Carlos Lechuga: Marzel es bueno, Marzel es mejor…
Hay una conspiración. Un grupo de funcionarios y artistas, nada pequeño, se ha dado a la tarea de acabar con todas las copias de la película cubana Evidentemente comieron chocolate suizo. No quieren que nadie la vea. No es conveniente. En los pasillos de la institución nadie se ha puesto de parte del artista, todos lo culpan, le llaman extravagante, soberbio, que si está influenciado por ideas extranjerizantes…
No me asombra, pero que los artistas se presten para eso sí me sorprendió. Según Braulio Boca Chula existían en el país doce copias, nueve en La Habana, dos en Matanzas y una en Santiago que fue la primera que se quemó. Dice Braulio que entre el fuego y la aplanadora ya no queda ninguna.
Tomándonos unos rones, Boca Chula diserta y cada vez está más convencido de que, aunque la orden venga de arriba, la mayoría de los cineastas se han ensañado porque la película es muy buena. Y los delata. La película es tan buena que hace quedar mal a todo el mundo. Esta es la película que acaba con las justificaciones y las medias tintas, olvídense del bloqueo, del sol abrasador, del hambre. Evidentemente comieron chocolate suizo se hizo aquí, con cuatro pesos, a bomba. Pero qué bomba. Con mucha bomba.
En medio de la descarga suena el teléfono y es José Luis con una idea loca, descabellada, pero que no me puede contar por teléfono. Luego de un viaje en la lanchita de Regla y dos guaguas, José Luis llega a la casa y nos dice que no nos podemos quedar con los brazos cruzados, que tenemos que hacer algo. ¿Pero qué hacer?
Marzel, el director de la película, hace rato que está en Valencia y no quiere saber nada de Cuba. Es conocido que muchos de sus compañeros lo han llamado y no responde ni al teléfono.
Nos quedamos dándole vueltas al asunto y haciendo memoria empezamos a anotar los nombres del equipo, de los técnicos y artistas que trabajaron en ella. Llamamos a unos cuantos y nada. Nadie tiene copia.
Nos quedamos de brazos cruzados… No hacemos nada.
Pasa el tiempo, un año duro, otro peor, y así llego a mis cuarenta. Ya la mayoría de la gente de mi generación se ha ido, y muchos de los jóvenes realizadores no tienen ni idea de quién es Marzel, ni de qué trata Evidentemente comieron chocolate suizo. Machacando en baja paso mis días, haciendo trabajitos de los que no me siento orgulloso, pero sirven para comer. Ni siquiera para vestir. Solo para comer.
Por estos días en algunas revistas culturales han salido una sarta de mentiras diciendo que el propio Marzel no quería saber nada de esa película, que se le había invitado a acá a la isla, a su casa, con todos los gastos pagos, y que él mismo había dicho que no vendría.
Mucho después, vía correo electrónico, Marzel me contaría que todo eso era una mentira, él no sabía nada de eso, se desayunaba con lo que yo le contaba.
Como muchas otras cosas que indignan, pero con las que no se hace nada, con esto tampoco pasó nada. Braulio falleció, ahogado en la playita de 16. José Luis tuvo jimaguas con Rita, y no le quedó más tiempo para nada, entre la búsqueda de los culeros y la comida, casi ni lo veo.
Pero la ilusión volvería a mi cuerpo una tarde de junio, cuando caminando por 23, bajo un sol tremendo, recibo una llamada de Fernando Pérez. Fernando me comenta que acaba de regresar de Valencia, que ha visto a Marzel, y que el tipo ha mandado un manuscrito de más de cuarenta páginas donde cuenta un poco de su vida. Y sí, Marzel no tiene problemas con que yo lo lea.
Me siento tan honrado. Al parecer Marzel ha estado un poco al tanto de los que estamos del lado de acá…
Me encuentro con Fernando en la funeraria de Calzada y K, donde velaban a un amigo suyo, y apurado, Fernando me entrega el manuscrito. Alterado, me siento en un banco y comienzo a leer.
Muchas historias que no conocía.
