Juan Carlos Mestre: esa hebra de luz que sostiene al que canta

(Foto: editorial Calambur)

 

ENIGMA

Entró la cabeza sedienta en la casa de las putas, allí estaba Rimbaud

Con la pata atada como una gallina y la cabeza desnuda

Estaba Rimbaud, carcomido como una canoa y con la lengua blanca

Nada le dije, qué cosa deshilachada le hubiera dicho yo a Rimbaud

La verdad, pude haberme hecho pasar por ti, pero no lo hice

Pude hacerme pasar por él, te juro, me alcanzaba el talento

Discreto, en un rinconcito, estaba el bicho de Rimbaud

Con la pata atada como una gallina y la cabeza desnuda

No demasiado guapo, dispuesto, eso sí, a ponerse violento

Era como un santo enfermo estorbando en medio del altar

Como amante no creo que hubiera dado más juego que una monja

Ceroso, con las uñas sucias y oliendo como una lata de petróleo

Rimbaud en persona espantando las moscas de la rosa podrida

No tuve valor de pasarle el libro que acababa de presentar a un concurso

Lo noté atemorizado con los turistas y con los hombres que nacen viejos

No sé qué hacía toda esa gente lúgubre observando a Rimbaud

Con la pata atada como una gallina y la cabeza desnuda

Yo había perdido a mi amor y buscaba a la bella durmiente

Yo le rehusé la mirada no fuera a ser que me lanzase el machete

Con los ojos cerrados Rimbaud podía dar en el blanco a cinco kilómetros

Con los ojos abiertos te metía su espada de palo hasta la empuñadura

Yo era hijo de un padre alcohólico y de madre desconocida

Me sudaban las manos al verlo rodeado de delincuentes y saltimbanquis

No me atreví a pedirle un prólogo para el libro con el que acababa de perder un concurso

Respiraba fatigosamente como una cama arrugada tras las persianas bajadas

Estaba sentado cerca del espejo donde las chicas amables se retocan los pómulos

Con la pata atada como una gallina y la cabeza desnuda

Callar es bueno, pero una sola palabra suya bastó para enfermarme

 

 

FECHADO EN AUSCHWITZ

El que habla ha visto desde el tren el humo de las herrerías ante la docilidad del trabajo, mas no ha reconocido el sonido de la rueda ni el hirviente vapor de la escoria al entrar en el agua.

El que habla no es el que sufre, pero ahí está la caja de cartón con los triángulos amarillos recortados en paño.

Yo he visto al que duerme sobre la sangre helada de los martillos, y al que de pie sobre los pedales de su velocípedo cruza el sábado para cantar en el coro.

En ningún lugar este rostro que mira ha visto a la muchacha polaca, pero el que habla ha pasado su mano sobre la misma ventana y como el vaho al correr sobre el vidrio también él ha llorado.

Haya resplandor en los que sufren, en aquellos a quien el dolor ha cifrado en la memoria del aire, el iluminado de ceniza que atraviesa la noche con su candelabro y el que es ya solo una muesca tallada en la mesa.

Hubiera el que habla oído otras voces, el derramado silencio de los peces solares y la exhortación a los vientos, esa hebra de luz que sostiene al que canta, al que en la fecha de Pentecostés preside los actos de la amistad.

Ahora yo soy el inmóvil, no el que dice arderé y es fuego y se consume, sino el que oyó el pensamiento de su propio apellido en los altavoces del patio.

 

 

CABALLO DE PIEDRA

Lo incontenible está aquí como cuando eras niño y bajo el cristal de la lámpara imaginabas el Paraíso y, lamentas decirlo, allí, en el Paraíso, solo había piedras. Piedras con forma de mujer, de león o de paloma, piedras no tan bellas como las mismísimas piedras del Éufrates que pulen en su libro los arameos y adornan los poemas del sector pétreo de Neruda. La almohada, la profecía del sueño, los subterráneos que unen al que nace con el pozo espeso del caracol y el piano, estaban hechos sin duda de piedras. Un espanto el corazón de piedra de la primera amada, y el de la segunda, y el de la tercera. Piedras humedecidas por el rocío de Júpiter, al principio dios del buen clima, luego de la justicia y las leyes y por fin de la guerra. Ellas fueron tus únicos bienes terrestres, piedras pájaro, piedras líquidas, meteoros, volcanes. Eh, tú, caballo recién nacido, receloso del otro que suda en un poema de Rojas, manchado por el miedo a las estrellas y el terror a la grasa y también a la noche. Nadie te creerá, desnudo delante del espejo, joven ahogado que metamorfosea el mar. Lo incontenible del amanecer, memoria de lo oído en sueños. Y, sin embargo, piedras.

 

 

NOCTURNO EN SILOS

El horizonte es un caballo rojo que relincha en los labios de la multitud enterrada.

Cuando el reloj de sol sangre siete escamas de pez vendrá el abad con su báculo y una diadema de frascos vacíos.

Entonces nadie podrá mirar el relámpago inmóvil de las veletas, ni el coral caliente de la miga del pan, ni la rosa de mármol.

