Zingonia Zingone: buscando en el horizonte una señal




Si de verdad fuera libre
vagaría por los bosques 
o las calles
dormiría en aristas 
o en el monte
comería sólo 
si algo sobrara 

sería pájaro
de rama en rama
de nube en nube
sobre las ruinas de la tierra
hallando rumbo en el viento

por el contrario recorro
las ramblas bulliciosas 
adornadas de luces 
me asaltan las mesas 
que colonizan las aceras 
me toma por el cuello 
el gorgoteo de la cerveza

buitres 
en la ruta solitaria que busco
esclava aún
de otro amo.
En el sur hay una playa
su silueta 
es una cola de ballena

el mar se come sus orillas
devora troncos
madrugadas
esqueletos de peces

detrás hay una selva 
que llaman parque
alberga manigordos
cariblancos
víboras de palma verde
y las aves que pregonan
lluvias torrenciales

sólo queda una tira de arena candente

camino desnuda
una funámbula solitaria 
cegada por las visiones 
e intuyo
que no es en los costados 
donde mora el peligro. 




la sulamita

dicen que escribes poesía
tu rostro impreso en la portada
anclado tu nombre a una columna
del diario en la cloaca
vestida de aire danzas
en versos rotatorios 
encima de las desgracias
y la fetidez no te roza
sufí de pétalos abiertos
emanas palabras arcanas 
suscitando delirios 
mientras el mundo 
entre barbaries y bombas se apaga
¿por qué, mujer, escribes poesía?

suspendida estoy
entre la bruma y el ocaso 
incipiente fragmento disperso en el tiempo
mis ojos como palomas
llevan en su pico 
la paz del vuelo
buscando las tierras despojadas
del verbo primordial
porque soy la amada de mi amado
palabra de su palabra
ocre 
en el tintero alado
y mi pergamino lecho de flores
acoge los versos 
de su aliento plasmados

por más que ustedes escuchen 
no entenderán
por más que ustedes miren
nunca verán
porque yo soy la tuberosa florecida 
en los desiertos del progreso,
una mirófora que en manos estrecha 
la fragancia del Amado: 
la antiquísima 
y siempre nueva inspiración 

¡pobres de aquellos que apenas se levantan 
buscan aguardiente 
y hasta muy entrada la noche continúan su borrachera!

abandonados el vino y los amores
derrumbada la torre con sus gargantillas 
no queda ya nada 
de aquélla que fui; 
pacificada por el misterio
sentada en Su sombra 
recibo el efluvio 
escribo y transcribo
sin saber porqué




la caída del imperio

todas las mañanas 
lo veo cruzar la esquina
entre Plaza de la Minerva y el Panteón,
la misma mueca 
el paso ligero 
las canas al viento, 
le dicen “loco” o “coco perdido”,
tiene el cuerpo cubierto de escamas,
prenda que lleva sin pena 
como sabiendo 
que los tegumentos cambian 
sin menguar su esencia

hermano gato escucha atento la sinfonía del jadeo: 
hambre, sed y desvelo

alguien un día me dijo
–ese loco 
que anda en valle de sombra
fue héroe
en la guerra santa–

asombrada 
cuento los siglos asidos entre aguja y aguja
busco 
el dragón en ciernes
que con su cola arrastra las estrellas,
encuentro solamente sus ojos
un destello de aguas sulfúreas, 
la ausencia de locura 
nítida
como águila que desciende 
y en la caja del carro deja sus plumas
–no es más que una víctima del imperio– 
pienso  
mientras se abre en su rostro una sonrisa 
agitada 
          ridícula
como el juicio de los transeúntes
escalo el arrecife junto al mar
buscando en el horizonte
una señal 

doy un paso en falso 
y apoyo el pie sobre un erizo marino
me hundo en la bruma 
sal que arde mi carne 
por los agujeros 

frágiles púas negras
defendiendo el corazón de la vida

recojo mis ojos en el aliento
y empujo el aire hasta el corazón
allí donde tú estás
eternamente presente
un arroyo de luz 
que se lleva las espinas 
de mi transgresión 




El contrapeso

La bailarina de Degas
coloca en la punta 
de la zapatilla derecha
toda su existencia.

En el ápice del equilibrio
de inmodestas volteretas
y flash, 
desde el silencio irrumpe 
un rostro
que la devuelve a su infancia.

Pierde el contrapeso del olvido
y precipita, 
y se quiebra.

La bailarina de Degas 
tuvo una vez un padre.




Sin título

Me llamo Zingonia Zingone 
soy poeta y no uso 
seudónimo.