Marzel es un director de cine cubano, está a punto de cumplir cincuenta y dos años y en este momento está en Valencia tomándose un té de jengibre, para más tarde fumarse un cigarro de marihuana.
Nació en Santiago de Cuba, el 2 de septiembre de 1967, con el nombre de Manuel Ramón Marcel Rodés. Es virgo y cabra. Su padre era ingeniero agrónomo y su madre era de una familia azucarera del batey Media Luna: un pueblo precioso, cerca de Manzanillo, rodeado de cañaverales, que naturalmente olía a melaza. Los dos eran personas muy instruidas, no solo por sus estudios sino porque les encantaba cultivarse. Leían, veían programas buenos del canal 6 en el televisor soviético ELECTRÓN, iban al cine, al único teatro que había… Tenían discos buenos, de esos gordos de los 50… Y una biblioteca magnífica que a menudo alimentaban.
Su padre fue el que le explicó cómo se hacía el cine.
Ese ambiente fue muy propicio para su curiosidad intelectual. Desde chico era muy manitas, pintaba, hacía de carpintero; y en el patio de su casa construía platós de televisión que incluían cámaras con rueditas y todo. Y él mismo actuaba y armaba ahí sus fantasías.
Casi todos los agostos con su hermana Cecilia venía de vacaciones a La Habana. Su viaje era básicamente cultural. Compraba todas las semanas la cartelera e iba a la mayoría de las exposiciones, obras de teatro, ciclos de cine… La Cinemateca estaba entonces en lo que es el cine Chaplin. En el lobby había una tienda donde el joven Marzel compraba decenas de carteles ICAIC, unos cuantos libros de cine y la colección casi completa de la revista Cine Cubano.
En Bayamo estudió en la Academia de Artes Plásticas. Allí aprendió a dibujar, a pintar con acuarela, tempera y óleo, a esculpir en barro y hacer vaciados en yeso, a grabar en linóleo y en madera… Con tan solo trece años se ganó un premio de diseño con un cartel de los carnavales, por el que le pagaron doscientos pesos, que era la mitad del salario de su padre. El cartel lo reprodujeron en serigrafía y lo pegaron por toda la ciudad.
Entonces, se entera, que en La Habana iban a extender a nivel superior el nivel medio ya existente de la Escuela de Diseño. Averiguando supo que había que hacer unas pruebas de aptitud y fue el número uno en la lista de calificaciones.
Aterrizó en el ISDI siendo un guajirito cheísimo con la raya al medio que decía “compay”, prácticamente no había escuchado rock y era aún fanático de José Luis Rodríguez (El Puma). El ISDI era uno de los puntos de la urbe donde confluía el swing externo juvenil. Unos pelos, unos trapos, unos comportamientos glamorosos, unas conversaciones de cosas que él ni se enteraba.
Gracias a un amigo, aprendió a escuchar y valorar la música de verdad que se estaba haciendo en el mundo, pues siempre tenía prestado algún disco o cassette para grabar. De la mano del amigo entraron en su vida los grandes rockeros argentinos como Charly García, Luis Alberto Spinetta y Fito Páez. En su compañía conoció la marihuana y un montón de gente gozadora y divertida con la cabeza amueblada o no. Y lógicamente se fue transformando en otro diseñador farandulero hippie, con el pelo largo rizado y toda la extravagancia posible.
Buena parte del escenario artístico habanero gozaba de muy buena salud. La plástica sobre todo atravesaba momentos de gloria. Mucha gente talentosa practicando el post-modernismo que, después de Dadá y el surrealismo a principios del siglo XX, y el pop en los 60; era la nueva explosión cíclica del metalenguaje. Y a él siempre le fascinó el METALENGUAJE, ya fuera en la plástica o en el cine o en la música.
Paralelamente al ISDI le sucedieron muchas cosas prósperas: Justo encima de su casa vivía con su novia un melenudo que, por supuesto, era artista. Resultó ser el pintor Waldo Saavedra. La conexión mutua fue instantánea y lo cogió como ayudante. Junto a él trabajó en escenografías, carteles, postales…
A Waldo le encantaban sus poemas Dadá, y le presentó a Bladimir Zamora (redactor de El Caimán Barbudo) con la intención de publicarlos. Efectivamente, tiempo después aparecieron en la sección “Por Primera Vez”. Pero pronto se dio cuenta de que lo suyo no era la poesía, al menos no la poesía escrita.
