Juan Carlos Mestre: cristales rotos bajo la lengua





RUISEÑOR Y MISERICORDIA

El pájaro que se ahogó en tus lágrimas canta todavía.
VICENTE HUIDOBRO

Te he perdido y la lengua de Virgilio pudrirá las hojas,
la retórica dirá: fuiste mía, te amaba… esas cosas ya vacías
como buzones por donde nunca más pasará el cartero.
Cuando haya amanecido también este dolor te pertenecerá
y los frutos aborrecidos por el frío de las lejanas promesas
entrarán indiferentes en la ausencia del mundo.
Así la tristeza cotidiana de quien ha ignorado el tiempo
espera el milagro de la eternidad repetida en las ramas de espino.
Como entra el pico de los pájaros en la dulzura de las manzanas
dejará el petirrojo una gota de sangre en las fresas de otoño.
Te echaré de menos entre los muertos que no dejan de llorar
y con ajena belleza participan en las destrucciones de la verdad.
Algo ha de permanecer, no los futuros oros del olvido
que deja la noche sobre las mesas carbonizadas de la escritura,
sino la presencia de los amorosos fantasmas que ilusionaron la vida.
No hay sitio para el hombre entre las ruinas de cuanto creyó era el cielo,
ni caben en su corazón los sueños pendientes de haber sido soñados.
Ambicionaron luz sus palabras arrojadas sobre la piedad
mas algo inferior y a él conocido lo arroja de los espacios solares.
Y va oscureciendo sin poder nombrar la razón de esa angustia
y se entierra asimismo en lugares silenciosos, en suburbios
por donde vagan atormentados los perros que cuida.
Amó, pudo haber nombrado la edificación secreta de su deseo,
pero la asfixia del canto, pero la estética de la muerte,
pero los grandes huecos civiles de la consolación
sólo le ofrecen el pan de los rechazos.
Pretendía su perfecto instante de unidad nostálgica
bajo el rumor de las estrellas que aún no han visto el mundo
y entran en correspondencia con la imaginación del que ama.
Oh realidad sin júbilo, espíritu sin elogio por la noche de piedra.
Tú te habrás entregado en el jardín incitante a la caricia de lo distinto,
la fugaz alergia sin raíces que da su rejuvenecida música a los cuerpos
y arrasa en ajenos cultivos la delicadeza de los nuevos amores.
Si el pánico, si desear no fuese distinto a existir en el pánico,
a oír el viento del universo aullando sobre el conocimiento del bien,
las proporciones de la embriaguez decapitadas por la ira del ángel,
si la costumbre de cada hombre negada a su propia obediencia
no hiriese torpemente las sienes al que ha salido del mundo,
el que ama sería amado más allá de la desaparición del amor.
Mas no puede contener el muro sobrecargado de enredaderas nocturnas,
no puede visitar el calvario de arpas embriagadas en los mataderos,
sino vivir en un reino que ya ha sido apartado de la celebración.
Vaga entre la multitud como insecto en la garganta de las reses muertas,
ha sido expulsado de lo oscuro y echado de lo resplandeciente.
Como lastimado entre los que duermen en la respiración del espejo
aguarda la mañana martirizada por las tenacillas del encantamiento,
ve los desórdenes de su ira y los estandartes invernales del luto.
Ha dejado de tener esperanza y las armonías que sostenían la Tierra
carecen de eco en los silenciosos eclipses de su soledad.
Oh si tuviera la doble llave que sigue oculta a los hombres
y abre los cegados caminos a la divinidad en destierro.
Nadie sino él mismo, dentro de sí mismo, al fondo de los huesos
de sí mismo oirá nunca más el frío en las flautas siniestras.
Pero estará el amor, el sabor imposible de todas las hierbas con que la fidelidad
adorna los años que dura la luciente catástrofe de su locura.
Acuérdate del amor al hacer el signo de la protección
bajo los giratorios y los sonámbulos y los gozosos astros del mal,
bajo los relámpagos del gozo y los sonámbulos y giratorios bienes
que constituyen el reparto en las flotantes transparencias del abismo.
Oh árbol huido, negado a las hojas en cuyo instante vives ahora,
apenas durará el placer una noche en los instrumentos mortales,
apenas la culpa en la que silba el origen de todo lo bello
ofrecerá para cubrirnos su constelación de difuntas hogueras.
Ah vacilante, qué tierras se habrían de negar o acogerte
atravesado como estás por la profunda división de los ríos enfermos,
por las aguas que socavan el abandono y desmoronan al que nadie ve.
Pero tú me habías visto, espada que enjaulé sin conciencia ni duda
y esa es ahora la única patria, hierros doblados sobre la traición.
Oh manantiales donde pudo haber sido cuanto creó la mañana,
en qué hora sin posibilidad me negáis el arca del agua luminosa,
si ahora todo lo que pudo haber sido y se enciende cuando cierro los ojos,
es ya ruido gastado en lo precioso como cólera en la ceniza
y es fascinación en descenso mi soledad y la tumba del miedo,
mi éxtasis en las ruinas, el amor trasformado en pánico,
el pánico que deviene en misericordia, en derrota, en nada.


