Nilton Santiago: ¿qué somos los humanos para los perros?

(Crédito de la foto del poeta: Caroline Vogel)





ESA EXTRAÑA SENSACIÓN DE MARIPOSAS EN EL ESTÓMAGO (DESPUÉS DE DESCUBRIR QUE AL SOL LE TOMA 226 MILLONES DE AÑOS ORBITAR ALREDEDOR DEL CENTRO DE LA VÍA LÁCTEA)


La noticia dice:
“Situado en la ribera del río Nidd, en los bosques de Knaresborough, 
existe un manantial misterioso que convierte los objetos en piedra” 
y en eso me estoy convirtiendo yo ahora, 
o al menos la parte de mi corazón que has dejado a la deriva.
Apago el ordenador. 
Hace días que una medusa enorme me da vueltas en el estómago.
Quizás desde que te conocí. Me preocupa. Llamo al médico. 


En la consulta cuatro pakistaníes hablan a gritos. 
Estoy en medio y las palabras me atraviesan como pájaros enfermos. 
La enfermera me pide, sin verme, que me siente, que espere.  


A veces la gente no quiere vernos.


Quizás porque somos un cardumen de peces solitarios 
que navegan juntos sólo para ignorarse.


Un niño chino llora en el regazo de su madre.
Lo ha traído porque el niño se está convirtiendo en un cuervo. 
Una chica, rubia como una colilla, lee una Vanity Fair


Está a mi lado, pero parece estar a kilómetros de distancia.
Aunque no todas las distancias separan.


Me explico: la distancia entre el sol y la tierra no es la misma 
para una hormiga que para un pájaro.


Es cierto que un buitre de Rupell chocó contra un avión 
que sobrevolaba a 11.277 metros de altura en Costa de Marfil. 
¿Pero acaso podría sobrevivir, como una hormiga plateada del Sahara, 
a 70 grados de calor?


La hormiga está entonces más cerca del sol que el buitre.


Cojo el periódico para matar el tiempo. 
“Una cacería termina con doce perros y un ciervo despeñados en un barranco”.
Ojalá desapareciésemos todos los humanos de una puta vez, pienso. 
Menos tú, desde luego, que eres un sol. 
Llega el turno del niño chino.
La enfermera lo coge de la mano y él abre las alas. 
Huye dando aletazos. 
Los pakistaníes y la enfermera lo persiguen por toda la consulta.
El pobre parece un pollo en un matadero de Peshawar.
Hasta la medusa que llevo en el estómago pierde los nervios. 


Salgo de la consulta sin dar explicaciones. Vuelvo a casa. 
Siento que mi cabeza es un ciervo despeñándose por un barranco 
perseguido por doce perros.
Enciendo otra vez el ordenador. 
Googleo:“cómo sacarse una medusa del estómago”.
Una página me lleva a la otra 
y termino viendo productos rebajados en Amazon. 


Soy más aburrido que chupar un clavo, lo reconozco. 
Si supierais que me he pasado una hora 
intentando comprar un robot llamado “Drinky”, 
(cuya función es compartir una copa con bebedores solitarios)
os haríais una idea. 


Entonces recuerdo las palabras de mi abuelo:
“Al ser 98% agua de lluvia, las medusas se evaporan bajo el sol”.


Me bastará pues con esperarte
(aunque no sepas, como la iguana que duerme en mi corazón,
que existo).  