En un momento Waldo fue localizado por el director de cine Fernando Pérez que estaba preparando su segundo largometraje Hello Hemingway y le quería proponer la Dirección de Arte.
Lo más asombroso es que Fernando y su familia vivían en la misma manzana, a unos 120 metros de Marzel. Marzel fue a visitarlo y se encontró con una familia encantadora, heterodoxa y heterogénea, donde circulaba una energía espiritual muy poco común en las familias normales cubanas. Fue una noche muy agradable, y Marzel salió cautivado. Parece que también causó buena impresión porque las visitas empezaron a ser más frecuentes.
Fernando y su familia serían luego los protagonistas de Evidentemente comieron chocolate suizo.
Con el paso del tiempo, cada día, Marzel tenía más claro que quería hacer cine. Había oído hablar del Cine Club SIGMA que dirigía Tomás Piard. Se acercó a la Casa de la Cultura de Plaza. Allí dentro, el pequeño teatro funcionaba como la sede. Básicamente la actividad habitual era como una especie de terapia colectiva. Tomás dirigía aquellas representaciones improvisadas y los cogía a todos como actores. Era una buena descarga emocional, pero cine se hacía poco. Allí se planificaban los rodajes que se estuvieran haciendo. Los recursos eran mínimos: dos o tres cámaras de cuerda de 16 milímetros (esas de la Segunda Guerra Mundial), la misma cantidad de pintorescas lámparas y lo que puntualmente se consiguiera.
En los cortos no había sonido directo, de modo que casi todos optaban por eliminar los diálogos y hacer cosas muy gestuales. La película que se usaba era positiva blanco y negro que conseguía Tomás en los Estudios Cinematográficos del ICRT. Esos mismos estudios eran los que ayudaban en la edición, créditos y postproducción de aquellas peliculitas.
Luego de hacer carteles y seguir pensando en cine. Marzel empezó a averiguar cómo podría conseguir material para realizar una idea que venía rumiando desde que vio un ciclo de las fabulosas animaciones de Norman McLaren. Alucinó con las barbaridades que fue capaz de hacer ese hombre directamente en el celuloide. Y él quería hacer algo parecido a eso, tenía muchas ganas de ponerse a animar en esos rectangulitos chiquiticos que son los fotogramas de una película de 35 mm.
Entonces Fernando empezó a llevarle material descartado del ICAIC. Para él no significaba ningún problema, y empezó a traerle rollos variopintos (también cola blanca, tan útil). Se construyó una mesa de luz y la puso en su cuarto. Las primeras pintadas fueron muy básicas, de inmediato se le disparó la imaginación y decidió que agotaría todas las posibilidades que hubiera, inventándose los métodos y las plantillas adecuadas para cada cosa… Así se pasó un año completo para realizar (en su tiempo libre) todo el material bruto para once minutos. Se llamaría “A Norman Mclaren”, tal cual. La música elegida (una versión electrónica de Egberto Gismonti de Trem Caipira, de Heitor Villalobos) sería la que marcaría todos los tiempos y tempos de las imágenes. Cronometró minuciosamente la música y tradujo los lapsos en fotogramas por segundo. Tenía que ser así todo (aproximado, prefiriendo que sobraran fotogramas) porque no tenía ni tendría una moviola (ni había tocado una en su vida).
Sería un cortometraje abstracto con recurrencias y guiños.
En este punto la lectura se me hace más difícil, está anocheciendo y me percato que al manuscrito mandado por Marzel le faltan unas páginas…
En fin, llego a lo que más me atrae, a Evidentemente comieron chocolate suizo.