En los sesentas mi padre 
erigió una ciudad en el norte de Italia:
Alejandro fundó Alejandría 
Zingone crea Zingonia.

Su corazón de fábricas 
latía 
euforia reconstructiva 
en un país cuya economía 
arrastraba efectos posbélicos. 

Infraestructura de vanguardia
cables enterrados 
edificios modernos 
para cincuenta mil habitantes 
trabajadores  ejecutivos  vendedores
un centro deportivo poli funcional
escuelas  iglesias 
y un hospital con cámara hiperbárica.
 
La ciudad del capital.
La ciudad de los obreros.
¿La ciudad del futuro? 

Pero arrasada por el hambre 
de cinco municipios
Zingonia, la ciudad tangible,
nunca fue.

Sutil es la ironía 
de la venganza.

El fallido cumplimiento 
de un sueño 
dejó edificios vacíos 
a la orden 
de la desesperación.

Africanos  árabes  asiáticos  indios 
putas  ladrones  pushers  travestis 
gente honrada
habitan los inmuebles cadentes 
entre pisos de mármol
inmóviles elevadores 
de acero inoxidable.
Se reparan 
en mis arterias  duermen envueltos
por el murmullo de historias 
                                           compartidas 
se abrazan en la penumbra.

Una sirena anuncia la redada 
los devolverá al infierno.
Gendarmes cortan el agua 
la electricidad   despiertan 
familias en horas de la madrugada.
Ahmed aprendió a escribir en italiano 
Odio Zingonia porque no puedo 
dormir la noche, a menudo llega 
la policía y nos despierta a todos.

Los medios pregonan el triunfo. 
Cada maldito devuelto a su patria 
es un paso hacia el progreso. 

Bombas de gas mostaza 
en las calles de Etiopía (*)
¿qué estallará hoy 
en mis venas? 

Me llamo Zingonia 
como el nuevo Bronx
no uso seudónimo.


(*) Entre diciembre de 1935 y mayo de 1936, las fuerzas aéreas italianas arrojaron aproximadamente 85 toneladas de iperita (conocido también como gas mostaza) sobre Etiopía. 





Apocalypse now

Se acerca la Navidad.

A pesar de la lluvia verde 
que se empoza 
entre los adoquines romanos,
de las madres que matan 
a sus hijos 
para poder sobrevivir,
de los fuegos de artificio en Mumbai,
y de que nadie quiere ya 
comprar castañas.

A pesar del gran bolsillo vacío.

Un Santa Claus en la plaza Navona 
rifa bombones y reparte piedras 
–es una broma– 
los niños ríen.

Manolo pide unas monedas 
o Antonio o Giovanni.
En la lata hay cuita de pájaro.

La lista es larga y los gobiernos 
estiran la cobija 
queriendo cubrir los pies.

El índice de los estornudos aumenta.
Las vacunas son estériles 
y no alcanzan para todos.

El párroco combate la miseria 
exhibiendo una estatua de la Virgen,
regalando ropa regalada.
 
Sí, Obama ganó las elecciones.

Los chinos venden juguetes 
tóxicos pero asequibles.

Este año también habrá una Navidad.
Hace calor y truena.

¿Colocaste el Arca en el pesebre?








Zingonia Zingone (1971) Licenciada en Economía, es una poeta, narradora y traductora italiana que escribe en español, italiano, francés e inglés. Vive entre Italia y Costa Rica. Cuenta con poemarios editados en España, México, Costa Rica, Italia, India, Francia, Nicaragua y Colombia. Sus títulos más recientes son Los naufragios del desierto (Vaso Roto, 2013), Petit Cahier du Grand Mirage (Éditions de la Margeride, 2016) y las tentaciones de la Luz (Anamá Ediciones, 2018). Entre sus trabajos de traducción destacan los más recientes poemarios de la nicaragüense Claribel Alegría: Voci (Samuele Editore, 2015), que se adjudicó el premio internacional Camaiore 2016, y Amore senza fine (Edizioni Fili d’Aquilone, 2018). Dirige la columna de poesía internacional en la revista italiana MINERVA.
Tiene editados en español los poemarios: El canto de la Sulamita – Poesía Reunida, Uniediciones, Colombia, 2019; Máscara del delirio, Ediciones Perro azul, Costa Rica, 2006; CosmoAgonía, Ediciones Perro azul, Costa Rica, 2007; Tana Katana, Ediciones Perro azul, Costa Rica, 2009; Equilibrista del olvido, Editorial Germinal, Costa Rica 2012; Los naufragios del desierto, Vaso Roto Ediciones, España, 2013 y las tentaciones de la Luz, anamá, Nicaragua, 2018.

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