José María Antolín: la ardua labor de estar en el otro

(Foto cortesía del autor)

 

 

OíMOS

Al maestro José Kozer

Todos oímos
Herraduras troceando el misterio
Y
Pre-aurora.
Trofeo núcleo los helechos en la umbría—
Para ser encontrados por la mente humana
perpetúan su inclinación.
Qué contraorden del rocío peinado
Por ráfagas de viento nos importa, dónde
intuiremos
Cuál nuestra sublevación
Contra la inercia del orbe, por fin contra nuestros
vasos internos que nos orientan
Para ser volcados hacia otra mañana
Como ya fósiles de un salón lavado y millones
de veces batido.
No se aclimatará
A otra sala sino a ésta — la foránea musculatura
que temo
Del recuerdo, todavía con sus falanges inactivas;
Dos veces bebido él dos será—
Bebido bajo dictadura de leyes poligonizantes
calzando mi pie.
(Si es remota que sea torcaz aquí

El agua de los cielos, una vez más;
Y si cercana — nano-oración
O rezo de joven vino
Lavando cámaras de tubos y fibras)
Oh triste decir — sin sentir viaje sumergido,
Sin ahogo submarino; nosotros
Humanos que parecemos bellos bajo gran
castigo (recuerdo).
Seres cuyas grandes músicas todas — robadas a
la locura.
Ancho mundo roto
Por la carretera nocturna hacia Houston,—
Restos mortales del Armadillo
Devorado
En completa soledad por el búho inexperto;
noche de sello inolvidable
Su primera carroña tras la casa materna.
Observando el abismo
Llega el auto-retrato,
Dejada atrás las ardua labor de colonizar y de
convencer. El trabajo no encuentra
la placa del día
Donde golpear. Dejada atrás la ardua labor de
estar en el otro llega el auto-retrato.
Soy audio-esclavo durante la noche.
Ausculto el alto abismo del cielo, rumor de ondas
Incapaz de preocupación hacia nuestras
glándulas, pocillos que intentamos

Elevar — igual nuestro sol
Indiferente hacia otros prójimos.
Abigarrado gesto coleóptero esmeralda
Suena
Contra la lámina quieta de la casa. Ese perfecto
diseño atrapado hasta el final de sus
fuerzas
No irá más allá del inmenso verano.
El pretérito de ese ruido no nos importuna
— sólo por quién
Seremos visitados, quién aparecerá con la
máscara del profeta Elías primer
volador.
Abisinio color, dulce azul recóndito fuera del
reino del día, ha sido visto
Más allá de la acción de levaduras; no, visto
en el contra-viaje
De meses cabalgando hacia atrás.
Desde sus luces de cordillera radical
Ha llegado Llega oblación hacia la autoridad,
Que es decidida (en lamento) no
En dictamen de lo alto. Me gustaría que los que
me aman
Vieran mis acciones secretas sólo interpretadas
para ellos.
Con cada lluvia vital descienden
Sonidos exactos desde el Caribe
De la semilla sepultada, escondida doblemente
Por la increíble visualidad de su trabajo — nada
sabemos, y nada

Del significado cuando decimos que ella llega
desde lo oscuro. Sólo tal ignorancia
Nos habilita para pensar y cíclicamente lavarnos,
Asearnos ritualmente
El rostro del cotiledón todavía lleva marcas
de sudario.

 

(Poema perteneciente al poemario ELEGÍAS DEL RIO BRAZOS El Alimento No Humano II, 2018)

 

José María Antolín. Poeta y artista plástico nacido en Valladolid y radicado desde 1998 en los Estados Unidos, habiendo pasado por lugares tan heterogéneos como New York, Texas o Portland. En cuanto a su faceta estrictamente literaria, es autor, además del poemario que nos atañe, de títulos como Cuenco (1996) —por la que me consta que él siente un especial aprecio—, El cuerpo del libro quemado (1999) y La coronación eterna (2002)

 

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