Marzel continúa diciendo que no quería imitar a Tomás Piard, sino a Godard y Almodóvar. Quería hacer una comedia bien loca. En casa de los Pérez Royero se embullaron con la idea, y serían ellos mismos los actores; y la propia casa una de las locaciones importantes. Sabiendo ya los actores principales inventaron los personajes, pero aún no tenían idea de la historia. En esta película quería crear un contraste que creara el efecto Brecht, que en principio es hilarante. Amaury Pérez le permitiría usar un trozo (así tal cuál) de su disco más reciente: Estaciones de vidrio.
Poco a poco fueron moldeando el guion, así como las justificaciones postmodernas que sostendrían ese experimento, donde el texto no sería más que una excusa para loquear. Así un buen día Marzel rotuló a mano un único guion colectivo donde las páginas eran enormes porque se trataba de las partes traseras de un montón de carteles de MAYOHUACÁN que tenía por ahí. Enrique Pineda Barnet se río muchísimo el día que lo vio y leyó.
Fernando Pérez viajaba mucho por el mundo con sus películas, y siempre traía tabletas de chocolate y bombones para complacer a su familia (y por extensión a Marzel). Él acababa de llegar de no sé dónde, y Marzel fue a visitarlos. Cuando entró vio de casualidad en el suelo un papelito dorado muy típico de envolver bombones, que había caído ahí accidentalmente. Marzel lo señaló y le dijo a Mayda: Evidentemente comieron chocolate suizo. En ese momento le dio un ataque de risa contagiosa, y tuvo la certeza de que ese debía ser el título adecuado.
Como el personaje de Susanita Pérez iba a ser sacudida por el cuello durante toda la película por su partenaire Henry Pacheco, ella se preparó para eso periódicamente, haciendo con disciplina mucha gimnasia de cuello. La Bebé Pérez sería la protagonista de la historia, y se reveló desde el primer instante como la extraordinaria e instintiva actriz que es. Mayda era tan divinamente explosiva que a veces había que bajarle un poco el tono.
Se incorporó gente del Cine Club para conformar el equipo, y esos rodajes se extendieron durante meses porque solo podían hacerlo los fines de semana.
Iluminaban con una lámpara del Cine Club y lo que apareciera. En su casa rodaron el baño y la verja que da a la calle. La mansión del Personaje Siniestro (Enrique) era la UNEAC.
La sangre de Henry (cuando Bebé le clava el tenedor en la espalda) era tinta azul porque total, la peli era en B/N. Mucho entusiasmo y gozadera en esos rodajes, muy buena energía, muchas ganas de hacerlo. Se notaba la felicidad.
Anochece, no puedo seguir leyendo, salgo caminando para mi casa.
En el trayecto comienzo a pensar en el pasado del cine cubano, en el presente, en el futuro, en mi futuro… Ahora no existe ni 35mm, ni 16 mm, ni positivo, ni negativo. Ahora solo se habla de pan y pescado. Antes era tan artesanal, tan real, poder tocar el celuloide, olerlo…
El cine cubano sería diferente si Marzel se hubiese quedado. Cuántas películas nos perdimos…
Llego a casa y preparo comida para mí, para la perra y para la vieja.
Comiendo, sigo leyendo…
En este momento del manuscrito, en la página 22, hay varios párrafos tachados con creyón negro. Agarro el papel y lo pego al bombillo. Pero no logro leer más. Hay un salto en el escrito.
Creo que ahora habla de “La ballena es buena”.
Le rondaba por la cabeza como representar en el cine LA NADA, que no es lo mismo que el vacío. Y suponía que la cosa iba por quitarle significados al discurso. O sea, no hablar nunca de algo concreto sino reducir la expresión a lo puramente formal, al arte por el arte. Y ahí tenía ante sí, su aburrida calle, donde no pasaba nada salvo cotidianidades, tonterías… la nada. Filmaría su calle una tarde de domingo, y la música ya la encontraría. Él mismo haría la cámara en mano, y hube de aclararse bien sobre cómo la haría. No era de gran interés documentar lo que se viera y sucediera, sino jugar con la cámara; y se inventó el personaje del curioso que se acerca a todo, que cambia de parecer… como si siguiera una extraña coreografía o estuviera borracho o medio loco. Se lanzó a la calle y se dejó llevar, como la escritura automática.
