Osiris Gaona: Llamada urgente
Luz saca de su sostén cinco monedas de cobre, se inclina y las coloca en forma de equis. Toma la cruz de madera provisional. Se santigua frente a la tumba de Ildefonso que sepultaron por la mañana. Aún su no sabe que está muerto. Murió de causa desconocida. Varios rumores sobre mal de amores. Ella le pide permiso para el intercambio. Cuando llegue Leandro te la devuelvo. Es para un apuro. Toma el objeto de madera y lo envuelve entre el rebozo palomo que le regaló su difunto marido. Se lo trajo de la feria de San Lucas en el 33, para calmarse la culpa de infidelidades. Jala el rebozo para cubrirse el cabello blanco. Los baños de luna no sirven para este conjuro. Caminando con la cruz en su regazo, se desliza con sigilo por las veredas polvosas. Da vuelta al arroyo que separa el pueblo. Cada uno lo llama el otro lado. Con agilidad sube los paredones que se desgajan por la sequía. Repite para sus adentros: ayúdame Lucifer, amigo mío, este es un asunto de vida o muerte.
Se imagina al niño en su cuna de madera suspendida a las vigas del techo. A lo lejos se escuchan sus llantos. No entiende qué pasa. Lo han revisado minuciosamente y no hay señales de mordeduras de serpiente, piquete de alacrán, ni proboscis de chinches, ningún piquete de arapara. No se explican las fiebres altas y el cuerpo hinchado.
Luz llega a al fogón retira el bote ahumado de nixtamal, con el azadón atiza el fuego. Acerca la cruz para purificarla. Saca de la alacena empotrada en la pared de barro frascos con yerbas. Las letras no le dicen nada, los olores se lo gritan todo. Acomoda en orden las plantas para hacer su conjuro e ir aventándolas al fuego. Con cada yerba que se consume en el fuego ella repite: ayúdame, Lucifer, amigo mío. Su voz profunda retumba en la faringe como un eco lejano. Afuera la luna y las estrellas bailan con el viento.
Deja reposar la cruz con todas las yerbas. Toma una cubeta y se dirige al pozo de agua fresca.
—Buenas, chula.
—Qué dice, coma
—Aquí nomás.
—Me da permiso de sacar un bote de agua.
—Sí, coma, nomás tantéele por qué no ha llovido, están las milpas más marchitas que yo.
Pide permiso al pozo para sacar agua. Toma solo lo que necesita.
—Gracias, coma.
—Le llevo al niño al rato para que me lo cure, tiene mal de ojo.
—Mejor mañana, tengo al niño de Leandro muy malo, no sé si pasará la noche.
—Sí, comita. Le rezo la Magnífica y prendo una veladora.
—Dios la bendiga, comita. (Ella piensa en su amigo, a quien ha estado invocando cada instante).
Luz, derechita, se aleja con el balde en la cabeza. Su imagen de jovencita engaña. Su apariencia es ambigua, nadie sabe los años que lleva a cuestas ni tampoco de dónde vino. Facciones finas, piel morena y ojos azules. Ha curado en el pueblo toda la vida. Cómo aprendió es un misterio. En las noches de luna llena, siempre a medianoche, la han visto subir a los potreros; algunos juran que mientras camina la sigue un toro negro con ojos colorados, bufando. Otros dicen que la acompaña un hombre en un caballo de color azabache. Siempre envuelta en ese rebozo calentano y con los pies sin guaraches, va dejando huellas en la arena fina que se le cuela entre los dedos.
Mas el desasosiego aún no la abandona por dentro. Los gritos dolorosos del nieto no cesan. Ella permanece tranquila. Sabe que todo está escrito. Solo hay que dar una ayudadita. Hace días que el niño no le prende la chichi a la madre. Intentan darle agua de arroz, pero todo lo vomita. La barriga se le ha inflado como si se hubiera tragado una boa. Ya intentó curarle el empacho con manteca de cuche y le sobó el espinazo. No obstante, ella cree que debe ser el extrañamiento, no ha visto a su padre y la madre raquítica le ha pasado sus soledades; en la leche materna se infiltra el alma misma: las bacterias, los abandonos, el amor y las tragedias… eso cualquiera lo sabe.
Vacía el agua de pozo en una cubeta que ha lavado a conciencia con precisión quirúrgica, agrega las yerbas. Sale para mirar el cielo y que no se le haga tarde. El cielo está escampado: tampoco hoy va a llover. Piensa en las milpas que se están muriendo.