*

No volveré a saber tus ojos, ha anochecido en la última lámpara
y las oscuras raíces entran en la tumba agrietada del hombre.
No hay pasos que te sigan por las verdes alfombras de mármol
ni hay estremecimiento tras el ventanal de las dilatadas esperas.
Sólo el que arrastra su gran ruido por el mundo puede oírte ahora,
beber la mentira, poner cristales rotos bajo la lengua y el párpado,
sólo el herido por lo sagrado, sólo el abismal inocente huésped tuyo
conoce palmo a palmo la celda furiosa, la desnudez, el espectro.
Has nacido para vivir y esa inmortalidad ha derribado la tumba
donde todas las edades buscaban refugio, ah dulce ruiseñor
extraviado en los huérfanos cipreses de la mortal primavera,
qué canto de náufragos te ha atraído a la trampa doliente,
qué otro calor te ha separado de las ardientes profecías de la Tierra.
Nada busca el hombre que ama en la personificación de lo amado,
nada encuentra sino el vendaval que destroza las velas del conocimiento.
Camina por las ciudadelas arrasado por el incendio de lo presentido,
piensa en los climas que desordenan los quebrantados paisajes,
observa las rendiciones, se parece a las rendiciones, procura las rendiciones.
Cuanto ha dicho, cuanto feroz y delicadamente ha susurrado,
lo esparce por las galerías del corazón y en ellas clama
hasta vaciarse e irse cubriendo de anónimas deudas.
Ha descendido al lugar donde los coros permanecen callados
y son estruendo de lo silencioso bajo lamparones de otoño.
No supone, no conoce más que la petrificación de las iniciales,
las toneladas de nombres comprobados en la ventanilla de los inmóviles,
es la docilidad de los enfermos unificados por el sonido de la medianoche,
es la astronomía de la abeja libando las columnas del número.
Eres tú, amor mío, inclinada ante la huella de las herraduras lunares,
la musicada por el guardián de la medida y el bailarín de cerveza,
tú, la poseída por el poseído, los céntimos del jaguar y la cucharilla de arena.
John,
la piedad no ha sido hecha para nosotros, el borgoña
y el mar, las coronas asirias, los caballos que arrastran sobre el agua
la berlina del hijo complaciente en su abismo, no ha sido hecha
para el visitante la boca de tu aliento, la sedición de David ni
la escenografía del andrógino. Vive el generoso invisible
en la tristeza, adormecido lame la rúbrica en su rayo de invierno,
y, leve pasajero de sí mismo, ama al mayordomo preso de su nada.
Mira pasar a los ciudadanos, piensa en el mar y las carrozas fúnebres
que obsesionan de madrugada la nuca de los sanatorios, cuenta los días
suprimidos a la felicidad, los fragmentos arrancados al friso
de cuanto no ha de ser ni fugaz ni hermosura. Oh condición sin dolor
del que camina a distancia de su éxtasis y en ello halla placer,
y en aquello que goza tala otro bosque y algún amor se destruye.
Oh paciente enamorado, signo aún vivo del ruiseñor
atrapado en las resinas del árbol del paraíso,
no cantas para resistir la intemperie del que camina hacia su estrella
con zapatos de piedra, ni vuelas de una rama a otra para ocultarte en el sigilo.
Buscas desaparecer e inmolarte en el canto, pero qué canto
inaugurado en la academia donde soñó el latino,
qué ebrio cancionero de campesinos en la vieja taberna,
qué trino en la húmeda alameda clausurada al amado, dos pies
es la distancia que separa dos siglos, los dedos de los dioses
aún húmedos por la sustancia de las mismas palabras
que bisbisea el bufón, el imán de la flauta, el indetenible
mensajero que por la prolongación del aire ya traspasa
la puerta donde la granada y el perro conversan con mi corazón.
Ah si pudiera robarle a la existencia otro instante
y en él permanecer y esperarte y allí despacioso creer para siempre.