A todas estas, me quedo con una duda: ¿Dónde acabó de editar Evidentemente comieron chocolate suizo? ¿Qué pasó con esto?
Estoy cansado, no puedo seguir leyendo, dejo el manuscrito en el suelo y me quedo dormido.
Amanece y lo primero que veo es a mi perra Yadira acostada a mi lado. Busco los papeles en el suelo y los encuentro con la tinta corrida. La perra se ha orinado arriba de los papeles…
¿Y ahora qué me hago, dios mío? ¿Cómo le digo a Fernando? Saco para el patio los papeles y los cuelgo bajo el sol. Pero nada se salva…
Prendo un tabaco, vencido me tiro en una silla y viendo el humo subir, siento lo frágil que es la vida. Sobre todo la vida del artista. Como en un santiamén puede desaparecer todo: un manuscrito, las copias de una película… Y a nadie le importa. La gente en la calle tiene otras preocupaciones: la comida, el vestir…
Me siento culpable. He sido partícipe de borrar un tín más a Marzel de la faz de la tierra. Con una cosa tan tonta como dejar en el suelo sus papeles, lo he jodido… Como los que acabaron con su película.
Después de darle el almuerzo a mi madre, llamo a casa de Fernando y no sale nadie. A las cuatro de la tarde había una reunión de jóvenes cineastas cubanos en la sala “Terence Piard” y fui caminando para allá con la esperanza de encontrarme con Fernando. No tenía ni idea de lo que le diría. En la entrada me encuentro a Ray, que me dice que Fernando está de viaje. Qué suerte. Aplazo el mal rato.
En la reunión, mirando a mi alrededor extrañé a mucha gente. Gente que ya no está. Salí corriendo, me conecté y traté de ponerme en contacto con Marzel, al que no conozco personalmente, pero al que ya siento cercano.
Para mi sorpresa Marzel me respondió enseguida y me llamó. Hablamos un rato y me dijo que no cogiera lucha con lo de los papeles. Me pareció muy zen. Le hice mil preguntas, pero Marzel me daba de largo. Quería hablar de otras cosas. Me hizo una pregunta varias veces, que no supe cómo responderle. Una pregunta rara: ¿Cómo están las salamandras?
Yo que no soy nada zen, le volví a insistir, le conté mi molestia con lo que pasaba en el país con su obra. Y entonces al santiaguero se le fue todo lo zen y me retó: “Oye, yo no soy ni una víctima ni un marginal, yo soy una puta burguesa, que no es rica, pero que vive bien”.
No quería tristeza, ni nada de eso de exilio, para él no estar en Cuba había sido una bendición.
Colgamos.
Perdido, regreso caminando a la casa. ¿Y ahora qué?
El domingo por la mañana me despierta el teléfono sonando con insistencia. Medio dormido, respondo, es Marzel, está agitado, feliz, al parecer, por obra de la casualidad, un pequeño agricultor de Bauta, llamado Rosendo Gutiérrez, se encontró el ultimo rollo de Evidentemente comieron chocolate suizo entre las cosas de una sobrina. Una sobrina que ahora estaba muerta, pero que antes trabajó en el telecine del ICAIC, y al parecer había robado parte del material.
Marzel me mandó a salir inmediatamente para allá. Antes que llegaran “los otros”.
Me pongo un pulóver, agarro la billetera y salgo para 23. Montado en la guagua volví a recuperar la fe. Llego a casa del guajiro, agarro la lata, la llevo a casa de una prima por si acaso. La escondo. Y llamo a cuanto joven realizador se me ocurra. También llamo a José Luis. ¡Ha aparecido! Unos pocos minutos. Pero algo es algo. Al fin los cubanos vamos a poder ver Evidentemente comieron chocolate suizo. El martes, Medina nos va a dejar usar el viejo proyector del cine El Mégano.
El lunes me lo paso comiéndome las uñas. Estoy loco por ver ese último rollo. Y que los jóvenes lo vean.
