Misael Ruiz: dejar que el mundo se abra en nuestras manos
La continuidad de los templos
Se posa, como el sol
sobre el valle, la visión clara
de que todo está a punto de acabar;
no parecen darse cuenta,
observan cada cosa, escudriñan
las piedras, sorben el aire húmedo
del invierno. Les envuelve
un aliento invisible
que todo lo disuelve.
No hay dolor
ni miedo, apenas una tenue,
anticipada tristeza: estuvo
bien vivir, es lógico
salir desnudos, las manos libres,
transparentes las mejillas.
Preparados para el vuelo, nada
dicen; confunden, un instante,
su presencia con su ausencia.
‘
Eso
Allí en la taza lo vio claro,
en la sombra de la mano
recorriendo un arco preciso
hasta el asa.
Sintió,
en la yema de los dedos,
la diminuta grieta en la loza:
todo era parte de un río
en el que flotaban cuerpos, palabras,
montañas y el anhelo por abrazarlo
todo.
Nunca más el desierto en su piel
creciendo hacia dentro.
Junto a la taza,
la servilleta arrugada, la mesa
y las sillas vacías, la luz de la mañana
a través de los visillos de la ventana;
eso era todo, tan
sencillo, frente a él y en él,
sólo eso.
El esclavo
Morir y volver a nacer.
Olvidar después. No
aferrarse a nada, ni siquiera
a las palabras. Observar
cómo cambia todo en silencio.
No luchar contra sí mismo
ni contra el espíritu esquivo
que se burla suavemente
de nosotros. Ser su esclavo,
dejar que el mundo
se abra en nuestras manos.
«ME IRÉ un día y te dejaré
con los pájaros, con el aire.
Pensarás en mí como quien piensa
en un viento de verano;
quedará mi cuerpo mudo,
pero un río te arrastrará
suavemente hacia otro lugar
hermoso, porque hermoso
es simplemente estar ahí,
respirar; un quehacer sin norte.
No te engañes, ama, piensa,
tu vida es sólo pensamiento.
Me iré y te dejaré una tarde
con los pájaros, con el viento.»’
Ética estética
Imaginó un poema hermoso, cristalino,
y quienes bebían de él
a pequeños sorbos, con el esfuerzo
de quien se adentra en lo difícil,
salían renovados, transparentes.
Difícil y, en realidad, muy simple:
todo, una sola cosa,
y cada cosa apenas
un rizo en la superficie pulida
e indiferente del poema;
porque el poema era el mundo
en el pensamiento: si, a fuerza de razón,
hiciéramos nuestras sus palabras,
todo sería inevitable y nuestros deseos
más íntimos, la inercia
de lo que somos, se acordaría sin costuras
con la suave deriva del mundo;
al escribirlo no pensó que estuviera soñando
y, sin embargo, la justa proporción
de sus partes lo delata.
Escena de campo
Un paseo por el bosque al caer
la tarde. Cada vez más oscuro,
piedras y hojarasca. Se oyen
sólo nuestros pasos
sin eco. Del fondo de una hondonada
cubierta de bellotas y ramas secas
salen corriendo unas cabras: parecen
de otro tiempo. Vuelve
el silencio. Un poco
más arriba, en una cerca, un jirón
de piel, avispas que se afanan;
son los restos de un cabrito
atrapado en la alambrada. La pata
en alto, retorcida,
apunta al cielo,
que asoma entre las ramas.
(Poemas seleccionados del poemario Una idea del mundo (Animal Sospechoso Editor, 2022)
Misael Ruiz (Bruselas, 1960). Su infancia transcurrió en África hasta que 1974 su familia se instaló en España, dónde ha vivido en distintos lugares, hasta fijar su residencia en Barcelona. Tras su paso por la fotografía, publicó primero traducciones de poesía antes que sus propios versos, a la manera de los pintores cuando copian a los maestros para aprender el oficio: «Hay, por supuesto, un aprendizaje práctico que le debe muchísimo a la traducción y espero, una mayor capacidad para escribir –o hallar– poemas en ámbitos de la experiencia que antes le estaban vedados».
Ha traducido a R.S. Tomás, Clive Wilmer, Catherine Pozzi, George Herbert (junto con Santiago Sanz, premio de traducción Ángel Crespo, 2015) y George Santayana. Asimismo, es autor de los libros de poesía El hueco de las cosas (Trea, 2010), Todo es real (Pretextos, 2017, premio Oliver Belmás, 2016), Renga (2022, junto con Juan Pablo Roa y Alberto Silva) y Una idea de mundo (Animal Sospechoso Editor, 2022). Dirige desde 2015 la revista digital de poesía Mecanismos.