Teresa Shaw: qué soles hemos olvidado






Ahora que he muerto,
tejeré una corona
de ramos y colgaré
una guirnalda
en cada puerta de la casa. Más
tarde lavaré mi cuerpo,
el frágil lazo de la lluvia
hilándose en el cuello.
Y como el tiempo es nada,
correré del brazo de los días,
el pelo suelto,
libre de dulzuras, desasida anda. Así,
llegaré a todas partes. Ahora que he
muerto,
rueda bajo la mesa,
        negro como una uva, mi corazón.






Miramos atrás
¿hacia dónde atrás?
¿Qué memorias nos atormentan?
La abubilla canta.
No mira atrás, canta.
¿Qué soles hemos olvidado?
Nada sabemos al contarnos
historias de gloria o destrucción,
ciudades perdidas que nunca conocimos
Tenea, Viochós, Daskalio
creemos nos revelan lo que fue,
buscamos respuestas en un universo que nos intriga.
Pero con cada descubrimiento nuestra ignorancia crece
y no sabemos lo que será de nuestras ciudades,
pasarán otros tres mil años nada será igual.
La sabiduría de la abubilla es cantar
apartemos la tristeza de la imaginación,
dejemos que todo reluzca aquí.
La mente ignora lo que oye el corazón
cuando despierta:
nada somos porque somos todo.
Iguales a la sombra y a la luz,
al canto y al silencio,
andamos bajo la lluvia o bajo el viento,
soñando que estarnos despiertos.
Miremos lo que nos rodea
aquí no hay finalidad ni misterio,
ni vida ni muerte:
todo es antiguo y nuevo,
un infinito suceder en la mudanza.





ABIGAIL

De pronto comprendió:
Aquel jardín era una trampa,
la tierra toda estaba seca.
Dormía junto al calor que dan los hijos, mas en cuanto oyó la voz
supo que emprender el camino era salirse de él. Amanecía
y en la telliz del cielo entrevió
la piel de nuestra condición.
En silencio, a espaldas de su marido,
se dispuso a cargar
los doscientos panes
con los dos cueros de vino
y todo lo demás: las ovejas,
la harina, las uvas, los higos.
Descendía por la cara oculta del monte.
Un viento repentino elevó todas aquellas cosas semejantes a una diminuta humareda
de hojas, plumas, cintas
para reflejarlas en el agua.
Levantó su rostro y vio cómo flotaban
sobre su cabeza desnuda.





VUELO

Miré por la ventana
la maqueta de las casas, los sembrados, el silencio que entrañan
los bordes de un mundo trazado. Acaso un fragmento
girando en el espacio, el extremo innecesario.
Aún distingo un último verdor, las lentas corrientes,
los cuerpos tocando el agua. Tal vez nosotros, culpables
en una tierra que nos fue negada.
Y la gloria de los bosques que vimos arder
en algún lugar, allá abajo.




NO ANTES

No antes
de conocer nuestra miseria
podremos elegir
no antes del olvido
llegará el recuerdo
no antes la imagen que su memoria

Dijo un hombre sabio:
El camino que sube y que baja
son uno solo y el mismo
Todo es transcurrir y nada transcurre
así pasan esas nubes cambiantes
que vemos tras las ramas
porque no hay noche sin día
ni día sin noche,
sólo este espacio de luz y oscuridad
donde reconocernos intactos
como esa ave que pasa sin dejar rastro*
permanece intacta en su pasar.

Passa, ave, passa, e ensina-me a pasar! (Alberto Caeiro)



(Poemas seleccionados por la autora de varios poemarios)





Teresa Shaw (Montevideo, 1951). Licenciada en Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona y coeditora de la revista 080 poesía, Barcelona, ha publicado los títulos de poesía Evocación de la luz (Barcelona, 1999), Destiempo (Barcelona, 2003) y El lugar que contemplas (Barcelona, 2009). Asimismo, ha traducido el libro Wooroloo (1998) de la poeta y artista plástica Frieda Hughes.
Su obra ha sido recogida en algunas antologías como Barcelona: 25 años de poesía en lengua española, The Other Poetry of Barcelona: Spanish and Spanish–American Women Poets y Voces de la poesía uruguaya reciente. Austero desorden (Verbum, 2011).

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