*

Llegan las horas, pasan las diversas horas desprendidas,
las horas dispuestas a ser la consumación de su tiempo,
las horas de un solo instante huidas de la armadura de la duración,
las horas cuyo trabajo fue la adormidera y la fabricación del pasado.
Llegan tus manos a los cultivos muertos de la semejanza.
Donde estés estará también lo imperfecto,
pues ninguna categoría de belleza se prestará a negar la verdad
que fuera de nosotros, como secretos dados del Leteo
en otro espacio reside. No turba el alma a los inmateriales
ni a los seres entregados a la unanimidad de otros seres,
lo que nos disgrega es lo mismo que nos apasiona, la pérdida
de los sentidos que razonan el comportamiento de lo sencillo.
No es en el temor a la negrura donde se tiñen las lluvias,
ni en la rendición a lo absoluto del lecho en que se entregan los amantes
donde reside el mañana de cuanto va a ser despreciado.
Es en la hondura del bosque, entre los tilos del pabellón solitario,
en las ardidas zarzas y entre los decaídos setos,
donde la fortuna juzga su sonora pesadumbre,
es bajo las ruedecillas de la suerte que ejecuta la carreta de heno
donde acepta su concluida juventud ante las aspiraciones del ángel,
es en la vacía cartera del otoño donde otra más lejana mano
su tardía moneda deposita y en el mudo campanil de su reclamo
donde la errante ave pensativa mana para siempre como si cantara sombra.
Como un libro que extramuros en la ciudad de los conversos
volviera a ser leído por un antiguo muchacho analfabeto,
y entonces lo oblicuo, la diagonal, el círculo, la voz
que en la dañada rama es la primavera como ropa nueva
en la isla de los leprosos. Aunque allí muriera,
aún cuando el vacilante fuera oído en esa su aparente destrucción
y pernoctara en la visión pasajera, igual te seguiría,
guiado por las rotaciones celestes, indiferente a la sorpresa
de los salones de baile, girando entre los espejos mojados
donde se afeita el campesino y fija su letra la hija de Eco,
alrededor de las extensiones marcadas por la vara del niño
que todavía juega con el vagabundo y el rey a lo increado.
A qué se renuncia en lo que amamos, qué compuertas se cierran
del firmamento al optar por el tacto de la respiración diminuta,
oh ruiseñor, príncipe huérfano de las ciénagas, qué identidad otorgas
al que escucha tu confesión salvadora, qué préstamo de vida
cedes a la hierba y al autillo silvestre que vela en la noche.
Todo lo que a mí me niegas lo repartes en otras criaturas,
lo acumulas en vedadas colmenas, lo otorgas sin haberte sido pedido.
Qué error ha cometido el canto para morir, qué leyes de piedra
se han derretido como si el terror de tu aliento las hubiera rozado.
Te amo, mas no es el amor la causa de aquello que amo,
es la venganza de la vida que regresa contigo y es alianza en lo alto,
es la mísera voz de los hombres la que dice ven, acércate,
date a mi mano como luz desprendida de un pasajero astro,
oh sangre de música, monarca sin heredero que en la temprana repisa
esperas al relojero de luz disfrazado de delirante muchacha,
oh belleza, qué disgusto ha tenido contigo la noche para no consentirte,
pasa tu estrella con un pañuelo en la cabeza, relámpago sin árbol,
amiga que trae una corona para los corderos, bautizo en la aldea,
ruiseñor en la muerte.


