Corina Oproae: las palabras contienen todos los siglos

metamorfosis
Una mañana,
hace unas cuantas vidas,
me desperté y decidí ponerme a prueba.
Me dije:
serás mujer y hombre,
pez, insecto y pájaro,
montaña y grano de arena.
Como quien disfruta leyendo el final de los cuentos
antes de comenzarlos,
primero fui grano de arena
perdido en la infinitud inexorable
reflejada en la permanencia de las cosas.
Fui también montaña
extraviada en el inconsciente de los mortales
y descansé tanto durante esas vidas
que tuve la tentación de ser,
cuanto antes, hombre o mujer.
Pero dejé que las cosas siguieran su curso
y fui insecto —multiplicidad
reflejada en mi telúrica existencia.
Luego fui pez
debatiéndome entre el atávico
ir y venir de los mares.
Esa forma de vida me hizo albergar
deseos de alzarme
y entonces fui pájaro,
desplegando mis alas con la cadencia del infinito.
Fue cuando sentí tanta admiración
que en sueños entablaba conversaciones
con héroes que habían sido capaces de superar
prueba tras prueba hasta llegar a conquistar
el reino y la belleza.
También decidí hacer una pausa
y durante alguna vida
sencillamente no fui nada.
Ahora soy hombre. Ahora soy mujer.
No os extrañe si os confieso
que he sido muchos hombres y muchas mujeres,
y que de todas esas vidas conservo un recuerdo
más nítido que el alma de la palabra primera.
No acabaría nunca si os contara quién fui.
Mujeres y hombres
que habían sido granos de arena,
montañas, peces, insectos y pájaros
y una infinidad de otras cosas y de otros seres.
Hombres y mujeres extraviadas dentro de unas vidas
que, la mayoría de las veces, no eran las suyas.
Hombres y mujeres que sin embargo supieron ser ellas
y reconocerse a sí mismas cuando se llamaban
Adán y Eva, Orfeo y Eurídice, Romeo y Julieta,
Él y Ella, Tú y Yo.
arqueología
Las palabras
contienen todos los siglos.
Si escarbase un poco,
debajo de una cualquiera
encontraría alas de dinosaurio.
Y con un poco de suerte,
alas de ángel
para sobrevolar todos los muros
alzados por la historia.
gris sobre verde
Pájaros inertes
me obstruyen el poema
que he venido a escribir
en el lugar de siempre.
El silencio
se resiste a volverse espejo
dentro de mí,
padezco la identidad empobrecida
de tanto yo.
Desearía reírme de mí misma,
no tomarme tan en serio,
dejar que acuda la luz
para sellar las cicatrices
que palpitan abiertas
en mis carnes.
Gris sobre verde
—una sensación de otoño rezagado,
un miedo aterrador
que se me atraganta
mientras devoro los restos del deseo.
Es el color incierto
de la muerte
disfrazada de búsqueda.
boca abajo
Leyendo a Chantal Maillard
El miedo
se me hace vientre
y paraliza mi danza.
El futuro
me mira con ojos vacíos
de estatua.
Me arrastro
dentro de la voz oscura
del grito
y en vez de palabras
articulo pájaros
ennegrecidos
como las almas
de tantos muertos
sin nombre
y sin sentido.
Mi cuerpo
es un árbol
con hojas de plomo
vencido por el viento
del dolor lejano.
El sol ya no anida
en mis ramas.
Soy la hija ilegítima
de la vergüenza.
A pesar de todo
hay veces que sueño
sueños que florecen.
Pero yo no lo sé
y duermo boca abajo.
álamos infinitos
La lengua inscrita
en la corteza de los árboles
blancos e infinitos
es la lengua que aprendí
antes de recordar
todo aquello que me oscurece.
Es la lengua
que hablo en sueños
y olvido de madrugada
cuando el miedo
lucha por existir
de nuevo.
No se trata de bosques imaginarios
sino de álamos infinitos
que brotan a mi alrededor
cada vez que consigo
olvidar el mal.
Me vuelvo gigantesca y alargada
y mi piel se hace
corteza blanca.
El miedo
ahí
nunca deja rastro.
Olvidarlo
no significa que no esté presente,
que no merodee.
Olvidarlo
sencillamente
lo intensifica.
O quizás
signifique viajar
a un lugar
de donde ya no volver.
Una nostalgia orgánica irrefrenable,
un acercarse al último umbral.
Una oportunidad
de aniquilarlo,
de poner fin
para poder comenzar
de nuevo.
poema
Poema.
Luna negra.
Rasga el velo
para que ilumine.
No digas nada
ahora.
Camina
hasta el punto preciso
donde nace la voz
que te lo dicta.
Un territorio inmenso,
un desierto estridente
en la punta más lejana
de la memoria.
El dolor acude
para devorar las palabras
antes de ser pronunciadas.
Poema.
Pez
que se escapa
por las ranuras
del tiempo.
Blanco lejano.
Silencio necesario
en este incierto existir.
(Poemas seleccionados por la autora del poemario INTERMITENCIAS)
CORINA OPROAE (Făgăraș, Rumania, 1973). Es licenciada en filologías inglesa e hispánica, tiene un máster en estudios literarios americanos y posee estudios de doctorado en traducción y adquisición de segundas lenguas. Reside en Cataluña desde 1998. Escribe poesía de manera intermitente. Comenzó a escribir en rumano, pero desde hace años, lo hace en español, la lengua que la acogió hace más de veinte años. Cuando no escribe, traduce. Del rumano, al catalán, otra lengua que la cautivó (Marin Sorescu, Ana Blandiana, Lucian Blaga, Pic Adrian, Dinu Flămând, Norman Manea). También del inglés (Mary Oliver) o al español (Gellu Naum). Comenzó a publicar cuando asumió que no había perdido una lengua, sino que había ganado otra. Mil y una muertes (La Garúa Poesía, 2016) es su primer libro de poemas. Lo siguió Intermitencias (Sabina Editorial, 2018). Temprana eternidad (Caza de Libros, Editores, Ibagué, 2019) es una antología personal publicada en Colombia que incluye, además de una selección de poemas ya publicados, poemas inéditos hasta la fecha. Entre el 2016 y 2018 colaboró con la artista plástica Judit Gil en el proyecto Intermitències. De esta colaboración surgió la exposición con el mismo nombre en el espacio cultural del arte y la palabra, Espai Betúl.lia, Badalona (mayo/julio 2019). Ha participado en diversas lecturas de poesía en Barcelona, Girona, Cadaqués, Madrid, Segovia, Praga, Iași, Cluj-Napoca, Bucarest, Bogotá. Algunos de sus poemas han sido traducidos al rumano, al checo, al serbio, al italiano, al inglés y al sueco.