Yordan Rey: Fragmento de la novela Grutesco

Capítulo IV

No sé de dónde me viene el sonido de un agua que cae. Me recuerda a Lucas aquella vez en el río.

Lucas está tomando el sol sobre la roca plana donde la gente lavaba la ropa. Ahora han crecido helechos, y la brisa hace bailar a la sombra del úpito sobre su cuerpo. El calor del sol se la está poniendo dura. Una gota viscosa cae y le resbala por un costado. Semeja el rastro de caracoles sobre una hoja de higo. Le han crecido pelos en el pecho, en las axilas, bajo el ombligo. Quisiera que se quedase así, como muerto. Poderle hacer todas las cosas que quiero siempre y no puedo, porque es él quien tiene el poder de hacer. Sentir todos sus pelos, ¡todos! buscando enraizar en mí, entrándome por todos los agujeros visibles e invisibles. Recostar mi cara en sus muslos y comprobar de cerca el brillo del glande, la piel nudosa, venosa, del prepucio. Oler y chupar entre sus nalgas. Preñarlo de saliva. Pero Lucas abre los ojos. Dice con gestos que me acerque. Tócala, dice, y la toco. Está dura, caliente. Me late bajo la mano. Siento lo de siempre. Mi cuerpo deseando abrirse como una fruta, como un baúl. Me dice que le pase la lengua por el rabo, y le paso la lengua. Paso y paso la lengua, y él mueve la cintura como si

estuviese bailando el vacunao. Se moja los labios, se toca los pezones. Sin que lo ordene, me la meto en la boca, hasta la garganta. Voy a tragarme a todo Lucas. Que se siembre dentro de mí, en mis baúles internos, mis gavetas. Mi boca es la boca de una drosera, de un tiburón nodriza, de una lamprea. Soy todo boca salivando, como un perro de Pavlov, como una niña con retraso mental. Cojones, puta, ¿quién te está singando en La Habana? Me agarra por el pelo, que ya me llega por mitad de la espalda, me empuja la cabeza, arriba y abajo, hasta que sale, ¡demasiado pronto! lo blanco, lo espeso… y me lo trago. Unas gotas han resbalado por sus testículos. Son pequeños, feos como los de un perro. Lamo las gotas de su leche, y más abajo de las gotas. Él abre las piernas. Solo un poco. Hay todo un ejército de pelos escondiendo un camino que quiero ver a dónde lleva. Soy el caminante no hay camino se hace camino al andar. Soy un peregrino de Santiago, un cortador de caña loco por hacer zafras. Y me pierdo con la lengua-machete, lengua zarcillo, sanguijuela, entre la pendejera del culo que le huele a sopa de cebollas. ¡Hey! ¡Cuidadito! Allá abajo no entra nada. Solo sale. Dice Lucas tirando de mi cabeza hacia arriba. Oye, como has cambiado putica. Y me dice que espere a que se le ponga dura de nuevo. Que si esta vez le voy a dar el culo por las buenas, sin que me tenga que amarrar en el potrero, ni engañarme con jueguitos bobos. Y le digo que sí, que se lo voy a dar por las buenas, pero deseando me lo arrebate por las malas. ¿Y lo vas a gozar? Se le pone dura de nuevo. Lucas me ha cargado y me sube a la piedra. Ponte en cuatro que vas a berrear como una chiva. Se arrodilla. Se pajea. Empieza a pasarme la lengua y los dedos mojados, me abre las nalgas, escupiendo y chupando. Qué culito más lindo, parece un bollo. No tienes ni pelos. Y estoy feliz que diga que tengo un bollo, como el de una niña, como el de una madre. Y mete un dedo mojado, de uña mugrosa, de pezuña de hiena. Rico dedo. Mientras me chupa las nalgas, me araña. Ahora ponte boca arriba. Me abre las piernas. Mírame a los ojos que te voy a partir como a una mujercita, y no quiero que me olvides nunca. Y lo miro. Me había olvidado de sus cejas. Ricas cejas. Y yo digo ay suavecito suavecito, para que él lo haga duro duro. Escupe por última vez y la mete. Me duele. Me gusta. Es como perder el himen, como ser perjudicada. Es yo siendo iniciado en los misterios femeninos, rajada como un yarey. Lucas comienza a moverse y me rasca la cara. No con ternura, pero imagino que sí. Y no sé si es por la luz del sol o por la sombra del úpito, o por el agua del río corriendo, pero siento que nos amamos. Se muerde los labios y resopla. Es el bollo más rico que se ha singado en su vida, mojadito como el de una puerca. Lo voy a embrujar con mi bollo, mi papaya, con mis flujos y reflujos. Los pelos de su pecho parecen un