*

Envejecen los alcoholes en las festivas parras otoñales
y también así envejece la aurora que no habría de separarnos.
Parten los barcos que jamás tomamos, parten los trenes
en dirección a la felicidad humillante, regresan las víctimas
sin narración a la historia. Y yo que al margen de lo nombrado
entro en la escena de Saturno y me devora el padre,
y en ese estruendo de rocas gimo sepultado por el origen
y hacia el ruego de los auxilios doy grandes voces entre las criaturas,
grito en los hormigueros hacia las hogueras sumergidas
y los recordatorios que guardan la vergüenza del gran sufrimiento.
Yo, el que te amo como una nave abrazada en la tempestad por un faro,
yo, el que te busco como a sus crías robadas busca una temerosa alimaña,
yo, en la simplicidad con que enferman los enfermos y desaparecen
y nadie más vuelve a preguntar por aquellos cuyos brazos sostuvieron el mundo,
por aquellos cuyas lágrimas condensaron las nubes y la proporción de lo justo.
Cruel es el dictamen de la memoria testificando contra lo amado,
la ambigüedad de un sentimiento en el relato de dos bocas distintas.
He de constituirme en pasado, he de derribar este estado presente
para dignificar la negación del dolor, la vana emperatriz de la elegía
que escupe sobre el sufrimiento. Envejecen los errores y con ellos la vida
va adquiriendo la forma de las herramientas sin uso, el peso de las cosas
sin hechizo hundidas en el puerto, el abandono de las sábanas en el ropero.
Nada queda de las decoraciones críticas, las luminarias, los siete acordeones
de fósforo que invocaban lo mágico en los aposentos de la caverna celeste.
Nada permanece atado al árbol del crecimiento sin ser a su vez destruido.
Todo el hombre cabe en la mano de la conciencia del hombre,
una medida del límite, otra imposibilidad de victoria sobre lo finito.
¿Y eso es amar? ¿Esperarte en los acantilados de la destrucción
es una forma de amor? Oh melancolía de las esferas, tierra removida
por el madrugador para la almohada temprana y la mesa de los mortales.
Y tú, pájaro común, a quién adulas tan fielmente ligado,
con qué tiorbas y especie de flautas has confundido el oído del hombre.
Ha llegado la noche y no estás en la noche, se ha acercado el día
y has desaparecido de las tramas solares del día, ha regresado el amor
y no hay nadie dentro de mí esperando la llamada nueva del amor.