La madrugada pondrá una cigüeña verde sobre el ciprés de los claustros y los linces huirán envenenados por el rígido cristal de los cartabones de piedra.

Solo los cenobitas, solo los que duermen abrazados a la fría columna de los pozos y han cerrado sus párpados a la serpiente latina, beberán el vermú de los cálices.

El miércoles, el miércoles de ceniza los caballos sin ojos pastarán entre las hojas de acanto el marfil de la muerte.

Pero nadie querrá acercarse a la jirafa ardiendo de los incensarios, ni al ópalo de las sacristías, ni a las verjas de hierro.

Porque toda la noche en los anillos engarzados con gusanos de seda las muchachas que aún no han nacido contemplarán la perla de su corazón en un limbo de leche.

Cuando el perejil que crece debajo de las almohadas llegue hasta el filamento de las bombillas, vendrá el silencio con su mitra de plumas a llorar en la hierba.

Entonces los que gimen ante el hisopo y la gasolina, los perros con cabeza de gallo y los que tienen dos sombras, entrarán en la noche desnudos para siempre, como ángeles puros en un hueco de estaño.

 

[Poemas seleccionados de La poesía ha caído en desgracia (Madrid, Visor, 1992) Premio Jaime Gil de Biedma, 1992]

 

 

Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957), poeta y artista visual, es autor de varios libros de poesía y ensayo, como La visita de Safo y otros poemas para despedir a Lennon (Edt. Calambur, 2011), Antífona del Otoño en el Valle del Bierzo (Premio Adonáis, 1985) La poesía ha caído en desgracia (Premio Jaime Gil de Biedma, Visor, 1992) o La tumba de Keats (Premio Jaén de Poesía, Hiperión, 1999). Su obra poética entre 1982 y 2007 ha sido recogida en la antología Las estrellas para quien las trabaja (2007), La poesía no es una misa cantada (edición de Carlos Ordóñez, Lustra editores, Lima, 2013), La imagen de otro espacio (edición de Manuel Ramos Van Dick, Edc. Sarita Carbonera, Perú 2013). Con La casa roja (Calambur, 2008), obtuvo el Premio Nacional de Poesía 2009. De más reciente aparición es La bicicleta del panadero (Calambur, 2012) por el que recibió el Premio de la Crítica.Ha realizado conciertos, performances y lecturas con varios artistas y poetas ante diversos auditorios  de España, Italia, Francia, Noruega, Finlandia, Suecia, Irlanda, Bélgica, Rusia, Lituania, Portugal, Grecia, Israel, Costa Rica, Yugoslavia, Bosnia-Herzegovina, Polonia, Reino Unido, Serbia, Ecuador, Cuba, Marruecos, China, Túnez, Argentina, Perú, Chile, Líbano, Colombia, Honduras, México y los EE.UU.

Es autor de El universo está en la noche (Casariego, 2006), libro de versiones sobre mitos y leyendas mesoamericanas, asimismo ha adaptado y dirigido para el Festival de Teatro Clásico de Almagro la versión radiofónica de El perro del Hortelano de Lope de Vega con el cuadro de actores de Radio Nacional de España.

En el ámbito de las artes plásticas ha expuesto su obra gráfica y pictórica en galerías de España, Europa, EE.UU. y Latinoamérica. En 1999 obtiene una Mención de Honor en el Premio Nacional de Grabado de la Calcografía Nacional y semejante distinción en la VII Bienal Internacional de Grabado Caixanova 2002, Premio Internacional de Arte Gráfico Atlante 2009 y III Premio Internacional de Grabado Dinastía Vivanco en el 2010.

De su diálogo con la obra de otros artistas y poetas han surgido, entre otros, los libros Piedra de Alma, con José María Parreño (1994), Crónica de amor de una muchacha albina, con Rafael Pérez Estrada (1994), Emboscados, con Amancio Prada (1995), Bestiario apócrifo, con Álvaro Delgado (2000), Enea y los gatos, con Javier Fernández de Molina (2002), El Adepto, con Bruno Ceccobelli (2005), Arde la oscuridad, con Alfredo Erias (2007), Los sepulcros de Cronos, con el escultor Evaristo Bellotti (2007), Cazador de lunas con Javier Pérez Wallias (2007) Extravío en la luz con Antonio Gamoneda (2008) y la edición francesa de Le Bestiaire de Livermoore con Rafael Pérez Estrada (2013). También ha editado el Cuaderno de Roma, versión gráfica de La tumba de Keats (Monosabio, Málaga 2005), La mujer abstracta (El gato gris, 1997), con Ediciones El caracol descalzo libros de artista como Adiós (2012) sobre un poema de Apollinaire, Las Fábricas (2012) con texto de André Breton y Philippe Soupault, Los Proverbios Modernizados (2013) de Paul Eluard y Benjamin Péret, y acompañado con sus grabados plaquettes de Chantal Maillard, Esther Folgueral, Alexandra Domínguez, Gonzalo Rojas, Jorge Teillier, Nicanor Parra, Javier Bello, Diego Valverde Villena, Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, José Luis Puerto o Jorge Riechmann.

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