camino de hierbajos y me dan ganas de desyerbar, pastar, rumiarlos. ¡Qué regalo más bello nos han hecho los Homo Erectus, los Neandertales! Me pellizca los pezones con los dedos mojados de saliva. Aprieta más, no seas mongo. Tienes teticas y todo, teticas de puerca. Me gusta que haga y diga. Y le hablo. Soy tu putica, mi macho. Tu yegua. Y me aprieto a él, porque sé que ahora toca casarse conmigo, y hacernos una casona de cantos rodados, con un fogón de leña para cocinarle corazones de zunzún todos los días, huevos de libélula con pan, ensalada de cochinillas y otras delicatessen del mundo rural. Tendremos un escaparate de seis puertas, con espejos, para guardar las sábanas lavadas con maguey, y mis blumers y mis ajustadores bien planchados con almidón de yuca, y sus calzoncillos rajados por el culo, lavados a puño en el río. De rodillas. Buenos días señora. ¿Lavando temprano? ¿Cómo está su marido? Allá lo dejé en la casa vigilando la sopa. Oiga, cuidado con la cebolla caliente que Lucas es muy goloso. No se preocupe, vecina, tengo un jardín con todo tipo de matas de plátano y todo tipo de chivas, para que él pueda jugar a los novios, y se las singa a todas. Así no me pega los tarros con ninguna peste a pata del pueblo. Tan sanacas, quitamaridos, comepingas. Adiós señora que ya me voy.

Y en el jardín no pueden faltar las lombrices, para el humus, ni la maravilla blanca y roja, para cuando nos pongamos bravos hacer lo de flor amarilla, flor colorá, y también para los entierros, porque veremos morir a todo el mundo y así nos dejan en paz. Y querrá que le cante, que le diga poemas, ¡todos los poemas! Y me dirá mi amor, mi princesa, mi dulce de leche, mi calandraca. Y no me va a importar si es analfabeto de lo que es el desodorante o la Farina. ¡A quién le importan esas cosas cuando está el amor verdadero en una casa de guijarros! Hasta que vibra su rabo de nube, su yuca, dentro de mí, regando, caliente, lo hondo de mi gruta babosa como el quimbombó. Ahora sí, ahora sí que te voy a singar rico y a toda hora, hasta que te preñe ese bollo. Y yo no quiero que la saque de dentro de mí, porque soy feliz de que diga que soy su mujer y que me preñará el bollo, y de que tengamos una casa tan linda con sus chivas y su escaparate lleno de ajustadores. No me importa si los niños me salen con rabo de cerdo o con dos cabezas, voy a amarlo para siempre, hasta que se acabe el mundo. Porque las brujas somos eternas. Y él se ríe ¿pero quieres más? ¡Qué calentona! Pues vas a coger más y quiero oírte chillar como una puerca. Me toca entre las nalgas. Mira cómo me sacaste leche, dos veces me has sacado la leche hoy. Pero ¿sabes qué? ¡Te voy a singar con esta misma leche para que sean tres! Dame tiempo.

Se sienta a mi lado, sudando.

Lucas, le digo con mi mejor voz de Luciana, la de la novela de las dos.

Oye, dame tiempo te dije.

Lucas, yo te amo mucho. Estoy enamorada de ti. Vamos a hacernos una casa aquí mismo. Vamos a vivir juntos. Voy a ser tu mujer, te voy a…

¿Qué? ¡Bah, no jodas!, se ríe, ¿Tú te volviste loco? ¿Qué amor de qué?, ¿serás comepinga? El día que te llames Pitusa Cabrera y tengas un bollo y unas tetas de verdad, entonces me lo pienso.

