Lluïsa Lladó: la metralla que llevo en las vértebras

(Foto: ⓒ Víctor Aranda)

 

¿QUIÉN RECITARÁ UN POEMA DELANTE DE MI TUMBA?

 

I

En Cracovia

los cementerios son distintos,

los árboles centenarios se levantan

igual que el asfalto de nuestras ciudades.

Donde más de uno, desconoce que tiene su bloque

de siete pisos, debajo de un camposanto,

donde los muertos yacen en las cunetas

de fosas comunes que guardan fotos pegadas con celo.

En Cracovia, los bosques son turquesas,

familiares a madreselva.

El olor de verde exhala insoportable,

los alvéolos

que explotan la espiritualidad.

 

II

Cracovia sacra.

Del siglo XIX, los pájaros eran hojas,

las hojas eran tumbas (paisaje de película)

los pies equilibristas

en un crucigrama de restos.

En un bosque turquesa,

con candiles

llenos de llama,

con el vidrio aguardando una luz,

lleno de la sequedad del tiempo:

marrón y piedra.

Insignias de fe, cajas de madera o fuentes sin agua

y las guirnaldas

que coronaban el silencio.

Nunca sentí la necesidad tan fuerte de pertenecer

a esa capital de pérdidas;

querer formar parte de su tierra,

morar con el origen de la vida, era vida,

y con la lengua cortada no osaba a hablar

a la belleza.

 

III

Un sepulturero nos miró de reojo.

Flores extraviadas.

Y palabras en setos que yo no entendía,

pues, sólo conversaban los números;

hiladas por las agujas de pino y la bellota.

Fecha de nacimiento, de muerte,

que tenían edad y botones sin ropa.

Allí frente a su losa de mármol.

Estaba Wislawa Szymborska

en su mutada esencia,

en la caracola,

en el gato negro,

en sus postales,

en el nombre de los pueblos,

en la japonesa,

en los mecheros de colores,

en los libros

Y lloré, lloré.

 

IV

Letras que escalaban

la pendiente

para subir a mi cerebro coraza

y besar su sabiduría.

Y besar su honra

sin descendencia.

Descansando con las cenizas de su propio tabaco convulso.

Leí un poema como el amante

que empaña los cristales de su ventana

en jadeos.

En los bosques, turquesa de mar,

lejos del azur,

en los bosques de Cracovia,

un septiembre

de los últimos

de mi vida.

 

 

PASAJERO 23

He de confesar que en cuestiones bélicas

yo, siempre seré y he sido, de las que arrastran el muerto.

¿Cómo en mitad del humo químico voy abandonar a un ser moribundo?

Cruzaré con su peso en descomposición

los pantanos, y lo cubriré con hojas del palmeral

para que los bichos de la noche

no puedan devorar su alma.

¿Me has visto bien?

¿Te has fijado en un instante

la metralla que llevo en las vértebras?

Con los tímpanos -de oír el grito- mudos.

Con el temblor, del agua glacial

sobre la curva de la espalda:

-Te traslado a un lugar digno,

donde los tuyos puedan rezar

oraciones de esclavos.

Y pongan coronas de flores sobre tu vientre.

Soy de esas «soldadas» que muerden la picadura

de la víbora.

Que alquilan su osamenta para sostener

con los codos, el cuello, las lumbares…

La memoria incandescente

de quien conoce muy bien

el abandono.

 

 

CANÍCULA

Esta noche, un poema de amor ha llegado al hogar.

Viajó un océano.

Y con su coraza amansó a los trigales.

Esta maleta de palabras

con un guardarropa de querer y estufa,

que te lleva siempre en la esquina

de cada pliegue

y no imagina un combate

sin el apoyo aéreo de tus ojos.

En los marcos y en las azoteas,

haciendo la guardia gato del que ama.

No necesita el canje de un armadillo,

ni tules que engalanen el cabello.

Me bastan las horas de tu pez.

Un caminar de guía.

El silencio que cruza hiriente

entre los soldados.

Cruzar a nado la ciudad con un velero de cansancios víricos.

Habitante de un búnker

para adornar de orquídeas tu pecho.

y traer el descanso con olor a sopa de madre.

Soy una espiga y podemos nacer en cualquier bar de carretera.

Porque el amor, también, envejece y habla y grita y araña

hasta dejar sordas a las paredes.

Podemos empezar pintando un sol en cualquier cárcel.

Liberar los grilletes. Escuchar en los transistores de antaño

a los viejos “rockeros” con la procesión de las ratas

hacia las carnicerías.

Este poema de amor, es de alguien,

que ha vendimiado demasiadas derrotas,

que no teme la pérdida.

Que tiene desgastado el neumático de su andanza.

Y que quiere

como un polizonte tras la noche aguardando una nube,

como el que anhela a la lluvia.

Porque deseo que tú duermas

mientras yo

vigilo en la garita.

 

[Selección de la autora, el primer poema pertenece al libro El arca de Wislawa (Editorial Torremozas, 2017) y los restantes permanecen inéditos]

 

Lluïsa Lladó nació en Palma de Mallorca en 1971. Es Técnico Superior de Diseño y Artes Plásticas (Ilustración) y también, de Revestimientos Cerámicos en la E.S.A.D de Castellón.

Ha publicado en la revista literaria DeGlozel. Resultó finalista en el concurso de microrrelatos románticos Cachitos de Amor II (Acen, 2013); en el microcuento Fantàstics 2014 de Castellón; en el V Premio Internacional de Poesía en Segovia (2014); finalista de la convocatoria de microrrelatos “La cruda brevedad. Literatura en tiempos de colapso” (2020) y ganadora del III premio de poesía del I certamen organizado por el Ayuntamiento de Benafer (2022). Ha participado en la Antología Bilingüe de «San Diego Poetry Annual» 2016-2017 / 2020-2021, presente en las bibliotecas y las universidades del sur de California y en la Antología internacional Poeta en Nueva York. Poetas de tierra y luna (Karima Editora) en 2018, entre otras.

Ha publicado los poemarios: Azul-lejos (Parnass, 2013); El bosque turquesa (Torremozas, 2014); La marquesa de seda (Unaria Ediciones, 2015); El arca de Wislawa (Torremozas, 2017) y La complejidad de Electra (Torremozas, 2020).

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