Ximena Gómez: una abertura por donde entra la luz

(Foto: Cortesía de la autora)

 

¿QUIÉN ENSUCIA LA MESA?

 

Alguien arregla el comedor con un mantel azul

y el centro de la mesa con claveles azules en florero chino.

 

Contra las paredes, sin un lunar en la pintura,

alguien alinea las sillas forradas en terciopelo azul.

 

Sobre un anaquel, una ventana azul de Matisse

es una abertura por donde entra luz.

 

Excepto por una arruga en el mantel,

no parece que nadie hubiera usado nunca la mesa,

 

aunque hace muchos años, con los codos encima y peleando

las niñas dibujaban y borraban hijos, padres, familias…

 

A veces al anochecer, parece que los muebles,

el cuadro y las paredes se llenaran de polilla y polvo,

 

se oye como si alguien anduviera cerca y se asoma la tía,

que se ha quedado ciega de ver entre dos siglos,

 

que a tientas palpa en el mantel restos de lápiz y rezonga:

Otra vez ensuciaron el encaje esas niñas.

 

 

 

ESO QUE SEREMOS

 

Entre octubre y abril, cuando el aire se enfría y el viento sopla con más fuerza, solía caminar cerca de la bahía. Al llegar junto al agua las hojas y las corolas marchitas se enredaban en mis sandalias. Luego el viento las arrastraba cada vez más lejos hasta que las perdía de vista, y con entrañable afecto por esos seres vegetales caídos me preguntaba a dónde iban. Pensaba que al llegar al suelo se empapaban con la lluvia y se asentaban en la capa negra de la tierra, que acoge a otras plantas y animales muertos. O tal vez el viento las desintegraba y quedaban en la atmósfera como polvo. Cuando voy a caminar otra vez por la bahía, me invade una alegría inexplicable, porque esos pétalos y hojas evocan a mis muertos; quedarán en la tierra o en el aire, volarán al espacio, serán partículas infinitesimales en el universo.

 

 

 

¿ERES TÚ, PAPÁ?

 

Envuelta en la cobija,

a punto de dormirme,

oí que me llamabas

con voz de niño.

Era la misma voz

con que bromeabas

cuando éramos niñas

y eras feliz en casa

y te vestías con canasto

y sombreo de pastor

para hacernos reír.

Abrí los ojos y vi detrás

de la persiana al duende

que me hablaba con tu voz.

Hizo piruetas de malabarista,

se colgó del extintor de fuego

de las aspas del ventilador,

saltó al vacío y desapareció

por la puerta del cuarto

en la luz del comedor.

 

Desde entonces oigo ruiditos

después de medianoche:

algo se cae al piso, pequeño,

como una tuerca de arete,

o se oye el roce de la persiana,

como si la meciera el viento,

o gotea café de la máquina

de expreso en la cocina …

Tal vez has renacido

en un duende diminuto,

de los que viven ocultos

en los clósets de las casas

y me haces travesuras

cuando voy a dormirme.

Tal vez lo haces

para que no te olvide,

o porque no te lloré

cuando te fuiste.

 

 

 

NUNCA CONOCÍ LOS LOBOS

 

*

 

Nunca vi a un lobo,

andar entre los árboles,

llegar al jardín de la finca del tío

cerca de la montaña,

o a aquella casa en el campo

sin cuerdas de la luz alrededor

donde el agua la sacaban de un pozo.

Yo sólo vi a los lobos que vivían

entre las páginas de un libro.

Al lobo hambriento

que se ahogó en el río,

la panza llena de piedras,

al lobo que cayó

en un caldero de agua hirviendo,

o al bulímico amigo

del zorro de piel roja…

Esos lobos de cuentos,

tal vez nacidos del terror

atávico a los depredadores,

que la gente ha cazado,

fusilado y envenenado.

 

*

 

Pero yo quise un lobo afable,

un día que recorté con tijeras

la gordura del pollo.