Asustado, cambio las latas de lugar varias veces…
El martes llego temprano a El Mégano y con el jorobado proyeccionista preparamos todo. Ya son las dos de la tarde y estoy esperando en la puerta. No llega nadie. Ni José Luis ni los jóvenes. En la calle hay un rumor, al parecer sacaron pollo en La época.
Entro, decepcionado, solo, y me siento en esa sala desolada que huele a moho.
Se hace la luz.
FIN
Para los curiosos les dejo la filmografía de Manuel Ramón Marcel Rodés:
EN CUBA:
A NORMAN Mc LAREN
(35 mm, color, 11 min, animación, 1990, independiente-ICAIC)
EVIDENTEMENTE COMIERON CHOCOLATE SUIZO (ÚLTIMO ROLLO)
(16 mm, B/N, 14 min, ficción, 1991, independiente)
LA BALLENA ES BUENA
(16 mm, B/N, 13 min, documental, 1991, independiente)
LA PASIÓN DE JUANA DE HARDCORE
(16 mm, B/N, 7 min, ficción, 1991, EICTV)
PRIMAVERA 92
(Video UMATIC, color, 12 min, documental, 1992, EICTV)
ET ALORS… (Dentro del programa NOSOTROS CUBANOS, para la TV francesa)
(video BETACAM, color, 10 min, documental, 1992)
LA BALLENA ES MEJOR
(16 mm, color, 10 min, documental, 1993, independiente-EICTV)
CHAO SARAH
(35 mm, color, 13 min, ficción, 1993, EICTV)
MARZEL… A SPINETTA
(35 mm, color, 8 min, ego-clip, 1994, ICAIC)
SPOT DEL 16 FESTIVAL INTERNACIONAL DEL NUEVO CINE LATINOAMERICANO
(35 mm, color, 1 min, animación, 1994, ICAIC)
SPOTS DEL 17 FESTIVAL INTERNACIONAL DEL NUEVO CINE LATINOAMERICANO
Versión cine (35 mm, color, 2 min, ficción musical, 1995, ICAIC)
Versión TV (35 mm-video BETACAM, color, 1 min, ficción musical, 1995, ICAIC)
GUIONES SIN RODAR:
NOS VEMOS EN ATLANTA (mediometraje, 1992)
TI (largometraje, 1994)
EN ESPAÑA:
MATERIAL PARA FANÁTICOS (estrenado en internet sin post-producción. Es una descarga con Santiago Feliú en un ático de Vigo. Fue rodado con dos cámaras distintas simultáneas. La descarga duró 9 horas que yo comprimí en 1. Está bien bueno; fue un enorme éxito internetero)
(video, color, 59 min, documental, aproximadamente 2010, independiente)
22 “VIDEÍTOS” rodados con mi Handycam y editados en mi Premiere. La mayoría son documentales espontáneos sobre gente cercana; algunos son para arrastrarse de la risa. Hay también un videoclip y una ficción de 3 min llamada FULANITO DE TAL. Los estrenaba periódicamente en una WEBLOG que tuve y ya no existe. Conservo los videítos en DVD.
(Video, color, entre 3 y 12 min, documental y ficción, aproximadamente entre 2011 y 2014, independientes)
LAST CHRISTMAS I GAVE YOU MY HEART
(Digital HD, color, 29 min, ficción, 2014, independiente-Besafilms)
CARNE SOSPECHOSA (aún en post-producción)
(Digital HD, color, 17 min, ficción, 2019, independiente)
GUIONES SIN RODAR:
“PARANOIAS LULY” (largometraje, 2000)
“CÓDIGO NARANJA” (largometraje, 2003)
“¿TE ABURRES, GATITO?” (Largometraje, aún muy verde, 2005)
Carlos Lechuga. La Habana 1983. Director, guionista, script doctor, ghostwriter y muy cinéfilo. Estudiante de la FAMCA del ISA y de la EICTV. Ha dirigido hasta ahora varios cortos y dos largos. Ha trabajado con cineastas como Humberto Solas, Juan Carlos Tabío, Iciar Bollain. Sus obras han estado en varios festivales internacionales como Toronto, Rotterdam, San Sebastian y en museos como el Moma.