Leonardo Reyes: nunca más volverás a ser el mismo





ORACIÓN

 
Todos los días, antes de dormir, tomo las poesías completas de Roberto Bolaño
y rezo esta oración:
«En aquel tiempo yo tenía 20 años
y estaba loco.
Había perdido un país
pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño
lo demás no importaba».
Rezo estos versos en silencio, para mí mismo, con recogimiento, como si fueran los últimos versos que he de pronunciar en mi vida
Al terminar, anoto en una libreta mis sentimientos
Me voy a la cama
Recuesto mi cabeza
Apago la luz
Cierro los ojos
Y, confiado y en paz como un niño, me duermo
 
Sé que la poesía vigila mi sueño
Sé que Bolaño vigila mi sueño
 
(De La rosa de la nada, inédito)
 


 
GLOSA A ZAGAJEWSKI
 
¿Cómo sería ese momento en el que Adam Zagajewski
escribiría Canción del emigrado?
(No he podido dejar de recitar esos versos)
¿Qué pensaría?
¿Qué recuerdos pasarían por su mente?
Puedo imaginarme
esos largos y fríos viajes por Europa
y el dormir en habitaciones igual de frías.
También me veo sentado
en uno de los últimos bancos
de una iglesia ortodoxa de París,
casi vacía,
donde cinco rusos encanecidos,
de los cuales cuatro son señoras,
rezan a un dios más joven que ellos.
¿Cuántas veces iría Zagajewski
a esa iglesia?
¿Qué buscaría allí?
¿Cuáles oraciones saldrían de sus labios?
Quizás nunca pueda saberlo.
Sí, yo también creo que
habíamos existido antes.
Pero Zagajewski va más allá:
«Incluso conocíamos el sufrimiento».
Las únicas cosas que nos faltaban,
y que todavía nos faltan,
son las palabras.
 
(De Es preciso reponerse de la tristeza, Ediciones Evohé, Madrid, 2020)
 



 
Una visión
Una revelación del Apocalipsis
Juan, escribe en este rollo todo lo que voy a decirte
Un poeta en la estación
De pie
Un poeta erguido con la frente en alto y el ceño fruncido viendo el infinito o, si no, algo en el infinito
El cielo está teñido de turquesa
Las nubes avanzan despacio
El aire, poderoso, agita la cabellera del poeta
Un poeta en la estación de trenes
Erguido viendo hacia delante, siempre hacia delante
Con la mirada fija
Sin desfallecer
Un poeta insólito, suspendido en el tiempo
Y el aire que golpea su rostro
Si te sobrepones a esto ya no habrá nada que pueda contigo
Si te sobrepones a esto nunca más volverás a ser el mismo
No hay más opción que sobreponerse
«¿Quién habla de victorias? Sobreponerse es todo»
Un poeta derrotado por el éxito
Un poeta en su coche por la A-6 entrando en la vía de servicio
Y no hay bebidas energéticas en los escaparates
Un poeta que se fabrica a sí mismo
Tres poetas dominicanos en una cena, tomando cerveza
Tres poetas dominicanos, de los mejores de su generación en una cena, en un restaurante de Madrid
Y yo fui testigo de esa cena
Tres poetas dominicanos y un poeta español, de los mejores de su generación
Y yo comí con ellos
Los riff velocísimos salen de los auriculares
Suena Nervosa
El coche sale de la estación de servicio y avanza veloz al ritmo del thrash metal
Como un poeta sin sentido en una vida sin sentido
Como las llantas de un Fiat en la A-6 o en la carretera Panamericana
Viajando desde Centroamérica hasta Sudamérica
Buscando que la vida sea la vida, es decir, poesía
Solo la poesía hace que la vida sea la vida
Pero no hay mayor poeta que un antipoeta, que un renegado de la poesía
Buscando en los abismos
Escarbando en las innumerables montañas del cansancio
No queda nada por hacer
Explorando en las alamedas el contenido de una botella de whisky vacía
En las paredes de la fertilidad
Donde los camiones se detienen
Donde los robles se arrodillan
Donde habita el musgo, la pesadez de una calle no transitada
De una calle consumida por el terror
En una discoteca de luces lumínicas donde te pintan el rostro con marcadores lumínicos
Donde el sexo es lumínico
Y solo el alma es oscura
Como el alma de un prófugo de la sociedad
De un asceta de la soledad
De alguien que renuncia a todo excepto a la sociedad
En las calles peatonales donde deambulan los que saben sobreponerse
O los que aprendieron a sobreponerse
O a los que no les queda de otra que sobreponerse
Los que siempre llevan las llaves en los bolsillos
Los que no pueden superarse a sí mismos pero no dejan de buscarse a sí mismos
Un camino entre las plataneras
Una senda trillada por pantallas absurdas
Al lado de un río que es y no es
De un río mecido por el aire
El aire de las llantas desgastadas por el uso
Un poeta consumido por el amor que no sabe lo que es el amor
Un poeta en la búsqueda de un destino
Y un destino que escapa de quienes lo buscan
Un poeta que ha perdido toda esperanza
Que cruza las calles sin mirar a los lados
Un poeta que ha hecho de su vida su filosofía
Un poeta que ha terminado pensando como vive
Consumido por la ingravidez
Consumido por las lecturas en la oscuridad
Pero leyendo siempre
Escribiendo siempre
Circulando por las relojerías, pero leyendo
Acostado en la cama, pero leyendo
Un poeta que ya no busca nada
Que ha desistido de la escritura
Que se abisma en los abismos del suicidio
Quitándose las gafas, pero escribiendo
Sentando en el baño, pero escribiendo
Donde la noche se cierra como una persiana en verano
Una persiana aburrida de los totalitarios y de todos los ismos
Una persiana que ha perdido su fe en la humanidad
Una persiana que ha perdido su fe, pero escribiendo
Escribiendo con las chapas recicladas del cansancio de los dos últimos siglos
Y quizás del último siglo
Quizás todo concluya en este siglo
Después de algunos poetas ya no hay literatura posible
 
