Waldo Pérez Cino: La dirección del esfuerzo


[sobre Cuaderno de Feldafing (2004). Madrid: Siruela]

Así termina Cuaderno de Feldafing, con una declarada última frase: «Una última frase: ¿Cómo hacer crecer hierba de un pedazo de hielo? Asimismo no se puede generar literatura de lo que no es literatura. A no ser que se produzca un esfuerzo en determinada dirección» (cursivas del original). ¿Hacia dónde empuja –cuál será la materia de su esfuerzo– el libro de Sánchez Mejías?

Si bien es más que probable que la dirección sea la misma de Historias de Olmo (2001), no es menos cierto que en aquél el despojo de lo literario no cobraba mayor cuerpo narrativo y que su única unidad de sentido la constituían Olmo como personaje-motivo, sumado, claro, al esfuerzo de marras. Esfuerzo que allí procedía sobre todo por acumulación en los avatares, más o menos sucesivos, del propio Olmo, entretejidos con las posiciones sobre la escritura y la efabilidad que traslucían como correlato; en cambio aquí estamos, qué duda cabe, frente a resultado bien distinto. Lo que allá se sospechaba intención –esto es, rápido y mal: calzar con un cuerpo ficcional ciertas reflexiones sobre el alcance y la dimensión del lenguaje–, aquí ya es un hecho. Las Historias son a fin de cuentas un soporte lírico, mientras que la mayor virtud del Cuaderno es su paradójica densidad narrativa, resuelta por medio de un procedimiento que podríamos llamar de iluminación, y que consiste sobre todo en un engranaje: cada una de las piezas que lo conforman ilumina el sentido de las otras y termina iluminada por ellas. Más allá de la contigüidad o la yuxtaposición, si algo describe el expediente y a su vez resulta capital en él es la noción de pertinencia. Que llevada a su extremo más llano, hace tabla rasa de cualquier presencia superflua y se trasunta, entonces, en plenitud de lo real –de lo real siempre en solfa: esas gallinas volubles ¿son risibles o significativas?– sobre un vehículo de ficción; al fin y al cabo, una mímesis. Un cierto tipo de mímesis, y conviene haber llegado a este punto: la densidad narrativa del Cuaderno, si bien evidente y de peso propio, se cuestiona todo el tiempo a sí misma, transcurre al filo de su propia posibilidad. Algo que, muy lejos de afectar su solidez, la enriquece.

Podría objetarse, claro, que se tratase sólo, o más bien, de su representación, de una cierta disposición de la escritura que crease ese efecto de absoluta, desnuda pertinencia; pero qué más da. Aun si de resultas de algún artificio retórico, o artificio ella misma, el resultado viene a ser el mismo, y leemos lo mismo. También podría objetarse, con algo lo menos de razón, que se trate de un libro de tesis, que esa plenitud no sea sino el medio para sostener o ilustrar algunas ideas en determinada dirección; y sí, puede, pero el soporte aquí es del todo efectivo y el sentido en que se resuelve del todo necesario. E insisto, pertinente.

El capítulo que da arranque al libro es ejemplar en lo que atañe a, lo menos, la intención del esfuerzo y su forma; en seis líneas condensa el arribo mismo, la voz narrativa, a un interlocutor o el interlocutor, Hack, y la ausencia de vacas en Feldafing –esto último valga por ejemplo de esos superfluos que, bien dispuestos, cobran relevancia raigal. Vale la pena transcribirlo entero:

He visto gallinas: en el sendero paralelo a la vía férrea, en un patio, gallinas. Blancas, negras, pardas, volubles. Gallinas comarcales. Pero ni una sola vaca. Hack, el administrador de la casa, me recibió fríamente. Cuando le di la mano y le dije con cierto entusiasmo: «¡He llegado!», su mano se escurrió rápida entre la mía.

Será –proyectada en el conjunto– esa la tónica que organice todo el material de Feldafing. La iluminación procede por pasos; una vez en coyunda, todos los elementos articulados en ese engranaje operan de consuno, ninguno por encima de otro –jerarquía horizontal– pero casi todos a través de los otros. Y a través de la relación entre ellos, lo que no está en el texto pero el texto dice (en un sentido similar a como dice de la circunstancia del viaje en el sendero paralelo a la vía férrea, por ejemplo, o a como el solo sintagma Hack, el administrador de la casa, despliega, lateral a su mención, el destino del viaje y la condición de la estancia).