A las doce menos cuarto, con el brillo de la luna y las estrellas, Luz se quita el rebozo, se desata el cabello, parece que el aire la obedece porque su melena blanca comienza a dibujar olas. Coloca el balde en el centro del patio, mete la cruz de Ildefonso, se hinca junto a la
cubeta, cierra los ojos y visualiza a su hijo. Coloca sus manos circundando la boca y lo llama: “Leandro, el niño está enfermo, te extraña. Ven, Leandro. Ven, Leandro”. Lo llama siete veces. Su voz es determinante e imperativa. Al segundo llamado, al otro lado del río Bravo, Leandro se despierta agitado, el corazón palpitante y la imagen de su madre y de un niño que seguro es el suyo. No alcanzó a conocerlo.
—Clarito escuché la voz de mi madre.
—Déjate de pendejadas, paisano, ya es media noche y mañana nos toca chinga.
Leandro se acurruca nuevamente, jala la sábana y se envuelve en posición fetal. Al séptimo llamado se despierta, se pone los zapatos y emprende el camino de regreso.
Luz se queda mirando la cruz que tomó prestada, confía en que pronto podrá devolverla.
Subo los peldaños de dos en dos hacia mi cuarto, como siempre que estoy triste. Huyo del adiós hiriente golpeando en la entraña, acompañado de la frase que lo envuelve todo: estoy enamorado de otra. Busco en los laberintos de mis cuadernos aquel resultado médico: embarazo positivo. Lo aproximo a mi pecho. No puedo evitar percibir el olor del talco, sutilmente evoca risas y piernas enrolladas. Es suave la sensación de la piel tersa de los bebés. Toco el vientre plano, seco, infértil. Siento rabia, también tristeza, no puedo moverme. Escucho los ecos bailando en mi cabeza: Preciosa, cuente en orden descendente del diez al cero. Percibo caricia en el pelo, susurro al oído: todo estará bien. Miro cubrebocas perdiéndose en la niebla, grandes ojos de seres en azul. Siento su desprecio, rencor, incriminación, negación absoluta. Cuento diez, nueve, ocho, me miran, los miro, pronuncio el siete. El número de mi suerte. He muerto. Estoy contigo tomados de la mano. Caminamos en la selva maravillosa, verde como las vaginas, olores exóticos. El sonido estruendoso del saraguato. Las guacamayas con sus colores colman el cielo. Te acaricio, te beso. Nos escondemos de los monos araña defendiendo su territorio. Te enseño los contrafuertes de la ceiba, inmensos, impenetrables. La abrazamos y perplejos admiramos su enormidad. Somos dioses en silencio. Te nombro mi hijo. Mi amor interrumpido.
Despierto en una habitación fría con paredes blancas, aparatos metálicos. Letras borrosas con nombres diferentes: Claudia, Roxana, Amelia, Caritina, Rosa María, Soledad. Sí, soledad y frío. Estoy vacía, más vacía imposible. Como la presa sin agua. El almanaque sin números. Un pentagrama sin notas. El latido extra se ha apagado. Se ha extinguido para siempre. Sueño ojos verdes, llevan adentro nebulosas hermosas, acaso una constelación inmensa. Manos extendidas tocándome. El tacto suave de piel identificándose con la mía. Resisto al llanto. No quiero, no puedo llorar. Aparecen, mi madre, mi padre, mi hermanita.
—Señorita, ¿cómo se siente? Es hora de irse. Afuera la esperan.
No hay respuesta verbal, asiento con la cabeza. Alcanzo mi ropa talla 2. Entro en los jeans embarrados. Coloco la toalla femenina de flujo extra. El bra talla 32B. La blusa con escote. Calzo los tenis. Atravieso el umbral de mala muerte. Clandestino. Clandestino. Una cara conocida me saluda.
—¿Cómo estás?
Escucho mi voz húmeda que se ha quedado en la selva: Estupenda, ¿qué tal si vamos por las chelas?
Osiris Gaona Pineda. Nació en 1969. En Ciudad de México. Es bióloga egresada de la Facultad de Ciencias, UNAM. Ha trabajado por 20 años en el Instituto de Ecología, UNAM. Su experiencia se centra en la Conservación y Manejo de Vertebrados. Mención Honorífica y candidata a la medalla Alfonso Caso en Doctorado en Ciencias Biológicas.
Realizó el diplomado en la SOGEM con mención honorífica en la segunda generación en línea marzo-agosto 2022. Recientemente publicó su primer libro Señora de la noche, microrrelatos presentados en la Biblióteca Central Manuel Cepeda Peraza el 19 de agosto de 2022. Ha publicado un par de cuentos en Aquitania ediciones, en Mujeres en el Enjambre, en la Nigüenta que cuenta programa de Costa Rica ha relatado sus cuentos. En la Revista SOMA, arte y cultura de Mérida, Yucatán México han hecho una reseñas sobre Señora de la noche por Óscar Muñoz como una narrativa embrujada. En la Jornada Maya el maestro José Juan Cervera ha reseñado Intimidades nocturnas. El cuento de Magnolia Tango ha sido publicado en editorial Aquitania y SOMA, también Tiza negra en el mismo libro.