(De La rosa de la nada, inédito)
 


 
AHUACHAPÁN
 
8680 kilómetros me separan de Ahuachapán, pero es el mismo aire.
Es este mismo aire tibio.
Este mismo calor sofocante y agradable a la vez.
Iba en bicicleta de una aldea a otra.
A mi lado los cañaverales bailaban azorados por el viento.
En la bocana, los pescadores preparaban sus barcas y atarrayas.
Recuerdo aquella calurosa noche en que fuimos a bañarnos a la playa.
                              La noche era tan oscura que no podíamos vernos entre nosotros.
El agua era tibia y fresca. Limpia.
Mis tardes leyendo a Fichte para preparar un ensayo.
La mujer que me acogía me recomendaba que tuviera cuidado con
                  las bichas.
Los sorbetes. Los rizos hermosos; los pies descalzos cubiertos de tierra.
Rostros arrugados y elegantes.
Los viajes en camión. Las preguntas, las respuestas. Los consejos.
                               Los que lloraron por mí a mi partida.
Y la probabilidad casi cierta de que nunca estaré de nuevo en aquel
                  lugar.
Y mi dolor por tanto rojo en el suelo. Por las cicatrices tan profundas
en los árboles.
Por la quebradura en dos de los cáñamos. Por tanta belleza y tristeza
                 juntas.
 
Por tanto dolor…
 


 
QUÉ BUENO ES SABER QUE ESTAMOS SOLOS
 
Qué bueno es saber que estamos solos,
que no hay nadie esperándonos,
que nadie nos observa,
que nadie recompensará el bien que hayamos hecho,
ni nos castigará por nuestras maldades,
ni por dar rienda suelta a nuestros instintos.
Qué libres nos sentimos ahora al saber que no hay un Dios
ni tampoco dos, ni muchos.
Qué bueno es saber que ningún hombre ha sido más que un hombre,
que no existen los milagros,
que nunca ningún ángel nos ha hablado,
que tampoco existen los demonios,
que no existe nada
                      más allá de las estrellas.
 
(De Variaciones sobre la tristeza, inédito)
 



 
En los caminos atribulados del cansancio
Rodeado de putos inexistentes
En las veredas del inconformismo
Hastiado por los rayos de la fatalidad
Condenado a ir en contra de mis amigos
En contra de mis amigos poetas
Con lágrimas en los ojos
Sin querer romper nuestro abrazo
Pero condenado
Irremisiblemente condenado a romper con ellos, con todos
Forzado a arrinconarme en los callejones solitarios
Sentado con las piernas entre las manos y llorando
Llorando de pena y soledad
Con el cabello abandonado de los acondicionadores
Con el corazón encrespado por falta de aceites
Atribulado comiéndome mi propio pecho y echando los pedazos en los orinales
En los orinales llenos de vómitos
Abrazado a los inodoros de las discotecas
 
Y un amigo, un único amigo me busca y me rescata de la fosa, me abraza y me lleva a la luz
Quien menos yo pensaba me rodea con sus brazos
Y su voluntad prevalece sobre mi desesperanza
Me apoyo en sus brazos y recorro la oscuridad del pasillo
Y me duermo en su consuelo
No puedo resistirme a su bondad
 
Al día siguiente despierto en la blancura
Y todas las luces están encendidas
He recuperado todas mis fuerzas
Y en la luz luminosa nos decimos adiós, hasta pronto
Nuestras siluetas desaparecen entre la multitud
Las sombras nos absorben
Y resurgimos a la vida
 
(De La rosa de la nada, inédito)
 
 

Leonardo Reyes nació en Santo Domingo, República Dominicana, en 1991. En la actualidad reside en Madrid (España). Es graduado en Filosofía por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y máster en Ciencias de las Religiones por la Universidad Carlos III de Madrid. Imparte clases de Español como Lengua Extranjera. Colabora en revistas de literatura y filosofía. Recibió el primer lugar en el concurso de investigación de las XV Jornadas de Filosofía de la Universidad Mesoamericana (Guatemala). Recientemente, obtuvo el I Premio Internacional Elvira Daudet para Poetas Jóvenes por su poemario Es preciso reponerse de la tristeza (2020).

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