Ahora bien, ¿cuáles son esos elementos articulados? Cuaderno de Feldafing consiste –uso a sabiendas consistir y no cualquiera de sus habituales paráfrasis– en el engranaje, sobre la base de una unidad geográfica que actúa como primer aglutinante, y a partir de la noticia de un arribo que da lugar a una serie sucesiva de capítulos numerados, de a) apuntes sobre Feldafing, esto es, apuntes de lugar o hitos de viaje –lo que comprende también excursos como los de 34 y 35, «Al fin la nieve» o «Paseo por la nieve»; b) las relaciones más o menos próximas –mas no profundas– con Hack, el Ruso, la mujer del ruso, Frau Rilke, convecinos; c) las cartas desde La Habana con noticias de la madre del narrador, y las cartas con noticias de la ausencia de Cuba que llegan de Austria; d) la historia del hermano del filósofo local de Feldafing, o el simulacro de su narración, contada o escenificado por éste; e) citas o frases (2: Dice Musil que en Kakania…) que terminarán por convertirse en una situación o que asimilan su registro; y f) las situaciones –que como cabía esperar empiezan siempre declarándose a sí mismas, Situación–: apuntes sobre la escritura y muy en particular sobre el Cuaderno de Feldafing, y eventualmente, contrafactuales sobre el narrador (23: Situación. Me convierto, por unas horas, en «el asesino de Feldafing», etcétera).

Contra todo pronóstico el artefacto no es sólo que funcione, sino que su articulación resulta, en el texto, de necesidad.

Más sobre el esfuerzo: los que objeten que el Cuaderno sea un libro de tesis no pasarán por alto la vinculación entre su autor y el grupo Diáspora(s), y casi seguro remarcarán aquellos elementos que entiendan el reflejo de una voluntad programática, etcétera –más o menos al modo en que la crítica cinematográfica pondera la fidelidad al decálogo de Dogma en las películas de Lars von Trier. Contraste este probablemente inoportuno (el libro se deja leer como un texto estupendo sin necesidad de ese tipo de examen), pero acaso inevitable; como no hay, que yo sepa, un programa de Diáspora(s) al uso –salvo el que pueda colegirse de los propios textos de sus autores, y la más o menos confesa pero vaga voluntad de oponerse a cierto kitsch nacional–, valdrá subrayar, dado el caso, la autenticidad con que el Cuaderno maneja los referentes de una tradición propia –en buena medida articulada por el propio texto, y de ahí su carta de naturaleza–, que ni excluye ciertas sombras o ecos nacionales ni alienta alineamientos o catálogos de una u otra índole.

Un libro extraño, sí –y esa condición, como la ironía narrativa que recorre sus páginas, pesa mucho a la hora de articular aquella tradición propia pero también, en otro sentido, su fondo. El esfuerzo es meritorio y legítimo, con respecto al Cuaderno necesario, y el libro excelente. ¿O será demasiado decir? No es demasiado decir, pero –preguntará de seguro alguno–, ¿un libro sobre qué? 

Si no me equivoco, sobre la posibilidad de que algo pueda ser dicho.


א. Hasta qué punto esa condición constituye por sí misma un estilo? No sabría responder a esa pregunta. En Historias de Olmo se queda en una manera –o un manierismo. En cambio aparece a veces en la poesía de su autor. Por ejemplo, Lorenzo García Vega cita este verso en una nota reciente sobre SM: «El tiempo es un puerco veloz / que cruza el bosque de la vida». Un puerco –no un cerdo– que atraviesa el bosque a la carrera, que vemos si acaso durante un segundo de lucidez o sorpresa (el bosque es el bosque de la vida): ¿la condición no es acaso idéntica o lo menos muy similar? En cualquier caso, el registro es distinto. Aquí, en el Cuaderno, lo más probable es que la tal condición forme parte del estilo, pero sin llegar a constituirlo por entero.

[Pérez Cino, Waldo (2005): «La dirección del esfuerzo». Antes publicado en Revista Hispanocubana 22.]

Rolando Sánchez Mejías, Cuaderno de Feldafing (2004), Madrid, Siruela.




Waldo Pérez Cino (La Habana, 1972). La demora, su primer libro de relatos, se publicó en La Habana en 1997. Desde entonces reside en Europa. Ha publicado los relatos de La isla y la tribu (2011) y El amolador (2012), los volúmenes de poesía Cuerpo y sombra (2010), Apuntes sobre Weyler (2012), Tema y rema (2013) y Escolio sobre el blanco (2014) –recogidos todos en Aledaños de partida (2015)–, y el ensayo El tiempo contraído: canon, discurso y circunstancia de la narrativa cubana (2014). Desde 2014 dirige los sellos editoriales Almenara y Bokeh.

Rolando Sánchez Mejías (Holguín, 1959) fue fundador del proyecto Diáspora(s) y entre 1997 y 2002 codirigió la revista homónima. Ha publicado, entre otros, los volúmenes de narrativa Historias de Olmo (2001) y Cuaderno de Feldafing (2003), y los volúmenes de poesía Cálculo de lindes (2000), Cuaderno blanco (2006) y Mecánica celeste. Cálculo de lindes 1986-2015 (2016). En 1993 y 1994 recibió en Cuba el Premio Nacional de la Crítica. Desde 1997 vive exiliado en Barcelona.

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