Antes de tirarla a la basura

imaginé a un lobo gris, entre los árboles,

frente a la ventana de aquella finca,

y quise, apoyada en el alfeizar,

haberle dado de comer la grasa

y haberlo visto otro día regresar,

como un cachorro manso,

que quiere otra vez grasa

y sonríe con la cola.

 

 

ESCALERAS

 

La última casa,

donde la luz del sol

brillaba todo el año,

la casa en que vivimos juntos,

antes de que te fueras,

quedaba en una altura

muy cerquita del río.

 

Tenía una escalera angosta,

sin baranda, que debíamos subir

para alcanzar la puerta.

Tú la trepabas rápido,

por poco jadeando.

 

Mamá, tan frágil,

de materia tan fina

casi quebradiza,

un día dio un traspié

y rodó por las gradas.

Yo lloré con ternura.

Después del resbalón

las piernas le temblaban

al subir los peldaños

sin barandilla.

 

Años después

al bajar otras gradas,

lejos de nuestra casa

tropezaste con algo filudo.

Caíste, te quebraste un brazo

y el tabique nasal.

Ese día lloré, con gemidos fuertes,

porque tú habías también rodado.

 

No te lo dije nunca, papá,

a veces sueño que ruedo escalones,

abajo hay un despeñadero.

No hay suelo que me acoja.

 

LA COBIJA

el olvido que seremos…

J. L. Borges

 

Roja a cuadros, de dulce abrigo,

cubrió a Victoria por más de 8000 noches.

Viajó en camiones cuando ella se mudó.

Se le manchó de bolígrafo, de colorete rojo.

La criada se la fregaba con jabón azul.

Victoria se la llevó a su última casa, cerca al río.

Allá le derramó el café, otro día la sopa.

De la lavadora la sacaban limpia y olorosa.

La cobija se deshilachó en los bordes,

se volvió rala a trechos, se destiñó.

Alguien la tiró a un cuarto desocupado

entre ropa vieja, cuando ella murió.

Allí quedó expuesta al sol ardiente

que entraba por la ventana sin cortinas,

a la noche despejada o lluviosa.

Estuvo días entre prendas inservibles.

Le tiraron encima toallas, medias, camisas …

El montículo de ropa creció,

tapó la entrada al clóset vacío.

Sin nadie que la lavara ni la tendiera

la cobija se extravió entre tanto trapo.

Un furgón se llevó al fin la carga

para los indigentes, o para el basurero.

No se supo más de la cobija.

Tal vez se desintegró entre la basura.

Tal vez, entre desechos degradados fue

materia oscura y amorfa, que se adhirió al suelo.

 

 

 

PASOS DE ANIMAL GRANDE

 

Entre la hierba, cerquita

de los contenedores de basura

las pisadas de una ardilla,

de una comadreja,

o de una rata…

No vi al animalejo,

sólo escuché un ruidito,

un deslizarse veloz que huía

de las zancadas del depredador con botas

que cortaba la yerba del jardín.

 

 

Ximena Gómez, es autora de los poemarios: Habitación con moscas (Madrid: Ediciones Torremozas, 2016), del poemario bilingüe Último día / Last Day (Katakana Editores, 2019) y de Cuando llegue la sequía (Madrid: Ediciones Torremozas, 2021). Sus poemas se han publicado en numerosas revistas como: Nueva York Poetry Review, Círculo de Poesía, Álastor, El Golem, La libélula vaga, Nagari, La raíz invertida y traducidos al inglés en World Literature Today, Cagibi, Interim y Nashville Review entre otras. Es la traductora del poemario bilingüe Among the Ruins / Entre las ruinas, de George Franklin (Katakana Editores, 2018), de Niña morena sueña (Penguin Random House Group – Vintage Español, 2020) de Jacqueline Woodson. Fue una de las traductoras al español del poemario bilingüe 32 Poems/32 Poemas, de Hyam Plutzik (Miami: Suburbano Ediciones, 2021). Un nuevo poemario bilingüe suyo está a punto de publicarse, en coautoría con George Franklin, Conversaciones sobre agua/Conversations About Water (Katakana Editores).

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