Cierro los ojos y él entra en mí, con furia, pero ya no lo siento ni me importa, porque estoy pensando en las medusas.

Ojalá hubiese medusas en este río. Ojalá y este río, lleno de medusas, fuese mi casa, y yo ser una madre de aguas que embruja a todos con su cuerpo de serpiente y la hermosura de sus tetas como melones. Que todos me amen, aun con los ojos cerrados. Tetas para amamantar hijos robados y culebras. Que todos me amen, y ahogarlos.

Viene gente. Dos guajiros a que el caballo abreve. Lucas se va nadado y los dos guajiros me dicen, Caperucita Roja qué linda estás, y yo, como no soy bonita se los agradezco. Pero no dicen nada de casarse conmigo. Quizás porque soy Caperucita y no la Cucaracha Martina. Les pregunto qué hacen de noche, y ellos se miran burlones, se soban la portañuela, y me miran. Ya conozco esa mirada, y no es de bodas. Y ellos que qué estoy haciendo solita en el bosque. Contesto, finísima, bajando los ojos: vine a buscar flores para mi abuelita que está enferma. Y ellos que si no le tengo miedo al lobo. Y ya los dos se han sacado sus rabos de bajo el pantalón, y no están duros, pero casi, y yo les digo que no, que no le tengo miedo al lobo, y les canto aquello de que quién le tiene miedo al lobo, que es un bobo, que es un bobo. Ellos se guardan los rabos, furiosos, y sacan un machete creyendo que soy yo el lobo que se come a los conejos del pueblo, y a los chivos, y hay que perseguirme. Les digo que no corran, que no me hagan sudar, que mejor me corten el pito para poder ir a la boda de mi tío Perico. Pero ellos no quieren. Temen que les cante aquello de Un bel di vedremo…, que les cante como un castrato. Lo que harán es violarme las tripas a machetazos, por hacerme la Madame Butterfly y estar bañándome en el río creyéndome una mozuela. Por hacer cochinadas con Lucas, en la misma agua que bebe el caballo ¡carijo! y encima de eso me pongo a cantar cuando ellos se sacan las pingas, ¡carijo!, bajándoles la moral. La moraleja. Pero yo salto y me refugio en la gruta del sol, iluminada por montón de cocuyos y de velas. Custodiada por los muñecos de piedra de Tía Coaba.

Hay aquí un espejo enorme, se parece al espejo de casa de mis padres, el que está empotrado en la pared. Pero no, no es ese. Este es aún más grande, es el espejo del salón de mi abuela, donde dice ella que se daban bailes en los tiempos en que aun Koch no había comprado la casa, ni ella se había mudado con él para salvar lo que le quedaba de su patrimonio mierdero. Y la palabra mierdero hace que yo quiera cruzar el espejo. Me asomo. Compruebo que soy bicéfalo, con las tetas llenas de musgo, de humus. Ricas tetas. De mi ombligo se desprenden raíces, sargazos. Zarcillos que buscan enterrarse en el suelo con la fuerza de los gusanos.

Mi imagen del espejo es feliz y hay un agua que sigue cayendo en alguna parte.





Yordan Rey (La Habana, 1982) Poeta y Narrador. Tiene publicados: Teresa Valdés del Pueblo de Quita y pon(Literatura para niños y jóvenes. Unicornio, 2016); El caserón de la curva (Literatura para niños y jóvenes. Áncoras, 2017); El Asteroide B600 (Literatura para niños y jóvenes. Unicornio, 2018); Cantar del niño nunca robado. (Poesía. GEEPP EDICIONES, 2019) y Grutesco (Novela. En proceso editorial. Capiro 2019). Textos suyos pueden ser encontrados además en diversas publicaciones periódicas, así como en las antologías: El arte en septiembre. Poesía y Narrativa(Argentina, 2005); Premios Lorca IV. Narrativa(España, 2013), Jours d’école. Haiku. (Francia, 2014); El árbol en la cumbre. Poesía. (Cuba, 2015) y Comiendo con los ojos. Narrativa. (Cuba, 2017).
Ha obtenido, entre otros, el Premio Fundación de la ciudad de Santa Clara 2018 en Novela y el Premio de Poesía “Per(versus)”, en España, 2018.

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