ANÁLISIS SOBRE EL FRACASO DE UN POEMA (Y DEL LENGUAJE) PARA DESCRIBIR LA LUNA LLENA


Un hecho poético abandona una farmacia 
donde una pobre vieja ha concertado una cita con este poema.
No soy yo el que ve a la vieja sujetarse de la lluvia para sentarse 
sino un pelícano. 
El pelícano es un ser del aire.
Eso lo sabemos porque el aire cruza los campos de girasoles. 
Porque 15.000 litros de aire entran en los pulmones de un gorila al día. 
Entonces tomamos conciencia de que existe el aire 
porque sabemos que los gorilas existen. 
En la farmacia, a la vieja le recomiendan cuidarse la glucosa.
El hecho poético se pone las gafas de leer
y deja al pelícano y a la vieja hablando de sus males. 
Todo se puede solucionar con paracetamol.
El hecho poético baja a la estación del metro. 
Entra sin pagar, como es lógico. 
Un vagabundo le pide dinero. 
“Pero el dinero solo sirve para hacernos más pobres” 
—le dice el hecho poético. 
Igualmente deja caer una moneda como una yema caliente. 
El vagabundo la guarda en una de las grietas de su corazón. 


Dos muchachas 
hablan con una libélula que creo que soy yo.
¿Soy yo o mi representación? ¿qué coño es ser yo?
Las dos chicas ríen porque les he dibujado un mapa en la mano.
Buscan un sitio donde “comprar”.
Debo tener cara de “camello” latinoamericano.   
Mientras espero el tren no puedo dejar de ver el puto móvil. 
Como todos los hijos de puta 
que vamos a trabajar vestidos como soldaditos de plomo.
No sabemos ni usar un matamoscas y creemos que hacemos
lo suficiente para ganarnos los frejoles. 
El metro está lleno de negros vendiendo bolsos falsificados.
Los miro. También un policía que escupe sobre las vías. 
Este día no ha existido. 
Ni la farmacia, ni el vagabundo, ni las dos chicas libélula. 


El hecho poético vuelve a casa, resignado, 
vestido como yo: 
un puto soldadito de plomo.


Otra noche se irá a la cama sin escribir un poema.






¿QUÉ SOMOS LOS HUMANOS PARA LOS PERROS?


La luna pesa 81 billones de toneladas 
y los neandertales quizás lo sabían.


Como sabían, hace 40.000 años, 
que nos pasamos inviernos enteros 
viendo cómo un enjambre de dudas 
escapa súbitamente de nuestro estómago 
cada vez que nos miramos al espejo
y vemos la mirada de un chimpancé.   


Hace siglos que venimos maldiciendo 
los oficios de los sábados por la mañana,
(como borrar pinturas rupestres  
en el hielo acumulado en la nevera)
los oficios del sábado por la tarde,
(hacer la colada, 
compartir el silencio de un mirlo enfermo). 
Y todo para terminar descubriendo 
que un mismo gen hace posible 
el habla humana y el canto de los pájaros. 


Acabo de leer que, durante un sólo día, 
el corazón humano genera la energía suficiente
como para desplazar un vehículo 
durante 32 kilómetros, pero es incapaz 
de bombear la sangre de un chihuahua. 
Los neandertales, como los perros,
no sabían quiénes eran hasta que no estaban 
a solas con la luna,
como nosotros no supimos, hasta hoy,
que hace 40.000 años éramos 
más chimpancés que humanos. 


No obstante, 
¿qué somos los humanos para los perros?


¿Pájaros o chimpancés?














Nilton Santiago (Lima, Perú), reside en Barcelona hace varios años. 
En poesía ha publicado El libro de los espejos (II Premio Copé de la XI Bienal de Poesía 2003), La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad(Premio Internacional de Poesía Joven Fundación Centro de Poesía José Hierro, Madrid 2012), El equipaje del ángel(XXVII Premio Tiflos de Poesía, Visor Libros 2014), Las musas se han ido de copas (XV Premio Casa de América de Poesía Americana, Visor Libros, 2015) y, recientemente, La historia universal del etcétera, con el que ha obtenido el Premio Internacional de Poesía Vicente Huidobro (Valparaíso Editores 2019).
También autor del libro de crónicas Para retrasar los relojes de arena(Vallejo & Co., 2015), ha publicado las antologías A otro perro con este hueso(Casa de Poesía, Costa Rica 2016) y 24 horas en la vida de una libélula (Scalino, Sofía 2017). 

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