*

Tantos antes que yo. Tantos al unísono. Tantos después de mi vida
habrán entrado en el laberinto por donde discurren como gotas de aceite.
Tantos los abrazados en la casa de la contadora, los celosos témpanos,
los que premeditaron su pasión y su ira, los definitivamente
vinculados por la separación, los acariciados como oreja de un perro.
Tantos ante el ocaso y el pozo de los aforismos y los gestos de la restauración.
Has vivido en la casa vacía de la multitud, has amado
en la realidad la irrealidad de lo ausente.
Ahora el ruiseñor de la misericordia apura el agua de la mudez
y donde existía el canto, tras las anunciadas cortinas de música,
sólo permanece la figura que evoca el fracaso y da nombre a las sombras.
Poco importa al hombre un nuevo amanecer si está lejano de su amor
siendo ese amor el que es nadie y cuanto del ayer lo perturbaba
continúa en su cercanía aún hoy sin hacerse presente.
Estará desnudo tumbado sobre las tierras que roturaron los sueños,
temblará en el cepo que tortura a la liebre en la atardecida
y pensará en morir y renunciará a morir y vivirá en toda criatura hasta consumarse,
hasta sentirse reflejado en aquella reverberación y hacerse sólo reflejo,
yerba comunicante entre el grillo de pascua y la hoja de tabaco,
yerba de girador horóscopo y yerba del insulto en el cementerio de Orfeo.
Entrará en las argumentaciones que resisten la ley y la transparencia,
en el mandamiento que pone plazo a la soberbia y aniquila la floresta,
que hace claudicar las maquinarias del alto diapasón y del subterráneo universo.
Quién te asiste, quién cuida ahora de tu tristeza en lo reverdecido,
por qué elegido jardín que amamanta las lluvias haces florecer péndulos
y guirnaldas altivas, a quién abrazas en la oscuridad donde se quejan
las semillas, en qué desconocido ser bebes ahora la vida que no existe,
el polen virtuoso de los narcisos y las murmuraciones de las abejas vencidas.
Irás de un mundo a otro sin que te redima ninguno, levantarás las losas
preguntando dónde está el que estuvo, y te responderán las piedras,
todas las piedras que retrocederán hasta su remoto aullido de estrella,
todas las rocas que varan en medio de la tiniebla la barca rota del mundo.
Oh ciega en el esplendor, cómo oigo subir la marea del cielo a tus ojos,
cómo siento inundarse de vocales perdidas la íntima cabaña del halcón y la rosa.
Eres la huella del aroma impreso en las sustancias desaparecidas,
eres la navegación detrás de la estela donde se inmolan los pájaros
que desprecia la aurora. Eres la aurora que abre su casa, eres la casa
que ofrece su médula, eres el alma huida del pájaro confuso,
prestamista de la dicha durante la iluminación de un rayo,
apenas ave, apenas ruiseñor, apenas voz sin rostro, amante ausente.


*

En la médula del silencio, en lo muerto del calor después del fuego,
por las escalinatas que conducen al lugar que no existe,
entre los espacios constituidos por la tala, en el río evaporado
de tus lágrimas. Donde te oigo toda la noche respirar en otro,
donde te alimento con inutilidad en cada cosa que miro,
en cada palabra que se desvincula de su antiguo significado.
Donde te reencuentro y no sufres y te conviertes en vigía
de los paisajes que funda la voluntad del estío, en mi mano
alcanzando los nidos aborrecidos del canto, en el mismo canto
que cruza la noche y regresa a los manzanos y es manzana
de la amarga sabiduría encerrada en el sabor de la pura manzana.
En ti y junto a ti, en la posesión de tu ausencia, en el cuerpo distinto
de cada transformación en inteligente belleza, en cabeza de capitel
sosteniendo la estructura sagrada del equilibrio, los tímpanos
de la trinidad, padre, hija, espíritu de la locura, soledad que deslumbra.
Oh suspirante, ahoga tu queja en la benevolencia nocturna,
en las tintas espesas que el océano suscita a orillas del llanto.
No podría encontrarte aunque de una en una por todas las arenas de la Tierra
te buscase impaciente como infeliz condenado al resto de su vida.
Compartirás el aire no con los guardianes del silvestre recinto
que liberan de raíces a los seres alados, sino con la esclava
partitura que cifra al ruiseñor y lo ciñe al acorde de cuanto suspira.
Mira al hombre olvidado de su oficio, nada lo ocupa, ha vivido
extremadamente en los extremos de su posibilidad sencilla,
qué otra culpa ha cometido que la de borrarse amándote,
dejar de ser sentido, olvidarse en los eriales donde se arroja lo inútil.
Qué harás ahora, pájaro sin materia, canto perseguido por el cazador emboscado,
expondrás tu debilidad a la ballesta antes de recluirte en el bosque seguro,
o acaso incitará tu llamada al matarife invernal que aún no ha abierto los ojos.
Consumas tu placer en los extraños dominios donde nadie ha entrado,
donde solo el enamorado que regresa de ardientes cultivos pide posada
entre lo inmaterial de las sombras. No es esta la vida, existe otra vida
en la imaginación sin conducta de los cuerpos que entregan sus cuerpos
a la obsesión del instante, los que fueron amor, los que son el amor,
el albañil de la nueva estación, la querella junto a las cascadas.

