María Eugenia Caseiro: la misma muerte nuestra




Si la farola pierde la ruta y se enamora

Tiene la noche un hato de culebras sin ojos
a la caza del sueño.
Tiene además el rostro pintado de carbón
sobre las cicatrices de los ecos pasados.
Un farolero absurdo salido del Averno
con cuernos enroscados a la vara canela
va apagando esmeraldas y asustando a los perros
que cuelgan de los palos huesudos y encendidos
al centro de las perchas.
Duele la noche duele la más negra de todas
si las culebras ciegas descarrilan los trenes
cuando las pesadillas escombrosas aplastan
con elefantes rojos mil manadas de abejas.
Duele la noche duele si se lava la cara
con lluvia y descompuesta y dolorosa enseña
su cicatriz al mundo
mientras se abre apenas el pozo de la luna;
pobre luna encendida devorada y sin piernas.
Duele la noche duele si la farola pierde
la ruta y se enamora de una ventana abierta
y se hunde en su centro como el recuerdo mismo
de una sombra grotesca
dejando atrás la calle calcada de quimeras
azules y amarillas pintarrajadas calles
de besos sanguijuelas y payasos sin rostro
que orinan el abrazo y pisan las agallas
de los peces del cielo.
Duele la noche siempre detrás de las cortinas
debajo de la cama
en las altas paredes del reloj afilado
a su pasillo lento sobre las horas muertas
rebanando cornisas en los ejes del tiempo.
Duele y duele la noche en la metamorfosis
del manual de los gatos altos inquisidores
fabricantes de huellas que borran los tejados.
Duele la noche siempre en el ojo capcioso
de la tijera insomne cazador ya sin párpados,
en la nariz del árbol de toda epifanía,
en el oro vacío de la razón errante,
en el peso del polvo sudado de aquel mármol
debajo de los altos cuadrados de la juerga.
Y hasta en la artillería de los muertos cansados
terribles roedores del silbo en la penumbra
consumidos de duelo,
duele y duele la noche con cada extravaganza
de la anónima cópula del ojo con el dardo
en desambiguación de la carne quemada.
Y en la máscara absurda a media luz del miedo
duele y duele la noche
como sombra del último fantasma equivocado
aferrado al pulmón del asmático sueño.


Si somos tú y yo la misma muerte

A Marjorie Agosín

Mis muertos que a lo mejor son tuyos,
dice Marjorie, y yo espero entretanto
el deslinde que nos ponga en claro
el extraño patrimonio de la muerte.
Mis muertos que a lo mejor son tuyos,
repite una y otra vez sin que yo encuentre
la invisible frontera entre cadáveres
que los hace suyos, míos, tuyos, para siempre.
Mis muertos que a lo mejor son tuyos,
decide esta mujer citar
sin que le sea
revelado el entresijo
o el deterioro de las filiaciones
que trazan el camino hacia la muerte,
anudan el silencio
y empalman con ausencia las bisagras del destino,
que oscuramente elevan el gélido andamiaje
de los muertos,
siempre los mismos muertos,
la misma frialdad de siempre
los mismos ojos ciegos,
las manos que ya no volarán,
los pies de pasos cercenados.
Mis muertos que a lo mejor son tuyos,
dijo alguna vez otra mujer y yo le creo,
porque ha sido en vano
la penosa tarea de parcelar la muerte.
Tu muerte, suya, mía,
la misma muerte nuestra
que habrá de hacernos uno.


No estuvimos esa noche en Londres

No tuvimos una noche en Londres
(como debe ser)
una noche cualquiera pero en Londres
para pulir la torva mascarada del poema
la muesca encanecida de un poema
gris poema torpe y gris
ese gris tropical que desconoce la nevisca
un poema lluvioso anquilosado en su pastosidad
de no jugarse el todo por el todo.
No estuvimos esa noche en Londres
(como debió ser)
una noche cualquiera pero en Londres
sirviendo de amuleto en contra del calor
en contra de esta capa pegajosa
de mosquitos hambrientos gusarapos y alimañas
enredados al gesto de ejemplares sin flema.
Y el poema se arruga como un garabato
que entierra su raíz entre las horas
y apuntala la ausencia de esa noche en un tiempo sin marco.
No tuvimos esa noche en Londres
(que debimos tener)
validando el frío grisáceo y luminoso
de la lluvia extranjera abriéndonos los brazos
sobre el brillo del Támesis.
Ni siquiera tuvimos la muesca del poema
y nos pesa su ausencia como la adversidad.






María Eugenia Caseiro. La Habana, 1954. Poeta y narradora. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas del Caribe, Unión Hispanoamericana de Escritores, Asociación Caribeña de de Estudios del Caribe, Miembro Correspondiente de la Academia de la Historia de Cuba-USA, Miembro Colaborador de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Colabora con la Asociación Canadiense de Hispanistas. Integra la Muestra Permanente de Poesía Siglo XXI de la Asociación Prometeo. Es co-editora de La Peregrina Magazine y la revista ARJÉ. Ha
publicado cerca de una veintena de libros. Ha sido destacada como una de las 10 poetas hispanoamericanas más sobresalientes y una de las 18 autoras hispanoamericanas de Miami. Sus obras han sido: teatralizadas, enmarcadas en pósters, dado lugar a exposiciones y ampliamente traducidas a otros idiomas. Ha oficiado como jurado en certámenes de poesía y narrativa. Ha recibido honrosos reconocimientos en países latinoamericanos, así como en Europa y en el Oriente Medio.

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