos

y la barbarie mi obligado juego cotidiano

 

Pero yo lo he descubierto:

Cuando una voz muere

otra resucita

 

Así que llegó la soñada última noche

y mi mano ya deforme arrancó a la mandrágora

desterró al enemigo

 

Amaneció, es el gran día

el tiempo de amar, y ya lo he dicho:

Cuando un monstruo muere

una mujer resucita.

 

 

Hay que ponerle nombre a esta tristeza

 

Hay que ponerle un nombre a esta tristeza

hay que ponerle un corazón,

un ojo de gato o de serpiente,

hay que ponerle un vestido

tacones

maquillaje

y sacarla a pasear

emborracharla

y cogérsela en una esquina

o en un motel de mala muerte.

Hay que golpear a esta tristeza,

darle latigazos,

enseñarle quién manda,

amarrarla a un poste eléctrico

o deshojarla en una tarde de septiembre.

Hay que saber que el mundo

es una telaraña o una sombra ancha

dispuesta a devorarlo todo,

a tragárselo todo de una bocanada

o de un zarpazo.

Hay que entender que las cosas

tienen un lugar geográfico, un nombre,

una textura exacta y una forma

y que dentro de esas cosas

está desnuda y en silencio

la tristeza,

como una corriente de aire frío

o el mar cuando se han dormido las olas,

como un conuco solitario,

un rancho de tabaco a oscuras

o Matanzas a las cinco de la tarde.

Hay que saber que la tristeza existe

como existe la casa, la tacita de té,

el reloj, el árbol, los recuerdos

o la fotografía de mi abuela

con una blusa llena de pájaros blancos

y una mirada que me hace recordar

a todos los muertos que ha tenido que llorar

mi pobre abuela.

Hay que saber que la tristeza no sólo existe

sino que también tiene su espacio,

su rincón en el interior de cada cosa,

su propia coloratura, sus exigencias

e incluso sus horarios

y que a veces uno se cansa,

se harta de tanta mansedumbre,

 

 

Rosa Silverio (Santiago de los Caballeros, 1978). Poeta y narradora. Reside en Madrid, España. Ha publicado los poemarios De vuelta a casa (2002), Desnuda (2005), Rosa íntima (2007), Arma Letal (2012), Matar al padre (2014), Poemas tristes para días de lluvia (2016), Mujer de lámpara encendida (2016), Invención de la locura (2017), Invenzione della follia (2018), la antología Antes de Madrid (2019) y la plaquette bilingüe Rotura del tiempo / Broken time (2012). Además, publicó el libro de relatos A los delincuentes hay que matarlos (2021), editó la antología No creo que yo esté aquí de más. Antología de poetas dominicanas 1932-1987 (2018) y coeditó En el mismo Trayecto del sol. Poesía dominicana 1894-1984 (2019) junto a Plinio Chahín. Sus cuentos y poemas aparecen en diversas antologías y han sido publicados por revistas y suplementos culturales de diversos países. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, portugués y catalán. Ha recibido varios premios importantes, entre ellos el Primer lugar en el Concurso de Relatos de la Alianza Cibaeña, el de Vencedora Absoluta del Premio Nosside de Poesía de Italia, el Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña y el Premio Letras de Ultramar de Poesía.

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