[Estos textos pertenecen al poemario La visita de Safo y otros poemas para despedir a Lennon, (Calambur Editorial, 2012)]

(Editorial Calambur)

Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957), poeta y artista visual, es autor de varios libros de poesía y ensayo, como La visita de Safo y otros poemas para despedir a Lennon (Edt. Calambur, 2011), Antífona del Otoño en el Valle del Bierzo (Premio Adonáis, 1985) La poesía ha caído en desgracia (Premio Jaime Gil de Biedma, Visor, 1992) o La tumba de Keats (Premio Jaén de Poesía, Hiperión, 1999). Su obra poética entre 1982 y 2007 ha sido recogida en la antología Las estrellas para quien las trabaja (2007), La poesía no es una misa cantada (edición de Carlos Ordóñez, Lustra editores, Lima, 2013), La imagen de otro espacio (edición de Manuel Ramos Van Dick, Edc. Sarita Carbonera, Perú 2013). Con La casa roja (Calambur, 2008), obtuvo el Premio Nacional de Poesía 2009. De más reciente aparición es La bicicleta del panadero (Calambur, 2012) por el que recibió el Premio de la Crítica.Ha realizado conciertos, performances y lecturas con varios artistas y poetas ante diversos auditorios  de España, Italia, Francia, Noruega, Finlandia, Suecia, Irlanda, Bélgica, Rusia, Lituania, Portugal, Grecia, Israel, Costa Rica, Yugoslavia, Bosnia-Herzegovina, Polonia, Reino Unido, Serbia, Ecuador, Cuba, Marruecos, China, Túnez, Argentina, Perú, Chile, Líbano, Colombia, Honduras, México y los EE.UU.

Es autor de El universo está en la noche (Casariego, 2006), libro de versiones sobre mitos y leyendas mesoamericanas, asimismo ha adaptado y dirigido para el Festival de Teatro Clásico de Almagro la versión radiofónica de El perro del Hortelano de Lope de Vega con el cuadro de actores de Radio Nacional de España.

En el ámbito de las artes plásticas ha expuesto su obra gráfica y pictórica en galerías de España, Europa, EE.UU. y Latinoamérica. En 1999 obtiene una Mención de Honor en el Premio Nacional de Grabado de la Calcografía Nacional y semejante distinción en la VII Bienal Internacional de Grabado Caixanova 2002, Premio Internacional de Arte Gráfico Atlante 2009 y III Premio Internacional de Grabado Dinastía Vivanco en el 2010.

De su diálogo con la obra de otros artistas y poetas han surgido, entre otros, los libros Piedra de Alma, con José María Parreño (1994), Crónica de amor de una muchacha albina, con Rafael Pérez Estrada (1994), Emboscados, con Amancio Prada (1995), Bestiario apócrifo, con Álvaro Delgado (2000), Enea y los gatos, con Javier Fernández de Molina (2002), El Adepto, con Bruno Ceccobelli (2005), Arde la oscuridad, con Alfredo Erias (2007), Los sepulcros de Cronos, con el escultor Evaristo Bellotti (2007), Cazador de lunas con Javier Pérez Wallias (2007) Extravío en la luz con Antonio Gamoneda (2008) y la edición francesa de Le Bestiaire de Livermoore con Rafael Pérez Estrada (2013). También ha editado el Cuaderno de Roma, versión gráfica de La tumba de Keats (Monosabio, Málaga 2005), La mujer abstracta (El gato gris, 1997), con Ediciones El caracol descalzo libros de artista como Adiós (2012) sobre un poema de Apollinaire, Las Fábricas (2012) con texto de André Breton y Philippe Soupault, Los Proverbios Modernizados (2013) de Paul Eluard y Benjamin Péret, y acompañado con sus grabados plaquettes de Chantal Maillard, Esther Folgueral, Alexandra Domínguez, Gonzalo Rojas, Jorge Teillier, Nicanor Parra, Javier Bello, Diego Valverde Villena, Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, José Luis Puerto o Jorge Riechmann.


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