Miguel Ángel Hernández Saavedra: lejos del poder de las preguntas
(I)
No muy lejos del aviso cuelga una mujer desnuda;
bajo su pecho, un clamor y una cámara acorazada.
Hay flores extrañas germinando en su frente. Ella está viva,
lo está la muerte que la acompaña: no pasar, no pasar.
Pasa un hombre y pregunta: ¿en qué puedo servirte?
Otro hombre le pregunta: ¿quieres que te descuelgue?
Un tercero pasa de largo y gira la cabeza: ¡yo te conozco!
Mojan sus labios en la leche del clamor
abundante, y la piel se contrae.
Los tres se convierten en simios adorables,
barren la flor de la mujer.
Todo está rasurado: el mundo, el alma, el sexo.
Todo está duro: el mundo, el alma, el sexo.
Ha llegado el momento del mundo, del alma, del sexo.
Lo dice el cartel cerca de la mujer desnuda de la que
bebe
el sediento
hasta que la soga afloja y la mujer echa a correr
hacia la niña gozosa,
lejos del poder de las preguntas.
(II)
No pienses:
Ven.
Desarticula:
Ve.
Emplea tus ojos como pies
que ninguna huella persiguen
sin renunciar a ella;
lejos quedaron los cuentos de lo dado
por añadidura. Corre y despacio
ve.
Ven.
Si nombre le das,
que no lo sepa el nombre.
Si le das razón,
que no lo sepa la cosa.
Nadie profundiza sabiéndolo el objeto.
***
El poema nace muerto, rojo sobre blanco,
la cría preciosa del alce. Debes acariciarlo;
al animal hecho un poema, tan muerto y bonito.
No lo guardes en cenotafios de indiscutible
solvencia técnica o resucitará en vano
como si la vida no le hubiera pasado
sencilla y brutal, reino indivisible
que no admite heredero.
(III)
Sobre el puente del perdón, antes de ser conducidos
a la casa de la horca, los reos suplicaban.
La súplica los condenaba porque
hasta ese momento, sin que ellos lo supieran,
nada estaba decidido. Lo decidían ellos
en el instante mismo, con la súplica postrera
que, por serlo, los condenaba.
Los jueces son reos de sus propias causas.
Esperan que los condenados se salven
-salvándolos
a ellos, juzgadores-
con gestos y palabras húmedas
semejantes al aire del río, imprevisto y arcaico,
reconocible, huidizo, llevando la contraria
sin esfuerzo
al imperio volátil de las excusas.
Lo que los jueces esperan no son llantos sino
restos de vida al fin
en el callado origen de la lengua,
voces del secreto que los animales guardan,
rubores de plantas en luz copuladas.
***
Niña que aprende a desconocer el sentido de las palabras,
vapores antiguos
que no se definen con otras palabras.
De los sonidos auto-
indefinidos
en el deje de las lenguas.
Lo que los jueces esperan.
***
Era, es y el lenguaje será
una esquirla de miel.
Dueño de los cañones de noche y, al mediodía,
una sombra de certezas, incorporando lo que afuera
se recluye, en la contemporaneidad
de las horas indolentes.
En el dolor de las esferas clama pese a todo
-nada lo reclama-
su inmensa alegría.
Lo que los jueces desean.
***
Entre la noche y el alba hay un territorio
hospitalario
donde las cosas retornan, huellas
sin pisadas.
Entre el alba y la noche,
todos los caballos conducen a Troya.
Allí se fabrican las aureolas
que ciñen las cabezas de los santos,
las espinas de las rosas y la espuma de las olas,
las puntas de los pezones de las diosas cazadoras.
Toda la belleza que duele allí se fabrica.
Los fungibles y los intangibles, las cosas y las ideas.
Se diseña el prototipo de la última guerra
¡pronto, muy pronto! a la venta.
***
Lo huelen los generales, dan fe los notarios: Nuestro mar,
el lenguaje, se encrespa y se calma en dos dimensiones
nacidas en ríos paralelos que insisten en no tocarse.
Emboca en dos puertos enemigos e incapaces,
en buena ley, de ignorarse. Uno es el puerto
de la comunicación; al otro, creación se
le llama. Empero -declara la niña
del trópico en la nieve-,
el lenguaje fue,
es y será una bahía
sujeta a climas cambiantes
y perezosos que nacen en la tripa,
suben por los pulmones, atraviesan la
garganta y comunican con exacta imprecisión
-engolfados, sumisos, amotinados- el corazón y la cabeza.
(Estos poemas seleccionados por el autor pertenecen al final del Movimiento I, el principio del Movimiento II y el Movimiento III de El misterio sinfónico de la nieve, poema central del libro del mismo título, publicado por la editorial Shangrila)
Miguel Ángel Hernández Saavedra nació en Madrid, en 1969. Filósofo y poeta. Además de numerosas publicaciones en revistas y volúmenes colectivos, es autor del libro Ortega y Gasset: la obligación de seguir pensando (Madrid, Dykinson, 2004) y de El misterio sinfónico de la nieve (Shangrila, Valencia, 2020), al que pertenecen los poemas seleccionados. Al margen de las publicaciones impresas, en la red pueden encontrarse, entre otras, las siguientes: “Ahora y en la hora”, “La escritura del paraíso,” “Baelo Claudia: apuntes de playa y terremoto”, “Para una arqueología del vestigio”, “La ilusión de la escuela”, “Desde el alma a los pies: cincuenta apotegmas entre lo clínico y lo ético” (todas ellas en Frontera D) y “Los implícitos” (en La libélula vaga). Doctor en filosofía, se gana la vida como profesor.